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Una huelga sistémica. Por Juan Manuel de Prada

Salvo los pánfilos y los lacayos ahítos de alfalfa sistémica, todos sabemos (aunque finjamos no saberlo, para evitar la estigmatización) que la huelga de la semana pasada fue una tramoya, un aspaviento, un paripé, un MacGuffin hitchcockiano; lo que ustedes quieran, pero en ningún caso una huelga.

Para comprobarlo no hay sino que leer el manifiesto que la convocaba, en el que se ensartaba un batiburrillo de reivindicaciones heteróclitas: desde aborto a granel hasta una “escuela con perspectiva de género”, pasando por medidas contra el cambio climático. A nadie que no haya dimitido de la razón se le escapa que la mayoría de esas reivindicaciones (que no entraremos a valorar) no son de índole laboral. Sin embargo, teníamos entendido que la huelga es un instrumento legítimo de los trabajadores para la defensa de sus derechos laborales. A pesar de perseguir otros propósitos, la “huelga feminista” fue aprobada por la autoridad competente; y la patronal, entretanto, no hizo ni siquiera amago de rechistar. ¡Qué huelga tan chocante, jolines! Luego sabríamos que la huelga no cumplió ni de lejos el objetivo primordial de toda huelga digna de tal nombre, que es la paralización de la actividad económica. No hay más que consultar los datos de consumo eléctrico de aquella jornada para descubrir que todo fue un postureo pactado. Pero, ¿por quiénes? Aquí radica el auténtico busilis del enigma. Cuando algo nos resulta misterioso hay que preguntarse siempre: «Cui prodest?»

Una huelga que a los empresarios les parece de perlas es una huelga muy chocante. Si, además, comprobamos que es una huelga apoyada desde ámbitos palaciegos con cancelaciones de agendas, secundada por estrellitas televisivas con los riñones forrados de sicavs y el rostro momificado por el bótox, jaleada por los medios de adoctrinamiento de masas que más han aplaudido el ensañamiento contra los trabajadores (desde las reconversiones industriales a la “flexibilización” del mercado laboral)… hemos de concluir que se trata de una huelga más rara que un ornitorrinco albino y con cuernos de cabra. Yo nunca he visto a los amos del cotarro apoyando a los trabajadores en su lucha por los derechos laborales; nunca he visto a los amos del cotarro batallando contra los contratos basura, contra los salarios ínfimos, contra los despidos salvajes, contra el deterioro de los servicios públicos, contra las pensiones famélicas… porque nadie tira piedras contra su tejado chapado en oro. Luego si los amos del cotarro apoyaron histriónicamente esta huelga es porque consideraron que sus reivindicaciones no afectaban a sus intereses (o que los afectaban para beneficiarlos). Por eso se esforzaron en inducir el apoyo de la cínicamente llamada “opinión pública”.

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Los amos del cotarro apoyaron esta huelga porque reconocieron en ella un instrumento idóneo para fomentar el estilo de vida que interesa al Dinero (mujeres que renuncian a la maternidad, hombres a la vez sumisos y egoístas, guerra de sexos, familias hechas añicos) y a la vez para desactivar las reivindicaciones laborales auténticamente peligrosas. El 8-M propiciará, desde luego, muchos cambios: habrá más mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, habrá más diputadas y ministras y «portavozas» dispuestas a acatar los mandatos del Dinero, habrá más farfolla de género subvencionada en las universidades, habrá más dinero para lobis feministas. Y habrá más contratos basura, más salarios ínfimos, más despidos salvajes, más pensiones famélicas para las mujeres trabajadoras, exactamente igual que para sus compañeros masculinos. Así, al menos, nadie podrá quejarse de la brecha salarial.

(ABC, 12 de marzo de 2018)