Vie. Abr 26th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Casa en penumbra – Por Cecilia Fernández Taladriz y Daniel Birrell

Dejas atrás el frío y el viento que nos interpela y fustiga en estas latitudes. Todos creen que este es tu refugio, el lugar del mundo en que puedes recobrar la fuerza y energía que necesitas, que ellos demandan de ti. Como de costumbre, al abrir la puerta sientes el golpe de calor que emana de esta casa siempre preparada para tu regreso. Calor de hogar, dices con un dejo amargo en la voz.

Dejas tu cartera y cuelgas tu exquisito tapado de alpaca y cashmere en el guardarropa del recibidor. Remplazas tus zapatos de cuello de potro por tus cómodos botines de piel de cordero. Abres la puerta vidriada y te observas por un momento en el antiguo espejo que nos devuelve una imagen velada de tu rostro. Reacomodas los tulipanes amarillos que, depositados en el cloisonne, señalan la inminencia de tu llegada. Dejando atrás el hall te detienes en el bar, que integrado en un ancho pasillo constituye una antesala del estar. Tomas un vaso de cristal y lo observas cuidadosamente contra el foco de luz ―nos deslumbra por un momento la sobria belleza de la talla. Depositándolo sobre la barra, te sirves dos dedos de un Single Malt ahumado. Se trata de un destilado que encargas a Maribel, tu asistente. Convengamos en que resulta un gusto un tanto extravagante en esta Patagonia, donde hace tiempo dejamos de rendir tributo a los antiguos patrones anglosajones.

Atraviesas ahora el estar, dominado por su amplio ventanal y esa vista increíble sobre la estepa y la represa que lleva su nombre. Mientras caminas, las luces se encienden en forma automática opacando el brillo de la luna sobre las aguas en calma; avanzas deslizando tu mano por algún mueble timbrado, reiterando así el gesto destinado a un visitante imaginario y que intenta expresar un dominio que estás lejos de sentir.

El decorador creó una atmósfera más sofisticada de lo que te hubiera gustado. En realidad tu opinión nunca fue considerada a la hora de seleccionar los objetos. Los espacios públicos de esta casa y especialmente el estar, son el escenario donde él tejió y luego desplegó su inmenso poder. No es un hogar, un proyecto en común. Es un instrumento que expresa con claridad quién fue su dueño y cuán lejos llegó en la concreción de sus ambiciones. Ahora, sin visitantes y con el servicio reducido al mínimo indispensable, te da por pensar que es más bien una de esas casas-museo que no se tocan ni habitan por haber pertenecido a algún prócer. Sin embargo, una vez más estás aquí.

Te detienes frente al escritorio Biedermeier que enfrenta el ventanal. Compruebas con desazón que sobre la cubierta, como siempre inserto en una carpeta con el sello de la presidencia, Maribel ha dejado para ti otro de esos papeles amarillos con el discurso que debes dar mañana. Aunque últimamente improvisas, quedándote solo con la idea fuerza y con alguna figura retórica del texto preparado, te prometes leerlo antes de dormir.  Te basta el título para imaginar el contenido. Energía para un país en marcha, lees. Sorbes tu destilado favorito y sonríes. Tu energía vespertina proviene de Escocia, así como el exitoso slogan de campaña “it’s Scottland’s oil” se ha vuelto una instantánea fuente de inspiración para tu relato.

Caminas con desgano, pareciera que estás siendo arrastrada por la marea. Levantas ligeramente la mano, como si desearas que el salón se prolongara en forma indefinida mientras permaneces inmóvil al final de tu recorrido. Respiras hondo antes de deslizar las puertas correderas del escritorio donde siempre te espera él. Lo imaginas como de costumbre sentado en una de las butacas que flanquean la chimenea apagada. La llama es puramente ornamental, un artefacto a gas que, imitando la incandescencia de las brasas, solo se enciende cuando se trata de crear el ambiente para una conversación íntima. Pones tu mano en la cerradura de bronce y juegas con la idea de ignorarlo, de dar media vuelta y subir al estar del segundo piso, a tu territorio. Te resulta insoportable imaginar que de alguna manera se las podría arreglar para seguirte. A pesar de que nunca te sientes del todo libre bajo el mismo techo, al menos no esperas verlo fuera de su escritorio.

Deslizas la puerta y de inmediato en la penumbra percibes su respiración acechante, su mirada escudriñadora. Sabes que no puede ver tu rostro a contraluz, pero sientes un escalofrío al pensar que nada escapa a su escrutinio. Sería ridículo que él siguiera demandando tu fidelidad, especialmente porque la relación que mantuvo con Maribel es cosa sabida por todos. Levantas la vista para observar el retrato que te hicieron cuando aún mandaba él, y que preside sobre la chimenea. Inmersa como estás en ese río de actividades que ellos programan con ayuda de tu asistente, esta idea ―que resultaría absurda durante el día― a esta hora adquiere cierta entidad. Te preguntas si eres la única en percibir cómo la mirada despreocupada de la mujer del retrato se ha vuelto más dura, más temible. Te acomoda y agradeces la penumbra permanente que vela los detalles del óleo, las líneas de expresión en tu rostro que se asoman bajo el maquillaje, evidenciando la tensión y el estrés. Te has asegurado que nadie, bajo ninguna circunstancia, pueda entrar en esta sala durante el día.

Maribel se ha quedado contigo. De todo el equipo que él formó, ella es quien representa la continuidad con sus tiempos. Si la hubieses despedido antes de que el amorío se filtrara a la prensa nada habría pasado, pero ahora es demasiado tarde y forma parte de un ajedrez más complejo. Debes conservarla para acallar las voces, para dejar claro que no son más que rumores, que tu relación con tu marido y su memoria no se ve afectada por lo que pueda publicar algún medio mal intencionado. Es curioso cómo funciona el poder, cómo otorga y restringe grados de libertad dependiendo de la materia que se trate.

¿Acaso piensas que eres tú quien finalmente impone los términos, quien decide aquellos que permanecen y los que deben salir? Ya en el umbral de su refugio es menos probable que puedas engañarte. Maribel es un arma que aun puedes esgrimir si tuvieras que asumir el rol de cónyuge engañada. Si ella permanece, si ella sigue formando parte de tu núcleo íntimo, entonces aquellos que se van o que has apartado pueden ser percibidos como autores de sus propios errores.  Mientras Maribel siga manejando tu agenda nadie podrá reprocharte que actúas por venganza, y mucho menos que estás destruyendo el equipo que él formó y que te entregó como una maquinaria bien aceitada. Desde que todo se hizo público, Maribel se volvió un rehén que te dio un nuevo aire frente a su estrecho escrutinio. Eso, aparentemente, es un pagaré sin fecha de vencimiento que guardas celosamente para presentarlo al cobro en caso de necesidad.

Desde el accidente nunca se pone de pie para recibirte, aunque nadie dijo que la parálisis sería completa ni permanente. No acaricia tu pelo como solía ni hace amago de besarte. Te resulta cómoda su pasividad porque así puedes marcar territorio. Tampoco tienes la menor intención de besarlo, de romper el hielo, de declarar una tregua. ¿Cómo podrías, si él jamás reconocerá su relación con Maribel? Dueña de tus gestos y de tu silencio esperas dejar claro que eres tú quien sostiene las riendas, quien debe desempeñar el papel que él mismo te impuso por necesidad.

“Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”, recuerdas que dijo la primera vez que te comunicó su idea. Ponerte al frente de todo como una estrategia para consolidar su poder, dejándole así el margen que necesitaba para actuar desde la retaguardia. Ese era su plan, que funcionó hasta el día del accidente. Cuando lo conversó contigo te debe haber parecido brillante ―desde luego, no hubo voces disidentes en su círculo cercano. Más tarde, cuando se hizo público, el ruido que hicieron sus adversarios políticos no hizo más que confirmar el acierto de la idea.

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Mirado en retrospectiva, posiblemente su plan fue una consecuencia impensada de su meteórica trayectoria. Alcanzar la cúspide tan pronto no le permitió cubrir bien las bases, cuidar el tejido fino de la estructura que da soporte al edificio. Por entonces debe haber cristalizado la idea de dejarte tomar la presidencia por un período, y de esta manera liberar sus manos para volver sobre sus pasos, asegurando así el sistema de lealtades y la compleja malla de sociedades con que controla sus intereses empresariales. Su genio consistió en definir bien el objetivo y los medios, y jamás confundirlos en el camino. Eso ―hasta donde he podido indagar― no lo niega nadie que lo hubiese tratado de cerca. El poder, por más atractivo que resultara, fue el medio que utilizó para consolidar una estructura empresarial y desligarse, llegado el momento, de los caprichosos avatares políticos.

Honestamente, tus observadores no podemos corroborar cuál fue su objetivo, ni siquiera si tú nos respondieras con sinceridad a nuestra pregunta hipotética. Tal vez estás también atrapada en nuestra duda razonable. Pero no somos tan ingenuos, no esperamos que nos relates tu propia versión.

Te tomó algún tiempo caer en la cuenta que su plan no era perfecto y presentaba una fisura. Tu rol siempre estuvo bien perfilado, pauteado hasta en el detalle más nimio. El suyo, por la lógica interna de su propósito, se volvió progresivamente ambiguo. Fue así que pasaste de acompañante, de esposa entusiasta y colaboradora leal, a cabeza del proyecto. Sin embargo él, al pasar a un segundo plano, no se molestó en definir un rol creíble que resultara suficiente para cubrir las apariencias. Dejando así pie para sospechar que él sería, en definitiva y por encima de los cargos, quien seguiría detentando el poder.

Conociéndote de lejos, como te conocemos casi todos, estoy seguro de que esto jamás se lo has dicho. La espina que te incomodó desde el inicio fue aceptar ser usada, tomar la presidencia y aparentar plena conformidad con un rol protagónico, pero subordinado a cierto nivel de decisiones y de contrapartes. Las cosas importantes, sobraba decirlo, las seguiría resolviendo él. Al menos nosotros, los que votamos, lo pensamos así no sin cierto alivio, debo decirlo aunque te pueda doler. ¿Pensaste que cuando llegase tu oportunidad demostrarías que puedes superarlo en su propio juego? Este pensamiento, desde que lo concebiste, quedó reservado a tu almohada.

A ti nadie te consultó por tus motivaciones y esto ―¿aún lo crees así?― resultó una enorme ventaja. El se escondió tras bambalinas, dejándote todo el escenario, mientras tú ocultaste tus aspiraciones. Juegas aún con la ventaja de no poder ser acusada de deslealtad porque nunca pediste ocupar este cargo ni le hiciste sombra durante su mandato.

Es dudoso que algún día puedas o quieras responderme. Lo tuyo es una trampa de silencios que se evidencia aquí, donde nacen y mueren tus discursos grandilocuentes. El patrimonio generado por sus intereses empresariales debe ser muy atractivo y motivante, pero dime, ¿hay algo comparable a dejar una huella, a ser recordada por todos quienes te hemos apoyado? Basta observarte. Con tu lenguaje villero arrancas el aplauso, el calor, el clamor y devoción de esos rostros jóvenes que te acompañan en todas tus apariciones. Conquistar personas con tu discurso, que va ganando en independencia y espontaneidad. ¿Qué se puede comparar a eso? Es la única medicina que calma el dolor de tu desengaño, es la bofetada que devuelves a todos quienes pensaron que serías un títere. Pero especialmente es tu forma de darle a entender a él, sin necesidad de palabras, que ya no hay vuelta atrás.

Lo que para él fue un medio, y por tanto algo que requiere un uso cuidadoso, se ha vuelto tu verdadero objetivo. Si pudiera hablar contigo cara a cara, te diría que ese es tu talón de Aquiles. Darías cualquier cosa por conservar el poder, pero eso es algo que difícilmente depende de ti. Comprar un tiempo más en el escenario y permanecer como centro de los flashes y de los medios. Las empresas, ¿así piensas?, se cuidan solas y seguirán estando, esperándote, cuando en un futuro lejano decidas apagar las luces a voluntad. Resulta evidente que él ya no podrá hacerse cargo de proteger el delicado equilibrio del tinglado empresarial. Seguramente has terminado por pensar que tanto cuidado denotaba un asomo de codicia ―nunca habías sabido de alguien que coleccionara cajas de fondos. Nosotros tampoco. Te sientes libre de su apego al dinero, y me pregunto si no será porque no tuviste que luchar como él lo hizo para amasarlo.

Se ha instalado en ti la duda que te corroe y que a veces te lleva a sospechar que él no es más que aire, un recuerdo que aun te domina. A pesar de la penumbra está ahí sentado, porfiando con su destino. Te aferras a la idea de que lo que ves es la ruina de lo que él fue, pero ruina de carne y hueso. Así, impedido de caminar y aislado de los hilos de su imperio, está a tu merced, eres su único contacto con el mundo. Algo de lo que puedes disponer y que no debería producirte ningún temor. ¡Qué manera de invertirse los papeles! Pero, ¿y si en realidad fuera un espectro, un producto de tu imaginación? ¿Seguiría sentado en el mismo lugar, o te acompañaría a donde vayas?

Te indignas nuevamente porque una vez aquí, de pie en el umbral, la lógica que te llevó a deslizar la puerta corredera se desvirtúa y pierdes el deseo de iniciar una nueva conversación. Dime por favor, si no es así como pienso, a qué se debe tanta vacilación de tu parte. ¿Cuál es el más descabellado de los escenarios que se cruzan en tu cabeza? Reconozco que es una pregunta retórica, porque te diré mi respuesta tal como yo la veo.

A pesar de todo debes acompañarlo, ser fiel a una cita con la nada, porque la alternativa de que él comience a visitarte en tu mundo, en su mundo de poder y de dinero, te resulta aterradora. Te dices con ira que estás actuando como cuando eras una niña y temías la oscuridad, y repites para calmar tus temores que este pensamiento no responde a la lógica implacable que acompaña tus jornadas. Yo lo veo distinto. Una cosa es haberlo citado en algún discurso, haber utilizado el recurso retórico de que él te ve y espera coherencia y lealtad. Otra muy distinta es escuchar su respiración y ver lo que queda de él. Sentirte observada por esos ojos que develan tus pensamientos. Condenada como estás a guardar este secreto.

Déjame aconsejarte. Ojalá pudiera, ojalá me escucharas.

Tu carta de triunfo consiste en demostrarle que ya no lo necesitas, que gradualmente debe esfumarse y fundirse con su leyenda. Reducido a la impotencia, él debería agradecer que aún le dediques tiempo y atención. Porque a estas alturas resulta evidente que los escenarios que él tanto estudió han dejado de ser relevantes. Desde hace tiempo eres tú quien debe entregar los datos del problema, dibujar el escenario y las hipótesis más plausibles. Y las personas que él tan bien supo alinear tras sus intereses siguen ahí, pero con deseos cada vez menos disimulados de abandonar el barco. Este es tal vez el flanco más débil de su legendario estilo. No necesitas explicarle que gradualmente todos irán saliendo de escena y que algún nuevo Bruto buscará arrebatarte el poder. Es necesario entonces que las nuevas alianzas se formen con quien tú decidas. A diferencia de él, tú no crees en alianzas estables, en amistades que se forjan al alero del poder y que se alimentan con dinero. Solo crees en ti y en consolidar a los tuyos, especialmente a tu hijo, a quien él jamás consideró apto para desempeñar un papel relevante. Eres por eso más temible, o al menos eso pareces creer. No te faltan razones; coincido contigo en que es mejor ser temida a ser comparsa de una amistad o lealtad sin fundamento.

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Ahí está él esperando algo inmediato, un resumen ejecutivo de lo que importa, cargado de noticias positivas. Ay de ti cuando portabas malas nuevas. ¿Intereses comunes? Ya no sabes si esto es una empresa común o enteramente tuya, o más bien la respuesta depende de quién haya formulado la pregunta. A pesar de que todo se repite no puedes evitar un ligero escalofrío. Tal vez la ausencia de un elemento nuevo e imprevisto es lo que más te inquieta, es lo que te hace pensar que sigues atada a un espectro.

Aguardas en silencio a que él hable. Tu vida, tan intensa y expuesta, tan supuestamente importante, pierde sustancia como la neblina del amanecer. Lo que me resulta evidente no puedo decírtelo a la cara, no puedo susurrarlo en tu oído. Al traspasar el umbral vuelve con fuerza una convicción que te corroe, una certeza a la que no quieres darle una voz que pudiera invadir tu conciencia. Tal vez algún día te lo podré decir, pero para ese entonces sonreirás porque ya no tendrá ―eso espero― la menor importancia.

Solo su voz te vuelve persona, solo él te devuelve la certeza de estar viva. Estás atada al susurro agudo y demandante que emerge de su garganta. Por mucho que quisieras subir al segundo piso ignorando su presencia, es imperativo escuchar su voz para que todo lo tuyo se vuelva real, para que nuevamente cobre entidad todo el afán y la lucha que debes sostener. Especialmente ahora, cuando comienzas a experimentar la soledad que acompaña el ejercicio del poder en el ocaso. También el abandono de quienes aun te acompañamos en tu atardecer.

Derrotarlo, reducirlo al silencio y la inoperancia. Eso es lo que te devuelve las energías, lo que constituye la motivación que ―luego de tus depresiones y ausencias recurrentes― te lleva con renovado brío a buscar el clamor de tus menguadas multitudes. Así me parecen a mí cuando te veo en televisión, no te enojes conmigo. A desprenderte de aquellos que, casi siempre sin palabras, te reprochan el haberte apartado de sus políticas y alianzas. A poner a tu hijo a la cabeza de las empresas, ¿a quién se le puede ocurrir esta barbaridad? Esto último es una observación mía, una pregunta que me hago. ¿No será que estás buscando que todo estalle por los aires? Destruir su imperio, eso sí que le dolería, eso sí que lo dejaría finalmente sumido en el silencio de quien no tiene nada más que agregar.

¿Has pensado, se te ha ocurrido pensar que esas multitudes leales son un producto de tu imaginación? ¿Que lo verdaderamente importante, lo que tiene alguna entidad y significado, se encuentra encerrado en esta habitación? No son las aclamaciones de la gente las que te permitirán liberarte, encontrar tu centro y tu verdad. Es triste pensar que eres la única que no sabe que son multitudes de mentira, que son una mise-en-scène pagada por los jefes de Maribel.

Aunque yo lo dudo, creo que eres demasiado aguda para ignorarlo.

Te veo, pero a él no lo escucho ni lo alcanzo a ver en la penumbra de su escritorio. Me importas tú. Te he observado cuidadosamente desde que abriste la puerta de esta casa solitaria. Algo me ha conmovido en tu figura, en tu andar dubitativo, en la falta de respuesta a tu voz y en la completa ausencia de otro ser humano. Se me ocurre una locura. Tal vez cuando todo termine puedas encontrar un motivo para vivir que no dependa ya de su recuerdo, de su voz demandante; un futuro que no esté atado a la volubilidad de tu popularidad. Podrías cuidar lo que aun quede de él, y eso sería una señal de liberación. Si finalmente todo colapsara, tal vez lograrías ser libre.

Luego de releerlo por enésima vez acuerdan que no hay más tiempo para seguir discutiendo el texto. Miran por última vez el video suministrado por el profesor guía. Se trata de una grabación que parece proceder de las cámaras de seguridad de una propiedad con vista a un lago o represa. El video es muy sencillo en su estructura y dura algo más de cinco minutos. En éste una mujer ingresa a una casa de calidad, y luego de ponerse cómoda y servirse un trago recorre una sala de estar amplia y bien amoblada. En un momento dado una de las cámaras, antes de encenderse una luz, entrega fugazmente una vista del exterior. Ella se acerca a un escritorio y de una carpeta con membrete extrae un papel de color amarillo que ojea brevemente. Sigue caminando y por último se detiene frente a una puerta corredera. Luego de alguna vacilación la desliza lentamente. La imagen aquí es borrosa. Se alcanza a distinguir una estancia en penumbra y lo que podría ser una figura humana sentada en una berger al lado de una chimenea.  El silencio de las imágenes se interrumpe en dos ocasiones. Se escucha una voz al inicio, cuando ella abre la puerta, algo que musita y no se termina de entender. Justo al final una voz masculina y aguda dice con relativa claridad: “Morocha, ¿cómo andás?”.

Es tarde. Juan Cruz abre su notebook para enviar por mail en formato Word el texto de tres mil palabras que debe acompañar al vídeo que sirvió como base para el ensayo final del curso. Martín vuelve a quejarse de que será muy difícil que lo vuelvan a llamar para participar en alguna de las manifestaciones espontáneas. Es evidente que le venían bien esos pesos extra, pero ahora cuenta con la disculpa perfecta para no hacer la pancarta que le solicitaron. Algo relacionado con un yacimiento en disputa. Prefiere no pensar más en donde puede haber extraviado el papel con el texto. Está además esperando la respuesta a una entrevista de trabajo. Si todo sale bien, a partir de la semana siguiente estará trabajando a tiempo parcial para un medio opositor. No lo ha comentado en el grupo porque el trabajo escasea y porque aún no es seguro que lo contraten a él.

Juan Cruz le pide a Victoria, la más prolija entre ellos, que redacte la carátula del trabajo tal como se pide en la pauta. Todos saben que el profesor es puntilloso.

Audio en off para video “Casa en penumbra.”

Curso: “Documentales y guiones.”

Facultad de Periodismo (UBA)

Julio de 2014.

Otras referencias:

“Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando” – lema del escudo de los reyes católicos, quienes consolidaron la unión de Castilla y Aragón sentando así la base de España como nación.

“It’s Scottland’s oil” – slogan utilizado por el Partido Nacional Esconcés, usado para promover la independencia del Reino Unido.

Fuente: http://fernandezcecilia.wordpress.com/