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Y Nisman declaró, está declarando… – Por Gabriela Pousa

No es un análisis político, es apenas una reflexión que intenta explicar la conmoción que dejó un eco demasiado fuerte: “A Nisman lo mataron”. Creer o no.

En un país donde todo es ruido, donde la palabra perdió valor y aún así se la sigue manoseando, el silencio está dando cátedra y nos enseña a escucharlo.  El 18F, ese silencio elocuente de miles de personas en la calle sin importar la lluvia torrencial, dijo mucho más de todo cuanto se esbozaa previamente, en torno a la muerte del fiscal. 

Luego, a través de la pericia de un profesional indiscutido, que hizo hablar a más de 20 mil cadáveres, el cuerpo ya sepultado empezó a contar con más rigor científico cómo pasó a la inmortalidad. El doctor Raffo fue un medio, no un fin.

Si comparamos estos silencios con las casi cuatro horas de oratoria de la jefe de Estado el 1ro. de marzo pasado, no es difícil darse cuenta donde hubo más consistencia. Las palabras ayudan pero no siempre salvan. Hay silencios sagrados como los de un templo donde se puede oír y escuchar lo esencial. Y hay explicaciones a viva voz, con gritos y acentos desparramados que no permiten interiorizarnos acerca de lo que se está discurseando.

De ese modo, puede entenderse por qué la “declaración” de Alberto Nisman suena tan fuerte y deja rastro, aún cuando no ha tenido lugar en el Congreso Nacional como era lo esperado, ni haya culminado. Una bala pudo sacarlo del escenario pero no pudo callarlo. Hoy, es su voz la que más retumba en los tribunales, en los despachos de Balcarce 50, y en los ciudadanos sin importar a quien votarán o han votado.

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En la dirigencia hay muestras concretas de sorderas voluntarias, por conveniencia claro. A veces oír implica actuar, y la disposición a hacerlo no está, como no estuvo durante mucho tiempo en la sociedad.

Escuchábamos horas de discursos pomposos, cadenas nacionales, mentiras que desde el vamos reconocíamos como tales, y ahí estábamos: inertes y hastiados. Más ausentes que el fiscal que está declarando aunque se lo haya acallado o pretendido acallar.

Había que madurar un ápice para poder entender el decir ajeno, y el propio silencio. Las palabras devaluadas están siendo reemplazadas por otras formas de expresión tan eficaces como lo es la gramática cuando comulga la forma y el fondo con el significante y el significado.

Esas mismas palabras vaciadas están más calladas que los silencios mancomunados o que aquellos otros que llegan desde lejos susurrándonos el qué, el cómo y el cuándo. Entonces se empieza a tener respuestas, y eso es lo que buscamos. 

Hasta ahora ignoraban las preguntas o se las respondía con relatos emanados de un burdo realismo mágico. Se nos engañó y aceptamos ser engañados. Posiblemente estemos frente a un punto de inflexión. Una bisagra que puede dejarnos una explicación a todo cuanto está pasando. Se verá luego si la explicación satisface, es completa o no. Depende de lo que queramos o sepamos escuchar, y del compromiso con el cual se esté dispuesto a reaccionar.

El maltrato, el grito desaforado para imponer una seudo autoridad que, paradójicamente, se desvanece cuando eso sucede, ya no sirve como herramienta para el mando. Comienza a ser necesario una ampliación de sentidos, un compromiso con manifestaciones que sin hacer ruido, explican y delatan las mentiras y falacias. Las deja al descubierto, nos enseñan a saber distinguir entre lo cierto y lo inventado.

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Hoy sucedió algo de eso. Puede que la presentación de las pericias de la querella, en boca de la jueza Sandra Arroyo Salgado, no se hayan comprendido demasiado, pero la mayoría parece haber escuchado lo que debía ser escuchado: el estruendo de una bala en el cráneo, la sangre formando un lago, la mano extendida, los ojos cerrados, los relojes que marcan diferentes horas porque las agujas se acomodan en función de intereses no de escalas cronológicas. 

De aquí en más, podrá dársenos partes completos, sustantivos agudos, adverbios a libre arbitrio pero dudo que en ellos reconozcamos algo de lo que ha pasado. Hay que decantar, tamizar lo que dicen y callan de uno y otro lado. Estamos empezando a ver y mirar, a oír y escuchar más allá de lo que nos vendieron durante doce años como “la verdad” o lo “revelado”. 

Es un buen paso. Un comienzo. Quizás debamos todavía silenciar debates estériles y ensordecer con recitados adornados que intentan agradarnos. A fin de cuentas, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga…

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