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“Perón no salvó a nuestro país del comunismo” -Reportaje a Nicolás Márquez en el diario La Nueva Provincia

Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador, el nuevo libro de Nicolás Márquez, prologado por Rosendo Fraga, será presentado el próximo jueves a las 19.30, en la Bolsa de Cereales (Saavedra 636), con entrada libre gratuita.

En vísperas de su viaje a Bahía Blanca, Márquez –periodista, abogado y escritor nacido en 1975- enfatizó que Juan Domingo Perón no salvó a la Argentina del comunismo porque no era por entonces una amenaza para el país y porque los populismos estatistas no han sido los antídotos más eficaces contra el marxismo, sino su caldo de cultivo.

–¿No le parece demasiado tildar de dictador a quien fue elegido 3 veces como presidente?

–La condición de dictador se la da el ejercicio del poder y no su modo de acceso al mismo. Dictador, conforme los usos modernos, es quien concentra la suma del poder público o que gobierna por encima de las instituciones y de las leyes. Claramente Perón ejerció una dictadura plebiscitaria pero dictadura al fin. Todos los diarios independientes fueron confiscados, cerrados o autocensurados, y las cárceles estaban abarrotadas de presos políticos de todo tenor: desde conservadores, radicales, comunistas, sacerdotes y hasta peronistas desobedientes. Tal el caso del emblemático dirigente sindical Cipriano Reyes, quien padeció encierro y tortura durante casi 10 años.

–¿Perón fue una gran muralla contra el comunismo?

–Era un anticomunista en un país donde los comunistas de los años 40 eran apenas un puñado de militantes, política y electoralmente insignificantes. Perón no salvó a la Argentina del comunismo, entre otras cosas porque el comunismo no era una amenaza para el país en ese entonces y además, a la postre, los populismos estatistas no han sido los antídotos más eficaces contra el marxismo, sino su caldo de cultivo.

“Ocurre que al fantasma del comunismo Perón lo había visto en otro contexto y a destiempo, no solo en Italia, sino también en España en los tiempos de la guerra civil, pero cuyas realidades no tenían nada que ver con el de la pujante Argentina de los años ´30 y ´40, en donde los sectores populares gozaban de un estándar de vida por lejos superior al del grueso del concierto de las naciones.

El Partido Comunista Argentino, desde su creación en 1918, jamás había logrado efectuar una marcha multitudinaria ni mucho menos colocar un mísero diputado nacional. Su deletérea influencia ideológica solo infectaba círculos sociales políticamente discretos. Sin embargo, la desmesurada importancia que Perón le adjudicaba al peligro comunista lo impulsó a llevar adelante un sinfín de concesiones políticas y económicas a un enemigo imaginario, arrastrando al país a una grave situación de odio social que paradojalmente él decía querer evitar.

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«Entre los años 40 y 50 con su demagogia obrerista, su estatismo económico y su verborrea igualitaria, Perón pretendió generar respuesta a un mal quimérico para la Argentina, sin advertir que a la postre su sistema de gobierno compartiría con sus presuntos enemigos marxistas la misma idolatría hacia el Estado y la misma desconfianza hacia el mercado y las libertades individuales. Por otra parte, el confusionismo ideológico promovido por Perón, tanto en sus discursos como en sus acciones, abrió las puertas para que posteriormente dentro de su propio partido numerosos activistas y terroristas de izquierda se infiltraran e intentaran llevar adelante una revolución comunista aprovechando el ascendiente que éste mantenía sobre las masas. Finalmente, a quienes desde una perspectiva histórica han querido ver en Perón una suerte de ‘antídoto contra el comunismo’, vale recordarles que la única vez que la Argentina estuvo en peligro real de caer bajo las garras de este sistema fue en los años ´70, por culpa de Perón, quien alentó con tanta irresponsabilidad como inmoralidad a las guerrillas castristas de la época, a las cuales tardíamente él combatió de una manera irregular (con la Triple A), inaugurando lo que luego se conoció como ‘la represión ilegal’, de la cual ni los peronistas ni los terroristas nunca rindieron cuentas por sus crímenes y siempre se cargó la culpa de manera exclusiva y arbitraria sobre los militares”.

–¿El peronismo surgió como consecuencia de las injusticias propias de la década del ’30 o de la llamada “década infame”?

–Resulta evidente que las injusticias sociales que pudieron existir en la Argentina pre-peronista eran significativamente menores a las del resto del mundo. Prueba de ello no solo es que la Argentina en 1942 haya sido la sexta potencia del mundo, sino que nuestro país lideraba el ranking de inmigración mundial, la cual venía a sabiendas de las grandes posibilidades de ascenso social existentes, que eran muy superiores a las de cualquier país promedio. En segundo lugar, Perón no aparece en escena por un reclamo social, sino por un golpe de Estado que pretendió apoyar al Eje en la Segunda Guerra Mundial. Desde esa misma dictadura militar él supo crecer y ganarse un lugar preponderante entre la gente, pero primero obtuvo el poder fáctico y después desde allí generó una necesidad y un consenso en función de su política demagógica de naturaleza provisoria: ningún país crece con leyes laborales que retraen la inversión privada, sino con políticas que la alientan.

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“Cuando Perón al fin asume su Presidencia en 1946, las reservas monetarias acumuladas durante la era conservadora equivalían a 150 mil millones de dólares a valor actual, cifra extraordinaria que le permitió transitoriamente financiar una alegría organizada, pero que en 1955 nos dejó un país sumergido en la inflación, la escasez, el endeudamiento externo y totalmente rezagado respecto del podio de las grandes naciones en el que un decenio atrás habíamos estado”.

–¿Considera positiva la Revolución Libertadora?

–No tanto al gobierno surgido por la revolución como a la Revolución Libertadora en sí, puesto que la administración surgida tras el derrocamiento de Perón estuvo signada por los internismos, un continuismo en el estatismo económico y muchos errores garrafales en el área política. Pero en septiembre de 1955, la rebelión contra Perón estaba justificada por la manifiesta ilegalidad de una larga dictadura idolátrica y demagógica que se había tornado insoportable, al punto tal que en su última etapa ya ni siquiera se podía profesar la actividad religiosa sin que el Estado peronista estuviese invadiendo y persiguiendo su esfera. Se vivía en una verdadera atmósfera totalitaria en la cual el mero disenso doméstico era delatado por el “jefe de manzana” y hasta los niños eran adoctrinados compulsiva y agresivamente por la agobiante maquinaria estatal. Era moral y políticamente legítimo rebelarse contra ese régimen oprobioso y corruptor.

–¿Cómo definiría a Perón políticamente?

–No le cabe una sola palabra definitoria, sino una distinta para cada uno de los aspectos de su compleja personalidad: genial sofista en lo discursivo, seductor en lo gestual, manipulador en el trato personal, improvisado en lo académico, autoritario en lo institucional, estatista en lo económico, oportunista en lo político, fascista en lo estético y desprovisto de todo escrúpulo en el terreno moral.

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