Vie. Abr 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Ni cambiar el Mercosur ni pagarle al FMI. Por Vicente Massot

El presidente uruguayo no fue descomedido respecto de su par argentino ni tampoco de nuestro país. Si Alberto Fernández no estuviese siempre a la defensiva, convencido de que sus socios del Mercosur se hallan empeñados en perjudicarnos, habría medido su respuesta. Pero a esta altura de su vida no va a cambiar ni su temperamento ni su personalidad. Como quiera que sea, el dato importante no es determinar cuál de los dos mandatarios rioplatenses lleva más culpas sino pasar revista, a vuelo de pájaro, a la situación del bloque regional en su conjunto. Desde hace rato el Mercosur adolece de reglas de juego claras. Eso, de alguna manera, conspira contra la disciplina colectiva y —por lógica consecuencia— resiente la previsibilidad. Lo que pareció no entender Fernández, es que ninguno de los presentes a través del Zoom puso en tela de juicio al Mercosur en términos estratégicos —el working together. Lo que a Jair Bolsonaro, al presidente del Paraguay y al de la Banda Oriental les hace ruido es la realidad de este híbrido que —a mitad de camino entre una zona de libre comercio y una unión aduanera— no es capaz de generar, en un mundo interdependiente, inversiones de bulto. En punto a flujos de comercio, si bien las cifras no son espectaculares, tampoco resultan paupérrimas. En cambio, si el planteo se hace a partir de las visibles asimetrías macroeconómicas, la inexistencia de un marco flexible para modificar el arancel externo común y la falta de estabilidad, el bloque representa un lastre que no nos permite crecer. A ello apuntaba Lacalle Pou.

La que canta fuera del coro, en el concierto regional, es la Argentina. En razón de que sus autoridades tienen una visión de las cosas que podía tener cierto sentido ochenta años atrás, pero hoy carece de toda lógica. Así como consideran posible combatir la inflación con base en el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos, el control de los precios y el atraso del tipo de cambio, imaginan que una unidad de cuatro países, cerrada sobre sí misma, con un arancel alto para los productos de las demás naciones, es la mejor manera de preservar las industrias manufactureras, defender el empleo y tener un lugar relevante en el comercio mundial. Que vaya a contramano de lo que enseña la historia y la experiencia de nuestro pais, al gobierno no le hace mella. De ahí que construya barreras aduaneras, ponga en marcha políticas autárquicas, levante altares al proteccionismo y subsidie a industrias ineficientes. Sobre el particular, la creencia de Paula Español, la secretaria de Comercio Interior, de que pidiéndoles a las principales empresas alimenticias una planilla de Excel con la información de costos puede frenar el aumento de precios, revela el cociente intelectual de los funcionarios kirchneristas.

El conflicto se veía venir desde el momento en el cual los tres socios que acompañan a la Argentina en el Mercosur modificaron la dirección de sus velas. El reemplazo del PT por la alianza de derechas que impulsó a Bolsonaro al Palacio de Planalto, y el triunfo de la coalición de la misma tendencia que sentó a Lacalle Pou en la presidencia uruguaya, desalojando a Frente Amplio de la conducción de la cosa pública después de doce años, hacían prever que, tarde o temprano, la inquietud —común a todos ellos— de disminuir el arancel externo, iba a producir un choque. La pandemia obró el efecto de postergar el debate de fondo aunque ninguno de los interesados se llamó a engaño acerca de unas diferencias de carácter estratégico que eran notorias para cualquiera. La posición que ocupa la Argentina de cara a los demás socios no es circunstancial. Mientras acá la administración K insiste en un bloque que se mire el ombligo, fronteras afuera lo imaginan compitiendo en el mundo. Si la orientación ideológica de los respectivos países se mantuviese, sería imposible pensar que el Mercosur vaya a seguir como hasta ahora. La voluntad de cambio de la mayoría choca contra una postura argentina que difícilmente pueda sostenerse en el tiempo. Abroquelarse, como lo hacen Alberto Fernández y Felipe Solá, en la cláusula de unanimidad imprescindible para realizar modificaciones al arancel externo común, puede ser una estrategia que les permita ganar algún tiempo. Pero no resistirá demasiados embates futuros. ¿Por qué no pensar que este Mercosur —al cual, con frase certera, Felipe de la Balze definió décadas atrás como Macondo— pueda desaparecer, para entonces renacer vestido con un traje y una mentalidad diferentes?

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En paralelo con el comentado incidente que le dio un tono beligerante a la reunión de presidentes del bloque regional, otro entuerto de consideración se produjo a raíz de las declaraciones de Cristina Fernández en la localidad bonaerense de Las Flores, el pasado día 24. La ex–presidente dijo algo que todos saben de memoria pero que pocos, si acaso alguna personalidad pública, se anima a reconocer en voz alta: que la deuda contraída con el FMI, en las condiciones pactadas, es de cumplimiento imposible. Basta repasar el cronograma de vencimientos que afrontará el país a partir del próximo año, para caer en la cuenta de que la viuda de Kirchner —si nos atenemos a los números fríos— no dijo un disparate. Lo cual no quita que, visto el tema desde un ángulo distinto, haya sido inútilmente provocativa.

En medio de la trabajosa negociación que el titular de la cartera de Hacienda lleva en Nueva York con la gente del FMI, y en atención a lo que acababa de sostener el presidente de la Nación en el diálogo virtual con su igual del Banco Mundial, David Malpass, respecto de la vocación que el país tendría de pagar la deuda con el principal organismo de crédito multinacional, la locuacidad de la jefa del Frente de Todos no pudo resultar más inoportuna. Una cosa es tomar conciencia, en petit comité, que honrar en tiempo y forma el pago de capital e intereses que le debemos a la institución que preside la búlgara Kristalina Georgieva es algo que escapa a nuestras posibilidades. Diferente resulta decirlo urbi et orbe, con acento pendenciero y ánimo bélico. No hubiera sorprendido que Hebe de Bonafini u Horacio Verbitsky fueran quienes cruzaran de esa manera al FMI. La vicepresidente, en cambio, está obligada —al menos en teoría— a guardar las formas y administrar con prudencia sus palabras.

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Otra vez Alberto Fernández quedó pedaleando en el aire sin red de contención ninguna. Y como es ya costumbre, para confirmar lo que resulta un secreto a voces —su sujeción total a la Señora— no tuvo mejor idea que la de plegarse al razonamiento de aquélla y explicar que piensan exactamente lo mismo, más allá de las formas distintas que emplean. El mandamás del Banco Mundial y los funcionarios del Fondo por un momento no deben haber salido de su asombro. Luego —a poco de analizar el fenómeno— deben haber comprendido sin más trámite, quién manda y quien obedece entre nosotros.

La compadrada de los Fernández no dinamitó la gestión de Martin Guzmán, pero la hizo mucho más complicada. Los técnicos del Fondo no son tan ingenuos como para creer que, con base en las políticas públicas que ha echado a rodar el gobierno kirchnerista y las dificultades que arrastra, la Argentina estará en aptitud de hacer frente a sus deudas. No muy distinta es la opinión de los mercados y de los expertos en materia económica dentro y fuera de nuestras fronteras. Salvo que se produzca un milagro —que no abundan—, parece ser que lo más probable es que incurramos en un nuevo default. Todos lo piensan, aunque nadie lo dice en público.

El escenario que prepara el oficialismo, a los efectos de recorrer los últimos meses antes de que se substancien los comicios —los del mes de agosto y los de octubre— es el que han pergeñado los acólitos de La Cámpora y del Instituto Patria. Poner distancias con los socios del bloque regional y ladrarle en las narices al Fondo Monetario Internacional son decisiones que no se toman a la ligera. Forman parte de un plan comunicacional de campaña en donde no hay improvisaciones. Se podrá apuntar, aquí y allá, determinadas desprolijidades en el manejo de los tiempos. Pero anunciar que nos salimos del Grupo de Lima, que este Mercosur es el único con derecho a existir y que el Fondo puede esperar, forman parte de un libreto que el kirchnerismo supone —con lógica difícil de entender— que puede darle buen rédito en las elecciones.