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Una elección presidencial llena de situaciones inéditas – Por Carlos Tórtora

A poco menos de un mes de la primera vuelta, no sólo el panorama electoral sino el conjunto de la realidad política y económica muestra características inéditas desde el retorno de la democracia en 1983. Para empezar, está vulnerada la base del sistema electoral, que es la confianza pública en el mismo. El escándalo judicial por la elección provincial tucumana, apenas el más grave de una serie de episodios ocurridos en Santa Fe, Buenos Aires y otros distritos, ha instalado que la primera vuelta, y eventualmente el ballotage, pueden ser el escenario de una maniobra fraudulenta de gran alcance. El hecho de que la Cámara Nacional Electoral haya dictado esta semana una acordada conteniendo 30 medidas excepcionales de control indica que el funcionamiento del sistema se encuentra en estado de emergencia.

En segundo lugar, es bastante probable que, por primera vez en la historia, haya ballotage, lo que creará un escenario de negociaciones y compromisos cuyos efectos son imprevisibles.

Tercero, la presidente no aprecia ni confía en el candidato a presidente que ella misma designó a dedo. En esto no hay excepcionalidad sino más bien una constante histórica. Ricardo Alfonsín detestaba a Eduardo Angeloz y no hay dudas de que no sufrió demasiado cuando Carlos Menem ganó las presidenciales del ‘89. A su vez, éste sin duda festejó que su sucesor fuera el opositor Fernando de la Rúa y no el candidato de su partido, Eduardo Duhalde. El primero representaba la continuidad de la convertibilidad y el segundo su rechazo.

Sí es inédito que a esta altura la elección de octubre no muestre señales claras de polarización entre las dos primeras minorías, el Frente para la Victoria y CAMBIEMOS. La subsistencia de UNA con alrededor de 20 puntos introduce un factor de incertidumbre cada vez mayor. A primera vista, todo indica que la mayor parte de los votantes de Massa, por ser peronistas, se inclinarían en un ballotage por Scioli, pero esto no está de ningún modo asegurado.

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Otra característica insólita de este proceso electoral es que el candidato con más chances de ganar, Daniel Scioli, es interpretado por la opinión pública y los mercados como el hombre que hará exactamente lo contrario de lo que hoy dice. O sea que el verdadero Scioli, que aparecería en el momento de ganar la elección, dejaría de alabar la actual política económica y felicitar a La Cámpora, para introducir cambios profundos en el rumbo económico, disponiendo además la limpieza de la estructura del Estado de miles de funcionarios camporistas. En síntesis, que casi todos esperan que Scioli sea el liquidador del kirchnerismo. Esto lleva a una pregunta obvia. ¿Puede que no lo sea o que intente navegar entre dos aguas?

Una herencia que no se conoce

La lista de factores insólitos de esta elección incluye el hecho de que la oposición, en ninguna de sus expresiones, haya blanqueado ante el electorado cuál es la verdadera situación económica del país. Los candidatos opositores rebosan optimismo y hablan de un shock de confianza inmediato. Pero los economistas independientes son mucho menos optimistas y sostienen que el próximo gobierno, con cualquier presidente, atravesará sus dos primeros años con un panorama bastante angustioso.

Otro tema que va y viene en medio de la más absoluta incertidumbre es si, en caso de que haya un gobierno opositor, la justicia contará con todo el respaldo político necesario para investigar la corrupción de la década K. Ni Massa ni Macri son explícitos en esta materia.

Por último, aunque hay otras situaciones que podrían considerarse inéditas, está el hecho de que, gane quien gane, no se repetirá la situación habitual en las elecciones presidenciales. Tradicionalmente -así ocurrió con Alfonsín, Menem y De la Rúa- el ganador tuvo una diferencia importante con respecto al segundo. En este caso, ya se sabe que la diferencia será escasa, o sea que el país quedará políticamente partido en dos mitades. La excepción a estos antecedentes fue justamente Néstor Kirchner, que llegó al poder con el 22 por ciento de los votos y gracias a que Menem renunció a disputar la segunda vuelta. Curiosamente, desde este origen sumamente débil, de todos los nombrados, Kirchner fue el que acumuló más poder hasta construir un sistema hiperpresidencialista. Esto indica que el porcentaje obtenido no es tan decisivo como la decisión de acumular poder, lo que dependió obviamente, en el caso de Kirchner, de un ciclo económico excepcional, que le hubiera permitido a cualquiera .

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