Sáb. May 11th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

El Cisne Negro. Por Vicente Massot

Para los repetidores de frases hechas, que entre nosotros abundan, la mención del cisne negro es un clásico. El concepto se usa —indistintamente— para un fregado como para un barrido ideológico, aunque pocos, si acaso alguno de los que lo mentan, se hayan tomado el trabajo de leer el libro excepcional de Nassim Nicholas Taleb en donde desarrolla su teoría, con base en una metáfora, susceptible de explicar el conocimiento —de suyo limitado— que caracteriza al ser humano. Para que un acontecimiento de cualquier tipo merezca ser considerado un cisne negro, debe acreditar, según el autor libaneés, tres características excluyentes: 1) que genere un impacto de bulto a nivel social, económico, geográfico, o político; 2) que resulte improbable en tanto y en cuanto nadie considere que pueda darse en la realidad; y, por fin, 3) que se lo racionalice y explique ex–post facto, como si hubiera sido previsible.

En consonancia con lo expuesto, el fenómeno obrado por Javier Milei, en las PASO que acaban de substanciarse, es —sin lugar a ninguna duda— un cisne como el que ha puesto en circulación Taleb. Ahora, conocidos los resultados, todos los que antes del domingo hacían fila para demonizarlo o rebajarlo —trayendo a comento sus supuestas fobias, locuras, excentricidades o pactos espurios con Sergio Massa— pasan a informarnos acerca de las razones en virtud de las cuales se produjo este tsunami electoral y por qué el líder libertario obtuvo tamaña cantidad de votos. Hasta horas antes de los comicios lo estigmatizaban. Desde el lunes, como si nada hubiesen dicho en desmedro del candidato libertario, posan de sabihondos e intentan explicar lo que cinco días atrás ni siquiera imaginaban.

Cuanto sucedió el pasado domingo es algo inédito en la historia político-electoral criolla. Que un outsider, en escasos veinticuatro meses, haya pasado de representar un éxito en las elecciones de medio término de la capital federal a ganar, a simple pluralidad de sufragios, unas primarias abiertas a nivel nacional y dando cuenta de las dos grandes coaliciones del momento, no pudieron hacerlo en distintos momentos de nuestra historia reciente ni Aramburu, ni Alende, ni Alsogaray, ni Manrique ni tampoco López Murphy o siquiera Macri. El economista mediático que llamaba la atención del público televisivo por su peinado, verborragia y arranques temperamentales, se convirtió, primero en un competidor de fuste en la ciudad de Buenos Aires y, más tarde, en el político más votado del país. Si bien abundar en detalles sobre los motivos que lo catapultaron al lugar que ocupa en estos momentos no es el objeto de la presente nota, si es pertinente apuntar a vuelo de pájaro una serie de datos que ayudan a entender el fenómeno: 1) interpretó lo que a todos sus oponentes les pasó desapercibido —el hartazgo que cruza en diagonal al país—; 2) fue capaz de condensar en una frase redonda, relampagueante, sonora, aquello contra lo que se levantaba en armas —la casta política—; 3) rompió los esquemas clásicos, adoptando la modalidad de un rock star que nada tenía en común con los adocenados dirigentes de los demás partidos; 4) sedujo a la juventud argentina y a gentes de diferentes edades y clases tanto de Barrio Norte como de las barriadas de clase media y de las villas miserias, a lo largo y ancho del país, fenómeno que sólo Carlos Menem había logrado antes; 5) fijó los términos del debate —con un éxito enorme— en correspondencia con las ideas liberal–conservadoras que defiende; 6) se adueñó del centro del ring —como Donald Trump y Jair Bolsonaro, en sus respectivas campañas electorales— y no lo abandonó más; 7) hizo gala de lo políticamente incorrecto, más allá de las críticas que le llovían a diario, y 8) le ofreció a sus seguidores la esperanza de que un cambio radical era posible.

Si alguien considera a esta altura del partido que lo suyo es pasajero, debería explicar por qué ganó en dieciséis provincias sin contar ni con la cantidad de fiscales de mesa ni con un aparato comparable al que acreditan el peronismo kirchnerista y Juntos por el Cambio. Repárese en estos hechos —unos pocos, de los muchos que podrían traerse a comento— para evaluar la dimensión de su triunfo: le ganó a Schiaretti en Córdoba, a Morales en Jujuy, al radicalismo en Mendoza y al kirchnerismo en Santa Cruz, entre otras provincias que amanecieron el domingo amarillas o azules y se acostaron teñidas de color violeta. Pero quizás la particularidad más acusada de su performance es que obtuvo mayor cantidad de votos en José C. Paz y Moreno, que en San Isidro y Barrio Norte. El corrimiento a la derecha que obró es otro de los aspectos significativo de las PASO. Un candidato que reivindica a la escuela austriaca de economía, recusa la ideología de género, pone en tela de juicio el mito de la justicia social, se opone de manera frontal al lenguaje inclusivo, carga en contra del socialismo y todos sus derivados, exalta las virtudes del capitalismo y no tiene reparos en proponer la dolarización, sumó más sufragios que los referentes de Juntos por el Cambio y los de Unión porla Patria. Impensable para alguien que analizase el cambio que se ha dado en la Argentina con categorías viejas.

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Hubo, pues, un solo triunfador al que las encuestas —para variar— no lo registraron debidamente y que pasó por encima, como alambre caído, de las dos coaliciones que se creían ganadoras antes de que la ciudadanía ingresase a las urnas.

Contra lo que se estila decir para atemperar el volumen de su victoria, fuera de Milei todos perdieron, en mayor o menor medida. Comencemos por el oficialismo, que consideraba probable —basándose en los relevamientos de opinión— que el ministro presidenciable resultara el más premiado a nivel individual. En realidad, sus acólitos sonaban despiertos. Massa salió tercero y realizó la peor elección que se recuerde en la historia del justicialismo. Apenas arañó el 27,7 %, dejando en el camino —en comparación con las PASO de hace cuatro años— la friolera de seis millones de votos. Además, salió derrotado en dieciocho provincias. Por vez primera desde 1946, el peronismo podría quedar fuera de la disputa del poder presidencial. Si acaso en octubre se repitiesen los guarismos del domingo, deberían consolarse Cristina Fernández, su hijo, La Cámpora y el actual titular de la cartera de Hacienda con mirar, por televisión, la puja en un ballotage que tendría como contrincantes a Javier Milei y a Patricia Bullrich.

Por su parte, la elección de Juntos por elCambio fue escuálida por donde se la mire, si se considera cuáles eran sus expectativas y el respaldo que perdió en el cuarto oscuro, en apenas dos años. A escala nacional obtuvo un millón y medio de sufragios menos que en 2019, y sólo en Córdoba —su principal bastión electoral junto a la capital federal— descendió 24 puntos porcentuales, sin contar con que el partido libertario se subió al podio en provincias que pocas semanas atrás parecían seguras en sus manos, como San Juan, San Luis, Mendoza, Santa Fe y Chubut. Lo de Horacio Rodríguez Larreta tuvo todas las componentes de un gigantesco papelón, que le costó —o si se quiere, les costó a los contribuyentes capitalinos— una friolera de plata. Porque la campaña no la pagó de su bolsillo ciertamente, sino del nuestro. Su opugnadora lució mejor, si se circunscribe el análisis a una comparación con el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En cambio, si se abandona la pelea de campanario y se aprecia el panorama en su conjunto, queda claro que Bullrich tendrá que hacer mejor los deberes para meterse en la segunda vuelta. Todos en su bunker suponían que Juntos por el Cambio le sacaría al kirchnerismo cuatro o cinco puntos, al menos. De seguro no lo vieron venir a Milei, y ahora —casi empatados con Unión porla Patria— es menester que se bajen del triunfo imaginario que pergeñaron por iluminación del espíritu y se pongan a trabajar con un libreto más abarcador de cara a octubre. Con lo que mostraron, no les alcanza.

Pasadas las internas abiertas se abre un nuevo capítulo, cuyos interrogantes nada tienen que ver con los que se despejaron al momento de conocerse el resultado de las PASO. En los dos meses por venir hay un espacio que lleva todas las de perder —el oficialista, se entiende— en atención a dos motivos: el desbarajuste económico del cual es responsable y la poca credibilidad que genera Sergio Massa. Uno es tan importante como el otro y los dos combinados parecen letales para las chances —de hecho, escasas— que tiene el gobierno, llegado a esta instancia. La ciudadanía arribará a octubre con una inflación mensual de dos dígitos —seguramente por arriba de doce puntos en agosto—,sin reservas y en medio de un tembladeral. Sería un milagro que pudiesen los K sumar voluntades en el colectivo —por llamarlo de alguna manera— que decidirá la suerte de las elecciones generales: los ausentes —indecisos o rabiosos— que no pisaron el cuarto oscuro el pasado domingo. A priori, es difícil imaginar que entre ellos haya un número significativo de votos favorables al oficialismo. Si alguien fuese capaz de saber a quién responde el porcentaje de la población que no cumplió con sus deberes cívicos, conoceríamos de antemano al ganador. Pero no deja de resultar un misterio que, de momento, nadie está en condiciones de develar. En las tiendas de la Unión porlaPatria, de puertas para afuera, hacen especulaciones tan optimistas como antojadizas en punto a las posibilidades que tienen de revertir el pésimo resultado del fin de semana. De puertas para adentro, la conmoción los ha dejado de cama. Con los dos Fernández —Cristina y Alberto— desaparecidos sin aviso, La Cámpora reducida a su mínima expresión y Massa desbordado por la economía, se hallan en estado de coma.

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El desafío de Patricia Bullrich tiene menos relación con la presunta fuga de votos de quienes respaldaron a Horacio Rodríguez Larreta, que con el perfil que adoptará a los efectos de atraerse voluntades que hasta aquí le han sido esquivas o que migraron en pos de Milei. Que el libertario se quedó con parte del electorado peronista es evidente a poco de repasar, con ojo crítico, los números del Gran Buenos Aires y del Gran Rosario, para poner los dos ejemplos más representativos de la manera en que esos cordones peronistas por antonomasia decidieron acompañar al líder de La Libertad Avanza, en lugar de sufragar en favor de sus candidatos naturales. Pero que también se adueñó de parte de los votos cambiemitas es cosa innegable. De lo contrario, no tendría explicación lógica su triunfo en Córdoba y las provincias de Cuyo. De modo tal que la pulseada de Juntos por el Cambio ya no es contra Sergio Massa y su aparato —salvo en la crucial provincia de Buenos Aires. Lo que debe pensar la Bullrich es cómo pescar en el piletón de los ausentes y cómo recuperar —tarea más difícil— a quienes abandonaron la coalición para sumarse a los seguidores del rock star.

A contramano de Massa y de Bullrich, la tarea que tiene por delante el claro ganador de las PASO, es más fácil. Por de pronto —y valga la redundancia— el éxito es exitista. Básicamente, porque convoca con mayor facilidad a los indecisos. Colgarse de las faldas del ganador es una tentación tan vieja como el mundo. Además, al libertario no le faltarán fiscales. Tras su triunfo, los que ahora se ofrecen para custodiarle los votos son legión. Este es un dato no menor. Cuidar los sufragios y las boletas partidarias es una de las condiciones necesarias a la hora de ganar. Por último, no hay razones de peso, susceptibles de ser tenidas en cuenta, para imaginar que quienes lo respaldaron en las PASO pudieran darle la espalda dentro de dos meses. Unido al hecho de que, entre los que se quedaron en sus domicilios el domingo, parecen ser más los rabiosos que los enfermos. Milei no tiene necesidad de modificar ni su discurso, ni su peinado, ni su verborragia, a los efectos de asegurarse un lugar en la segunda vuelta. Lo suyo, en todo caso, será redoblar la apuesta. Sus contrincantes —inversamente— requieren un service integral de chapa, pintura, frenos, embrague, neumáticos, aceite …y hasta de marca.