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Mal momento para Dilma Rousseff – Por Emilio J. Cárdenas

La presidenta de Brasil atraviesa por un mal momento. La economía de su país también. Está anémica. En abril pasado se contrajo un 0,84%. Ésta es la caída mensual más pronunciada desde hace casi tres años. En mayo la inflación fue del 0,6% y la de junio se anticipa en un 0,99% adicional, la más alta para un mes en particular desde 1996. En lo que va del 2015 la inflación brasileña ha acumulado ya un 6,28%. Si calculamos la de los doce últimos meses, hablamos de un 8,8%.

En ese escenario, difícilmente Brasil pueda disponer de sólo un 1,1% de su PBI para atender el servicio de su deuda. A lo que se suma un aumento muy preocupante de la desocupación. En mayo el país perdió unos 115.600 puestos de trabajo, guarismo que es el más alto mensual desde 1992. Lo sustancial de la caída del empleo ha ocurrido en el sector industrial. Es urbano, entonces. En San Pablo, solamente, se perdieron 17.000 puestos de trabajo. Políticamente esto es serio. Naturalmente, también lo es desde el plano social.

Pero, además de una economía desacelerada, Brasil tiene otro karma. Grande. Desconcertante. Triste. Es el que tiene que ver con la corrupción descubierta en torno a Petrobras, que puede afectar tanto a la presidenta Rousseff como al carismático expresidente Lula da Silva. Ocurre que el cariz del tema se está complicando y agravando rápidamente, como podía anticiparse.

La justicia de Brasil acaba de arrestar a dos de los más importantes empresarios del sector privado: los presidentes de Odebrecht y Andrade Gutiérrez, dos inmensas constructoras y contratistas del sector público. La primera de ellas, probablemente la más gravitante de Brasil, que recientemente ha tenido, entre otras grandes obras, la responsabilidad de la construcción del moderno puerto de Mariel, en Cuba, y la del Aeropuerto Internacional de Miami.

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Marcelo Odebrecht es, para muchos, uno de los líderes empresarios más influyentes de Brasil. Otávio Azevedo, por su parte, es también realmente un peso pesado. Otros ejecutivos de ambas empresas han sido también detenidos en lo que luce como una situación particularmente grave, desde que las dos constructoras niegan haber cometido delito alguno.

Se los acusa, sin embargo, de haber cometido o participado en delitos serios, como son el fraude por cartelización en los procesos licitatorios; el lavado de dinero; el desvío de fondos públicos, y los pagos ilícitos que se habrían realizado en el exterior, a través de empresas interpósitas, a exdirectivos de Petrobras. Por cifras sustanciales, estimadas en el orden de unos 240 millones de dólares. Toda la elite empresaria de Brasil está conmocionada. Nerviosa. Preocupada naturalmente por las consecuencias, de toda índole, de lo que sucede y por las explosiones que previsiblemente están en el horizonte.

En ese escenario, la oposición carga contra el gobierno. Con cualquier excusa. Fuerte. Ahora, por lo sucedido en Venezuela a los ocho senadores del Brasil que intentaron, sin éxito, poder visitar al dirigente opositor Leopoldo López, ilegalmente detenido por la totalitaria administración del cuestionado Nicolás Maduro.

Porque fueron interceptados, cuando se desplazaban por la autopista desde el aeropuerto internacional hacia Caracas, por matones a sueldo del gobierno, quienes los atacaron con palos y piedras, poniendo claramente su integridad física en grave peligro. Curiosamente el embajador de Brasil, que los había recibido en el aeropuerto, luego no los acompañó a la ciudad. Peor, ningún miembro de la representación diplomática lo hizo.

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¿Sugestivo? ¿Extraño? ¿Casual? Por falta de respuestas claras, el nerviosismo político es grande. El momento es tan complejo que cada problema que aparece se asemeja ahora a una tormenta en ciernes. Mal momento para Dilma, queda visto. También para Brasil.

Fuente: http://www.rionegro.com.ar/