Sáb. Abr 20th, 2024

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Las buenas y las malas. Por Vicente Massot

A esta altura del año y cuando aún faltan ocho meses para que se substancien los comicios legislativos del próximo mes de octubre, parece estar fuera de duda la estrategia que ha forjado el gobierno de cara a pulseada de tanta trascendencia. Si bien habrá aspectos del plan electoral que estarán guardados bajo siete llaves —y, de momento, no conoceremos— es inocultable, por un lado, la decisión tomada respecto del sesgo intervencionista que pretende imprimirle Martín Guzmán a todos los aspectos de la vida económica y, por otro, el visto bueno que se le ha extendido a La Cámpora para el manejo logístico de la vacunación masiva de la población.

El desafío que enfrenta el kirchnerismo no es menor. A semejanza de lo que le sucedió en aquella primavera de 2017 a la administración macrista, tanto Alberto como Cristina Fernández saben, sin que nadie deba recordárselo, cuán importantes resultan las elecciones que se recortan en el horizonte, coincidentes con la mitad del período para el cual fueron electos. Que sólo a dos años de iniciada su gestión, y apenas a dos de culminar la misma, el resultado que vomitasen las urnas fuera desfavorable para los candidatos del Frente de Todos, representaría un revés de carácter estratégico del que no seria fácil recuperarse.

Por lo tanto, es lógico que, habida cuenta de la preocupación que existe tanto en la Casa Rosada como en el Instituto Patria sobre el tema, hayan fijado un rumbo y delineado unas tácticas para disputarle a sus adversarios los diputados y senadores que estarán en juego. El historial kirchnerista en la materia muestra a las claras que han sido más los reveses cosechados que los triunfos obtenidos. En el año 2005 consolidó el matrimonio patagónico su dominio hegemónico demoliendo en la provincia de Buenos Aires a Chiche Duhalde. Pero sufrió cuatro años más tarde, a manos de Francisco de Narváez, una derrota memorable en ese mismo escenario. En 2013 Sergio Massa le propinó a Martin Insaurralde una paliza de proporciones que clausuró las posibilidades de la entonces presidente de ir por todo. Por último, ya en el llano como fuerza opositora, en el año 2017 Cristina Fernández llegó segunda, detrás
de Esteban Bullrich, en la pelea por la senaduría del principal distrito del país.

Claro que esos datos electorales no nos dicen nada relevante acerca del escenario de octubre. Analizados años después de ocurridos los hechos, sirven para escribir la historia y no mucho más. Dentro de seis meses, casi con seguridad se llevarán a cabo las PASO y sesenta días después, en ocho distritos, se elegirán 24 senadores a los efectos de renovar 1/3 de la cámara alta del Congreso Nacional. El mismo día, la ciudadanía también entrará al cuarto oscuro con el propósito de renovar la mitad de la cámara baja.

Todo hace prever una elección ajustada y, si bien carecería de sentido hacer pronósticos con tanta anticipación —entre otras razones, porque solo existen especulaciones y rumores acerca de los candidatos— cuanto corresponde analizar son las fortalezas y debilidades de los principales contrincantes. Más allá de los hombres y mujeres que encabezarán las listas de sus respectivos partidos y dirimirán supremacías antes de fin de año a lo largo y ancho
del territorio nacional, los pros y contras de las dos fuerzas excluyentes se hallan a la vista. Es cierto que la situación puede cambiar en cualquier sentido en los próximos meses, pero aun si fuese así hay cuestiones que no habrán de modificarse.

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Comencemos por el oficialismo. Sus puntos fuertes se hallan asociados al manejo discrecional de las múltiples cajas del Estado y —con la designación de una militante del camporismo duro, Vanesa Piescorovski, como nueva presidente del Correo Argentino— al control de una institución decisiva a la hora de contar los votos. Además, tiene la capacidad para poner sobre el terreno tantos fiscales como mesas electorales haya a nivel nacional. Cuenta, asimismo, con un núcleo duro de militantes que desde el año 2003 ha demostrado, sin excepción a la regla, que está dispuesto a apoyarlo a sol y a sombra. Como si lo mencionado fuera poco, el precio de la soja parecería que —una vez más— le sonríe al kirchnerismo.

En lo que hace a sus puntos débiles, el derrotero que lleva hasta ahora la economía y la torpeza con que ha gestionado la vacunación, son dos verdaderas mochilas que pesan sobre sus hombros. El definido perfil intervencionista en materias tan sensibles como lo son las tarifas de los servicios públicos, el precio de los alquileres, de los alimentos, de los abonos de cable y de la medicina privada, unido a las cortapisas puestas a las importaciones, el atraso del dólar, la imposibilidad de generar despidos en la actividad privada y los límites puestos a las paritarias, han sido pensados con arreglo a una urgencia electoral: defender, a rajatabla, su voto histórico.

Con la sola salvedad que, en el marco de una economía destartalada, sin inversión, con índices de pobreza lacerantes, un tipo de cambio agazapado y una inflación que amenaza estacionarse en el escalón de 4 % mensual o algo más, aquellos controles pueden beneficiar al grueso de las tribus electorales peronistas pero no necesariamente a lo que cabe denominar voto blando. La apuesta del comando K por ahora está centrada en retener a los pobres, condición necesaria para ganar. Siendo la condición suficiente contar con el respaldo de unos sectores fluctuantes, sin ideología definida, que de ordinario deciden el sufragio pensando en el bolsillo. Son los que le aportaron los tres puntos decisivos a Macri en 2015 y los ocho con los que triunfó Alberto Fernández en 2019.

Cabría sostener, aun corriendo el riesgo de incurrir en un vicio reduccionista, que si bien parece imposible para cualquier oficialismo ganar las elecciones con un aumento generalizado de las tarifas de servicios públicos —puesto en marcha antes de entrar en el cuarto oscuro— también es cierto que, cuanto mayor sea la inflación, menores serán las chances de los candidatos del gobierno de turno de salir airosos. El problema que se recorta en el horizonte kirchnerista es el de la frazada corta.

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¿Qué decir de los opositores? Así como el peronismo marchará unido el domingo 27 de octubre, en la vereda de enfrente no existe tal posibilidad por motivos obvios. Lavagna, Milei, Espert, Gómez Centurión, Stolbizer y Camaño, para sólo nombrar a los más representativos, arrastran entre sí diferencias ideológicas insalvables a la vez que no comulgan con Juntos por el Cambio. De modo que deberá descartarse cualquier idea de unidad. Ello no complicará las chances electorales del arco opositor en términos de la elección de los diputados, aunque una dispersión de votos podría resultar letal en el caso de que en Tucumán, Corrientes, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, La Pampa, Chubut y Catamarca —donde se eligen senadores— la oferta antikirchnerista presentase más de una variante.

Hay dudas serias, referidas básicamente a la provincia de Buenos Aires, respecto de los fiscales que estaría en condiciones de convocar la alianza del macrismo, el radicalismo y la Coalición Cívica. Es de todos conocido que allí tendrá lugar la elección decisiva —“la madre de todas las batallas”, como se estila decir— y que la fiscalización es uno de los requisitos indispensables para dar pelea. Cambiemos alistó en el año 2015 un ejército —superior inclusive al del propio peronismo— que se hizo presente en todas las mesas del distrito. Fue algo único. Repitió el ejercicio con éxito en 2017 y flaqueó algo en 2019.

Por otro lado, fuera de María Eugenia Vidal la coalición de Juntos por el Cambio carece de un candidato con la imagen e intención de voto suficientes como para competir con un oficialismo cuyo principal baluarte electoral está —precisamente— en el Gran Buenos Aires y que, por lo tanto, concentrará en ese distrito su mayor poder de fuego. Si la ex–gobernadora no fuera de la partida —y hoy nadie está en condiciones de dar por sentado su presencia, encabezando la boleta correspondiente— la probabilidad de un final abierto desaparecería.

De más está decir que la ventaja más evidente con la que cuenta la oposición es el producto de la principal desventaja que afecta al oficialismo: los números de la economía. El aumento del costo de la vida, la incertidumbre de los mercados, la olla a presión con la que se intenta tapar el alza del dólar, los índices de desocupación y de indigencia, la recesión que sigue su curso y el daño que la pandemia le ha producido al grueso de los sectores medios de la Argentina, son otros tantos argumentos que respaldan las posibilidades opositoras.