Mar. Mar 19th, 2024

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Lo verosímil y lo verdadero. Por Vicente Massot

Es cierto que en el año 2007 José Gómez, un suboficial de la Armada que en esa época cumplía funciones en el astillero Domecq García, hizo una denuncia detallada sobre determinadas irregularidades en la reparación del submarino ARA San Juan, que alcanzaba al entonces jefe de Estado Mayor de esa fuerza y a otros oficiales. También a civiles involucrados en la operación. La causa llegó al juzgado del juez federal Norberto Oyarbide, que le prestó poca —si acaso alguna— atención; y terminó archivándola. El kirchnerismo hizo otro tanto. José Gómez fue dado de baja.

Es cierto que existe una auditoría, que acaba de trascender y fue publicada el último domingo por el diario La Nación, según la cual se habrían incumplido los estándares normativos y operativos con base en los cuales debió hacerse la reparación de media vida del  citado sumergible y el recambio de las baterías que lo impulsan. Es posible que, al mismo tiempo, hayan existido conductas delictivas destinadas a direccionar, en beneficio de ciertas empresas, los trabajos de mantenimiento.

Es cierto que el presupuesto de las Fuerzas Armadas argentinas dedicado a la defensa es uno de los más bajos del mundo —el promedio mundial orilla 3 % mientras el nuestro apenas roza 0,9%— y que 85 % del mismo tiene como fin el pago de haberes de sus integrantes. No se necesita haber leído a Clausewitz o a Lidell Hart para darse cuenta de que ello conspira en contra de la eficiencia y de la imperiosa modernización de los sistemas de armas del Ejército, la Armada y la Aeronáutica, cuyo promedio de antigüedad oscila entre los 30 y los 50 años.

Es cierto, por fin, que finalizado el Proceso de Reorganización Nacional no hubo un solo gobierno, de todos los que se sucedieron desde entonces hasta ahora, que se propusiera con un mínimo de seriedad tratar el tema de la defensa nacional sin preconceptos ni odios. En mayor o en menor medida, se desentendieron de este asunto y miraron para otro lado. Los uniformados cargaron con las culpas del pasado y —como carecían de poder— a nadie le importó su suerte. Con las consecuencias que era lógico esperar.

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Ahora bien, dichas certezas —que no son las únicas dignas de ser apuntadas— han sido tomadas por muchos opinadores, analistas y periodistas nativos para ensayar una teoría verosímil, pero no necesariamente verdadera: que el ARA San Juan se hundió como producto de los desmanejos e improvisaciones de los mandos de la Marina, de la falta de mantenimiento del sumergible y de su obsolescencia. El razonamiento luce razonable —valga la redundancia— y parece resistir el análisis. ¿Cómo dejar de pensar, después de todo, que semejantes anomalías no tengan que ver con el hundimiento en el Atlántico sur que hoy todos lamentamos?

Sin embargo, es menester andarse con cuidado al respecto. Porque el hecho que el hilo argumental sea verosímil no lo convierte en una verdad a prueba de balas. Vale en calidad de conjetura, nada más. Si hay hechos que no pueden negarse, hay otros que serán discutibles hasta tanto el submarino no resulte ubicado y sacado de las profundidades del mar, para ser analizado y así establecer las responsabilidades del caso.

Hay razones para suponer que se hundió en virtud de su mal mantenimiento. Ello no es a priori descartable, ni mucho menos, atendiendo al hecho de que el índice de accidentes de las tres fuerzas en las últimas décadas ha superado con creces lo normal. Aunque no es la única posibilidad. Cuando menos, es conveniente —por no decir obligatorio— tomar en consideración otras dos: un error humano o la simple fatalidad. El Kursk soviético sufrió, en su momento, un desastre de proporciones que no se debió, precisamente, a carencias presupuestarias o a su deficiente puesta a punto. Si algún régimen, en el siglo pasado, privilegió la defensa nacional a la hora de decidir sus gastos, ése fue el ruso.

No es cuestión, pues, de dar por sentado lo que en el mejor de los casos es sólo una hipótesis que aún falta verificar. La condición necesaria para llegar a una conclusión valedera es que los equipos de algunos de los países más desarrollados del mundo —dispuestos a ayudarnos— localicen al ARA San Juan y logren reflotarlo. La condición suficiente es que se pueda hacer una pericia con el objeto de determinar qué fue lo que realmente pasó.

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Hasta aquí y tal cual sucediera con la desaparición de Santiago Maldonado, las especulaciones comunes, corrientes y facilistas se han adueñado de la escena y amenazan no dejarla. Cualquiera dice cualquier cosa y todos hacen las veces de expertos. En el asunto, el presidente Mauricio Macri ha hecho bien en llamar a la cordura. Al mismo tiempo aprovechará la ocasión para poner en marcha —según los trascendidos— una amplia restructuración de las Fuerzas Armadas con base en el papel que tendrá el Jefe del Estado Mayor Conjunto.

Desde una perspectiva pesimista y crítica se podrá argumentar que en nuestro país los gobiernos siempre reaccionan cuando las catástrofes ya se han producido. En una palabra, que corren detrás de los hechos, incapaces de adelantarse a sus consecuencias. Sin excepción a la regla, las distintas administraciones que conocimos no fueron aptas para detectar las crisis a las cuales luego, en las peores condiciones, debieron enfrentar. En este orden, Mauricio Macri habría tardado dos años en darse cuenta del estado calamitoso de nuestra Defensa. Con el agravante de que necesitó una tragedia a los efectos de despabilarse.

En cambio, vistas las cosas desde un ángulo algo más optimista, el hecho de que haya tomado conciencia de los males que aquejan a las Fuerzas Armadas es una señal positiva. Durante veinticuatro años sus antecesores en la Casa Rosada hicieron poco y nada. Que alguien inicie una política distinta no deja de resultar auspicioso. Más vale tarde que nunca; a condición, claro, de que todo no quede en un simple maquillaje. El gradualismo puede ofrecer resultados positivos en tanto y en cuanto acierte con el diagnóstico y se proponga llegar al fondo de los problemas. De lo contrario, sería un parche más. Está por verse si Mauricio Macri es capaz de dotar de contenido a lo que, de momento, es un cascarón vacío: las Fuerzas Armadas.