Siendo que objetivamente las políticas keynesianas aruinan al sector privado y no disminuyen ni un milímetro la pobreza, la razón de ser del político que ejecuta políticas de expropiación legal de riqueza, no puede ser otra que el enriquecimiento personal de quien sólo merced a esa ruina general lo alcanza. Sería infantil preguntarle a un ladrón de bancos que ostenta una vida fastuosa por qué hace lo que hace; es obvio porque lo hace, por mas que diga sus intenciones son otras. Para saber qué cosa es un político entonces, no brinda ninguna información -más allá del criterio de descarte- la respuesta que da él mismo político cuando le preguntamos qué es y qué hace.
Lo que es ridículo -y por tanto no se le puede encontrar una razón que lo justifique- son los contribuyentes que abogan por la implantación de políticas keynesianas que luego los funcionarios ejercerán contra ellos. Es como que te roben tu negocio, tu dinero, tu casa y tu auto, y vos, mientras vés a los ladrones yéndose con todas las propiedades que tu esfuerzo y capacidad generaron en el mercado, te pares arriba de un tronco, y mirando tu auto robado partir, explotes en profusos aplausos, vítores y ovaciones: «Bravo!, Otra!, Otra!», elogiando la pericia de los ladrones al robarte todos tus bienes e instándolos a que vuelvan a robarte más.
La democracia es una guerra entre los que con capacidad y esfuerzo generan riqueza en el mercado; y los que viven comodamente con el dinero que le sustraen por ley al primer grupo. Los dos grupos notoriamente diferenciados por su conducta y su moral, son los robados y los ladrones: los contribuyentes y políticos, los esclavos y los amos; y sólo un estúpido, estando en el grupo de los robados, podría repetir como propio el discurso de los ladrones.
La voracidad de los políticos keynesianos nunca disminuirá ni se detendrá motu proprio, como ingenuamente especula el empobrecido contribuyente. Basta ver estadísticas económicas o hacer razonamientos elementales como para concordar con lo que acabo de afirmar.
Sin reservas acumuladas en períodos anteriores, el keynesianismo -que se funda no en la producción sino en el robo a los productores-, sería inviable ni siquiera para producir la fascinación barata de la chusma. Si las arcas de Estado están vacías, no pueden hacer su show altruista los que reparten la riqueza ajena. Los gobiernos liberales pueden regir indefinidamente; los progresistas en cambio, necesitan una alternancia, siendo que acabada la riqueza robada y repartida, se necesita un gobierno liberal que permita nuevamente crearla; en términos de Robert Nozick: «los gobiernos fluctúan entre liberales que generan riqueza y progresistas que la despilfarran».
A diferencia de un político progresista, un comerciante liberal genera riqueza desde la nada (solo la capacidad y el esfuerzo genera riqueza donde no la hay), pudiendo existir toda la vida sin inconvenientes irracionales dentro de un régimen liberal; el político progresista en cambio, como no genera riqueza propia sino que la expropia a quienes la generan, no pueden existir -en su carácter de parásito- si no existe una riqueza a robar, riqueza que inevitablemente se crea en períodos liberales anteriores o en la eficiencia inherente a todo mercado. Sin la clase política el sector privado sería cien, mil, diezmil o un millón de veces más rico de lo que es. Sin un sector privado de donde sustraer recursos, dada su manifiesta incapacidad para crear riqueza, la clase política moriría de inanición.
Mientras buena parte del sector privado aplauda la filípica moral de sus ladrones, el robo continuará sin la más mínima piedad. Dicho de otro modo: Si los contribuyentes no se organizan para resistirse al robo de igual modo que los políticos se organizan para robarlo, la expoliación fiscal nunca disminuirá y mucho menos acabar
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