Jue. May 2nd, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Llegar pero perder. Por Vicente Massot

El futuro del oficialismo podría cifrarse, sin falta a la verdad ni pecar de exagerados, en esta breve y categórica sentencia: a los comicios es posible llegar, la elección es seguro que la pierde. ¿Por qué? —En razón de que, con el respaldo irrestricto del Fondo Monetario Internacional —el cual obra a la manera de un prestamista y garante de última instancia— el equipo liderado por Sergio Massa podría evitar una devaluación. Ello le permitiría transitar el periodo que va desde mediados de abril a mediados de agosto, cuando se substancien las PASO, no sin sobresaltos —que se sucederán sin solución de continuidad— pero a cubierto de una explosión generada por el tipo de cambio. A su vez, en la medida que no podrá ponerle coto a la deriva inflacionaria, sus posibilidades de ganar en las urnas es un escenario que resulta conveniente descartar de antemano. En una palabra, si bien el kirchnerismo no volará por los aires, deberá acostumbrarse a la idea de que a partir de diciembre habrá regresado a cuarteles de invierno y allí tendrá que lamer sus heridas y masticar su rencor lejos del poder.

Es curiosa la forma en que muchos de los principales analistas de la realidad, e inclusive no pocos encuestadores, insisten en otorgarle alguna chance —por remota que sea— a un gobierno que viene en caída libre —inflación con un piso del 6 % mensual en la más optimista de las hipótesis; 40 % de la población bajo la línea de pobreza; la coalición gobernante partida al medio; ausencia de figuras representativas para aspirar a la presidencia y una escalada del crimen organizado y de la delincuencia común que no paran de crecer—, cuya respuesta a la crisis, en medio de la cual se encuentra, no puede ser más desatinada. Apenas dos ejemplos bastan para entenderlo: unas declaraciones —de las muchas a las que nos tienen acostumbrados— del presidente de la Nación y de su ministro de Seguridad.

En ocasión de asistir a la inauguración de una nueva terminal en el aeropuerto internacional de Ezeiza, Alberto Fernández no tuvo mejor idea que hacer este pedido, verdaderamente insólito: “que salgan la menor cantidad de argentinos posible porque necesitamos los dólares”. De su lado, su tocayo Aníbal pronosticó que, en caso de triunfar la oposición, correría sangre y habría muertos en las calles. Aquél dijo una tontería; éste, en cambio, pecó de inútilmente provocativo.

Lo primero que salta a la vista ante tamaños disparates y exabruptos es la incapacidad de uno y otro para generar, ante la adversidad que los atenaza, una reacción inteligente. El primer mandatario debió pensar dos veces antes de entrar en un terreno tan peligroso —el del dólar— justo en el aeropuerto de salida, por excelencia, de los argentinos. Si algo le estaba vedado era referirse allí a la escasa cantidad de divisas que retiene, en estos momentos, el Banco Central. Lo del titular de la cartera de Seguridad es mucho más grave. No en virtud de que la gente vaya a morirse de miedo sino por la imagen de quién lo dice y por la oportunidad en que levanta la voz. Su figura quedó asociada a la del narcotráfico en el año 2015 y ese fue uno de los principales motivos del revés electoral que sufrió el oficialismo de entonces en la puja que, finalmente, ganó Mauricio Macri.

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Aníbal Fernández es de los funcionarios más vivos del gobierno, aunque es propenso a irse de boca con facilidad. Lo que pareció no entender es algo que —a esta altura—,no se le escapa a nadie: los muertos generados por la inseguridad son cosa de todos los días, y él es uno de los responsables principales del problema. Como quiera que sea, cualquier líder del arco opositor querría tener adversarios como los Fernández. Son los mejores jefes de campaña que uno podría imaginar por los goles en contra que hacen.

Si los únicos candidatos potables que salen a la palestra —descartados el presidente, la vicepresidente y el ministro de Economía, que ya se bajaron aunque no terminen de expresarlo con todas las letras— son Daniel Scioli y Wado de Pedro, es evidente que el Frente de Todos, o lo que queda del mismo, se halla en la peor de las situaciones. El actual embajador en Brasil arrastra una historia de servilismo que es difícil de disimular. Así como no se vuelve del ridículo, es tarea imposible presentarse ante la sociedad dando por olvidada la obsecuencia respecto del matrimonio Kirchner, que no se cansó de humillarlo en público durante años. En lo que hace al ministro del Interior, el poco conocimiento que acredita en las encuestas de opinión, unido a su pobre oratoria, le juegan en contra. Un rey absoluto o constitucional puede ser tartamudo. Un presidenciable en una sociedad de masas, con tal incidencia mediática como la nuestra, si lo fuese daría a sus competidores una ventaja descomunal.

El berenjenal en el que está Juntos por el Cambio, por obra y gracia de las disputas que cruzan en diagonal su geografía, no resiste comparación con las arenas movedizas que pisa el gobierno. En este escenario, las desventuras de aquella coalición son un cuento de hadas, comparadas con las del oficialismo. Tal cual lo adelantamos la semana pasada, la sangre no llegó al río luego de la decisión tomada por Horacio Rodríguez Larreta respecto de la forma de votar en la capital federal. La interna está al rojo vivo pero entre ellos no hay enemigos acérrimos sino adversarios serios. Con todo, el peligro que enfrenta Juntos por elCambio proviene menos de una milagrosa remontada electoral del kirchnerismo que de una fuga de voluntades que marchen en pos de la variante libertaria, acaudillada por Milei.

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Cualquiera puede darse cuenta de que el outsider que despotrica contra la casta hoy ocupa el centro del ring. Aun a riesgo de incurrir en un exceso analítico, su parábola política es en parte semejante a la de Donald Trump y a la de Jair Bolsonaro. A ninguno de estos dos los medios de comunicación los tomaron demasiado en serio al momento en que comenzaron a desarrollarse, en los Estados Unidos y en el Brasil, las campañas electorales previas a los comicios presidenciales de uno y otro país. En un principio eran personajes estrambóticos a los cuales el establishment mediático y los factores de poder más importantes maltrataban o minimizaban. A medida que fue transcurriendo el tiempo, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. El elemento común de ambos es que se situaron en la parte más visible del escenario y no lo abandonaron hasta el final de la contienda.

Javier Milei es el candidato sobre el cual se tejen las mayores especulaciones de cara a los comicios por venir. De ser un Don Nadie hace dos años, ahora ya no parece el tercero en discordia, en condiciones de hacer una buena elección y nada más. Se ha metido en la pelea grande y aspira a tener un lugar en la segunda vuelta. Lo que pocos meses atrás hubiera sonado ridículo, a esta altura ha pasado de lo posible a lo probable. No hay periodista que no lo invite a hablar por radio o por televisión. No hay encuesta que no registre su incesante avance a nivel nacional. No hay adversario o enemigo —Alberto Fernández, Elisa Carrió, Gerardo Morales, Agustín Rossi, Martín Tetaz y tantos otros— que no lo agravie o discuta con él. Es un fenómeno que nadie vio venir. Faltando cuatro meses para las internas obligatorias y seis para las generales del mes de octubre, salvo que cometa un error garrafal es el único de los presidenciables que todavía tiene un campo grande para crecer.