Mar. Mar 19th, 2024

Prensa Republicana

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Un mes de gobierno: declaraciones y tensiones. Por Vicente Massot

Es de creer que el ministro de Economía era consciente de la repercusión que tendrían sus declaraciones cuando advirtió, durante el pasado fin de semana, acerca de la inexistencia en su cartera de un plan para auxiliar a la provincia de Buenos Aires, incapacitada con sus solos medios de honrar el compromiso de U$ 277 MM, que vencen el próximo jueves. Porque —como cualquiera podía anticipar— las palabras de Martín Guzmán tuvieron un efecto inmediato sobre el mercado de bonos nacionales y provinciales que se desplomaron semejando un castillo de naipes, barrido en cuestión de segundos. Más allá de los montos involucrados y del calendario de vencimientos que deberá enfrentar hasta diciembre de este año la administración a cargo de Axel —unos U$ 2700 MM, aproximadamente— la gravedad del tema es múltiple. Por de pronto, los bonos en cuestión tienen jurisdicción asentada en el estado de Nueva York. Si el estado bonaerense no cumpliese con sus compromisos, las cláusulas de cross default se activarían de inmediato. Para colmo de males, las dudas que ya existían sobre la capacidad y voluntad de pago argentinas, ahora se han multiplicado.

Cuesta imaginar que en el curso de la crucial negociación en marcha con el Fondo Monetario Internacional y los tenedores de bonos —vital para el gobierno desde todo punto de vista— Alberto Fernández haya tomado la decisión, sin motivo aparente, de abandonar a la buena de Dios al mandatario de la principal provincia argentina, en serios apuros. En un país normal habría, pues, que descartar el escenario de un default bonaerense debido a la falta de auxilio de las autoridades nacionales. ¿Por qué no suponer que se han puesto de acuerdo con el propósito de que Kicillof encare un reperfilamiento de su deuda en paralelo al que intenta vertebrar la Casa Rosada? Pero el nuestro, de país normal tiene poco y nada; de modo tal que la posibilidad de que La Plata se desentienda de sus responsabilidades en materia financiera no tendría que desecharse de plano. Está claro que las consecuencias que se seguirían, en el supuesto de un incumplimiento, solo incrementarían nuestros problemas. No obstante, en estas playas tan particulares todo resulta posible. Hasta lo más disparatado.

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El episodio —si es legítimo denominarlo así— arrastra un inconveniente adicional relacionado con los demás estados provinciales cuyas arcas se hallan exhaustas. Si la Casa Rosada, para mantener a flote las relaciones entabladas por el tema de la deuda con el FMI, asume o autoriza el salvataje de Buenos Aires, es cantado que el precedente legitimaría en un futuro próximo el pedido de otros gobernadores en apuros de ser considerados de la misma manera. De más esta decir que si en la semana que acaba de terminar fueron auxiliadas Tucumán, Chaco y Formosa en virtud de su falta de recursos para pagar sueldos y proveedores, cuando deban hacer frente a sus compromisos externos la única posibilidad que tendrán será recurrir al gobierno central.

En un escenario de suyo complicado se produjo un cruce verbal entre el presidente de la Nación y el ministro de Seguridad bonaerense que trasparenta el equilibrio inestable existente en las filas del Frente de Todos. Hubiera sido inimaginable que, en los años en que el matrimonio santacruceño manejo el país como se le dio la gana, el titular de una cartera provincial se permitiese discutir en público con Néstor o Cristina Kirchner y salir indemne. Si acaso alguien —un tanto despistado— se hubiese atrevido a dar un paso tan desafortunado, habría renunciado de inmediato. A nadie medianamente lúcido podría ocurrírsele terciar en una disputa de esa naturaleza. Tendría que haber sido un kamikaze.

Sin embargo, eso es precisamente lo que ha hecho —no sin cierto desparpajo— Sergio Berni. Lo más suelto de cuerpo se permitió enmendarle la plana a Alberto Fernández como si se tratara de un par suyo. ¿Lo consultó antes con el mandatario que lo convocó para ocupar el puesto que hoy detenta o acaso con la jefa del Frente que —al menos, en teoría— los contiene a todos o se lanzó por las suyas a pesar de los riesgos que corría? En cualquiera de los dos casos, el que sale perdiendo en tanto y en cuanto Berni no pida disculpas o se marche a su casa, es el presidente de la República. La capitis diminutio que le ha infligido el ministro de Seguridad de Axel Kicillof es grosera.

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Alberto Fernández hizo bien en salir en defensa de Sabina Frederic. Quizá fue inútilmente provocativo al recomendarle a Berni que se ocupase “de la provincia de Buenos Aires, que tiene muchos problemas para resolver”, pero se solidarizó con su funcionaria. Era lo
que debía hacer. Cuanto no esperaba fue la devolución inmediata de atenciones. Desde su despacho en La Plata, el militar retirado disparó: “Nadie es dueño de la verdad absoluta”.

Por supuesto, la sangre no llegará al río. Sin embargo queda flotando la duda de por qué se pueden ventilar diferencias de esta forma con el presidente. Si a alguien se le ocurriese dar una explicación lineal del asunto debería tener en cuenta que el defensor de la mano dura responde al gobernador y a Cristina Fernández, partidarios del garantismo. En cambio, la ideóloga de izquierda e intelectual comprometida con los derechos humanos forma parte del gabinete presidencial. Las cosas no son tan simples como para trazar un límite entre duros y blandos. Lo que hemos visto es parte de las tensiones internas que laten en ese espacio variopinto que es el Frente de Todos.

Por si faltasen dificultades, el exabrupto de Evo Morales respecto de la necesidad de crear milicias armadas adictas si recuperase el poder perdido generó un nuevo cortocircuito con el gobierno de La Paz, que sigue sin ser reconocido por el Palacio San Martín. Con la particularidad —que era de esperar— que también el Departamento de Estado hizo escuchar su disgusto sobre el particular. Es que, malgrado las simpatías que pueda suscitar el ex–presidente del Altiplano en los ambientes kirchneristas, haberle permitido ingresar al país y extendido la autorización para hacer política desde el Río de la Plata, era algo así como comprarse un pleito por adelantado sin ningún beneficio a la vista. Evo Morales iba a escalar desde territorio argentino el conflicto latente en su país, sus sucesores iban a pedirle explicaciones a Alberto Fernández, y Washington tendría un nuevo motivo para sospechar de las alianzas y respaldos del gobierno kirchnerista.