Vie. Mar 29th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Un soplo de realidad. Por Santiago González

Soy consciente de que va a parecer una barbaridad pero, por lealtad al lector, no puedo dejar de decir lo que pienso. Cuando leí las primeras crónicas sobre la incursión rusa en Ucrania experimenté una sensación de alivio, como la que se tiene al abrir las ventanas luego de haber permanecido demasiado tiempo en una habitación cerrada. Un bienvenido soplo de realidad en un mundo cada vez más inasible y anómico. Una comprobación reconfortante como la del que toca fondo en el agua, y cobra impulso para volver a emerger a la superficie. Cuando truena el cañón, las mariconadas pusilánimes de la corrección política y las solemnes estupideces de las ideologías se revelan como lo que son: mariconadas y estupideces. Como la voz potente del padre que cancela el alboroto doméstico, sofoca los reclamos cruzados y remite a cada uno a sus deberes, el trueno del cañón impone orden, despeja las confusiones, modera las ambiciones, y obliga también a cada uno a encontrar su lugar en el mundo.

El orden que comienza a perfilarse luego de la invasión de Ucrania muestra un desplazamiento hacia el Este del centro del poder mundial. Frente a Vladimir Putin y Xi Yinping, los líderes occidentales -Biden, Macron, Johnson, Trudeau- exhiben la consistencia de muñequitos de mazapán. Dada su incapacidad de respuesta -política y militar-, los Estados Unidos ya no pueden reclamar el título de superpotencia ni la Unión Europea sostener su pretensión histórica de ponérsele a la par. Y no hay que lamentar esa incapacidad: sus últimas intervenciones -las acciones de la OTAN en Kosovo en 1999 y de los Estados Unidos en Irak en 2003- fueron episodios miserables y vergonzosos, tan plagados de mentiras como ricos en oportunidades de negocios.

NO CREEN EN NADA

Occidente sucumbe porque sus líderes -políticos, económicos, religiosos, artísticos e intelectuales- en realidad no creen en lo que dicen que creen: no creen en la libertad, no creen en la justicia, no creen en Dios, no creen en la belleza ni creen en la verdad.

Huérfano de un liderazgo con fe y convicciones, Occidente ha caído en manos de una plutocracia arrogante, asesina y esclavista, envalentonada por el éxito obtenido con su plandemia y con la vista puesta en la agenda 2030, que ocupa posiciones no con el avance rotundo de tropas y tanques, cosa que inmediatamente llamaría a la resistencia, sino mediante acciones de guerrilla cultural, adormecedoras y persuasivas, intermediadas por una infinidad de ONGs y organismos multilaterales, y libradas por un ejército irregular de políticos, profesores y periodistas, micromilitantes progresistas de diferentes causas.

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Las pretensiones globalistas de esa élite plutocrática, y su intención de convencernos a todos de que la historia marcha hacia la confusión de las sociedades, unificadas en su ausencia de identidad, de valores, de historia, de proyecto, de fe, acaban de topar contra la decisión nacional rusa de proteger sus fronteras.

Tras la implosión de la Unión Soviética, Occidente aprovechó la debilidad moscovita para atraer a sus ex satélites a la esfera de la OTAN. Por razones geopolíticas que ellos deben conocer, los rusos fijaron un límite a esa ambición en las costas del Mar Negro: se apoderaron de Crimea e hicieron saber que nunca aceptarían la inclusión de Ucrania en la OTAN. La respuesta de Occidente fue una provocación constante y caprichosa, y la vista gorda respecto de las refriegas raciales en las regiones ucranias fronterizas y prorrusas que dejaron hasta 15.000 muertos en los últimos ocho años.

Del otro lado de las necesidades defensivas de Rusia están, por supuesto, los intereses nacionales ucranios, aun matizados por las diferencias étnicas y lingüísticas en los distritos contiguos a Rusia. En estas horas, Ucrania está aprendiendo por las malas que más le convenía un buen acuerdo con su poderosa vecina, a la que la unen lazos de todo tipo, que atender a los cantos de sirena de un Occidente sin fe ni valores, que la usó para hostigar a Moscú con fines exclusivamente propagandísticos y que, como era previsible, como hizo siempre, la abandonó a último momento.

«Estamos defendiendo nuestro país solos’‘, se lamentó el presidente Volodímir Zelensky cuando sus pedidos de auxilio sólo recibieron respuestas de compromiso. «Las potencias miran el conflicto desde afuera». Esperaba, o lo indujeron a esperar, otra cosa. Su error le causa al país pérdidas de vidas, pérdidas económicas, pérdidas emocionales.

Y también le causa perjuicios a Rusia, que no va a salir ilesa de una decisión que Putin consideró «inevitable». Seguramente, Moscú sopesó de antemano los riesgos de una operación semejante e hizo lo necesario para amortiguarlos. El acuerdo firmado hace meses con China para venderle gas y petróleo preveía la pérdida punitiva de los mercados europeos como respuesta a una acción en Ucrania.

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Hasta el momento, Rusia condujo militarmente esa acción de manera impecable: rápida, quirúrgica y contundente. Ucrania no tuvo capacidad de reacción. Lecciones sobre el valor de la defensa nacional: una nación no se defiende con discursos, ni repartiendo fusiles a última hora, ni convocando a voluntarios, sino con armas de guerra y con personal capacitado para emplearlas, con poder bélico.

La guerra la libran los contendientes, la paz la sella el vencedor. Una mala paz deja la guerra latente: lo vimos en Versalles. Rusia debe demostrar ahora la misma sabiduría para definir la paz que la que exhibió para conducir la guerra. Su influencia en Ucrania es histórica e innegable. «Los chicos, además de español, hablan ruso y ucraniano, todos son bilingües aquí», le dice a la corresponsal Elisabetta Piqué, y en referencia a sus hijos, una pareja valenciana que misionaba en Kiev. Paradójicamente, las circunstancias van a convertir a Rusia en el principal protector de la nación ucrania. Su mesura y restricción serán indicio de su capacidad para ocupar en el mundo el lugar que la historia parece ofrecerle. En la arena de la posguerra se ven los líderes.

El cañón lastima pero ordena, dirime fuerzas, llama a las cosas por su nombre, expone la realidad, por desagradable que resulte. Sólo con orden puede multiplicarse el ganado, y las mieses entregarse a la cosecha. No me cuesta compartir la vehemencia castiza con la que la periodista rusa Inna Afinogenova pronunció en estos días que «la guerra es una mierda». Pero también recuerdo castellanamente con Francisco de Quevedo que «la vida empieza en lágrimas y caca». Y voy todavía más atrás, hasta Heráclito, para quien, como es sabido, «la guerra de todas las cosas es padre». Es cierto que no se refería a esta clase de guerras, pero viene al caso. No parece una barbaridad: es una barbaridad, pero estamos hechos así.

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