Lun. Mar 20th, 2023

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Las negociaciones difíciles vienen ahora. Por Vicente Massot

Que Juan Cabandié era un inútil consumado, que de medio ambiente sabía tanto como Jorge Taiana de defensa nacional o Santiago Cafiero del manejo de las relaciones exteriores del país, era cosa de todos conocida. Lo pusieron al mando de un ministerio que en la grilla de los organismos públicos cotiza en baja, sólo porque ha hecho de su condición de hijo de subversivos, muertos en la década del setenta del siglo pasado, una suerte de timbre de honor. Y como eso paga bien en las filas kirchneristas, de buenas a primera se encontró al frente de una cartera sin demasiada trascendencia. Pero sucedió lo imprevisible —el pavoroso incendio que azota desde hace días a la provincia de Corrientes— y su titular confirmó con creces su incapacidad. Claro que, por arriba suyo, el gobierno está plagado de incompetentes parecidos que no tienen la más mínima idea de cómo reaccionar ante tamaña catástrofe natural.

Que un joven influencer, Santiago Maratea, haya sido capaz de juntar en menos de un día algo así como $ 100 MM para auxiliar a los damnificados del estado mesopotámico, cuando las autoridades nacionales sólo habían prometido ayudas, en ese mismo lapso, de $ 200 MM, pone al descubierto las falencias de un Estado, que hace agua por los cuatro costados al momento de ser verdaderamente necesario, y la torpeza infinita del presidente de la República, que no sólo respalda a un ineficiente sino que —carente de sentido del ridículo— se dedica a atajar penales con pantalones largos en el momento que se quema Corrientes. Para colmo, en la foto que recorrió el país luce despatarrado en la arena mientras la pelota entra en el arco.

Hace tiempo que Alberto Fernández perdió la brújula. De lo contrario no se explicaría la ininterrumpida serie de gazapos que jalonan el desarrollo de su gestión. Hasta el menos astuto de los políticos criollos se daría cuenta de que 1) viajar a Rusia y poner distancias de los Estados Unidos, a días de la invasión ordenada por Putin a Ucrania y en medio de la negociación con el Fondo Monetario Internacional, tendría consecuencias desafortunadas para el país; 2) que testificar de manera presencial ante un tribunal —pudiendo hacerlo por escrito— para terminar trenzado en duelo verbal con un fiscal al que le faltó el respeto, iba a tener repercusiones negativas para él; 3) que darle un espaldarazo a Luana Volnovich que se fue lo más tranquila, con novio incluido, a pasar sus vacaciones en Cancún al momento que se había producido un nuevo avance de la pandemia, no le pasaría desapercibido a buena parte de la población. Si a lo señalado se le suma su escaso protagonismo y su falta de respuesta en el cataclismo que asola a los correntinos, se entiende que la imagen del jefe del Estado y de su administración se encuentre por el piso.

La falta de méritos de la gestión kirchnerista no es novedad, y que la sociedad reaccionó en su contra lo demostraron los guarismos que arrojaron las elecciones legislativas de octubre del año pasado. Volver sobre el particular no tiene, pues, demasiado sentido. ¿Por qué entonces repetir que los funcionarios gubernamentales son un conjunto de incapaces? —No porque fuese menester hacer un resumen y compendio de lo actuado por este gobierno, sino por lo que viene. No por el pasado, en una palabra, sino por el futuro. Falta un año y siete meses para
que se substancien los comicios presidenciales y quienes están apichonados y muestran su impotencia delante de la quema del 10 % de una provincia deberán gerenciar los asuntos públicos en uno de los momentos más graves de nuestra historia contemporánea.

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En la Casa Rosada —así como le prenden velas a la Virgen para que diluvie en el litoral— se entusiasman con la idea de que si el memorándum de entendimiento con el FMI termina transformándose en un acuerdo hecho y derecho —cosa que dan por descontada— Alberto Fernández estará en condiciones de relanzar con éxito su devaluada gestión. Consideran que podrán salir del pantano en el que estaban metidos y dejar atrás el estado de zozobra que los tenía contra las cuerdas. Pero hay razones varias para imaginar que las del albertismo son expresiones de buenos deseos y poco más. Los funcionarios que pueblan Balcarce 50 parecen creer que la gran cuestión pendiente es la negociación de la deuda soberana y que, finalizada ésta como imaginan, al principal obstáculo lo habrían sorteado. ¿Es así? —Vayamos por partes.

Si no fuesen capaces de evitar el default, los efectos que se seguirían serían de una gravedad inaudita y el gobierno no tendría otro cometido que el de administrar el desastre. Consciente de lo que se avecinaba es que la mayoría del kirchnerismo ha cerrado filas junto al presidente, y no detrás del hijo de la vicepresidente. Han hecho de la necesidad virtud, obrando un giro de realismo político puro. Sólo que eso no alcanza para suponer que en adelante todo resultará más fácil y que haber fumado la pipa de la Paz con el Fondo le permitirá a Alberto Fernández transformarse en una estrella ascendente. En teoría las esperanzas de sus acólitos lucen sensatas. En la práctica, en cambio, la apuesta es mucho más complicada de lo que piensan.

Por de pronto, se hace imprescindible entender que a partir del instante en que, firmado el acuerdo, haya que poner en marcha las políticas públicas con arreglo a las cuáles se intentará dar cumplimiento estricto a aquél, las asignaturas pendientes tenderán a agravarse. Como ha sucedido tantas veces —porque de eso trata la política, entre otras cosas— una solución razonable bien puede generar inconvenientes novedosos. Dicho de manera distinta: es correcto cerrar con el FMI a condición de saber que el Estado y la sociedad, para evitar males mayores, tendrán que realizar determinados sacrificios so pena de no pasar los sucesivos exámenes trimestrales a los que se comprometerá el gobierno. Aún si el Fondo Monetario decidiese ser en extremo benigno con Martín Guzmán y sus muchachos, de todas formas algún genero de ajuste pondrán en marcha y causará dolor a muchos.

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Salvo que alguien sea tan iluso como para pensar que, inmediatamente después de la votación en el Congreso, una parte mayoritaria de la sociedad se volcará a las calles con el propósito de respaldar a un Poder Ejecutivo que lo habrá salvado del abismo, lo más lógico es poner el ojo en otro escenario. Pasada la homologación del acuerdo —que el oficialismo venderá como si hubiésemos salido campeones del mundo— la inflación estará ahí, de la mano de la inseguridad, el desempleo, la pobreza, la indigencia y la corrupción. Los reclamos serán más sonoros y más exigentes que los de antes por la sencilla razón de que gastar con bolsillo de payaso no será una opción fácil de instrumentar. Algo de esto ya lo saben los líderes piqueteros que han salido a pedir más planes, como los sindicatos que exigen que se reabran las paritarias. El campo ha judicializado el tema de las retenciones y la industria y el comercio que dependen de insumos importados han levantado objeciones a la política del cepo tal cual está diseñada. Nadie quiere ser el pato de la boda o estar en el bando de los perdedores, con lo cual la puja sectorial no hará mas que escalar. Miguel Broda ha hablado con razón de “años agónicos”, para calificar a 2022 y 2023.

Además, el gobierno tendrá que lidiar con los heridos que quedarán en el camino pertenecientes al Frente de Todos. Conociéndolos, se descuenta que no van a quedarse ni quietos ni callados. Por ahora son minoría y está por verse cuál será su actitud cuando les toque bajar al recinto parlamentario. Cuando comiencen a tomarse las medidas impopulares, no sería de extrañar que los cuestionamientos más duros al ajuste provengan de las propias filas oficialistas. Cualquiera con dos dedos de frente puede darse cuenta de una realidad que en las esferas oficiales —encandilados como están con la aprobación del acuerdo— no parecen tomar en cuenta: las negociaciones más difíciles vienen ahora. No han quedado atrás y circunscriptas a Kristalina Giorgieva. Están adelante y se recortan en el horizonte con singular nitidez. Miguel Broda ha hablado con razón de “años agónicos”, para calificar a 2022 y 2023.

En atención a que la desconfianza que genera el oficialismo con su ineficiencia, sus idas y vueltas ideológicas y su doble comando no desaparecerá de la noche a la mañana, y que la incertidumbre de los mercados no será cosa del pasado por el solo hecho de que el tema de la deuda se haya puesto entre paréntesis por espacio de dos años, no existen motivos para felicitarse o para soñar con un rebote acentuado de la actividad económica, ni nada por el estilo. Si fuesen inteligentes quienes integran el gabinete y el circulo áulico que rodea al presidente deberían darse cuenta del terreno que pisarán de ahora en más. Claro que, aunque tuviesen un diagnóstico preciso de la realidad, seguirían subordinados a un arquero de playa improvisado. Así todo se hace cuesta arriba.