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Los gritos del silencio – Por Jorge Enriquez

El próximo  jueves 18 tendrá lugar la Marcha del Silencio en homenaje al Fiscal Federal Alberto Natalio Nisman, al cumplirse un mes de haberse producido su muerte de manera violenta.

Es una manifestación convocada por un grupo importante de fiscales, por lo cual algunos la llaman «La Marcha de los Fiscales».

Pero, en rigor, no lo es. Se trata de una marcha ciudadana y cada uno puede asignarle el propósito que quiera.

Para los fiscales, será un homenaje al colega muerto en el cumplimiento del deber, supliendo así la indiferencia de un gobierno que no solo no declaró ni un día de duelo nacional en su memoria, sino que tampoco emitió un solo mensaje de condolencias ni pesar por su fallecimiento.

Es un objetivo legítimo y legal. No es una acción partidaria. Por eso, son absurdas las advertencias del diputado kirchnerista Jorge Landau a los fiscales y jueces que asistan.

Es curioso que el tributo a un muerto, ese pésame público a su familia, sea interpretado como político, por parte del mismo gobierno que organizó a ciertos magistrados en una suerte de partido político judicial, «Justicia Legítima».

Para el resto de los ciudadanos, será la expresión del reclamo por una verdadera República, con independencia de los poderes, con supremacía de la ley, con honestidad y transparencia.

Será en silencio. No habrá consignas ni divisas partidarias. Pero eso no significa que no sea política. Lo es, en el sentido más alto y noble del término, porque lo que pediremos es nada menos que la vigencia de las bases fundamentales de nuestra comunidad.

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No nos dejemos vencer por el discurso maniqueísta de la presidenta, que utiliza cotidianamente la perversa estrategia de provocar y polarizar, como lo hizo en su última cadena nacional, cuando frente a un patio “militante”,  plagado de obsecuentes y adulones, señaló que sus partidarios representaban el amor y la alegría, y «ellos», el silencio, es decir, lo oculto, lo sombrío.

Esa división entre buenos y malos, tan burda que cuesta creer que se pueda postular en el siglo XXI en una sociedad democrática, diversa y compleja, es la síntesis de  su pensamiento. Eso es lo que debe cambiarse de raíz a partir de diciembre.

Marchemos en paz. Salgamos a las calles y a las plazas. Vayamos con nuestros hijos y nuestros nietos. Con dolor, como siempre nos causa una muerte, pero también con la esperanza de que con la participación activa de la sociedad terminaremos con esta Argentina crispada, de «ella» y «ellos», y lograremos encontrarnos en lo que el Papa Francisco llama «la cultura del encuentro».

Un estruendoso silencio será el contundente mensaje de los que ansiamos el fin de la impunidad y la vigencia de la República.

Pidamos por una Argentina en paz y en libertad.