Mar. Mar 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Ni vacas sagradas ni mercaderes cobardes. Por Antonio Caponnetto

Cuando un hecho político alcanza relieves burdísimos y se exhibe con una impudicia tan tosca cuanto palurda, resulta difícil –por lo obvio- ensayar algún comentario. El deber de simples cronistas nos impele a registrarlo, pero la fatiga moral del módico ciudadano se resiste a abundar en detalles.

     Ese hecho grotesco al que estamos aludiendo ha tenido como figura central a la becerra destartalada que responde al nombre de Hebe de Bonafini. Es innecesario abundar en tecnicismos o reconstruir los aspectos jurídicos de lo sucedido. El país entero sabe que esta mujer –parida en los sumideros del resentimiento marxista- está acusada con suficientes fundamentos de actos de defraudación y latrocinio; por decir lo menos. Pero que no sólo puede hacer alarde de su impunidad sin restricciones, sino burlarse durante largas jornadas de todas las instancias institucionales que rigen para cualquier habitante en sus mismas condiciones delictivas.

     Y sabe el país entero, asimismo, que para ejecutar tan osado sainete, cuenta con el respaldo, por acción u omisión, de aquellos que supuestamente deberían llevarla hasta las puertas mismas de la cárcel. Todos son cómplices de esta escandalosa lenidad. Desde Bergoglio que le tiende su mano con sobreactuada complacencia –esa misma mano, ¡ay!, negada a los guerreros cautivos o a los católicos cabales- hasta Mauricio Macri que, como buen budista, admite que las vacas son sagradas, e incluso, para la fiesta de Gopastami, sabe que se las baña, decora y venera de un modo especial. Se puede conculcar la justicia, pero no las ofrendas debidas al krishna democrático.

     Quedará para mejores analistas determinar cómo un adefesio de visibles contornos rapiñeros se ha convertido en sacra res, a la que no sólo no se puede perturbar en su calamitoso pastoreo, sino  que hay que agradecerle cada vez que se le ocurre ciscarse y berrear en público. Es una historia larga que venimos denunciando desde hace cuatro décadas, y que no exime de culpas a quienes debiendo comportarse como fusileros públicos de los terroristas optaron por trocarse en desaparecedores clandestinos. Como tampoco exime de culpas a la gentuza de toda índole que cree que detrás de cada desaparecido hay necesariamente un inocente, un héroe glorificable, un joven maravilloso y una cifra inventada.

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     En cuanto a los hombres decentes que con razón se escandalizan ante tan sucio favoritismo, les recomendamos dos reflexiones, hijas ambas del sentido común. La primera, que no se puede levantar estatuas a las causas y cadalsos a las consecuencias. Si se han erigido miles de efigies al derechohumanismo guerrillero, no puede pretenderse ahora que esos monumentos indignos no nos aplasten con el peso de su ruindad. La segunda reflexión es para que se tome conciencia, una vez más, de la mentira ingénita de este sistema político, que adopta una actitud hímnica ante la noble igualdad, cuando en la práctica hay unos iguales que de tan distintos, a causa de sus privilegios, pueden reírse en la cara del resto de los mortales.

     Reconozcamos; eso sí, que la vaca sagrada tiene su épica. De establo, boyeriza y cochiquera; pero la necesaria para enfervorizar a sus adeptos, sean kirchneristas o de otras ramas de la zoología. Enfrente, en cambio,la épica oficial levanta los pendones del ahorro del gas y de energía, porque según la lógica de estos mercaderes infames, una nación se desarrolla, no en la línea que le trazan sus paladines santos o heroicos, sino los organigramas de la Shell y de Edesur.

     No se combate a las reses rencorosas y cornudas con los mugidos de los cobardes. Se necesita el cayado señorial y justiciero de un pastor con porte regio, como decía Agustín de Foxá. Ni se combate a los cartagineses y a los fenicios con pokemones democráticos, sino con soldados de estirpe romana y corazón de cruzados. Quede predicada esta doble necesidad que nos impetra desde el fondo mismo de nuestro ser cristiano. El resto lo decide Dios, Señor de la Historia. (Revista Cabildo)

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