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La “masculinidad tóxica”, la abolición de lo masculino y el espíritu de caballería. Por John Horvat

Bossuet se refería con desprecio a quienes condenan los efectos de las causas que ellos mismos aman. La corriente autodenominada feminismo se embarcó en la “revolución sexual”, y ahora se lanza contra uno de sus frutos, al cual llama “masculinidad tóxica”. Sin embargo, su ataque busca mucho más de lo que aparenta: abolir las nociones de masculino y femenino. En este artículo, John Horvat nos dice que, en vez de encaminarnos hacia esa pesadilla de ambigüedad, es hora de mirar hacia los modelos que la civilización cristiana fue desarrollando a lo largo del tiempo.

“Masculinidad tóxica” es una de esas expresiones en boga que se dejan intencionalmente ambiguas, a la vez que se les carga de un fuerte contenido emocional, para que así causen estragos en la sociedad.

Antes confinado a los programas académicos de estudios sobre la mujer, el término ha roto su jaula y parece estar en todas partes. En estos tiempos de #NiUnaMenos y #MeToo, cualquiera puede alegar ser víctima de la masculinidad tóxica.

El movimiento feminista ataca la «masculinidad tóxica» que sería la causante de la «cultura de violación».

En buena medida, la etiqueta “masculinidad tóxica” es válida para expresar en qué se están convirtiendo muchos hombres modernos. No debería sorprendernos: este mundo ha desarrollado una noción tóxica de masculinidad.

La revolución sexual engendró un hombre-monstruo, lo crió y alimentó. Todo el contexto cultural se empeñó en hacer que los varones se comporten como muchos lo están haciendo. Los medios de prensa y de entretenimiento han celebrado la destrucción de las nociones tradicionales de lo que un hombre debería ser. Y tal esfuerzo ha creado a una criatura alocada y confusa.

Ahora, los fabricantes de este frankenstein se vuelven contra él y lo condenan, colgándole un cartel garabateado con las palabras “masculinidad tóxica”, en rosado fosforescente.

Creando un hombre-monstruo

Por todas partes, el cine, la TV y medios afines, y hasta los ambientes académicos, refuerzan al monstruo. Han impuesto malos modelos de varones, especialmente para los jóvenes. Muchos hombres de hoy se han complacido en destrozar los límites de la conducta masculina tradicional, y han abrazado una vida desenfrenada de promiscuidad y contradicción, llena de pecado.

Este modelo masculino está desconectado de las nociones tradicionales de familia. Es sexualmente activo en un mundo hipersexualizado que alienta con entusiasmo cualquier relación consensual sin consecuencias. Es parte de una cultura de sexo al paso, que atiende sus instintos más primarios y aborrece la castidad.

Este modelo masculino también está desligado de la responsabilidad, especialmente la familiar. Es inmaduro e infantil, impulsado por la búsqueda del placer. Es egocéntrico y se dedica a buscar emociones baratas y pequeños riesgos que satisfagan deseos mediocres. Él es el centro de su pequeño mundo, que a menudo no va más allá de sus narices.

La revolución sexual incita al varón a tener todas las mujeres que pueda, y después le acusa de depredador sexual
(imagen de «La Bella y la Bestia», Disney, 1991).

Es un manojo de desenfreno e inestabilidad. Se rinde a sus propios caprichos. El hombre-monstruo es superficial en su perspectiva, brutal en sus modales y violento en sus hábitos (y videojuegos). También puede ser vanidoso al buscar la imagen corporal ideal.

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Los ideólogos feministas han complicado este modelo masculino al agregarle contradicciones. Insisten en que los machos alfa deben expresar sus emociones y sentimientos. A estos hombres-monstruos ahora les dicen que sean un poco menos monstruos. Que no tengan miedo de sentir miedo.

Un modelo que fracasa deplorablemente

Así, no debe sorprendernos que el resultado de este modelo masculino contradictorio sea desastroso. El panorama masculino actual es caótico. Cada vez más varones cometen crímenes violentos, llenan las prisiones y abusan de sustancias tóxicas. Los hombres se deprimen y se suicidan. Ahora todos gritan que este modelo de masculinidad está matando hombres. Es tóxico.

Y no podría ser de otra manera. Los hombres están recibiendo señales contradictorias hoy. A sus cuerpos conducidos por la testosterona se les dice que repriman la agresividad. Se les anima a ser sexualmente activos, y ahora se les acusa de depredadores. En resumen, tienen que ser “hombres de verdad” y a la vez se les manda “acobardarse”. El resultado es que esta última reinvención de los hombres ha sido un funesto fracaso.

Las feministas, aún no satisfechas con esta caricatura masculina, ahora claman que la masculinidad debe ser totalmente rechazada como «tóxica».

El hombre es producto de las construcciones sociales

Eliminar la masculinidad es el nuevo objetivo. No es cambiar a los hombres un poco en esto o aquello otro. Es cambiar al varón cuestionando su naturaleza. Esto implica negarse a reconocer la indiscutible diferencia entre hombres y mujeres observada a lo largo de la Historia.

La nueva policía de género decreta que todos los conceptos de hombre son construcciones sociales arbitrarias que deben eliminarse. Por lo tanto, cualquier estructura que refuerce los roles tradicionales masculinos, y hasta el monstruo masculino que crearon, deben destruirse sin piedad desde la infancia hasta la vejez. No más soldados de juguete. No más deportes violentos. Nada más que insinúe que el hombre es diferente de la mujer.

La banda BTS, formada por siete cantantes varones de aspecto nada masculino, es considerada una de las más influyentes del mundo.

La Asociación Americana de Psicología, por ejemplo, ha publicado directrices para ayudar a hombres y niños a lidiar con la “ideología de la masculinidad tradicional” que supuestamente dificulta su desarrollo cabal. Deben apartarse de todos los estereotipos masculinos y no ser lo que son.

Las “tres palabras más destructivas”

“Las tres palabras más destructivas que cada hombre recibe de niño, es cuando se le dice: ’sé hombre’”, dice el autor Joe Ehrmann, un ex entrenador de fútbol que desafía las nociones tradicionales de masculinidad.

Por lo tanto, el macho deconstruido no debe ser rudo ni agresivo en absoluto. Debe ser emocional. Los hombres siempre han tendido a externalizar el dolor y el estrés, mientras que las mujeres los internalizan. Ahora deben crearse espacios seguros donde los hombres puedan aprender a lidiar con su yo interior.

No está claro exactamente cómo sería este nuevo no-hombre. Sin embargo, admitimos como cierto que el macho desintoxicado se parecería mucho a una hembra.

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Un universo de género deconstruido

Pero el objetivo final no es hacer que los hombres sean afeminados. El universo de géneros deconstruidos desea un mundo posmoderno en el que nada esté definido. Es un mundo de realidad andrógina autocreada. Implica una libertad total y utópica por la cual un individuo puede autoidentificarse para ser lo que (él/ella/o el pronombre que prefiera usar) quiera.

El universo de géneros deconstruidos desea un mundo posmoderno en el que nada esté definido es lo que refleja esta foto promocional del documental «La revolución del género», de NatGeo.

Para que esto suceda, todas las construcciones sociales y las narrativas del pasado deben ser destruidas, entre ellas lo masculino y femenino. Serían reemplazadas por construcciones individuales según su elección o estado de ánimo. Los individuos pueden ser lo que quieran, menos un hombre o mujer tradicional que correspondan a la realidad.

Así, la eliminación de la masculinidad tóxica será tóxica, pues establecerá un mundo oscuro e infernal de fantasía andrógina que no tolerará ninguna oposición. Será tiránico y perseguirá todo lo que sea verdadero, bueno y bello.

Otrora la Iglesia propuso la caballería

El caballero debía practicar las virtudes de la fe, caridad, justicia, fortaleza, templanza, lealtad y generosidad, entre otras. Debía ser el defensor de los débiles contra la injusticia.

El problema de la masculinidad tóxica no es nuevo. Cuando los hombres se rinden a sus pasiones, siempre crearán situaciones tóxicas de salvajismo y barbarie. Lo que es nuevo es la profundidad de pecado en la cual la posmodernidad hunde a los hombres. Las nuevas soluciones no solo contrarían la verdadera naturaleza del hombre… la aniquilan.

Fue la Iglesia la que domó las pasiones humanas y propuso modelos para los varones que los elevaron a alturas inimaginables. La Iglesia propuso, por ejemplo, la caballería, dándoles un ideal para canalizar pasiones mal reguladas. Ese ideal capturó la imaginación de innumerables hombres a lo largo de la historia y persiste hasta hoy. Además, la Iglesia proporciona los medios de gracia que hacen posible la práctica de estos altos ideales.

Por primera vez en la historia, ser hombre significó admirar y luchar por virtudes como la misericordia, el valor, la castidad, la equidad, la protección de los débiles y los pobres. Ser hombre significaba adoptar una actitud de gentileza y amabilidad hacia todas las mujeres, una práctica desconocida para el antiguo mundo pagano que a menudo las consideraba como pertenencias del varón. Introdujo la idea de honor, servicio y abnegación hasta el punto de dar la vida.

La caballería enriqueció inmensamente la virilidad. Enseñó a los hombres a ampliar el alcance de ésta y convertirse en caballeros católicos. La causa moderna de la hombría ganaría mucho hoy si propusieran modelos de alto nivel, como la caballería. El listón debe estar alto, especialmente para los millennials que anhelan desafíos.

El problema de hoy no es propiamente la masculinidad tóxica que marca el nivel cada vez más bajo, sino la posmodernidad tóxica, en la cual no hay barra alguna.

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