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TRIBUTO A DON RICARDO ALMONACID UN ¡TITÁN DEL CRIOLLISMO! Por Juan Etchebarne Gainza

Hoy 10 de Noviembre de 2022, “Día de la Tradición Criolla Argentina”, le dedico un solemne  tributo a mi mentor criollo y Señor Maestro Don Ricardo “Tío Richie” o “Niño Richie” ¡Almandos Almonacid! (1925 – 7 / 09 / 2005 m. de 79 años).

Fue el último Cantor Profesional de estilos criollos y gran cultor de nuestra Música Tradicional Criolla (No es folklore “desvirtuador” y “moderno” -sic. de Almonacid-). La defensa a ultranza de esta acertada definición o terminología concebida así por los propios “cultores”, en vez de por los “investigadores académicos de laboratorio” que, inmiscuyéndose en el medio ajeno a ellos, pues, extrajeron las letras en décimas y melodías del campo adentro “in situ” sin que las inventasen o compusieran éstos investigadores, quieren, con atrevimiento y petulancia,  rebautizar e incluir o suplantar a esta música específica “sui generis-me refiero a la “Música Tradicional Criolla”, que es una música culta y elevada preexistente al producto popular artificial y artístico del folclorismo de los recientes “años veinte y treinta” del siglo pasado, atribuyéndose su origen hasta antes de febrero de 1571 en que murió mi “tocayo”, el filósofo escolástico y paremiólogo sevillano, Juan de Mal Lara -con descendencia en Argentina a través de su bisnieto Alonso Ágreda de Vergara y Yusedo según su descendiente el genealogista y heraldista Luis McGarrell- quien fue el “Creador de la primera décima o malara” documentada según el español Francisco Sánchez Escribano y ejecutadas por verdaderos “gauchos” u hombres de campo muchísimos ¡siglos antes! que los compositores e intérpretes profesionales contemporáneos- integrándola o confundiéndola dentro del genérico “folclore”, me ha costado el sinsabor de que la académica Olga Fernández Latour de Botas se retraiga de su ofrecimiento de  aceptarme como “ayudante” en su “Cátedra de Literatura y Folklore” de la Universidad Católica Argentina; lo cual me honra por ser yo, más que nada, leal y agradecido al legado tradicionalista tal como Don Ricardo Almonacid me lo enseñó sin corromperlo, ni adulterarlo o desvirtuarlo. Puesto que, para Almonacid, la Música Tradicional Criolla es un “romancero gaucheresco”, si se permite la expresión, directamente ligado a nuestras auténticas raíces vernáculas criollas, no es una música comercial -no necesita de la aprobación ni atracción del público- como sí lo es el género del folclore que nada tiene que ver con nuestra identidad original, lo folclórico es una invención moderna y una mentira respecto de la realidad vivida por los criollos de antaño. Su sustancia e inspiración fue propia de una música y letra emanada de eruditos pensadores y místicos de la Madre España, cuya métrica y esencia fue continuada en América, exclusivamente, por la “gente de las estancias” de todos los estratos sociales de campo adentro; pero jamás, esta Música Tradicional Criolla, ha sido escrita y tocada por la gente de las poblaciones del interior profundo, por eso no se trata de música popular ni folclórica. En razón de ello, Don Ricardo, recalcaba solo lo auténtico es lo real y verdadero porque es Leal a la Tradición(sic,-).

Embanderado en la citada corriente musical, Don Ricardo, adhirió a la pseudoescuela o riguroso culto tradicional del “purismo criollo” practicado por nuestros criollos o paisanos o gauchos peones y estancieros (tanto el peón de estancia como el patrón estanciero podían hacerse “gauchos” por compartir el mismo espíritu indómito ecuestre e idéntica cosmovisión filosófica gauchesca, ambos estaban “hermanados” en idiosincrasia: “Y pa´ todos los paisanos que los considero hermanos porque con ellos me crié” al respecto reconoce Ricardo Güiraldes en su libro). Fueron, habitantes pioneros “padentranos”, que forjaron la Civilización Occidental y los cimientos de nuestra Nacionalidad Argentino-Criolla para recibir, como anfitriones, a la ¡Gran Inmigración! posterior a la “vieja Argentina criolla de las 14 provincias originales” (1- Santiago del Estero –fundada el 25 de Julio de 1553-, 2- Mendoza -fundada el  2 de Marzo de 1561-, 3- San Juan -fundada el 13 de Junio de 1562-, 4- Tucumán -fundada el 31 de Mayo de 1565-, 5- Córdoba -fundada el 6 de Julio de 1573-, 6- Santa Fe -fundada el 5 de Noviembre de 1573-, 7- Buenos Aires -fundada dos veces el 2 de Febrero de 1536 y el 11 de Junio de 1580-, 8- Salta -fundada el 16 de Abril de 1582-, 9- Corrientes -fundada el 3 de Abril de 1588-, 10- La Rioja -fundada el 20 de Mayo de 1591-, 11- Jujuy -fundada el 19 de Abril de 1593-, 12- San Luis -fundada el 25 de Agosto de 1594-, 13- Catamarca -fundada primero a mediados de 1558 su ciudad “Londres”, con el nombre de “Londres de la Nueva Inglaterra”, en homenaje al Rey Felipe II, cuya esposa María Tudor era inglesa, y refundada su capital San Fernando del Valle de Catamarca el 5 de Julio de 1683-,  y 14- Entre Ríos “la primera provincia argentina” -fundada el 10 de Septiembre de 1814-). Y fueron ellos, los iniciales criollos, quienes moldearon éste culto al “purismo criollo” desde la “época de Rosas” -el Brigadier General Juan Manuel de Rosas fue quien llevó al cenit de la sofisticación y refinamiento al Tradicionalismo Cultural Criollo Autóctono-, hasta nuestros días. Pero hoy solo queda preservado y aún llevado a la práctica, casi exclusivamente, en reductos agonizantes de la campaña bonaerense.

Almonacid o “Almonacín” -como le decían los paisanos de campo adentro no ágiles para la gimnasia verbal- se autodefinía como “purista” de la Tradición; como un modo de preservar la autenticidad criolla o “lo auténtico”, categóricamente, sin aditivos artísticos (sic.). Pues, sostenía que los paisanos en toda la Argentina eran todos solistas o, máximo, dúos de guitarras -dado que por imposibilidad geográfica para juntarse a tocar, un “puestero de estancia” vivía a leguas de distancia del otro puestero, y, entonces, le era impracticable un conjunto de musiqueros-, agregando a lo sumo un tercer músico que tocara la “verdulera” -pequeño acordeón “a fraseo”-. Ésta modalidad musical original descripta se manifestaba así en todo el territorio del viejo país mencionado atrás, pero jamás en grupos armados de cuartetos o quintetos de pueblerinos que surgieron en los años “treintas” del siglo XX -en el Noroeste Argentino sobretodo- quienes, en razón a lo fundamentado, “desvirtúan” lo que fue la autenticidad o realismo de nuestra tradición musical rural autóctona original.

No es casual la distancia cultural entre el Noroeste Argentino junto a las regiones mediterránea y de Cuyo, en contraste, con la pampa bonaerense junto a la región litoraleña o mesopotámica (provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) del Sureste y Noreste Argentino. Puesto que “Cuyo” (provincias de Mendoza, San Juan y San Luis) hasta antes de 1776, con la creación del Virreinato del Río de la Plata, perteneció a la Capitanía General de Chile -pero por estar dichas jurisdicciones aisladas administrativamente durante los seis meses invernales, con la Cordillera de los Andes de por medio, es que se decidió desde España integrarlas a la región rioplatense- (datos aportados por el genealogista Marcelo Ignacio Sánchez). Y, además, en los tiempos de las “Indias coloniales borbónicas” existía una frontera sociocultural tajante con asiento en la provincia o intendencia de Salta, dado que, a los habitantes del mencionado Virreinato, desde Salta hacia arriba hasta el Alto Perú o la Audiencia de Charcas (Bolivia, en esta localidad se halla la “Ciudad de los cuatro nombres”: Charcas, La Plata, Chuquisaca y Sucre) eran denominados Arribeños -recordemos el “Regimiento de Arribeños” de las Invasiones Inglesas con la calle que lleva su nombre y en 1806, dicha unidad militar, estaba integrada también por cordobeses, pues, eran calificados como tales, la gente que estaba al norte hacia “arriba” de la provincia de Buenos Aires expresa el académico genealogista Don Prudencio Bustos Argañaraz como una segunda acepción del término- y, desde Salta hasta la ciudad de Cármen de Patagones, última ciudad virreinal rioplatense fundada el 22 de abril de 1779, a la población virreinal sureña se la mencionaba como Abajeños-el eminente genealogista Don Juan Isidro Quesada afirma que el calificativo de “abajeño” era peyorativo y muy utilizado por los estudiantes de la Universidad de Chuquisaca (Sucre) entre 1790-1800 para denostar a todos los que vivían por debajo de la Quebrada de Humahuaca -que es donde comienza a ir hacia “arriba” el Altiplano y de ahí el mote colonial- empezando por la provincia de Salta. Esto pegó fuerte en el ánimo de los porteños, quizá creando el complejo de inferioridad o necesidad de superación de los argentinos, e hizo también que los porteños, como Tomás de Anchorena, los menospreciaran en respuesta a los altoperuanos (bolivianos) con el mote de “cuicos” (monos). Es claro que esta rivalidad pudo ser un determinante puntapié psicológico, para que la vieja aristocracia burguesa tradicional criolla-emigrante se esmerara en su afán por sobresalir para eclipsar al mundo…lo cual lograron ¡con creces! (durante 1895-1925 fuimos la 5ta, potencia económica mundial y su élite criolla la fundadora de la “primera clase media centro y sudamericana”)-; en un sentido práctico, era la “gente de arriba” y la “gente de abajo”, y hasta hace no muchas décadas atrás la gente del interior o de la campaña, cuando tenían que viajar a la Capital Federal, decían “tengo que bajar a Buenos Aires”. Sumado a ello, nuestras antiguas provincias del Noroeste y mediterráneo respecto de las antiguas provincias del Este litoraleño y del Sur bonaerense, fueron fundadas por dos corrientes conquistadoras bien diferenciadas pero idénticas en “Probanzas de Hidalguía” y “Reales Executorías de Nobleza”… nuestro pueblo humilde criollo es muy digno en hidalguía (sentenciaba el Maestro genealogista Don Hernán Lux-Wurm Centurión refiriéndose a los peones rurales, productores ganaderos, criadores de equinos, jockeys, petiseros, cajeras de supermercado, soldados, policías, gendarmes, prefectos, personal seguridad privada, camioneros, empleadas domésticas, porteros de edificios, enfermeras, colectiveros, grupos cuarteteros, albañiles, pintores, personal de peluquerías, mozos de bares y restaurantes, planeros, cartoneros, futbolistas ¡todos! en su gran mayoría pertenecientes a la etnia y cultura criollas…no sería de extrañar que el afamado futbolista Juan Román Riquelme descienda, directamente, por varonía, transmitida así su hidalguía, del Conquistador Don Alonso Riquelme de Guzmán. Ahora para los febriles defensores del “lobby inmigratorio”, todo este segmento social vigente argentino…gracias a su miopía intelectual, su abrumadora mayoría poblacional e ingratitud, sería descendiente de “marcianos” porque según su viciado criterio “en la Argentina no hay criollos, solo la habitan inmigranto-descendientes y pueblos originarios”).

Remarco, entonces, la identidad “surera” o “abajeña”, de Almonacid, porque él aborrecía del actual folclore popular norteño-mediterráneo (tildando a la “samba” salteña como peruana y no nativa de nuestra región rioplatense) y, es por ello, que Don Ricardo, al respecto sentenciaba todo lo que viene del Norte es malo ¡como el viento! (sic.) -según su conocimiento los criollos bonaerenses de la campaña (no de la ciudad de Buenos Aires) simpatizaron histórica y culturalmente más con los gauchos del litoral Argentino que con los del mediterráneo y noroeste-.

Don Ricardo, nació en el seno de una antigua familia “aristocrática tradicional criolla” -“patricia” según otra denominación-, con abolengo y linaje de prohombres de la Patria por donde se la busque. Si bien no fue un católico ortodoxo ejemplar, estaba muy orgulloso y se sentía bendecido de haber nacido el 8 de Diciembre, para el día de la “Inmaculada Concepción” de la Ssma. Virgen. Era hijo del “As” de la aviación francesa e ingeniero y piloto de combate de la “Aéronautique Militaire” (Francia), el riojano, Vicente Almandos Almonacid (Don Ricardo solía afirmar que el apellido “Almonacid” en memoria de su padre está grabado en el “Arco del Triunfo” en París por haber peleado para Francia en la “Gran Guerra del 14” diseñando la palanca lanzabombas desde la cabina del avión -lo cual es cierto-, sin embargo, aquel aparente honor, responde a una “leyenda” de la que le entusiasma vanagloriarse a la familia Almandos Almonacid, pero en rigor de verdad, ese grabado en la pared del arco parisino, responde a la “Batalla de Almonacid” librada el 11 de Agosto de 1809 -donde el IV Cuerpo del Ejercito Peninsular Francés venció al Ejército Español de La Mancha al mando del General Venegas-. Y, Almonacid -padre-, fue quien trajo a Buenos Aires el mobiliario de “Grand Bourg” en Boulogne-sur-Mer donde murió el General San Martín, fue un padre ausente por combatir también en la “Guerra del Chaco” paraguayo-boliviana en 1932) y de la porteña Dolores “Lolita” Güiraldes Goñi (que lo abandonó a sus cuatro años y se fue furtivamente con Antín el “diariero de Buenos Aires” -con quien tuvo un hijo, medio hermano de Ricardo, Pedro Pablo “Yapi” Antín Güiraldes que actuó de paisano tocando la guitarra en la película “Don Segundo Sobradirigida por su pariente Manuel Antín junto con Adolfo Güiraldes que interpretó a Don Segundo, datos publicados tomados de http://fotografiasdeandresditella.blogspot.com/2009/01/la-hermana-de-guiraldes-y-el-canillita.html-; y, Don Ricardo, solo la volvió a ver a su madre por cinco minutos una sola vez a sus 15 años exclamando “¡ya está! Ya la ví, es suficiente” -sic.-. “Lolita” terminó sus años viviendo en Puerto Madryn y su irregular vida inspiró la novela “Madame Mamita” de José Rivarola).

Su característico nombre “Ricardo” se lo debe en honor a su padrino, el icónico escritor gauchesco de la novela “Don Segundo Sombra”, Don Ricardo Güiraldes (hermano de su madre). Don Ricardo Almonacid se educó aprendiendo francés estando pupilo un tiempo con su hermano “Riojano” en el “Lycée Jaccard” de Lausanne (Suiza; instituciones de excelencia donde se educaban los criollos aristocráticos provenientes de familias fundacionales de la Patria para continuar siendo la “clase dirigente” que llevase a un buen rumbo a la Nación) -al igual que todos sus primos Güiraldes tradicionalistas criollos según su prima hermana Florencia Güiraldes de González Guerrico-, y luego con institutriz y profesor particular, viviendo en la estancia materna -en cierta forma el pago de Areco fue su madre sustituta-, bajo el ala protectora de su abuelo Don Manuel J. “Don Piquillo” Güiraldes Guerrico -quien fue el “Intendente del Centenario” (y así le gustaba que le dijeran según su nieto Ricardo Almonacid)  que inauguró el Teatro Colón el 25 de Mayo de 1908, y organizó con los gauchos de “La Porteña”, los 80 caballos “reservados” de jineteada de Domingo Tito y los doce mejores jinetes/domadores del “páis” (Zenón Casco de los pagos de Gardey, Rudecindo Benegas de Nahuel Huapí, Pedro Moyano, Sinforoso López de Río Negro, Ramón Chaves, Mateo Rodríguez de Necochea, Ciriaco Cuevas, Ventura Flores de Gral. Lamadrid, Andrés Fredes de Gral. Acha, Marcos Lezcano, Francisco Goñi y Esteban “Mosco” Pereyra del pago de Areco, que al jinetear la Infanta de España exclamó “¡qué bárbaro! Se prendió como un mosquito” quedando así su apodo “titulado” hereditario a su familia hasta nuestros días…pasando por generaciones en “varonía” -concepto genealógico del apellido paterno que pasa de varón en varón- del “mosco” padre al “mosquito” hijo varón primogénito), la magnífica “Jineteada del Centenario” para las “fiestas mayas” del año 1910. La cual fue lucida  con la asistencia de la mencionada Infanta Isabel de España (por ello existe el “Paseo de La Infanta” donde ella cruzó hacia ahí caminando y está en diagonal frente al polo de Palermo) y se efectuó en el predio de “La Sportiva” del Barón Antonio Demarchi (actuales Canchas de Polo de Palermo) como solía relatar con orgullo Don Ricardo. Además, “Don Piquillo” fue Fundador y Presidente del Jockey Club de Buenos Aires por designación de Carlos Pellegrini, fue Fundador y Presidente de la Sociedad Rural Argentina e hizo construir los galpones de equinos en Palermo, donde también allí hizo plantar los jacarandás, y, como viajaba con regularidad a Irlanda a comprar caballos pura sangre de carrera, comentaba “las mujeres más hermosas de la Tierra son las irlandesas de ojos violetas, cuando no están afectadas por la pobreza” (sic. según Don Ricardo Almonacid) -. Y respecto de la crianza y afecto que le dio su abuelo materno, Don Ricardo, expresaba fue lo mejor que Dios creó en este mundo (sic.).

Pese a la aristocrática educación, Almonacid, se crió prácticamente entre los gauchos, en San Antonio de Areco, feudo de la familia Güiraldes propietaria de la Estancia “La Porteña”, familia que descendía directamente de los fundadores de Areco, Don José Ruíz de Arellanos y Doña Rosa Giles y Monsalvo, en 1728 según publicación de la Municipalidad de San Antonio de ArecoEl Pago de Areco” 1971. Viviendo allí, Don Ricardo, a sus 10 años, aprendió estilos de la mano del mismísimo mítico gaucho mulato santafecino Don Segundo Ramírez (su madre era “Sombra” de apellido -en quien Ricardo Güiraldes se inspiró para hacer su emblemática novela-, Don Segundo, se cambió el apellido al asesinar a un cabo de la policía que lo encontró acostado con su mujer en la localidad de San Pedro. Almonacid lo recordaba de la siguiente manera. “tenía una voz muy fina, era muy bueno y capaz con el cuchillo y por eso se lo respetaba mucho entre el paisanaje, andaba a caballo solo por necesidad, con 80 años pialaba yeguarizos en toda la furia o a la carrera con un solo brazo, tocaba nomás dos etilos con guitarra, casi siempre usaba bombachas, chiripá y andaba de alpargatas, su verdadero nombre recién se lo conoció cuando fue a votar y antiguamente no se le hacía preguntas sobre su pasado a un forastero porque era invadir la intimidad. Cuando los periodistas lo entrevistaban les respondía “a mí no me gusta el caballo, yo no ando a caballo, yo hago quintitas, tengo huerta nomás” -sic. de Don Segundo-, por eso otros decían que era un vago y un ladino. Él era de Coronda (Santa Fe) y tenía un hijo que lo mataron, y él se había juntado con una mujer que tenía hijos, o sea que eran “entenados” o hijastros suyos, por lo que no dejó descendencia”). Don Segundo fue “capataz de tropas” de ganado en la estancia La Porteña de “Don Piquillo” y el pequeño Ricardo jamás pudo borrar de su mente el consejo de aquél gaucho vos nunca preguntés por tu mamá -sic. de Don Segundo Sombra-.

Tuvo un hermano y dos hermanas. Su hermano mayor Vicente, apodado “Riojano”, fue también un eximio guitarrista de estilos, era piloto militar e ingeniero de logística y diseño de la Fuerza Aérea Argentina, que, por su estratégica profesión, murió asesinado en un atentado que le hicieron los terroristas montoneros al colocarle una bomba en su avión que lo hizo literalmente ¡volar por los aires! (Don Ricardo intentó hacer la carrera militar también, pero ingresó a las siete de la mañana y a las cinco de la tarde lo expulsaron por indisciplinado). Su hermana Esmeralda Almonacid de Carvallido fue la talentosa ambientadora cinematográfica de la célebre película “Camila” de María Luisa Bemberg y, asimismo, de la película “Don Segundo Sombra”. Su hermana menor María, casada con Ezcurra Rosas, fue una férrea “rosista” y un personaje total -era noctámbula con incontinencia verborrágica y, Don Ricardo, me lo advirtió “yo te doy su teléfono, ahora, si la querés llamar yo no me hago responsable, se te va a hacer de noche en el cuarto” (sic.) me dijo…y, efectivamente, ella no me dejó desprenderme del teléfono fijo para alcanzar a ¡prender la luz de mi cuarto! Terminé hablando a oscuras, ininterrumpidamente, desde las seis de la tarde hasta las 10 de la noche la primera vez que la llamé jajaja-.

Don Ricardo fiel a sus raíces familiares, riojanas y bonaerenses, era admirador de los caudillos estancieros Vicente “Chacho” Peñaloza -por él mismo fue tan importante el nombre “Vicente” para la familia Almandos Almonacid- y del Tirano Juan Manuel de Rosas (que le había dado varios campos a Manuel José Guerrico, de extracción “rosista”, de quien Almonacid descendía y era el origen de las tierras de La Porteña; Don Ricardo había leído los ocho tomos “Vida Política de Juan Manuel de Rosas” de Julio Irazusta, que luego me los vendió a mí). Una vez me regaló un lazo suyo y, con su típica picardía, le colocó dos cintillos federales “colorado punzó” atados a los extremos diciéndome “le puse las cintas para que te dé un poco de urticaria a vos que sos unitario jajaja” (sic.). Pero por sobre todas las cosas, Don Ricardo fue un conservador de “boina colorada” -distintivo partidario de los conservadores- con borla ¡hasta la médula! Y fue un acérrimo menemista (por ser aquél riojano).

Don Ricardo se fue “acriollando” y formando musicalmente con el roce entre paisanos de a caballo -sobretodo en los corrales y boliches de Mataderos donde él trabajó de “mocito”- y con “señores estancieros criollos” (sic.). A sus 19 años por primera vez se lo “conchabó” (contrató) de “resero” o “tropero” para acarrear una “tropa de reses”, cuyo maestro fue, nada más ni nada menos, que Don Victorino Nogueira (uno de los gauchos de “La Porteña” mencionado en la dedicatoria que hace Güiraldes en su obra “Don Segundo Sombra”, quien lo fue a buscar al joven Ricardo para llevar la tropa de hacienda en cuestión hacia “Echenao” -sic. de Don Victorino, es la localidad de “Chenault”, difícil de pronunciar para la vocalización castellana y campera del hombre rural nuestro-, según Don Ricardo, Nogueira, “era un hombre de pocas prosas, mal arriado y contestador, pero jamás, jamás, le escuché decir una sola palabrota y menos delante de una mujer”, y, sin embargo, le supo enseñar “los reseros somos grandes retenedores de detalles para saber volver sobre la huella de tierra a las casas, a la querencia” -no lo decía “de balde”, un día lo hicieron remontar vuelo en una avioneta a Don Victorino y, desde el aire a 250 km de sus pagos, sabía orientarse perfectamente sobre donde estaban volando contaba Don Ricardo-. Don Victorino está grabado en pascassette y filmado en cinta tocando el estilo más antiguo que se cantó en toda la región rioplatense “Soy un árbol deshojado” según Almonacid). Entre aquellos “influenciadores musicales” de Don Ricardo estuvieron los paisanos  Ciriaco Díaz, Quiterio Gómez, Ramón Cisneros -Capataz de Hacienda de “La Porteña”-, Anacleto Ríos -según Don Ricardo el hombre más gracioso que conoció en su vida…en un duelo a pistola y cuchillo que estuvo por pelear Don Ciriaco Díaz, Anacleto gritó “¡Páren! Que la bala sale más cara que ustedes dos”, y se echaron a reír los paisanos frenando la disputa-, Don Rosa Olivera, Víctor Taboada, Daniel Ozán, Neyra, Miguel “El Entrerriano” Medina, Luis Robledo, el “negro” Juan Georgetta y los estancieros Raúl “El Alemán” Sánchez Elía -casado con Josefina “La Nena” Gainza Paz; se le atribuye la autoría del estilo “La Paloma Indiana”, que habla en doble sentido de una mujer en vez del ave, que, aparentemente, se la habría “robado”, estando él soltero de joven, un tal Dámaso, domador del Bajo Flores-, Julito Juárez Célman (hijo del presidente…un día se apareció él montado impecablemente “vestido de gaucho” en la estancia “Santa Matilde” en Arrecifes y salió a recibirlo su dueña Matilde Palacios Sastre de Carranza Vélez, proveniente de familias “más criollas que el caracú” genealógicamente por su añeja prosapia arraigada en nuestra tierra y, sin embargo, le dijo que vuelva a cambiarse de ropa porque así vestido no iba a recibirlo adentro de la casa. Algo similar sucedía cuando el escritor Ricardo Güiraldes se “vestía de gaucho” -no se disfrazaba porque lo sentía Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva a la hostia”, actitud de la cual se admiraba Don Ricardo de su tío, y, además ¡es la ropa tradicional de NUESTRO país!– frente a su mujer, de antiguo linaje criollo, Adelina Del Carril…a ella no le agradaba verlo a su marido vestido así y, entonces, se sentaba comer a la noche en la mesa con un rodete puesto, en señal de disgusto (según relato de su hermana María Almonacid de Ezcurra Rosas). Ésta particular animadversión por nuestras raíces cundió como funesta consecuencia a la prédica mitrista-sarmientina-roquista -al contrario del estadounidense “WASP” aristocrático que abrazó su “American way”, el criollo patricio o tradicional renegó y despreció su “Criollo way” que ni siquiera fue plasmado en la Constitución Alberdiana, somos los criollos mismos quienes hemos autodestruido con absoluto desamor nuestra Tradición e identidad fundacional desde todos los aspectos (humano, cultural, documental y edilicio), y de allí nacen todos nuestros conflictos sociales hasta hoy, y como resultado somos una antagónica Nación inconclusa o, peor, una jungla de grupos socioculturales sin identidad ni “compatriotismo”. Al final de cuentas no se hizo un buen negocio con dicha “prédica anticriolla”…terminamos trocando al dignificante hidalgo  “gaucho” por la subcultura marginal de sus decadentes descendientes “guachiturros”, el ser auténticamente “gaucho” dignifica y hermana, tanto a la clase humilde como a la clase alta, arraigándonos más a nuestro suelo patrio, pero el ser “guachín” degrada y envilece (se podría asistir a esos chicos reeducándolos en sus raíces criollas que le den un sentido noble a sus errantes vidas); Roca, continuando esa tónica, también promovió el “afrancesamiento” pero Don Ricardo lo veneraba con suma admiración, habiendo leído el libro de Félix Luna “Soy Roca”-, es por ello que una significativa gran mayoría de criollos “europófilos” consideraban deleznable al gaucho (según datos brindados por el eminente genealogista Don Juan Isidro Quesada). Como anécdota relacionada: mi propia tía bisabuela, Blidah Newton de Castro Soto, descendiente directa de quien trajo el primer alambrado y extinta en el año 2011 de 99 años, estaba asombrada de que yo había salido “campero o criollo” diciendo “¡quién iba penar que un bisnieto de “Tito” Gainza iba a salirle gaucho!” y, a “Tito” Gainza mismo le hacía gracia una dedicatoria, hacia él, del pintor costumbrista Florencio Molina Campos que decía “Al criollo que hace honor a la patria, Alberto de Gainza Paz, cordialmente. F. Molina Campos” y “Tito” expresaba sorprendido “¿qué tengo yo de criollo?-ese es el quid de la confusión de muchísima gente criolla…lo son étnicamente y ni siquiera lo saben ¡ni lo demuestran!-; vale aclarar que su abuelo José C, Paz fue el “edecán de Mitre” en los campos de Pavón y camarada de aquél en la “Revolución Mitrista de 1874” contra el presidente Avellaneda…de ahí parte la indiferencia en nuestra familia hacia sus propias raíces autóctonas, pese a que el origen “criollazo”, de la familia Paz en el Río de la Plata, es incuestionable y se remonta hasta el primero que arribó en 1562 a Bolivia), además, Don Ricardo, fue influenciado también por Gustavo Muñiz Barreto (¡Señor Estanciero Criollo en letras capitales! Dueño de una colección de platería y una manada inscripta de caballos criollos extraordinaria, fue propietario de la mentada estancia “La Magdalena” en Barreto (Córdoba) y era pariente de nuestra familia por Sáenz Valiente-Pueyrredón, por ello lo “acriollló” inculcándole el amor por nuestra raíces vernáculas, a su sobrino y tío bisabuelo nuestro, el escribano “Emilito” Castro Soto dueño de la estancia “Río Paraná” en San Pedro que fue el “Hospital de sangre” durante el “Combate de la Vuelta de Obligado” cuando ese casco pertenecía a nuestro bischozno o 5to abuelo, el unitario rivadaviano Félix Castro, cuyos bienes fueron confiscados por el Tirano Rosas), su primo hermano José Antonio “Piquillín” Güiraldes (Factótum y Fundador Principal del Culto a nuestra “Música Tradicional Criolla -una vez los folcloristas “Hermanos Ábalos” fueron a verlo a Areco y le pidieron que les enseñara a tocar estilos y, “Piquillín”, montando en cólera los corrió con un cuchillo gritando “¡¡salgan de acá desvirtuadores!!”- contaba Don Ricardo), su hermano “Riojano”, Ambrosio Althaparro, Edmundo Zaldivar (h), y los hermanos “Celinita” y Daniel “Ciudadano” Videla Dorna entre otros…

De éstos Maestros del Criollismo él aprendió a tocar “estilos”, “términos” -es un derivado del estilo siendo una especie musical muy libre, la particularidad en esta forma musical, radica que aquí se canta el punteo y después el alegre (que es más vivaz y de ritmo más regular que en el estilo), el término al ser más silabeado posibilita que la guitarra sustituya la voz, y no se canta como sí se lo hace en el estilo, porque en el estilo se canta todo y en el término hay una parte que no se canta. Además, el término no tiene una “métrica”, se puede tocar durante una media hora si uno quiere, no tiene un principio ni un final como lo tiene el estilo; el estilo tiene introducción o preludio, tema, alegro, repetición del tema y “pasaje” o interludio, en cambio, el término tiene una introducción o preludio tipo alegre y tema, luego se repite hasta cuando uno lo decida; la parte cantada en el término es de menor duración y se lo canta por pies más cortos de hasta seis versos y no de diez o “décima”, pero ambas formas son muy similares. El término ofrece mayor dificultad que el estilo para ejecutarlo y es por ello que se suele tocar con mayor facilidad por “temple”. Su nombre, en base a la tradición oral de los viejos criollos, proviene de la costumbre de tocarlos al finalizar una fiesta, es decir, al “término” de la misma según lo aportado por Enrique “Cucho” Monserrat y la publicación de la Municipalidad de San Antonio de ArecoEl Pago de Areco” 1971-,  “temples” -a la afinación clásica el paisano la denomina “por derecho” o “por guitarra” pero los temples son distintas formas o alteraciones de afinaciones o maneras de “templar” (es decir, de “afinar”, de ahí deriva la terminología de esta pieza musical) la guitarra de confusa denominación: era común que un mismo nombre se aplique a diferentes afinaciones o temples, apenas se encuentran dos ejecutantes que den el mismo nombre a un mismo temple explicaba Carlos Vega; los paisanos “antiguayos” o de “endenantes” (de antes) recurrían al temple como recurso para poder tocar igualmente la guitarra al quebrarse algún dedo por pialar con el lazo o por corárselo con el cuchillo se explayaba Don Ricardo-, “cifras” -se identifica con suma facilidad porque siempre repite la letra o “cifra” del primer verso al comienzo de cada “pie de décima”, es reiterativa; está influenciada por la “seguidilla” española, se estima que su etimología proviene del antiguo sistema de “entabladura o cifra” español de los siglos XVI y XVII y fue el recurso musical al que más recurrieron los “payadores” o trovadores criollos; la cifra se inicia con un preludio rasgueado alternado acordes y punteos, siendo cantada en distintas maneras: glosas,  décimas, octavas, sextetos y cuartetas pero la tendencia moderna intenta abreviarlas para no forzar tanto la garganta según publicación de la Municipalidad de San Antonio de ArecoEl Pago de Areco” 1971 –, “polcas o polka” -empezó a tocarse alrededor de 1845 después del aniversario de la “Revolución de los Restauradores” en 1842 que en su honor megalómano le cambió el nombre al mes de octubre por “mes de Rosas”-, “mazurcas o mazurka”, “chotis o schottische” -es el precursor del “chamamé” mesopotámico que nace en los años veinte aproximadamente-, “minués o minuet”, “el pollito” -que se puntea al comienzo de la caja de resonancia de la guitarra, golpeando (no tocando) dactilarmente cada cuerda con un efecto o sonido que hace las veces del “pío, pío, pío” de un polluelo, conozco personalmente una persona que sabe tres variantes de esta musicalidad y, siendo un milagro, quedarán solo cinco (5) ejecutantes en todo el territorio que sepan interpretar esta forma musical en extinción-, “relaciones de sala” -no es lo mismo que el “recitado criollo” que es una “desvirtuación moderna” sic.: “¡¿usted va a hablar o va a cantar?!” diría al escucharlo un paisano de antes, exclamó Don Ricardo-, “huellas”, “refalosas” -se tocaban para baile cuando se degollaba algún prisionero en los tiempos del Restaurador, porque se “refalaban” o resbalaban, de ahí su nombre, en los charcos de sangre del degollado-, “remedios”, “marotes”, “gatos”, “triunfos”, “prados”, “milonga corralera” -es la más moderna de las piezas musicales tradicionales que arranca aproximadamente en 1880 como “milonga campera” que está influenciada por la “habanera” y cuya temática eran solo romances, luego sobrevino la “milonga corralera” de tipo arrabalera por contacto del hombre rural con el hombre orillero o corralero de la periferia metropolitana o capitalina en los corrales de remates vacunos. El punteo o “bordoneo” que la acompaña, por su similitud asonante, se imita en forma de onomatopeya como diciendo: Polenta y tumba, polenta y tumba o «tumba polenta y tumba« fueron las palabras rítmicas populares para la transmisión del aire y compás de la milonga (según las obras de Juan Luis Gallardo “Dichos Argentinos” y de Ana María Dupey “Cosechando todas las voces: Folklore, identidades y Territorios”, Choele-Choel, Río Negro, 2018). Don Ricardo aborrecía de la milonga depresiva, panfletaria de protesta, melancólica e irrespetuosa de las jerarquías con hedor a “tufillo comunista” (sic.), al respecto, su amigo Don Raúl Barthe Raybaud (también mentor criollo mío) sostenía que “El Corralero” de Hernán Figueroa Reyes “era un himno al comunismo” (sic.), de ahí, entonces, radica la aversión de Almonacid al “folclorismo norteño” y sus exponentes modernos-, etc. -también él supo tocar “jotas” y “muñeiras”-. Todas fueron letras y músicas anónimas cuyo origen data de la época dorada del “Cancionero Popular Extremeño Español” entre los siglos 1500-1600 y que fue traído al Río de la Plata por los conquistadores “castellanos” -de orígenes étnicos vascos, extremeños y andaluces como súbditos del “Reino de Castilla” que era el exclusivo dueño del novísimo “Reino de Indias”, dado que el “Reino de Aragón” no tenía dominios ni derechos en toda América en un comienzo, debido a ello los gallegos, catalanes y asturianos pudieron cruzar al continente recién mucho más tarde en el siglo XVIII-…cuyos descendientes directos de aquellos “castellanos” denominados “los de la entrada” -por ser los pioneros fundadores de las sociedades y cultura Criolloamericanason los gauchos y estancieros criollos autóctonos-.

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Nuestra acertada identidad actual es la “Criolloamericana”, no “latinoamericana” ni “íbero o hispanoamericana”, por la sencilla razón de que no somos latinoparlantes ni hemos nacido en el Palatinado romano de donde es oriundo el auténtico pueblo “Latino”-concepto acuñado por el argentino Juan Bautista Alberdi influenciado por la historiografía francesa en desmedro de la Madre España y para la confusión de nuestra propia identidad-; tampoco somos “hispanos” por no haber nacido, los centro y sudamericanos, en la península ibérica ni tener exclusivamente sangre española, sino que los “criollos” somos la malgama de muchas etnias europeas, africanas e indígenas o “nativoamericanas” -los indígenas no son “pueblos originarios” que es una terminología marxista errónea, dado que los “nativoamericanos” son originarios de Asia y no de América-. Decirle a un criollo que es “hispano”…es tan equivocado como decirle a un español que es “moro” por haber pertenecido a Al-andaluz, que “godo” por haber pertenecido a la España Visigoda o que es “romano” por haber pertenecido a la Hispania Romana -la cual aportó a Roma tres emperadores españoles y un pensador: Adriano, Trajano y Teodosio I El Grande y al gran filósofo cordobés Séneca-”.

Tampoco a los criollos se los puede catalogar de “inmigrantes”, puesto que éstos descienden de conquistadores y colonizadores que venían con sus esclavos sin emigrar de su país sino que se desplazaron, pese a cruzar el Atlántico, dentro de la misma geopolítica de su país (si un argentino se muda desde Tucumán a la Isla de los Estados no emigra, se mueve dentro de la geografía perteneciente a su país por más distante que sea una localidad de la otra), para los conquistadores y primeros pobladores tanto el Río de la Plata como el puerto de Cádiz ¡eran España! Y también, los criollos, descienden de indígenas nativos de esta tierra americana, que desde ninguna perspectiva son inmigrantes.

El concepto “criollo” nace en 1513 aplicado a los primeros hijos de esclavos africanos nacidos en la Isla de Santo Domingo (América). Posteriormente su significado se va modificando y ampliando, pues, los mismos españoles denominaron “criollos” a los hijos nacidos en América de ambos padres españoles europeos y, en la última etapa, se clasificó como “criollos” a todos los mestizos “mancebos de la tierra” e indianos, pardos, morenos, zambos o mulatos…porque la raíz de la cuestión es que “¡¡¡definir al criollo es todo un embrollo!!!” (la frase es del autor, Juan Etchebarne Gainza) y de ahí familiaridad semántica o fonética “criollo = embrollo”. A éstos en el Caribe se les conoce por “creole” y en el Brasil como “crioulo”, por lo tanto el concepto de “Criolloamericano” es aplicable y aceptable a toda la porción territorial americana erróneamente conceptuada de “latina” (Centro y Sudamérica). Pero el concepto de “criollo” en sí mismo es rico e inacabable, pronto va asimilando a los hijos de “gente nueva” o “recién llegada” europea, arábiga y asiática que se van “acriollando” al medio de su “ius solis”, y, observando el devenir demográfico, es muy probable que hasta el Norte completo del continente americano termine siendo, con los venideros siglos, “acriollado”.

En la actualidad siendo muy generoso…solo quedarán doscientas (200) personas, o quizás solo treinta, que aun toquen las piezas musicales de la “Música Tradicional Criolla” en vías de desaparición…

 

El “estilo” es estrictamente la melodía o la música -no la letra cantada que está compuesta de cuatro pies o estrofas denominadas “pie de décima” por armarse en décimas de “diez” versos cada una-, por lo general un paisano o gaucho o “mencho” en Corrientes o “colla” en Salta, antiguamente, cantaba una letra con un estilo y, al día siguiente, entonaba la misma letra con la melodía o la música de un estilo distinto, pero hay letras que les queda o encaja bien un determinado “estilo” en particular. Tiempos atrás se “payaba” también por estilo y en el noroeste existió el “estilo con glosa” pero en la llanura pampeana este verso inicial ha sido suprimido; esta pieza musical es pariente de la “tonada cuyana”. Con el advenimiento de la milonga moderna, más simple de interpretar musicalmente, la “gente de la campaña” le esquivaba o rehuía a los “estilos” y “términos” antiguos por su exigencia musical de arpegios y continuas variaciones de tono de voz en un registro alto o “aflautado” -no voz “cascada” como la de Atilio Reinoso por ejemplo demostraba Don Ricardo-, tanto que debían templar o afinar sus guitarras con las cuerdas (confeccionadas con tripas de gato agregaba Don Ricardo a según Cunninghame Graham y, Almonacid, sostenía que no había que estudiar música técnicamente ni perfeccionar la voz con clases de conservatorio, porque de esa manera se perdía la espontaneidad y naturalidad de la “Esencia Tradicional Criolla” trocada por una habilidad trabajada en una atmósfera ajena a la identidad rural vernácula y, entonces, así se contaminaba la precisión del “modo criollo” al competir contra un “modo lírico” sin esencia. Dicho “modo criollo” consiste en emular las gesticulaciones y modismos del paisano rural, de reproducir los aspectos culturales del quehacer del modo de vida del gaucho, evocando su ambiente basado en recuerdos, paisajes e historia rural) muy bajas o flojas para alcanzar las elevadas entonaciones de voces. Actualmente la guitarra se tuvo que afinar más alta, que en el pasado, explicaba Don Ricardo, para que resuene mejor dentro de las orquestas y conciertos en los teatros -pero él para cantar estilos templaba su guitarra con las cuerdas casi bailando de flojas y bajas-. Además, la milonga actual, canalizó en los poemas de sus “décimas” o “espinelas” los sentires contemporáneos de los lugareños de las planicies o llanuras de las Pampas, que contrastaban con las sofisticadas prosas y realidades añejas o teologales -relatadas en los estilos y términos de hace tres o cuatro siglos atrás de la serranía extremeña-andalusí (por ejemplo la oración en décima, que “se canta por estilo” (sic.) diría Don Ricardo, Bendita sea tu pureza la compuso en 1640 el franciscano descalzo granadino Fray Antonio Panes, quien inventó la “décima de once versos” según el sevillano Antonio Burgos, fuente: Diario ABC de Sevilla del 8/12/2020)-. El “estilo criollo” supo tener el mismo inconveniente que el “cante-jondo o flamenco andaluz”, era música no escrita en partitura musical y, entonces, fue transmitida oralmente por siglos de generación en generación; pero entre el docto criollista y tradicionalista Don Martín Lorenzo Larralde y el musicólogo Víctor González Ortíz pudieron “pasar a partitura” alrededor de treinta estilos y términos criollos, enseñaba Don Ricardo. Al respecto, el académico Maximiano Trapero Trapero -Catedrático de honor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Premio de ensayo de la Real Academia de la Lengua Española. Es considerado el más importante investigador de la Décima y el Verso improvisado en Iberoamérica-, sentencia en su libro “Origen y Triunfo de la Décima: “Pues, en efecto, la décima en el ámbito de la cultura oral y popular de los pueblos hispánicos (más en los de Hispanoamérica que en los de España) ha superado la simple condición de estrofa para convertirse en todo un género literario, en todo un “complejo cultural” (sic.).

Pero, además, Don Ricardo tenía un vínculo muy especial con Andalucía (España, afirmaba que de allí provenían nuestras raíces musicales y de equitación gauchas) -tanto que en “la Porteña” habían sembrado naranjos con semillas traídas de la Alhambra y, además, dicha estancia supo tener el “corral de palo a pique” más grande la provincia de Buenos Aires-, dado que sus dos apellidos paternos eran de origen morisco (incluso existe el Castillo de Almonacid -en Toledo- y él se ufanaba de tener la piel cetrina y ojos verdosos como los mozárabes y, también, se decía descendiente de los Infantes de Castilla y de los Infanzones del Reino de  Navarra), lo cual lo convertía en un admirador del “cante-jondo” flamenco andaluz y de sublimes guitarristas como Vicente Espinel y Adorvo o Gómez Martínez Espinel (fraile dominico, rondeño-malagueño andaluz, autor del “Escudero Marcos de Obregón” y  “Padre de la Música Tradicional Criolla afirmaba Almonacid, creador de la “décima” o “espinela” -nombrada así en su honor- y fue quien le colocó la “quinta” cuerda a la vihuela -especie de guitarra más pequeña antigua-, denominada, a partir de ahí, como “guitarra española”), Francisco Tárrega, Andrés Segovia -“el mejor guitarrista de todos los tiempos, tocaba 11 horas por día su guitara, las cuales nueve horas eran de ejercicios y solo dos de entretenimiento” recalcaba Don Ricardo-, Porrina de Badajoz, el Niño Cabra y Paco de Lucía entre otros. Y también fue todo un entendido en “corridos” y “boleros” mejicanos e incluso, Don Ricardo, era adepto al “Zorzal Criollo” Carlos Gardel -decía que aquél empezó tocando estilos, antes que tangos, y que lo hacía muy bien, tocando con “esencia” (sic.) y el estilo que más apreciaba Don Ricardo de él era “El sueño”, que “Cucho” Monserrat lo toca de manera sublime con la letra “Mi ranchito Florido”-. De todos ellos aprendió a sacarle voces a las cuerdas de la guitarra(sic.).

Tuve la oportunidad de conocerlo a mis 19 años y de disfrutarlo durante trece valiosos e inolvidables años, gracias a su discípulo predilecto, Enrique “Cucho” Monserrat, que me lo presentó después de amigarnos en las cinco “Travesías Peregrinas a caballo de Luján a San Nicolás” que cabalgamos. En razón a que Don Ricardo fue amigo de juventud de mi abuelo materno y a que, conversando con él, yo le expresé que era profundo admirador de los Caballeros Templarios -a lo que reaccionó diciéndome “que te interese ese tema habla muy bien de vos” me retrucó él-, enseguida me aceptó y brindó su hospitalidad “güiraldina” (estampada en el poema “Mi Hospitalidad de su tío homónimo Güiraldes; Don Ricardo me amparó en una etapa muy dura de mi vida por lo que le estaré siempre agradecido y le retribuyo con este sentido homenaje biográfico y técnico). En sus primeras clases informales ocurría algo incomprensible a la razón positivista, era un fenómeno casi “mágico”, al momento en que Almonacid me aleccionaba sobre cómo realizar el rasguido certero con “esencia” para interpretar un gato o un prado o un triunfo; conllevaba una enorme práctica dar con el sonido y la flexión óptima o correcta de la mano para que se realice el movimiento con el “modo criollo” acertado a la “Esencia Tradicional Criolla”. Y sin embargo, cuanto más uno lo practicase a conciencia menos salía -Don Ricardo comentaba que Argentino Luna, siendo un guitarrista destacadísimo, nunca pudo sacar el rasguido como correspondía-, y ¡de repente! el día menos pensado, como por ciencia infusa o generación espontánea -era como que, independientemente de la repetición práctica, al escucharlo reiterativamente se iba cocinando o adobando solo en la mente que lo procesaba e incorporaba matemáticamente-, ese rasguido ¡salía con el modo y esencia con que se debe interpretar! Dada mi dificultad para la articulación dactilar de las posturas de las notas, con suma paciencia, me alentaba Don Ricardo “no tenés facilidad musical pero tenés mucha constancia y mi hermano “Riojano” era igual a vos, y con constancia llegó a ser un guitarrista ¡superior!” (sic.).

Don Ricardo o “Tío Richie” para sus amigos “arequeros”, era muy querido por los pobladores de San Antonio de Areco. Dado a que cuando andaba con plata (cien dólares ¡de los antes! le duraban un suspiro) era muy generoso en extremo -más pródigo y dilapidador que otra cosa pero no para sí sino en favor de los demás- y le regalaba rastras -hebillas del cinturón de los gauchos-, espuelas, rebenques, cabezadas, cuchillos, etc. de plata maciza a toda la gente de Areco…tanto que surgió el refrán cuando Almonacid tiene Areco tienesic. -por su viuda Yvonne Copello que me lo comentó en vida de Ricardo-. Como prueba de ello, Don Ricardo, supo tener una de las mejores colecciones de rastras firmadas por los cúneos de plateros más renombrados de nuestra historia tradicionalista campera y según las mentas…su colección era de tal magnitud que tapizaba con sus rastras el piso entero de su departamento en Buenos Aires (sic. de Don Roberto Campos (h) -su madre era Gorostiaga Castilla y lo aclaro para no confundirlo con su tío homónimo investigador genealogista “Pope de la Genealogía Criolla”-, Don Roberto fue el hombre más criollo y campero que conocí, a lo cual coincidía mi opinión con la de Don Ricardo que expresaba “Roberto ha sido el resumen práctico en materia gauchesca de todo lo que su tío, el pintor Jorge “Tuerto” Campos, lo era en estado teórico” (sic.), famoso por su manada de 300 yeguas “picazas overas” en las Sierras de Dos Naciones del partido de Lobería-). Con la venta de su campo en Quequén, heredado de su madre “Lolita”, compró un departamento sobre Callao entre Posadas y Avenida Alvear; pintó las paredes de gris y allí colgó la platería criolla que fue comprando (cuenta su prima Florencia Güiraldes de González Guerrico). Colección, la cual, alcanzó a componerse de 184 rastras de diversos motivos clásicos preferidos entre el paisanaje: 9 “del caballito”, 7 de “flor de cardo”, “del águila”, “del angelito” y su predilecta era una con la cara o efigie de Rosas que decía “Viva la Federación” rodeada por unos laureles, se la había regalado Claudia Caraballo Hirsch de Quentin y le dijo “ésta es mi mejor rastra”. Luego fue regalando o revendiendo todo lo que adquirió con la venta del campo materno, como que quiso desembarazarse de lo que le recordara a su madre. Rememorando su selectivo buen gusto, hoy una de esas majestuosas rastras suyas se expone en la vitrina del Restaurante Central de la Sociedad Rural Argentina en Palermo.

        Y aquella popularidad en los años setentas lo llevó a ser designado, por el General Gallino, intendente de San Antonio de Areco…cargo que solo ejerció por dos semanas en razón a que el “Centro de Comerciantes” y varios políticos locales se opusieron a llevar adelante sus directivas y Don Ricardo exclamó “ahh…si ustedes no hacen lo que yo digo ¡¡me voy!!”. Y así fue que renunció abandonando la intendencia y se ganó el apodo de “Niño Richie”, por eso y por varias de sus travesuras de alto calibre: vendió un campo de 1.000 hectáreas de su ex mujer -tuvo cinco esposas- para alquilar un avión de Aerolíneas Argentinas, embarcar 20 caballos “reservados” de jineteada, ochenta paisanos “arequeros” pagos con estadía completa y alquilar por una semana la Plaza de Toros de Gaudí en Barcelona (España) para hacer una jineteada memorable e ¡insólita! (este suceso quizás explica que en excepcionalidad y continuando la tradición familiar, Don Ricardo, quiso superar a la “Jineteada del Centenario” de su abuelo “Don Piquillo” Güiraldes).

Don Ricardo fue un hombre fuera de serie entre sus pares, fue una especie de John Wayne criollo, un hito representativo de la prestancia de su estirpe social ganadera, fue un “gaucho concheto” -con onda dirían hoy-, con una personalidad magnética y una virilidad masculina que jamás pasaban desapercibidas. Solía llegar a los campos de jineteada o doma con una “coupé” Mercedes Benz verde oscuro descapotable y se bajaba vestido de gaucho impecable con dos modelos rubias ¡en cada brazo! (Así lo documentan revistas de la época). Don Ricardo tenía un “charme” con las mujeres irresistible, no era tan buen mozo ni muy alto, porque cuando agarraba la guitarra era casi un “encantador de serpientes femenino” (no por nada su “caballito de batalla” -reconocido por Almonacid mismo- fue la milonga corralera titulada si me quieren sé querer” o “El Pescador”). De esta manera, cautivó y salió con las mujeres más bellas de la Argentina (tenía guardada como tesoro una caja de zapatos repleta de fotos con las conquistas de mujeres más despampanantes y al abrirla, y revolear las fotos una por una, él exclamaba orgulloso “mi ex mujer, mi ex novia, mi ex mujer, mi ex novia…” sic.). Supo tener su “mesa personal” en el boliche bailable más selecto de Buenos Aires, la discoteca “Mau Mau” de Lataliste. Desde donde una vez les invitó a sus comensales “¿qué les parece si mañana desayunamos todos en París?” (sic.) e invitó a toda la mesa a tomarse esa misma noche el vuelo a Ezeiza. No por nada Don Ricardo sostenía que su único oficio era el de ser amante y cantor, agregando “¡¿cómo será de feo trabajar?! Tanto, que te pagan para que lo hagas jajaja” (sic.).

Su estampa no deja de despertar polémica, para muchos fue un “dandy mujeriego”, para otros un “vago borrachín” o una mera “caricatura del gaucho”…varios podrán pensar así de él dado que se pasaba tardes en el “Boliche del Palomo” o en la “Esquina de Bessonart” o en la pulpería “La Vuelta del Gato” de Areco o en el “Bar Las Delicias-Recoleta Club” de Quintana 1956 y Callao -del barrio porteño de Recoleta- “despuntando el vicio” tomándose una cerveza “Tuborg” y fumando sus inseparables “Gitanes Blondes”, ahora, quienes tuvimos la bendición de conocerlo en profundidad sabemos que él fue el ¡¡¡Súmmum del Criollismo!!! Don Ricardo era un romántico extemporáneo casi “quijotesco” en su misión providencial y titánica por defender nuestras raíces criollas -“antieconómico” le dirían los ingenieros agrónomos “agriculturistas” de hoy-, le daba pleno regocijo ver los campos poblados de hacienda en vez de sementeras de cultivos sojeros con una finalidad pura materialista que a él le rebelaba, le dolía hasta el caracú ver los otrora pujantes “cascos de estancia” desiertos de personal y observar los vigilantes puestos “tapera” de campo abandonados de sus puesteros y sus familias de ocho o doce hijos que le daban vida a los establecimientos (porque los puesteros de campo son la savia de la Tradición y sin ellos, necesarios para el cuidado de los rodeos de vacas hoy inexistentes gracias a la híper “sojización”, la Tradición irremediablemente se iba a resecar marchitándose y agonizar con “puras tierras aradas y gringada arremangada cuidando la sementera” como cantaba una de sus milongas), le conmovía ver en una “yerra” -momento en que se castran y marcan los terneros- a un paisano revolear un lazo con habilidoso arte para azotarle la geta contra el suelo a un tremendo animal corpulento de cuatro veces el peso y tamaño del hombre que lo volteaba, pues, concebía a la tierra como un motor perpetuador de nuestras tradiciones ecuestres y ganaderas ¡atávicas! que con intensa pasión él ¡¡las amó!!

Tanto que tenía la brillante estrategia de llevar a cabo la estructura y organización de la “Federación Mexicana de Charrería” -él tomó conocimiento de la misma gracias a haber vivido dos años en México, donde, para su completo asombro, halló grabados antiguos de charros vestidos de chiripá-, compuesta por doscientos mil charros que pagaban un dólar por mes, con lo cual, adquirían ¡¡doscientos mil dólares mensuales!! Siendo, así, que todos los estadios deportivos, las escuelas de formación en charrería -que les corrigen hasta el color de los pañuelos correctos, que acordes a la Tradición, deben llevar sujetados al cuello-, los camiones de transporte y las tropillas de caballos son de propiedad exclusiva de la F.M.C. Y, de esta manera, logran sumar poder económico-político suficiente como para controlar con rigurosidad el “purismo charro mejicano”, a través de los “formatos” estrictamente tradicionales en vestimenta y aperos. Y hasta para exigirle al presidente de México ingresar a la Sociedad Rural Mejicana de a caballo y ¡vestido de charro! Por desgracia, Don Ricardo, vió truncado su anhelo y no pudo ponerlo en marcha debido a la contraproducente “competencia” de “figuración o muerte” que hay en el mundillo criollista, entremezclada de vanidad, celos, mezquindad, envidias y manganetas entre sus pares que viene transmitida de antaño sin resolverse -ya en los años veinte existía la puja de la morfología de la raza equina criolla entre Emilio Solanet contra Juan Antonio Baudrix junto a Enrique C. Crotto-, sin que resulte una favorable coordinación dinámica entre nosotros, los cultores del Criollismo. De continuar empantanados en esta mentalidad ventajera y derrotista, la cual sobreabunda en rencillas y fisuras internas, los propios cultores de la Tradición Criolla seremos los responsables de la ruina y desaparición absoluta del estereotipo de nuestro admirado y añorado “gaucho”…que, “ansina”, solo quedará para el recuerdo ¡dentro de los libros! Para evitarlo Nos urge unirnos en ¡¡todas las disciplinas criollas!! (domadores, pialadores, capadores, carneadores, plateros, sogueros, talabarteros, guitarreros, músicos de verduleras, danzas, criadores de raza equipa y bovina criolla, artistas costumbristas, teleras, bordadoras, restauradores de carruajes, enllantadores, paleteadores, jinetes, alambradores, molineros, tejedoras de boinas, herreros, hojalateros, encabadores de cuchillos, esgrima de “visteo”, cocina y pastelería criolla, carreros, sombrereros, boteros, bombacheras, alfombreras de bordo, esquiladores, barraqueros, galleros, compositores de caballos parejeros, curadores de palabra, etc.) y ¡¡¡resistir generando más Tradición auténtica no deformada!!! Don Ricardo Almonacid sostenía que los cultores tradicionalistas se dejaron estar en cuestiones de promover e instruir fidedignamente nuestra Tradición porque tal era la abundancia de criollos “parejos” que había en las estancias de todo el país, que creían que nunca se iba acabar (sic.). No lo menciono para ofensa de “naides” sino “para el bien de todos” parafraseando a Don José Hernández “Padre de la Tradición Criolla Argentina en el día de su ¡memorable natalicio¡

Almonacid, entonces, se constituía como un paisano o gaucho resuelto, fino, culto, pensante, excelso guitarrista y soberano cantor, baqueano en tareas rurales, buen conocedor de caballos -me asesoró en la compra de un padrillo criollo puro argentino hecha a Don Mariano García Errecaborde y cuando mi excepcional caballo “El Naipe”· se le murió, por sobrepeso reventado trabajando, al jinetazo Marquitos Álvarez Herrera Vegas, Don Ricardo, sentenció “los caballos buenos siempre se mueren” (sic.) porque al ser buenos son los que uno más monta con frecuencia-, con kilómetros de mucho mundo y experiencia de calle recorridos -le conocía todas las agachadas y ladinadas a los viejos criollos y a las mujeres de entonces, concibiendo a la “mujer argentina” como las segundas mujeres más difíciles para convivir del mundo por debajo de las mejicanas, en razón a su temperamental carácter e insaciables exigencias-, con un corazón de oro, divertido e irascible al mismo tiempo, cojudo de armas llevar -el Winchester 30-30 era su rifle “palanquero” preferido- y conocedor a fondo de nuestras tradiciones…no olvidemos que al final de cuentas él era un Güiraldes y ¡le corría la Tradición por sus venas!

Existen dos episodios que lo pintan de cuerpo entero: Don Ricardo vino en dos oportunidades de vista al campo nuestro, la primera vez para asesorarme cómo hacer un “fogón criollo” -que según su ciencia y sapiencia en Santa Fe y el litoral lo denominan “matera” en vez de fogón- y aproveché para llevarlo al Boliche de campo de la Colonia Morgan, porque le comenté que el bolichero Don Carlos Córdoba sabía tocar unos estilos antiquísimos. Era típico boliche original de campaña: mostrador de madera, bomba “sapo” que como dice el refrán “boliche de campo bomba adentro” y “techo de bolsa” -hecho con bolsas de arpillera pintadas a la cal- ¡una reliquia de autenticidad criolla! Allí estaba Don Córdoba sentado en la cabecera de una mesa estrecha grisácea clara y rectangular, con licencia de Don Córdoba, Don Ricardo se sentó a su costado izquierdo, yo enfrentando a Don Ricardo y “Cucho” Monserrat en la otra cabecera. Hecha la introducción de conocimiento, yo le comento a Don Córdoba que Almonacid era un gran guitarrero de estilos criollos -a lo que el viejo Córdoba reaccionó alzando sus renegridas cejas detrás de sus anteojos “culo de botella”-, y procedí a solicitarle su guitarra. La respuesta no se hizo esperar “está rota, se le cortó una cuerda” y al rato se levanta yéndose para el fondo Don Córdoba, e inmediatamente Don Ricardo se me arrima al oído diciéndome “vas a ver que la guitarra no tiene nada” ¡Dicho y hecho! Volvió Don Córdoba con su guitarra en óptimas condiciones y se la depositó en las manos a Don Ricardo. Almonacid, quien, de arranque tocó dos estilos y un término que se cayeron ¡hasta los pájaros! de lo sensacional que fue, no pudo tocar una pieza más…porque al viejo Córdoba, de la emoción por escuchar las letras y tonos de cuando él era niño y se apeaban del caballo, los troperos, para mojar el “garguero” entonando sus legendarias “espinelas”, no le alcanzaban sus brazos para ¡arrebatarle su guitarra a Don Ricardo! Y, ansi, Don Córdoba tocó un estilo colosal de antiguo con una letra finísima. Fue un momento único, “sublime y excelso” al decir de Don Ricardo. Y cuando salimos del boliche Don Ricardo me remata “lo dejamos a este viejo por 15 días que practique y la próxima que vengamos se va a tocar como treinta estilos ¡superiores! Te lo aseguro jajaja”.

En la segunda vez que estuvo, fue para un casamiento, y resulta que Ana la casera me contó un gracioso episodio: “yo, como todas las mañanas, iba a buscar las tasas al mueble aparador con la puerta grande de vidrio, en el viejo comedor, para el desayuno y, estaban todas las visitas durmiendo, entonces, trataba de abrir la puerta despacito para que no hiciera ruido, porque hace ruido esa puerta. Entonces, cuando quise abrirla despacito la levanté demasiado y se me cayó la puerta de lo pesada, se salió del eje, y era piso de madera, entonces ¡hizo una explosión en el piso! cuando azotó la puerta sin que se quiebre el gran vidrio. Y en eso aparece corriendo Don Ricardo ¡en calzoncillos blancos con pintitas azules y camiseta de maya blanca, descalzo con las patitas flaquitas y asustado! Y exclamó “¡Ana yo quería que me despierte…pero no de esa manera!” dijo Don Almonacid. Y me llamó la atención que un hombre tan cojudo que, dormía con el revolver debajo de la almohada, porque cuando hice la cama, sacudí las sábanas y se cayó el arma al piso, se hubiera asustado tanto…y mientras yo cocinaba él venía, Don Ricardo, a darme serenata a la cocina, entraba y decía “¡Buendía señooora! ¿Cómo anda? me voy a sentar un rato acá a cantarle algo” y se sentaba ahí en el rincón con la guitarra y me cantaba las milongas y estilos que él sabe”.

Pero  haciendo honor a la verdad de los acontecimientos y en su merecida justicia, Don Ricardo Almandos Almonacid, fue una “¡calandria del criollismo!”. Tenía un buen gusto para seleccionar letras y melodías antiguas anónimas (cuya temática era sentimental, botánica, mística, narrativa, topográfica, filosófica o zoológica, escritas muchas de ellas por grandes poetas del “Siglo de Oro Español” como Góngora o Quevedo o Espinel mismo -maestro de literatura de Lope de Vega- y por sublimes teólogos en las Abadías o Monasterios, cuyas letras cantaban acerca de enigmas y alegorías teológicas complejísimas como los develados por San Juan Damasceno en el siglo IV vertidos en el estilo “El Espejo de Oro por ejemplo (en dicha letra se utilizan alegorías teologales como: “perla fina entre diamantes” la perla es el Cielo y los diamantes los ángeles; “del jardín del damasceno la más preciosa azucena” la azucena es la Madre de Jesucristo como Reina y Generala de los Cielos, “Torre de  marfil” y “Ciudad la más guarnecida, torre elevada y segura” son las letanías a la Ssma. Vírgen; y cuando canta “yo tuve un espejo de oro” el espejo se refiere al alma como “espejo” o semejanza de Dios, y sigue cantando “y ahora para qué quiero el oro si el espejo se me rompió”, entonces, el “oro” es el cuerpo material finito, como dando a entender que el valor de lo material o corpóreo -el oro- es superfluo e insignificante frente a lo espiritual inmutable -el espejo como alma y semejanza divina-, ésta alegoría también explica la indisolubilidad de cuerpo y alma explicaba un teólogo español) y, también, en el estilo “Águila de Tres colores se refiere a una antiquísima alegoría medieval caballeresca (es posible que se interprete a Cristo o Pantocrátor según San Gregorio Magno como “Águila” en forma de animal viviente adoptado en su Ascensión y San Jerónimo, entonces, explica: adopta el águila porque se eleva desde el comienzo hacia las verdades eternas y “Tres Colores” por colores de la Sanísima Trinidad: “Azul” -Fe-, “Rojo” -Caridad o Pasión- y “Verde” -Esperanza-; dar con el acertado significado de esta alegoría me tomó décadas de averiguación y agradezco al erudito Profesor Rafael Breide Obeid que me desentrañó su intrincado enigma). Algunas de éstas contenían preguntas ontológicas o metafísicas de una elevación y sapiencia intelectual ¡supremas! Y, “ansina” -“así” dicho en español antiguo-, eran  interpretadas con exquisitez, ternura y modestia por sencillos e iletrados gauchos de las planicies, los cerros, los esteros y las cuchillas de nuestra nación), tenía una percepción y precisión musical para escribir canciones con esencia (sic.) y una autenticidad criolla sinigual, conocía bien la métrica musical (sabía de “alegres” o “allegro”, del braceo o “firuletes”, de sextetas u octavinas, del interludio o puente y de “pie de décima” o estrofa) y sus rimas encajaban a la perfección, era diestro para la interpretación y entonación al modo criollo (sic.) y para cantar florido (o “floreado”, como dicen los paisanos, quiere decir de forma amena y profusamente exornado de galas retóricas, agregándole “firuletes” a la melodía, de ahí la denominación de la típica colonia del gaucho “Agua Florida”, es decir, perfumada en el sentido de “aditivado”), sabía captar con profunda delicadeza e íntima sensibilidad la idiosincrasia criolla y la inmensidad o vastedad del paisaje del campo pampeano, y, con su baquía para tantear las “primas y bordonas”, hacía estremecer hasta los Cielos con su deliciosa voz…

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Almonacid era un serio estudioso de las Magnas obras del incansable recopilador “de rancho en rancho”, el catamarqueño Juan Alfonso Carrizo -él siempre me retaba “¡¿no leíste todavía sus nueve tomos?! Seguro que ¡¡no!!” (sic. a saber cancioneros populares de: 1- Catamarca de 1926, 2- Salta de 1933, 3- de Jujuy de 1935, 4- de Tucumán en dos tomos de 1937, 5- de Santiago del Estero de 1940 junto a Orestes Di Lullo, 6- de La Rioja en dos tomos de 1942, 7- Antecedentes Hispano-Medievales de la Poesía Tradicional Argentina de 1945 e inconclusos o inéditos “Cancionero Popular de la Puna de Atacama” y “Cancionero Popular del Territorio Nacional de los Andes”; una de las pocas cosas rescatables de Perón fue que lo nombró a Carrizo secretario de cultura y el día que publicó su último cancionero el mismísimo ministro de cultura de España extasiado le dijo “¡¿sabe usted lo que ha hecho?! ¡¡Ha rescatado el cancionero extremeño del Siglo de Oro!! ¡Que quién iba a pensar que se encontraba oculto en los ranchos sudamericanos!”, eso le valió la distinción “Encomienda de Alfonso X el Sabio”)-, del musicólogo Carlos Vega -que recuperó 34 temples: el “temple al Aire”, el “temple Medio Tres”, el “temple Requintado”, el “temple Falso”, el “temple Chanteiro”, el “temple Piano”, el “temple Medio Piano” y el “temple Del Diablo” entre otros- y del costumbrista Don Roberto Cunninghame Graham; había también estudiado la obra completa de su tío y admiraba en él su síntesis literaria “Ricardo Guiraldes tenía la virtud de decir mucho en pocas palabras” (sic.), me enseñó, además, acerca de los “refranes opuestos” -a cada refrán “Al que madruga Dios lo ayuda” le corresponde su opuesto “No por mucho madrugar se amanece más temprano”, rematando luego su moraleja con ésta máxima “lo importante en la vida es que nunca te madruguen en nada, siempre primerealos” (sic.), pues, Don Ricardo Almonacid, no fue en absoluto un aficionado, sin exagerar era ¡palabras mayores! como consagrado  Poeta, Erudito y Músico ¡con mayúsculas! Muchos cantores telúricos profesionales aprendieron de observarlo a él: Omar Moreno Palacios, Argentino Luna y Atilio Reinoso entre otros, que, hasta algunos, para su gran fastidio ¡lo plagiaron! inclusive. Y gracias a su incansable tarea de preservar y cultivar nuestra Tradición vernácula criolla, hoy podemos apreciar su exquisito e invaluable repertorio (cifra “Bajo de un coposo pino”, estilo “Si ella piensa en mí como estoy pensando en ella”, estilo “Siente una fragante flor”, cifra “El pardito mentado”, estilo “Oirán de mi pecho herido” o “La Carta”, estilo “El Recuerdo de tu Amor”, término “Quisiera ser a lo lejos”, estilo “Quejoso estaba un olivo”, estilo “Todos los oficios juntos”, estilo “Por mandato de la ausencia”, estilo “Incertidumbre”, estilo “Sin ella cesará mi inspiración”, estilo “Resurrección” -de autoría de Don Ricardo Almonacid-, estilo “Ya no soy más el zorzal”, refalosa “Yo vidé volar un sapo”, estilo “Tu por otro yo por ti”, estilo “En la plácida corriente de un cristalino arroyuelo”, estilo “La ausencia y el olvido”, estilo “”El Halcón”, término “Soy como un paladín”, triunfo “Niña”, estilo “Te pusiera en un jardín”, estilo “Pintor del Firmamento”, estilo “Entre raras luces bellas” ,estilo “¿Qué será?” o “Gualeguaychú”, estilo “Que tormento más atroz”, milonga corralera “Viejo fogón ya dormido-Oda a la estancia “La Porteña” escrita por el pintor Alberto Güiraldes, quien, según Don Ricardo, “tenía un rasguido superior” y era propietario de la estancia “La Merced”-, estilo “El adiós”, estilo “El agua y el fuego”,  estilo “Más fragante que la rosa”, gato “Dando vueltas al rancho”, estilo “Jamás se cansa de dar”, cifra “El torito”, estiloEl agua y el sol están discutiendo”, estilo “Por caminos diferentes”, huella “Yo he visto un ciervo herido”, estilo “Lamento la suerte mía”, estilo “Yo soy la dulce trigueña”, marote “El Marote”, estilo “Prisionero un cardenal”, milonga corralera “Éstos ya no son mis pagos”,  estilo “Que equivocado está”, milonga corralera “Esta noche juego al truco mañana juego a la taba”, estilo “Las Horas”, estilo “Soy como aquél arbolito”, estilo “Tu Amargo Arrepentimiento”, remedios “Mal de Amor”, estilo “El Gavilán”, triunfo “Antes de conocerte”, estilo “Llora este cielo sereno”, estilo “Soy el peor Argentino”, estilo “Enamorado y sin suerte”, milonga corralera “Voy en el último viaje”, estilo “Cuando remonte mi vuelo”, estilo “El Pensamiento”, prado “De los cien imposibles”, estilo “La Paloma Indiana”, refalosa “A Don Juan Manuel”, estilo “Que no es delito en el hombre llorar por una mujer”, milonga corralera “La Estancia” o “Qué lindo es de madrugada”, estilo “Sol, luna, mar y viento”, gato “La mujer cuando quiere”, estilo “Los instrumentos”, estilo “Tiene en la cara un lunar”, estilo “Yo también puedo tener”, estilo “Sabio caminante”, triunfo “Milagros” -de su autoría escrito para una de sus cuatro hijos- estilo “Crescencio Medina”, estilo “Permiso pido a los poetas por lo ignorante que soy”, estilo “El Moreno”, estilo “Canta la Calandria Airosa” -ese fue el primer estilo que me enseñó Don Ricardo en vida-, etc.) . Dicho repertorio se preserva grabado a sus amigos, pues, Don Ricardo, fue un rescatador de nuestra “Esencia Tradicional Criolla” (sic.), plasmada en el ADN de nuestras raíces hispanocriollas pioneras fundacionales, fue un socorrista de nuestro patrimonio musical vernáculo criollo, haciéndolo “a pulmón” -sin lucrar con ello- de manera íntima y privada (él afirmaba que el estilo no se podía tocar con más de cuatro personas escuchando, porque la gente se dispersaba sin prestar atención al contenido o mensaje de la letra -debido al extenso tiempo de duración de la melodía-, escrita para la rítmica cansina de una audiencia de otras épocas pasadas; es una música melancólica de recogimiento, casi como una alabanza sacra, y que, reproducida correctamente con el “modo” y “esencia” criollos acertados, transporta temporalmente a sus oyentes hacia otra dimensión o atmósfera inteligible e inaccesible para la mediocridad moderna contemporánea -eso sucedía cuando uno lo escuchaba en vivo al propio Almonacid ¡era una cosa descomunal estar oyéndolo allí presente!-.

Él rescató y cultivó dicha Esencia que tanto quisieron hacer extinguir los ex presidentes argentinos Sarmiento y Mitre con la transculturación europeizante que emprendieron. Respecto de aquel fenómeno explicaba Don Ricardo: “después de Mitre y Sarmiento con su cultura italianizante o afrancesada impuesta…si alguien se vestía de gaucho o tocaba música criolla los propios argentinos te ¡tiraban piedras! Durante más de un siglo eso sucedía hasta no hace mucho tiempo atrás, por eso se perdieron tantas cosas valiosas en conocimientos y costumbres autóctonas de antes. Y a la “arquitectura colonial criolla” la demolieron casi por completo, destrucción aberrante ejecutada por el Intendente Torcuato de Alvear, dicho por ellos dos en su correspondencia de sustituirla por estilo italiano o barroco”. Y eso se debió por claro complejo de inferioridad de “aldea” al no haber en Buenos Aires ninguna estructura palaciega anterior a dicha demolición a gran escala, lo cual se explica porque el espíritu constructivo imperante, en la mencionada ciudad capitalina, durante el “Reino de Indias” de los Habsburgo o de la Colonia Borbónica, era la practicidad por escasez de materiales, así, arquitectónicamente y culturalmente primó el siguiente lema: “lo criollo es lo sencillo” -sic. aclaraba siempre Almonacid-. Don Ricardo era furibundo “antimitrista”, leyendo como fundamento el libro de Carlos D´amico “Buenos Aires, sus hombres, su política (1860-1890)” y al respecto contaba la siguiente anécdota: tan incoherente y ridícula era la animadversión de Bartolomé Mitre hacia su propia identidad étnico-cultural criolla, que durante la “Revolución de los Fusileros de Carlos Tejedor” en 1880, Mitre, fue herido en su famosa abolladura craneal por una bala redonda que le dejó un hueco en la frente -acomplejado por ello usaba regularmente un sombrero- y, entonces, malherido se agarraba la cabeza sangrante en el campo de batalla de “Potrero de Longdon”. En ese estado, se le acerca el oficial Pablo Ricchieri para socorrerlo, a lo que Mitre le ordena “¡déjenme morir como un romano!”, a lo cual Riccieri quedó perplejo porque Mitre, de profundas raíces criollas, no tenía una pestaña de romano, cuando él ¡sí! A la semana se lo cruza Mitre a Ricchieri en el “viejo Congreso” mateando unos amargos y lo interpela “¿qué anda haciendo Ricchieri?”, y el militar, hijo de ambos padres italianos pero que se había “acriollado” casi como “Martín Fierro”, le responde con ironía “acá estoy mi General tomando mate ¡como un romano!” (datos ampliados por Don Juan Isidro Quesada).

A Don Ricardo le debo el haber aprendido acerca del “purismo criollo” y sus orígenes, a poder discernir entre lo “auténtico” y lo “desvirtuado” en cuestiones criollas de música, danzas y costumbres de la campaña bonaerense (lo “folclórico” es pura invención imaginativa o fantasiosa recreativa de la modernidad que obedece más al arte popular, al contrario del “purismo auténtico” que se cimenta o fundamenta en lo esencial para restaurar la realidad verídica antigua practicada tal como sucedió, siendo, entonces, auténticamente ¡Leal a la Tradición!), le debo el entender la división cultural y étnica tajante que supo haber entre la “gente de las estancias” y la “gente de los pueblos de campaña”, le debo el poder identificar un “señor estanciero criollo” de un “estanciero europeizante”, además, a poder comprender la puja o competencia por imponer su idiosincrasia contracultural antagónica en el medio rural que existió entre el hombre criollo “padentrano”, ecuestre, ganadero y el gringo “pajuerano”, agricultor, “fierrero” o el diplomado universitario citadino con injerencia en las estancias; también, él tenía la particularidad de observar a las personas con rasgos “aindiados” y reconocer “éste es de nación ranquel, aquél es pampa, el otro es araucano” (sic.). Gracias a él aprendí acerca de paisanos increíbles (él conoció un negro afro que era “muy fantástico” -sic.- usando dos rastras de plata y oro en el “tirador” -cinturón de los gauchos-, una adelante y otra atrás, además, tenía puestos anillos de oro en todos los dedos de sus manos y fue el hombre más jinete que él trató, y otro viejo guitarrero sordo -“templaba” su guitarra afirmando la pera en la culata para afinarla sintiendo las vibraciones de las cuerdas- y que todas las tardes se sentaba frente a la Pulpería “La Blanqueada” en un banquito, apoyando la guitarra vertical sobre sus muslos y la tocaba extraordinariamente bien en posición recta en vez de horizontal) y, también por él, conocí quién fue el gobernador Francisco Antonio Candioti “El Príncipe de los gauchos”, el mentado estanciero criollazo correntino Don Ernesto “Gato Moro” Ezquer Zelaya, el tradicionalista Marcelo “Tercero Sombra” Lynch Gorostiaga y pude tocar con mis propias manos la guitarra histórica que el mazorquero Ciriaco Cuitiño le regaló al payador Juan Sin Ropa o “Poca Ropa”, que confirma empíricamente la leyenda de que el mejor payador de todos los tiempos ¡¡¡Don Santos Vega!!! en realidad ¡existió! Y guiado por su consejo entendí hasta el menor detalle del Criollismo: “no es de paisano andar con los botones (del tobillo) de la bombacha desprendidos ¡es de galponero!” (sic.) me recalcaba -antiguamente los galponeros se los desprendían a esos botones para poder acarrear las bolsas de cereal con mayor comodidad, pero estando de a caballo quedaba mal visto que se le suba la bombacha de campo a media caña con el roce del caballo-. Don Ricardo, en mérito a su vasto conocimiento, fue un buscado y autorizado miembro del Jurado de “emprendados” -sillas de montar de lujo gauchesco- en innumerables desfiles de gauchos y exposiciones tradicionalistas. Fue todo un hombre de consulta en estas cuestiones rurales de antaño.

Don Ricardo amaba nuestro país desde sus entrañas y le mortificaba cómo la prepotente y masiva inmigración italiana más reciente -excepto por los “ítalocriollos” coloniales de 1536-1816 y los venidos a Entre Ríos entre 1820-1850 ya acriollados- había mellado el caris de  nuestra identidad criolla original auténticamente argentina (sentía que aquellos la habían profanado y bastardeado, al contrario de los inmigrantes irlandeses de Areco que la abrazaron y la sintieron como propia). A raíz de ello se ¡brotaba en furia! cuando la veía revolear el poncho a Soledad Pastorutti, cuando los malamberos pateaban al aire como cosacos rusos y hacían el “tiquitaca” con las boleadoras -imposible de hacer con unas boleadoras verdaderas de piedra-, cuando escuchaba el “Chan! Chan! Chan!” de un malambo desvirtuado y él decía que ese rasguido era prácticamente una “tarantella” lo que tocaban, cuando en las propagandas anunciaban que lo más “argentino” era comer “gnocchi” (ñoquis) los 29 de mes en vez de nuestros característicos asado o locro, cuando se festejaba a toda pompa la festividad de las colectividades para el 4 de septiembre por el “día del inmigrante” y tanto el ¡25 de mayo! o de la ¡Recuperación de Malvinas! o el “Día de la Tradición” pasaban sin pena ni gloria –cuando…sin el sacrificio y cuota de sangre criolla derramada en las invasiones inglesas, durante la guerra de la independencia y en la contienda contra el indio chileno “araucano” invasor…no hubiera podido arribar un solo inmigrante “pajuerano”, sería bueno que sus descendientes tomasen conciencia de ello y respetasen y veneren más la Tradición del país que generosamente ¡los acogió!-, cuando se ufanaban de su “doble pasaporte” sin que la nacionalidad argentina sola les fuera suficiente, cuando se afirmaba maliciosamente que en el país “todos descendemos de inmigrantes-cuando a la Argentina actual la habitamos un 25 % de criollos, es decir, somos 11,75 millones de criollos habitando ¡nuestra Patria! de 47 millones de argentinos- y que al país lo habían hecho exclusivamente los inmigrantes (cuando, barriendo con esas falacias, Don Ricardo provenía por varios linajes, paternos y maternos, de antiquísima raigambre criolla de pura cepa que había fundado de verdad el país durante la gloriosa “Gesta Fundacional Hispanocriolla e Íberoindiana” de 1516-1870…por múltiples de sus ramas genealógicas descendía directamente de Don Juan de Garay y del mismísimo primer Gobernador criollo “Hernandarias”) y, además, a él, fonéticamente, le repelía cómo sonaban ridículamente los apellidos italianos con sus diminutivos “ini” y sus “veinte mil consonantes” (sic.), expresaba, que, según su parecer, eran extraños a la fonética castiza criolla y a su gallarda hidalguía hispánica.

Pero lo que, en verdad, a Don Ricardo, le voló la tapa de los sesos…fue leer el libro de moda para la “tilinguería porteña”, escrito por  Nicolas Shumway “La Invención de la Argentina”, donde se negaba por completo una identidad criolla argentina vernácula sin un solo elemental fundamento y con palmaria ignorancia, ello, con la vil intencionalidad de sembrar el germen de la disolución social de nuestra auténtica y real nacionalidad.

En base a ello, había aprendido de Don Victorino Nogueira, el lapidario refrán los chanchos en el máiz como los gringos -chacareros o colonos arrendatarios o citadinos metropolitanos- en la estancia…no hacen más que ¡daño! (los viejos criollos -fueren cultos o analfabetos- acentuaban distinto: máiz, páis, ráiz, paráiso en vez de paraíso; la etimología de “gringo” proviene de la deformación de la palabra “griego” como sinónimo de “extranjero” u “hombre de la ciudad”, originada en los tiempos del imperio romano cuando se enviaron esclavos griegos a la Hispania romana. Hoy este concepto deformado de su original significado se le aplica a los “gringos yankees” según el “Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico” de J. Corominas – J. A. Pascal).  Pese a su aparente “ítalofobia” Don Ricardo contenía él mismo “tuco en su genealogía” -dado que descendía troncalmente del asesinado por los “serenos” de Rosas en 1839, Don Manuel Vicente Maza, cuyo origen paterno era itálico genovés- y, encima, tuvo varios amoríos con mujeres Ítalo descendientes (salió en su mejor momento con la modelo y locutora “Pinky” Satragno), dos de sus grandes amigos fueron de origen italiano: Juan Scampini -tradicionalista arequero- y Hernán Fillippelli -Jefe de Guardia del Hospital “Juan A. Fernández” y sobresaliente guitarrista de estilos criollos y milongas camperas- y, además, sostenía que dos de los hombres más camperos “completos” y “acriollados” que había conocido eran Luca Giorgi -nativo de Italia y arribado a los 2 años al país- y el gaucho judío entrerriano David Goldberg “que era un pialador -es quien tira con facilidad el lazo a las manos de un animal para voltearlo sin errarle- ¡bárbaro!” (sic.). Y aunque parezca increíble o surrealista, a este “macho de América criollo”, su última serie de TV más favorita fue ¡¡“The Nanny”!! (“La Niñera” ¿por su persistente “alma de niño” a raíz de su temprana carencia de contención maternal habrá sido?), interpretada por la actriz Fran Drescher. En última instancia, contradictoriamente, respetaba y amaba lo que le era repelente.

Acá en la foto se lo puede observar en una perfecta postura propia del cantor criollo autóctono. La imagen se la tomé yo con mi cámara fotográfica “Canon Sprint – autofocus macro 45 cm / Canon lens 35 mm 1:35” de film en el patio de la histórica y arequera “Casa de Burgueño” ubicada sobre la calle Belgrano Nº 315 entre Além y Alvear donde él vivió por cinco años, que su construcción data de 1809 -allí Don Ricardo encontró una mesa de madera antigua, que al levantarla por accidente se separó en dos la tabla de la mesada y atónico encontró tallada, bajo su superficie escondida, una pirámide con el ojo de la masonería y una lista con los nombres de “aceptados y libres masones arequeros”-, donde tantas veces con su última mujer Yvonne Copello me invitaron a “hacer noche” en una de las piezas del frente que da a la vereda o en la pieza del fondo. Esta colosal foto se la alcancé a su gran amiga Doña Margarita “Pussy” Perkins de Anchorena para que la coloque impresa en grande sobre la contratapa de su maravilloso libro “Alma Criolla.

Tuve el honor y privilegio de integrar el contingente que cargó el ataúd de Don Ricardo rumbo a la Iglesia para el responso y al Cementerio de San Antonio de Areco para ser inhumado en la “Bóveda de la Familia Güiraldes”, desde donde él finó en su última morada “arquera”, muy sencilla, sobre la calle Lavalle Nº 413 entre Arellano y Zapiola. Siendo allí ataviado con todas sus elegantes pilchas de gaucho (sin cumplir con el ancestral “ritual criollo funerario” de rigor: de deshacer el nudo o “golilla” de su pañuelo y de desprender absolutamente todos los botones de la camisa, de su rastra y de la bombacha-pantalón hasta en los tobillos  “para que vaya al otro pago sin ligaduras al Cielo que retengan su ánima” -sic. de Rosemary Perkins de Zelaya, la mujer más criolla que he conocido, era directamente un paisano, solo superada en Criollismo, según ella, por Susanita Ortíz Basualdo en Bariloche-) y “ansina ansí”, de bombacha (gris) y corralera (azul), fue sepultado. Su última voluntad para conmigo fue encomendarme que comprase para mí una campana marca “ciervo” -esta marca alemana tenía la particularidad de fundir sus mentados cencerros con una aleación de platino, por lo tanto su “tañido” o sonido es mucho más intenso y sostenido- que nunca había visto una así en su vida (sic.) y así lo hice. Y, también, que me casase con una encantadora y monísima directora de orquesta que le presenté y quedó fascinando diciéndome en sentido figurado “casáte con ella porque sino te degüello con una alpargata para que te duela más jajaha” (sic. esto último no lo cumplí).

Y como testimonio imborrable de su amistad y maestría, conservo en mi poder la propia Alma de Don Ricardo, la guitarra de esta misma fotografía de portada que perteneció a Jorge Miguel Marín (fue el primer marido de mi otra mentora tradicionalista “Pussy” Perkins, que, como los Marín tenían un espléndido edificio con un local en PB que se lo alquilaban a la fábrica de instrumentos “Riccordi Americana”, los dueños de Riccordi en atención le regalaron a ellos una de sus mejores guitarras y “Marín” se la dio a “Pussy” -luego, sin su permiso, su hermano Gastón Perkins, afamado corredor de automovilismo, se la llevó al circuito de Nürburing (Alemania) para amenizar “criollando” en las carreras y la guitarra volvió rajada en 1969, pero con gran culpa Don Gastón la hizo componer con el mejor luthier que encontró-; décadas más tarde, fue memorable, -frente a mis ojos- el cuasi “duelo criollo”, a raíz de una larga enemistad, que Don Gastón Perkins -armado de un facón/daga- y Don Ricardo Almonacid -muñido de un revolver 38 “corto” en el tirador de su rastra- estuvieron al borde ejecutar durante un casamiento en la Estancia “El 29” de Vedia, Pcia. de Bs. As. en 1999 -¡ante los prolegómenos del siglo XXI!-) y, pasado bastante tiempo, “Pussy” se la regaló a Don Ricardo para la posteridad. Yo se la cambié a él aproximadamente en el año 2001 por una extraordinaria guitarra de jacarandá que hizo el luthier Julián A. Rabaza a una Sra. Larralde que me la vendió, y. Don Ricardo, estaba contentísimo con el trueque porque pensaba que mi guitarra era de mucho mayor categoría que la suya recién trocada…adentro de la caja de resonancia de esta guitarra tiene pegada una etiqueta del luthier o liutaio “Mateo Bruni” -“constructor de instrumentos de Arco, Cuerda, Clásico, Moderno de Concierto. Diplomado en la Escuela Internacional de Cremona y Buenos Aires. Riccordi Americana Florida 677-Buenos Aires” (sic.) que sobre escrito en marcador negro se lee Gorda te re quiero (sic. y fue escrito por puño y letra en imprenta por Almonacid, sabrá Dios la identidad de aquella “gorda” que lo inspiraba…). Quién iba a pensar… ¡un italiano! fue quien lo hizo cantar con plena Esencia a este “ruiseñor” criollo.

Para cerrar este tributo, reafirmo que no existe ni habrá otro criollo de la talla y figura de Don Ricardo Almandos Almonacid, para mí es un Paladín y un Gigante de nuestra “Música Tradicional Criolla (“pura” no folclórica que él detestaba), quién ya ha pasado a los “Anales de la Historia Rural y Tradicionalista Argentina”, y su memoria es toda una leyenda que resuena en ¡nuestras Pampas!

Almonacid tuvo la profunda convicción y noble tarea de evitar que nuestra auténtica y vernácula música rural (de la “campaña” adentro y de “sala” en las casas de hacendados hispanocriollos e indianos coloniales) se extinguiera del todo y para siempre, convirtiéndose en un “cancionero mudo y muerto”.  Fue, entonces, que al contrario que sus primos o allegados Güiraldes, Almandos Almonacid, Larralde, Videla Dorna, Monserrat, Tailhade o “Tallada”, Althaparro, Hogg, Zaldivar  e Yraizos (familias fundadoras del Culto a nuestra “Música Tradicional Criolla”, perdón si falta nombrar alguna), quienes por temor a la “desvirtuación” chabacana folclorista (muchos quedaron perplejos de cómo una folclorista había franqueado el “hermetismo tradicionalista” accediendo a un estilo y, además, horrorizados cuando aquella, Mercedes Sosa, desvirtuó letra y música en su improvisado carnavalito “Cambia todo cambia” basado en el sobrio estilo “Muda la fina esperanza” que aprendió de un paisano/jardinero en unas termas de Entre Ríos -si bien tanto los Güiraldes como los habitantes de San Antonio de Areco han sido sumamente meritorios en conservar el “purismo criollo” y su “Esencia Tradicional Criolla”, constituyéndose en “Vigilantes Custodios de la Tradición Gauchesca”, de ningún modo poseen o pueden abrogarse el “monopolio de la Tradición”, dado que, como se ha visto, es posible hallar vestigios de criollismo auténtico en otros pagos puebleros tanto argentinos, uruguayos, bolivianos, paraguayos, peruanos, ecuatorianos, chilenos y riograndenses incluso, como territorios “geoculturales” constitutivos de los legendarios Virreinato del Perú y del Virreinato del Río de la Plata que aportaron nuestra esencia, cultura e idiosincrasias de 500 años de existencia 1516-2022, puesto que con el descubrimiento del estuario del Río de la Plata del 12 de Febrero de 1516 -que aún hoy no se celebra- por Juan Díaz de Solís “nace recién ahí la Argentina” y no el 25 de Mayo de 1810 como comúnmente se piensa-), entonces, los cultores tradicionalistas se reservaron para sí esta distinguida música e inmemorial cancionero… llevándoselos a la tumba muchas veces con ellos y sin permitir que los grabasen e incluso cometiendo torpezas imperdonables -fue trágico como el hijo de un conocido tradicionalista derritió los discos de pasta inéditos, grabados por su padre, para hacer con su contenido unas boleadoras “avestruceras”, dichos discos contenían al extrañísimo “Sordo Perico”, organisto de la Parroquia de Capilla del Señor o Exaltación de la Cruz, tocando unos formidables estilos en el órgano litúrgico comentaba Don Ricardo agarrándose la cabeza-. Don Ricardo, entonces, optó por brindarse de brazos abiertos a quien él consideró “merecedor” de atesorar esta Tradición musical para perpetuarla. Es por todo ello y siendo, Don Ricardo, un habitante pintoresco de la actual Ciudad “Cuna de la Tradición” de San Antonio de Areco, cuya impronta dejó surcada una huella en la memoria de un sinfín de “arequeros” -lo saludaba todo el mundo transitando el ejido del pueblo- y su “cruzada” por nuestra Tradición es incuestionable, estimo que sería digno de homenajearlo, allí, con una calle en su memoria.

Luego de toda esta exposición con solidez fundamentada, falta definir lo más sustancial en concreto que define al Criollismo…me refiero a la Esencia Tradicional Criolla en la cual hacía permanente hincapié Don Ricardo Almonacid. Dicha “Esencia” se constituye como la alhaja más preciada del “Criollismo Puro”, es su mismísimo corazón latente, su punto neurálgico o línea de flotación…la cual se advierte en la manera de ejecutar el instrumento, implica tocar la guitara con gusto, con sentimiento, implica tocar la pieza musical tradicional sin desvirtuarla en la forma correcta que debe tocarse, pero fundamentalmente, implica tocar con gusto refinado y notable sentimiento, dejando el alma impresa en las notas musicales al revivir, íntimamente, el contenido nostálgico o evocativo de la letra que se entona. A eso, precisamente, se refería Don Ricardo al determinar que un cantor “tocaba con mucha esencia” y rematando con su muletilla “es notable” (sic.). Ampliando y determinando con mayor precisión el concepto de “Esencia”, es compenetrarse y amalgamarse en el sentir del autor en el puntual momento, fusionando las barreras temporales, en que él escribió la letra que se está cantando y en la atmósfera o contexto que aquella letra describe, de esta manera…cantor, autor, instrumento y letra fundidas en una misma expresión esencial. Es estar vibrando en la misma frecuencia uno mismo con la guitarra, en consonancia con el simbolismo que representa el contenido de lo que se está entonando. Dicha “esencia” vendría ser el equivalente al de la música flamenca, donde se toca con el denominado duende flamenco: el cual es un concepto difícil de definir porque se basa principalmente en el carisma del “cantaor” o “bailaor”, es la expresión que hace referencia al arte que aflora de manera natural durante una ejecución, es ese talento innato que tienen algunas personas y que roza la perfección. “El duende es un estado especial de la gracia flamenca”, así lo definió Anselmo González Climent, es ejecutar la pieza impregnándola de magnetismo y magia. Un viejo maestro guitarrista andaluz sostenía “no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto” (según https://elflamencoensevilla.com/que-es-el-duende-flamenco).

Y como corolario de este extenso recorrido biográfico, vuelco para la posteridad las dedicatorias, de puño y letra de Don Ricardo, que me plasmó en tres libros que me regaló: el de David Peña “Juan Facundo Quiroga” donde escribió “A mi joven amigo Juanino Etchebarne, entusiasta historiador, con el aprecio que se merece”, el de Roberto M. Devicenzi “El Estribo Arequero” escribió “A Juanino Etchebarne por nuestra amistad y su Argentinismo”, y, por último, en el de la Municipalidad de San Antonio de ArecoAreco mi tierra…” él puso “A Juanino; esperanza del futuro” fdo.- “R. A. Almonacid”. Recuerdo aún la última frase en vida que me dijo, la cual confirma su genio y figura, picaresca de coqueto, que jamás perdió hasta la sepultura… “yo vestido de paisano y con 79 ¡abriles! (años) las pendejas todavía se dan vuelta para mirarme (sic.).  Brindo a la gloria eterna de mi mentor ¡¡Don Ricardo Almonacid!!  Fdo.- su discípulo, Juan Etchebarne Gainza.

El autor fue fundador y Caudillo de la “Agrupación Gaucha los Redomones Porteños”, es miembro de número del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas y es  estanciero en el sur santafecino.