Sáb. Abr 20th, 2024

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Paso a las PASO – Por Vicente Massot

Salvo por la enconada disputa de la cual son protagonistas excluyentes el jefe de gabinete Aníbal Fernández y Julián Domínguez, las elecciones que se llevarán a cabo el próximo domingo, de internas —para lo que fueron creadas— tendrán poco o nada. Esto salta a la vista y lo sabe cualquiera. También es cosa harto conocida que las PASO son lo más parecido a un censo electoral que imaginar se pueda. Más allá de lo dicho, los escenarios susceptibles de abrirse a partir de los resultados finales son varios y vale la pena detenerse en su análisis.

El primero de ellos, que conviene mencionar casi de pasada —en atención a su improbabilidad— es el de un triple empate o poco menos. Imaginemos, sólo por un momento, que el lunes estuviésemos ante una situación semejante a la que se produjo en la provincia de Santa Fe, en oportunidad de haberse substanciado allí los comicios para elegir al gobernador del estado. Si acaso entre Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa se diese una suerte de paridad —como la de Miguel Lifschitz, Miguel Del Sel y Omar Perotti—, se habría roto la polarización que parece instalada desde hace algunos meses, por un lado; por otro, desaparecería, de cara a octubre, el fenómeno del voto útil; por último, ninguno de los contendientes podría siquiera soñar con un triunfo en la primera vuelta.

El segundo escenario, ciertamente más probable, es que a simple pluralidad de sufragios el candidato del Frente para la Victoria supere al espacio de Macri, Carrió y Sanz por no más de seis puntos porcentuales —con Massa bien lejos de los dos primeros— sin trasponer el FPV la barrera del 40 %. Por ejemplo, que Scioli obtuviese 38 %, el PRO ampliado otro 30 %, y Massa entre 10 % y 13 %. El dato relevante de este escenario seria el porcentaje del oficialismo, que aun ganando no lograría superar el límite del 40 %.

Dando por descontado que el FPV será la primera minoría, a la hora de ponderar el resultado de las elecciones resultará igualmente importante tomar en consideración: 1) el número de votos obtenido, 2) la diferencia entre los contendientes y, por fin 3) qué tan cerca o tan lejos se encuentren los dos más votados, del crucial 40 %. Esto en virtud del particular sistema de doble vuelta que existe en la Argentina.

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Si como ocurre en todos los países aquí se obviase el ballotage superando el 50 % de los votos, lo expresado anteriormente carecería de todo sentido. Pero, para variar, en estas playas siempre innovamos. A diferencia del resto de las naciones donde existe la segunda vuelta, en nuestro país se gana con sólo conseguir el 45 % de los sufragios. Por lo tanto, una cosa es salir primero con el 35 %, aún cuando la ventaja sobre el segundo sea de diez puntos —para poner una cifra— y otra, muy distinta, sería que Scioli sacase 42 % y Macri 38 %. ¿Por qué? —Porque ello dejaría al gobernador de Buenos Aires a sólo tres puntos de llegar al 45 % el 25 de octubre, sin importar la diferencia entre uno y otro.

El tercer escenario, de cierta manera prefigurado más arriba, quedaría instalado si el actual gobernador de Buenos Aires superase el 40 % y estirase la diferencia con Macri a siete o más puntos. En este caso, casi podría darse por descontado que el mandatario bonaerense sería el sucesor de Cristina Fernández.

El cuarto escenario ganaría cuerpo si entre Scioli y Macri la ventaja no superase los cinco puntos porcentuales y ninguno de los dos sumase más de 40 % de los votos. Entonces el pleito presidencial podría extenderse hasta noviembre.

Un quinto, de entre los más probables —los escenarios posibles son infinitos—, de momento descartado por todas las encuestas conocidas, es que hubiese un empate entre los dos primeros.

Está claro que si cualquiera de los presidenciables supera la valla de 40 %, las PASO habrían obrado como una primera vuelta real y la segunda vuelta, definitiva, tendría lugar en la última semana de octubre. Cuanto más lejos estuviesen los dos primeros de ese mítico 40 %, las posibilidades de que el suspenso se extienda a noviembre y recién entonces se decida la puja obviamente resultarían mucho mayores.

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A esta altura de los acontecimientos carece de importancia analizar con cuidado los efectos que sobre los electores pueden haber tenido el traspié de Macri, inmediatamente después del ajustado triunfo de Horacio Rodríguez Larreta en la capital federal, y el escándalo generado por las declaraciones que, a expensas de Aníbal Fernández, hicieron un conjunto de presidiarios en el programa del último domingo de Jorge Lanata. Seguramente hayan tenido consecuencias, pero nunca sabremos a ciencia cierta su verdadera envergadura. En teoría parecería que las acusaciones ventiladas en contra del actual jefe de gabinete del gobierno nacional no deberían haber caído en saco roto. Pero en términos específicamente políticos las razones teóricas no siempre se compadecen bien con el mundo de lo fáctico. La gente que vio ese programa o que al día siguiente leyó los diarios o escuchó comentarios radiofónicos, ¿qué composición del lugar se hizo del asunto? Sobre todo en el caso de aquellos que aún no han decidido a quién votar, un cargo de semejante seriedad, enderezado contra un funcionario de tal relevancia, les debe haber hecho pensar dos veces. Es posible que así haya sido, aunque también lo es que el tema no haya hecho mella en ellos y no le otorguen la trascendencia que sí le atribuyen los comentaristas políticos.

El domingo habrá concluido, al conocerse los resultados finales de las PASO, una etapa fundamental pero no decisiva del proceso electoral en curso. Se ha abierto un periodo de vigilia en donde, al margen del triunfalismo verbal de algunos candidatos, en su fuero íntimo ninguno de todos ellos está seguro de la cantidad de votos que cosechará, del lugar que ocupará en la tabla de posiciones y de las posibilidades que se le abrirán o cerrarán a partir del 10 de agosto.