Jue. Mar 28th, 2024

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Separación segura, ¿divorcio en puerta? Por Vicente Massot

Y un buen día, luego de su sinfín de tiras y aflojes; de repetir escenas de celos y no dirigirse la palabra mutuamente; de discutir a grito pelado dentro de cuatro paredes; de hablar mal del otro a hurtadillas y simular en público que las riñas existían pero que eran —después de todo— normales, como en cualquier matrimonio, Alberto Fernández y Cristina Kirchner decidieron ventilar, de puertas para afuera, una separación que se veía venir. Ello no supone —al menos, no necesariamente— que le siga el divorcio en forma inmediata y, acto seguido, a cara de perro, la repartición de bienes. La práctica de hacer cada uno lo que le viniera en gana y, sin embargo, comportarse ante la gente cual si siguiesen casados, duró hasta el viernes pasado. Quien puso al descubierto la farsa fue —con la anuencia del presidente, claro— su vocera, Gabriela Cerruti. Podría haberlo anunciado de manera distinta, para que su jefe no quedase desairado. No obstante, vaya a saber uno el por qué, le informo al país que la Señora no le atendía el teléfono al Señor. Si hubiese querido dejarlo en ridículo al que ocupa el sillón de Rivadavia, no lo habría podido hacer mejor. Con algo más de sentido común, el canciller, Santiago Cafiero, expresó el pasado fin de semana cuanto era un secreto a voces: el gobierno vive “un momento critico”. De vuelta del ridículo de Dubái, demostró que si en el idioma inglés trastabilla y hace papelones varios, puede dar cuenta de una situación que requería ser asumida y reconocida por los integrantes del Frente de Todos, sin cortapisas.

Es evidente que en el oficialismo están jugando con fuego. La interna que lo consume no es gratis y tendrá —conforme transcurran las semanas y no cesen las agresiones— un costo que a la larga será insoportable de tolerar. Resulta imposible remediar el daño que ya se ha producido y —por muchos que sean los pedidos de mantener la unidad— la empresa luce imposible. Esto no quita que, aun si el que dice no ser “un títere” y su hasta hace poco valedora se divorciasen, no estén obligados a convivir bajo el mismo techo. La renuncia de Cristina Fernandez a la vicepresidencia y su retiro a cuarteles de invierno la dejaría a la intemperie, a tiro de una Justicia que la tiene procesada y podría mandarla a la cárcel. Nunca el viejo adagio que reza “no los une el amor sino el espanto”, les cupo mejor a Alberto y a Cristina.

Si el conflicto escalara sin solución de continuidad y el kirchnerismo transformara su astillamiento en una contienda en toda la línea, lo sabremos en pocos días más. Sucede que, en su desesperación y con posterioridad a una disputa que faltó poco para que terminara a las trompadas, perdió Roberto Feletti y ganó Julián Domínguez. El presidente laudó en favor de este último y tomó la decisión de generar un fondo del trigo y la suba de retenciones por vía de dos decretos distintos: un DNU y uno merced a la delegación legislativa. Ahora bien, estos verdaderos úcases presidenciales deben ser convalidados por la Comisión de Trámite Legislativo que —para variar— debió conformarse en diciembre y sigue en veremos. Cuando se llegue a esa instancia los decretos pasarán el filtro si el kirchnerismo duro y el albertismo obran de común acuerdo. En una palabra, tienen que hacer, de la necesidad, virtud, y olvidar —siquiera por un instante— que no pueden verse las caras. De lo contrario, la actual administración sufriría un revés de proporciones, justo en el momento en que más necesita mostrar que le queda un resto de autoridad.

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Hay dos temas que le quitan el sueño al oficialismo, en su conjunto: por un lado, la inflación que se ha espiralizado y amenaza seguir un curso ascendente. Por el otro, la situación energética. Ninguno tiene solución en el corto plazo y los dos mancomunados pueden generar un agravamiento substancial de la crisis en la que se halla metido el país. En cuanto al alza del costo de la vida hay una incongruencia o —si se prefiere— contradicción flagrante entre el acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional y la prometida “guerra” que a ese flagelo le declaró —cierto que verbalmente— Alberto Fernández la pasada semana. El texto del programa de facilidades extendidas de ese organismo de crédito es inflacionario por definición. De modo que moverle hostilidades a la inflación en un discurso, es sólo fulbito para la tribuna. La encerrona en la que se encuentra el gobierno reside en que, al tiempo que requiere la inflación por su efecto sobre la macroeconomía, destroza los bolsillos de la ciudadanía. Licua, a la par, la deuda en pesos de un Estado voraz .y castiga el menguado poder adquisitivo de todos los argentinos, en diferente medida.

La lid en contra de la inflación, anunciada a destiempo por el presidente y sin demasiadas medidas para tomar en forma inmediata, terminará en una derrota —otra más, de las muchas que ya ha cosechado el gobierno. Las amenazas del Matías Kulfas a los empresarios, de que si no retrotraen los precios echará mano a la ley de Abastecimiento, pone al descubierto la falta de poder de fuego de la Casa Rosada en la materia. Desde que llegó Roberto Feletti al cargo que ocupa, la inflación no ha hecho más que subir. Todos los controles implementados por aquél y su antecesora fracasaron estrepitosamente. Qué trae de nuevo el ministro de Desarrollo Productivo en punto a la lucha que se propone llevar adelante: actuar “con el peso de la ley”. Si no fuese trágico, sería cómico.

Un presidente que no sabe bien dónde está parado y un elenco ministerial de una pobreza intelectual pocas veces vista, no tiene la menor idea de cómo llegar recompuestos a las elecciones del año próximo. Ello, unido a la falta de unidad y de conducción que cada día se hace más perceptible, no preanuncian nada bueno. La carta —que algún travieso viralizó— en la cual el secretario de Energía de la Nación, Darío Martínez, le expresó sus quejas y críticas —no precisamente leves— a Martín Guzmán respecto de la falta de gas que habrá en el invierno, es la muestra más acabada de una administración pública loteada. Guzmán —que en eso de recibir críticas destempladas de sus subordinados es mandado a hacer— no abrió la boca ni pidió la cabeza de su opugnador. Sabía de memoria que su demanda caería en saco roto. Ya le había pasado lo mismo con Federico Basualdo, meses atrás. Lo único que logró la
mediación de la Casa Rosada —cuya falta de autoridad quedó expuesta— fue un comunicado en el que se nos quiso hacer creer que todo había sido un malentendido, ya solucionado. La verdad es que la Argentina carece de recursos a los efectos de pagar, en tiempo y forma, el gas licuado que necesita para pasar el invierno. Conclusión: por adelantado sabemos que, en principio, se producirán cortes a las empresas. Si más tarde los mismos harán blanco en los domicilios particulares, es algo que nadie está en condiciones de anticipar.

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Con una inflación que proyectada orilla 60 % anual y unas reservas escuálidas para hacer frente a las erogaciones del Estado en el curso del año, es lógico que sea menester renegociar el acuerdo de facilidades extendidas con el Fondo, que demandó tanto esfuerzo e improvisación por parte de Martin Guzmán y de Sergio Chodos. La guerra que azota a Rusia y, de manera lacerante, a Ucrania ha dejado al texto consensuado entre la burocracia que comanda la búlgara Kristalina Giorgieva y los dos funcionarios arriba citados, en un verdadero limbo. Como se estila decir en la jerga jurídica, el documento devino abstracto. Imposible de cumplir al momento en que fue pensado, ahora —con aquellas naciones en medio de una contienda de final incierto, es obligado redactarlo contemplando el hecho de carácter extraordinario que le ha quitado el aliento a buena parte del planeta. ¿Como se hará? ¿Cuándo? —y lo más importante: ¿Qué cambios se le introducirán?— son todas preguntas sin respuestas inmediatas.

Sucedió lo que era previsible. Al día siguiente de que el bendito acuerdo pasara el examen del Senado, la estrategia en la que había pensado el gobierno de relanzar la gestión de Alberto Fernández y de posicionarlo de cara a una posible reelección en 2023, probó ser una completa fantasía. La situación de un gobierno cruzado por los antagonismos y odios, de todos conocidos, entre sus propios miembros y la deriva desastrosa de la economía en general hablan a las claras de la gravedad del momento. No hay razones, de momento, para suponer que la administración de Alberto Fernández pueda hundirse antes de arribar —maltrecho— a los comicios del año entrante. Pero si la separación de los Fernández se convirtiese en un divorcio escandaloso, la inflación no hallase freno y el conflicto social escalase, aunque las autoridades del Fondo Monetario Internacional mirasen para otro lado ante un nuevo incumplimiento criollo, ¿qué impediría un colapso anticipado?