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Polarización y unidad del peronismo. Por Vicente Massot

La polarización entre el macrismo, por un lado, y el kirchnerismo, por el otro,es un hecho consumado. Todo parece indicar que, en el curso de los próximos meses, esa tendencia no hará mas que profundizarse a medida que se substancien los tres distintos comicios
del calendario electoral, fijados para agosto, octubre y —si hubiese ballotage— noviembre. De momento, los intentos de la Alternativa Federal y de Consenso 19, nacidos con el propósito de romper la grieta, languidecen. Las idas y venidas de Sergio Massa y el vedetismo de Roberto Lavagna conspiraron de manera decisiva contra cualquier intento de generar un espacio capaz de meterse en la pelea de fondo por la presidencia. La fuga del ex–intendente de Tigre hacia los cuarteles de campaña del frente Unidad Ciudadana y la negativa absoluta del ex–titular de Economía de competir en una interna han dejado con las manos vacías a quienes pensaban, hasta poco tiempo atrás, que era posible forjar una tercera opción competitiva.

Mauricio Macri y los Fernández, pues, han tomado conciencia que, en la disputa por retener aquél su lugar en la Casa Rosada y por desplazarlo éstos de ese sitial, los terceros estarán excluidos. Lo expresado no significa que Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna,
José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión y Nicolás del Caño resulten irrelevantes, o poco menos. Supone sí que no terciarán de manera directa en la disputa. Su incidencia, en todo caso, estará dada por los votos —pocos o muchos, está por verse— que puedan restarle a los dos competidores mayores en las PASO y en los comicios del 27 de octubre.

La mencionada deriva —que hace pensar a algunos en una definición en la primera vuelta— ha traído aparejado otro fenómeno de enorme trascendencia: la virtual unión del peronismo. Es cierto que, estrictamente hablando, en la medida que Alternativa Federal —aunque desflecada y reducida a su mínima expresión— siga ofreciendo pelea, el justicialismo jurará obediencia a más de un jefe y, en consecuencia, su unidad no será completa.

Pero al mismo tiempo, si se compara la situación actual con la de principios de año, es fácil caer en la cuenta de hasta dónde el kirchnerismo ha avanzado a expensas de los bolsones de resistencia independientes y se ha quedado con el dominio del partido y la adhesión de la gran mayoría de los gobernadores que se dicen seguidores de las banderas levantadas en l945 por Juan Domingo Perón. Excepción hecha de los mandatarios de Salta y de Córdoba, el resto de sus pares o se ha plegado a la formula F-F o la mira con indisimulada simpatía. Además, no hay necesidad de recordarle a nadie medianamente entendido en los avatares de la política criolla que, cuando se trata de disputar el poder, los gobernadores, intendentes, diputados y senadores peronistas se inclinan por el candidato que demuestra tener mayor musculatura.

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La unidad a la cual hacemos referencia se circunscribe a las estructuras y no necesariamente a la masa de afiliados, de simpatizantes o de tradicionales votantes del PJ. Quienes de momento han aceptado la conducción de los Fernández son, en general, los dueños de aparatos cuyo peso se nota a la hora de movilizar voluntades, sumar fiscales y pagar campañas. Imaginar que con el solo concurso de semejante organización es posible ganar una elección, sería poco serio. Pero es una de las condiciones necesarias para no llegar al cuarto oscuro desahuciado. El escenario de los Fernández teniendo que dirimir supremacías con distintas banderías peronistas a lo largo y ancho del país es completamente distinto del que se avecina. La Unidad Ciudadana, a menos de dos meses de las primarias abiertas, puede ufanarse —sin exagerar— de contar con el apoyo de 90 % de los jefes distritales del Movimiento. Las dudas que en su oportunidad se habían levantado respecto de si la viuda de Kirchner iba a tener presencia y peso específico fuera de la provincia de Buenos Aires, hoy han quedado despejadas.

El kirchnerismo tiene ante sí dos desafíos. La confección de las listas de diputados y senadores nacionales es el primero en el orden del tiempo y resulta de entidad no menor. Su fecha de vencimiento es el próximo día 22. El segundo no reviste la misma urgencia aunque —de cara a los comicios y a la necesidad de seducir a la masa de indecisos— resulta el más serio que habrá de enfrentar: el cómo pasar del “Vamos por todo” al “Vamos con todos”, por llamarle de alguna manera al reto que se recorta en su horizonte.

Quiénes figurarán en las boletas de Unidad Ciudadana como candidatos a sentarse el año que viene en la cámara alta y baja del Congreso de la Nación es un tema que deberán decidir, de común acuerdo, Alberto Fernández, Cristina Kirchner y los gobernadores
que los apoyan, algunos en cuerpo y alma y otros con beneficio de inventario. Es materia abierta a debate si la mayoría de los futuros legisladores responderán a la ex–presidente —como lo hicieron hasta finales del año 2015— o si los mandatarios provinciales se reservarán la última palabra y en el parlamento que viene el bloque peronista será variopinto. Las diferencias entre las dos alternativas mencionadas son enormes. Si cobrase forma la primera, significaría que la Señora no se halla dispuesta a entregar el mando y que buscará hacerse fuerte con base en las dos bancadas de su agrupación. Si, en cambio, la segunda se abriese camino, ello supondría algo inédito en la tradición justicialista: la partición del poder.

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La cuestión de las listas a la que venimos haciendo referencia se relaciona también con la obligación del kirchnerismo de presentarse ante los indecisos de manera distinta a como fue su costumbre en los doce años en los cuales gobernó el país. La sola tentación de repetir el “Vamos por todo” sería lo mismo —en distinto escenario— que la quema del cajón por parte de Herminio Iglesias en 1983. Frente a quienes todavía no están seguros respecto del candidato a apoyar, cualquier muestra de intolerancia o de prepotencia desenvuelta por los Fernández resultaría suicida.

Si se acepta la figura, el kirchnerismo semeja un borracho consuetudinario que proclama, a voz en cuello, que ha dejado para siempre el alcohol y trata ser confiable. Para lograrlo se le hace menester exagerar las muestras de su curación. En una palabra, debe sobreactuar y rechazar hasta un bombón de licor. El lugar que le dejó ocupar en la fórmula presidencial a Alberto Fernández pareció demostrar un atemperamiento en la soberbia que siempre caracterizó a Cristina Fernández. Inversamente, el úcase con el que catapultó a Axel Kicillof, sin consultar a nadie en el ámbito bonaerense, puso en evidencia lo contrario.

El desafío de Cambiemos es de distinta índole. A estar a las encuestas que se conocen, le será difícil superar al kirchnerismo en las PASO y también en la primera vuelta. Lo cual bien puede comprometer las chances de María Eugenia Vidal de ser reelecta e inclusive las de Macri de ganar en la segunda vuelta de noviembre. Más allá de la importancia que tendrá la marcha de la economía sobre el ánimo de los votantes, al oficialismo nacional le quedaba una carta por jugar. El gurú ecuatoriano de Macri, ,Jaime Durán Barba, y su jefe de gabinete, Marcos Peña, han hecho de la necesidad virtud y ahora acceden a cuanto se negaron siquiera a considerar como alternativa en los últimos dos años: pactar con el peronismo federal. Descartada la alianza en la provincia de Buenos Aires con Sergio Massa, quedaba en pie la posibilidad de disolver a la Alternativa Federal a través de un acuerdo que implicase sumar en un futuro gobierno a sus principales espadas. Miguel Ángel Pichetto, al aceptar el ofrecimiento, le dará a la coalición gobernante una coloratura que no posee. Pero a los efectos de tener un efecto real sobre los comicios que con razón preocupan a la Casa Rosada —las PASO y la primera vuelta— no basta con el senador rionegrino posicionado en la fórmula presidencial. Urtubey tendría que dar un paso al costado y la Alternativa Federal desaparecer.