Jue. Mar 28th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Más de lo mismo. Por Vicente Massot

Se ha dado en los últimos días un fenómeno preelectoral atípico, fruto de la crisis política y económica que —a la vez— aqueja al gobierno y al país en su conjunto: el resultado electoral del próximo domingo importa menos que aquello que suceda a partir del lunes posterior a los comicios. Por un lado, no hay quien piense seriamente en una remontada —que sería histórica— del kirchnerismo en las urnas. Hasta sus seguidores más fanáticos dan por perdida la elección. Si a ello se le suma la interna feroz que corroe los cimientos del oficialismo y la necesidad ineludible —lo quiera o no Cristina Fernández— de sincerar —después de conocerse los resultados finales— los precios, las tarifas y el tipo de cambio, es lógico que el 15 de noviembre dé lugar a más especulaciones que el 14. Con precisión de centavo ningún encuestador podría anticipar cuáles serán los guarismos definitivos, pero cualquiera es capaz de darse cuenta de que los candidatos del gobierno están llamados a perder. La tendencia que reflejaban la mayoría de los relevamientos acerca de la intención de voto de la ciudadanía, hechos con posterioridad a las internas abiertas del 12 de septiembre, no eran auspiciosos para los K ni mucho menos. Como si quisieran perder, en la recta final sus principales referentes cometieron —uno tras otro— una serie inimaginable de errores.

La confirmación de que la vicepresidente cobrará en concepto de jubilaciones poco más de dos millones de pesos por mes y un retroactivo de casi cientoveinticinco millones bien podía haberse anunciado después del 14. Pues no, se hizo pública la noticia en el peor momento y representó para una gran parte de los argentinos una muestra más de la corrupción gubernamental. De la misma manera, resulta inconcebible la decisión de otorgarle a José López la prisión domiciliaria, previo pago de una fianza de $ 14,5 MM, fondos que son una incógnita de dónde salieron. En nuestro país hubiera bastado un telefonazo del poder político extendido a los integrantes del tribunal oral que entiende en la causa para que se postergase unos días el anuncio. Sin embargo, también nos enteramos del asunto antes del acto comicial. Aunque parezca increíble, tamaños gazapos no fueron suficientes. De lo contrario, no se entiende qué quiso decir el presidente de la Nación cuando calificó a Córdoba de terreno hostil que, de una vez por todas, debía integrarse a la Argentina. Peor, imposible.

Por lo tanto, ¿que puede ocurrir el día después? Habrá que descartar de cuajo algunos pronósticos apocalípticos. No hay posibilidad ninguna de que el rumbo que tomemos lo sea en pos de Venezuela. Es cierto que el deterioro argentino espanta y podrían establecerse ciertas coincidencias con la forma que comenzó su deriva autoritaria el chavismo. Pero no hay que perder de vista que el dato excluyente, susceptible de explicar por qué el régimen de Maduro ha podido sostenerse tanto tiempo en el poder, a pesar del desastre humanitario que ha generado, reside en el apoyo de unas fuerzas armadas y de seguridad ideologizadas y corrompidas. Eso sería impensable que suceda entre nosotros. Tampoco merecen ser considerados como probables otros dos escenarios que se mencionan a menudo: uno con base en la hiperinflación y el otro con base en una revuelta urbana. La situación por la cual atravesamos es sin duda gravísima en razón de que al desbarajuste económico hay que agregarle la profunda crisis social transparentada, por ejemplo, en los datos aportados por el INDEC del primer trimestre del año en curso: 34 % de la población no tiene acceso a la red pública de gas; 31,5 % no tiene cobertura alguna en materia de saneamiento y 12,3 % carece de agua corriente. Además, de resultas del relevamiento efectuado en treinta y un centros urbanos, quedó en evidencia que casi un millón de personas vive en condiciones de hacinamiento crítico. Sin embargo, las condiciones no están dadas para que el país explote a semejanza de lo que ocurrió a finales de la administración presidida por Raúl Alfonsín, en 1989, y en el 2001 cuando cayó el gobierno a cargo de Fernando De la Rúa.

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Dando por descontada la derrota del Frente de Todos, el margen para que el kirchnerismo pudiese redoblar la apuesta y radicalizar la gestión en los dos años que le faltan a los efectos de completar el mandato de Alberto Fernández, es mínimo. Básicamente, en virtud de que después del traspié electoral su campo de acción se verá disminuido en consonancia con la pérdida de parte del poder que aún retiene. Dicho de manera diferente, la radicalización es una empresa que no depende tanto de la voluntad de quien desee ponerla en práctica como de la fuerza que acredite. Si hubiese querido, Néstor Kirchner hubiera podido dar un paso así. Su viuda y el actual presidente de la Nación, no. En medio de una tormenta y pisando tierras movedizas, lo único que lograrían —si acaso deseasen emular a Nicolás Maduro o a Daniel Ortega— sería escalar la crisis y generar un conflicto que daría al traste con su gobierno. Más allá de que siempre la aspiración máxima del kirchnerismo fue convertirse en un movimiento hegemónico, la idea del Vamos por todo hoy se halla archivada. Cristina Fernández, su principal promotora, conoce bien los enormes riesgos que correría si la pusiese en marcha. El horno no está para bollos y la reacción de la gente hace dos semanas en Santa Fe, donde un aterrado Omar Perotti fue conducido a un lugar seguro por su custodia como si fuese un muñeco inerte, y el reclamo activo de los vecinos de Ramos Mejía de ayer lunes frente a la intendencia de esa localidad, lo que ponen de manifiesto es el hartazgo frente a la casta política.

En el escenario posterior al día 14 hay una cosa segura: los pases de factura que se cruzaran los protagonistas de la coalición oficialista. Ninguno quedará al margen de los reproches y todos —sin excepción— dejarán en el camino parte de su poder. Ni el presidente, ni la vice, ni el hijo de ésta, ni el titular de la Cámara de Diputados estarán en condiciones de reivindicar con éxito —luego de la derrota— los títulos, pergaminos y prerrogativas de otrora. Quizás
no todos sean salpicados por el traspié de la misma manera, pero en su conjunto saldrán machucados de la pulseada electoral.

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También está fuera de duda que parte del peronismo intentará barajar y dar de nuevo, vulnerando la relación de fuerzas existente hasta el momento. Cristina Fernández y La Cámpora ya no llevarán la voz cantante como lo venían haciendo hasta hoy. La Señora sabe mejor que nadie que no podrá abandonar el cargo público que ocupa porque quedaría a tiro de la Justicia en cuestión de segundos. Pensar en una renuncia suya es no entender los peligros que ella enfrentaría. Malgrado el desprecio que siente por el hombre al cual ella misma puso en el sillón de Rivadavia, no puede darse el lujo de prescindir de sus servicios. No está en sus planes reemplazarlo en Balcarce 50 debido a una razón elemental: es consciente que la crisis se dispararía al infinito ni bien el país tomase conciencia del cambio Los dos Fernández se hallan, pues, condenados a convivir sin demasiada armonía.

Con los dos integrantes de la fórmula presidencial triunfante en noviembre del año 2019 devaluados, un peronismo que semejará a partir del lunes un hormiguero pateado y un Frente de Todos que amenazará deshilacharse, la administración en curso deberá tomar dos medidas trascendentales: qué hacer con el congelamiento de tarifas de los servicios públicos, con los precios de 1700 productos y con el atraso del tipo de cambio; y cómo pararse de cara al Fondo Monetario. La gran divisoria de aguas —más allá de las culpas que se echarán en cara tirios y troyanos dentro del oficialismo— se producirá por efecto del camino que se decida recorrer en materia económica y de la relación que se entable con el principal acreedor de la Argentina. Por espacio de casi dos años el único plan del gobierno consistió en patear todo para adelante. Los resultados y los límites de tamaña política están a la vista. Es posible seguir barriendo la basura debajo de la alfombra algunos meses más. Pero al final del verano cualquier intento de sortear las horcas caudinas del FMI estará condenado al fracaso.

Ni marcharemos hacia Venezuela ni deberemos esperar un giro copernicano en materia económica. Lo más probable es que un gobierno débil, presa de sus contradicciones y fisuras, opte por hacer más de lo mismo, con algunos retoques aquí y allá. En una palabra, intentará desensillar hasta que aclare a la espera de resolver, entre mediados de noviembre y mediados de marzo del año que viene, cómo cerrar un acuerdo con el FMI.