Jue. Abr 18th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Servibles e inservibles – Por Vicente Massot

El general Milani, sobre el que tantas conjeturas sin sentido se tejieron desde el momento mismo en que asumió la jefatura del Ejército, fue despedido de manera inmisericorde en menos de lo que canta un gallo.

Su pase a retiro fulminante -decidido en conjunto por la presidente y su el titular de la Secretaría Legal y Técnica- puso en evidencia, una vez más, la forma como actúa el kirchnerismo en estos casos.

El militar de marras había sido defendido hasta límites indecibles por un gobierno que echó en saco roto las acusaciones en contra de aquél y consideró que era útil para sostener el proyecto detrás del cual, el hoy despedido, dijo que encolumnaría a la fuerza entonces bajo su mando.

Mientras sirvió a esos propósitos, Milani quedó blindado y ni siquiera los argumentos que Horacio Verbitsky y el CELS levantaron en su contra le hicieron mella. Pero bastó que la campaña electoral se encrespase y que alguien pusiese la lente crítica sobre el general preferido de Cristina Fernández, para que ésta cayese en la cuenta de cuán peligroso podía ser que el caso del soldado Ledo y el del enriquecimiento dudoso de Milani se ventilasen desde las tiendas de la oposición.

Acto seguido, y sin prestarle atención al descargo que el damnificado pudiera hacer, lo echaron de un día para otro.

Todas las tonterías que, en el curso de los años en que Milani fue jefe de Estado Mayor, se echaron a correr respecto a su poder o a la importancia que tendría en un escenario crítico para el gobierno o a su grado de autonomía quedaron ahora al descubierto. El uniformado era un   cero al as, que no cortaba ni pinchaba. Dependiente -como cualquiera de sus camaradas de las fuerzas armadas- de los caprichos o conveniencias de la presidente, el poder que desplegó      -siempre vicario- apenas si le hacía cosquillas a un ordenanza de la administración pública.

Todo lo demás que se dijo acerca de semejante personaje forma parte de esos mitos que -con llamativa facilidad- inventan los analistas y repiten los despistados.

Ahora, ya retirado y en pantuflas, de él van a decir que se llevó a lugar seguro varias carpetas con información preciosa del kirchnerismo. Lo mismo que, en su oportunidad, sostuvieron un sinfín de sabihondos, supuestamente bien informados, de Antonio Jaime Stiuso. Pero de la misma manera que el espía por excelencia de la Argentina de los últimos veinte años -poco más o menos- está desaparecido sin que nadie sepa dónde se encuentra él ni las mentadas carpetas, Milani va a tener que ocuparse de otros asuntos que seguramente lo tendrán a mal traer, dependiendo de la buena o mala voluntad de la Casa Rosada.

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Si decidiese mirarse en el espejo de Amado Boudou debería estar seriamente preocupado. El otrora niño mimado de Cristina Fernández parece haber quedado a la buena de Dios y, si bien se analiza su caso, tiene una componente que comparte con el ex–jefe del Ejército. A los dos el Poder Ejecutivo los defendió a sol y a sombra sin importar las consecuencias. Sólo que el kirchnerismo -al fin y al cabo, una variante más del viejo y prolífico tronco peronista- ni come vidrio ni se adentra en el cementerio junto a los fieles destinados a morir. En tanto sean funcionales a sus planes -que lo digan si no Boudou y Milani- todo será para ellos caricias y privilegios. Pero bastará que no convenga su presencia en el oficialismo, para que sean abandonados a su suerte.

Lo que trasparentan los dos casos mencionados es hasta dónde -y ello no sólo sucede en la Argentina- son escasísimos los ex–funcionarios -primeros ministros, presidentes, secretarios de Estado, jefes de inteligencia, militares, gobernadores o lo que fuera- capaces de retener, al menos en parte, el poder que detentaban antes de volver al llano, de olvidarse de las alfombras coloradas, del chofer en la puerta, de los gastos de representación y -sobre todo- de los botones que le abrían las puertas que quisieran sin necesidad de rendir cuentas de sus actos.

El Vamos por todo, ahora relanzado con más fuerza que nunca, no supone tan solo quitarse de encima a los opositores que fastidien sino también a quienes en algún momento del pasado resultaron útiles y hoy ya no lo son. Sobre el particular, el kirchnerismo nunca se ha andado con vueltas y ha demostrado ser una máquina voraz de poder, para el cual la palabra escrúpulos es el nombre de una isla del Egeo y no una parte de la conducta humana. Por eso ha llegado tan lejos en un país en donde la falta de instituciones se corresponde a la perfección con cualquier modelo político de naturaleza hegemónica.

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A esta altura del comentario no faltarán lectores avisados que se estén preguntando por qué traemos a comento a Milani y a Boudou y pasamos por alto la discrecionalidad que ha demostrado el gobierno en la remoción sumaria de dos jueces a los cuales se quitó de encima en las últimas semanas, violando todas las normas que -en teoría- debía respetar. Cada uno a su manera, Luis Cabral y Santiago Ulpiano Martínez -el uno, juez subrogante de la Cámara de Casación Penal, y el otro, subrogante en el juzgado federal número 2 de Bahía Blanca- son las nuevas víctimas de aquel Vamos por todo. Pero en ello no hay novedad.

El kirchnerismo ha decidido no dejar librado nada a la interpretación que de las leyes puedan hacer jueces independientes.

Allí donde haya una causa estratégica o un peligro futuro que concierna a los K, los magistrados que se atengan a los códigos y a la Constitución serán reemplazados por militantes de Justicia Legítima. Pruebas sobran. Sólo hay que leer los antecedentes de quienes reemplazaron a Cabral y a Martínez.

La respuesta a esa presunta inquietud tiene que ver con la manera en que, al momento de abandonar Balcarce 50 y la Quinta de Olivos, será tratada Cristina Fernández por Daniel Scioli, si acaso resultase vencedor en las elecciones presidenciales. Nótese que hasta el 11 de diciembre al mediodía, el poder de la Señora será infinitamente más robusto que el del gobernador de Buenos Aires.

Sin embargo, a la noche de ese mismo día la relación podría cambiar si el nuevo presidente decidiese ejercer su autoridad con base en todos los medios a su alcance -que entre nosotros son infinitos.

Hay, al respecto, tres escenarios posibles: 1) que Scioli, como hasta ahora, acepte sumisamente ser un apéndice de Cristina Fernández; 2) que establezcan, tácitamente, las bases de un cogobierno, ó  3) que Scioli decida asumir su mayoría de edad política y entonces Cristina Fernández no le sirva, de la misma manera como a ella ya no le sirve Amado Boudou ni Cesar Milani.