Jue. Abr 18th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

La mafia troska. Por Fernando Romero

Habituados a los manejos gangsteriles del tradicional sindicalismo peronista, frecuentemente se nos suele pasar por alto a la denominada “izquierda”, principalmente el trotskismo, que en general goza de una mayor consideración y condescendencia en los medios de comunicación masivos.  Sin embargo, en los últimos años, estos grupos han ido creciendo tanto en las universidades públicas como en las delegaciones sindicales industriales, configurando un complejo aparato interconectado de presión que recurre a prácticas de violencia, sabotaje económico, apriete e infiltración para conseguir fines políticos y ganar visibilidad a costa de la viabilidad de fábricas, de los puestos de trabajos y la calidad de las instituciones públicas copadas por estos grupos.

Conflicto de Pepsico

El último episodio protagonizado por estos elementos estalló hace unas semanas con el cierre de una planta de snacks de la empresa Pepsico, con 500 trabajadores. Entre las razones aducidas al cierre por la empresa, se mencionan problemas de ubicación, logística, competitividad y alta conflictividad sindical.

En el medio de estas largas jornadas de protesta y disturbios alrededor de este conflicto, ha estallado paralelamente una interna entre diversos grupos sindicales que da cuenta de maniobras generalmente poco visibles y muy poco conocidas acerca del accionar del trotskismo sindical.

En un impresionante testimonio, en el marco de las huelgas en la planta de Pepsico, brindado el 21 de junio en el canal C5N, que en ese momento estaba cubriendo un enfrentamiento entre distintas agrupaciones sindicales, un grupo de trabajadores de la empresa denunció la mecánica empleada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) para infiltrar fábricas y presionar con denodada intransigencia la erupción de conflictos que puedan ser capitalizados por la dirigencia política del trotskismo. Una de las trabajadoras en concreto señala a un tal Camilo Mones, personaje aparentemente recurrente en estos entuertos, quien habría participado anteriormente de situaciones similares, replicando en el actual cierre de Pepsico, el mismo mecanismo empleado en 2009 en Krat Foods (ex-Terrabusi), y que también nos recuerdan a episodios más recientes como el conflicto en Lear y  Donnelley. Según el testimonio de éstos trabajadores, los delegados del PTS, una vez generado el conflicto, que deja a numerosos trabajadores en la calle fruto de una intransigencia que no deja lugar a otras resoluciones, se benefician sin embargo, como comisión interna, de arreglos que los mantienen en sus puestos de trabajo.

“…los trabajadores reales se quedaron en la calle, y eso es lo que nos da bronca y nos indigna totalmente, porque son unos parásitos, porque en fábrica que se meten, arruinan las fuentes de trabajo y cientos de compañeros quedan en la calle…”

Otro testimonio del mismo video nos da una idea más aproximada acerca de la naturaleza de las prácticas empleadas por el trotskismo para ganar espacio en las delegaciones de las fábricas:

“Decime un candidato del PTS que esté, por hacer una buena gestión en la fábrica que sea candidato, ninguno. Todos los candidatos del PTS están en las listas porque prenden fuego las fábricas, porque las hacen mierda, porque son parásitos…”

Uno de los aspectos interesantes que también se señalan en el testimonio, es cómo los grandes medios de comunicación “le hacen el juego” al sindicalismo del PTS, cubriendo con mayor suavidad y condescendencia a las movidas de “la izquierda”. Al mismo tiempo que brindando generosos espacios televisivos a los principales dirigentes del PO y otros partidos para que extraigan todo el rédito político de los conflictos. Rédito que paralelamente se traduce en mayor representación en las delegaciones fabriles. Espacios ganados de la mano de los resonantes escenarios brindados por TN o Clarín, que los presentan como un sector “duro y decidido” a la hora de “defender a los trabajadores”. El negocio político cierra perfecto; se presionan conflictos entre la patronal y los trabajadores hasta el punto de la ruptura, se provocan incidentes con la policía cortando calles, violentando a los automovilistas y trabajadores impedidos de ir a sus trabajos. La policía los reprime (haciendo nada más y nada menos que cumplir con la ley) y enseguida se pone en marcha el operativo victimización, ayudado por cierto periodismo progre o culposo, que cuando no está maldiciendo en arameo a la dirigencia política por no actuar ante los cortes de autopista, las infinitas marchas o los inagotables piquetes, pone el grito en el cielo y se rasga las vestiduras ante la “salvaje represión”.

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Pero además de contar con las simpatías de la prensa argentina, los aparatos del trotskismo también disponen de numerosos medios de comunicación de menor volumen, pero en grandes cantidades (principalmente a través de internet y redes sociales), que reproducen en cadena una versión uniforme de los hechos, atendiendo las más de las veces, más a las urgencias políticas, los prejuicios ideológicos o las operaciones de campaña, que a los hechos. Una curiosa y enternecedora reseña acerca de nuestra fundación en La Izquierda Diario da buena cuenta del nivel de profesionalismo con el que se maneja la prensa troska.

El show de los caranchos de la política

Hoy jueves 13 de julio, la misma escena volvió a repetirse con el guion de películas que ya vimos: Kraft, Lear, Donnelley, etc. Un grupo minoritario de delegados de Pepsico, que no accedió a aceptar las indemnizaciones por despido, por el doble de lo que la ley exige (80% de los trabajadores aceptaron esta propuesta) tomaron la fábrica de la empresa (recordemos, una propiedad privada) y se entregaron a los destrozos de las instalaciones, provocando el accionar de la policía, que los reprimió en ley. Posteriormente, cual mecanismo de relojería y  con la velocidad y la oportunidad propia de perseguidores de ambulancia, hicieron allí presencia la plana dirigencial del PTS, el FIT y otros: Pitrolla, Luis Zamora, y el actor de reparto Nicolás del Caño, quien se hallaba poseído por un notable celo artístico, sumergido en medio de una dramatización teatral de gritos, proclamas y lamentaciones de toda clase, cuando fue interrumpido por el aplomo de un policía un tanto fastidiado que le pidió, casi por favor, que “dejara de hacer populismo”.

Como vemos entonces, el trotskismo en la Argentina, se ha configurado como una red que nuclea sindicatos, centros de estudiantes y partidos políticos, que recurren a la violencia y al apriete, que se apropian de fábricas, empresas estatales e instituciones públicas para emplearlas como fuentes de alimentación de su aparato político, con poca o nula consideración por los organismos parasitados. Un ejemplo notable de esto son los metrodelegados, el sindicato de subtes de Buenos Aires, quienes no dudan en recurrir a los paros y a las medidas de fuerza, dejando a cientos de miles de trabajadores varados, ya no para resolver conflictos con la patronal, sino incluso para dirimir internas sindicales.

Universidades públicas privatizadas

Otro ejemplo de este parasitismo se puede apreciar en muchas facultades, convertidas literalmente en unidades básicas de los partidos de izquierda. Usadas como sedes partidarias y lugares de congregación, asamblea y adoctrinamiento proselitista a expensas de los recursos públicos. Basta pegarse una vuelta por Puan, Sociales, etc. Las universidades públicas que estos grupos dicen defender, en ocasiones parecen de facto, instituciones privatizadas por una facción política, que hace uso y abuso de sus instalaciones y recursos como si se tratasen de activos de su propiedad.

De hecho, las universidades son empleadas como centros de reclutamiento de estudiantes para engrosar las marchas durante los conflictos sindicales. Cuando el sector trosko se halla en minoría dentro de una delegación, como al inicio del conflicto en Kraft,  donde echaron a un puñado de delegados conflictivos (sin demasiada resistencia por parte del resto de los trabajadores), el aparato del trotskismo, que vincula sindicatos y centros de estudiantes, moviliza a los universitarios a los cortes de autopista para hacer bulto, ganar visibilidad y disputar desde el podio mediático generado por el alboroto, los espacios en las delegaciones.

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Paralelamente, el resto de los sindicatos en manos de los partidos de izquierda, se coordinan para aplicar al mismo tiempo medidas de fuerza sin justificativo alguno en sus respectivos sectores, perjudicando a usuarios y trabajadores sin la menor consideración. Esta práctica pandillera suele ser naturalizada como un “gesto de solidaridad de los trabajadores”, o “paro en solidaridad”, por los voceros de la izquierda, y aceptado acríticamente por los difusores de prensa.

Revolución permanente

La explicación de este proceder parasitario y (auténticamente) explotador debemos encontrarla en la naturaleza misma del trotskismo, y su máxima: “la revolución permanente”. Práctica reseñada por la cultura popular con el chiste de “hacer política hasta en las reuniones de consorcio”. Bajo esta premisa, el objetivo es el conflicto por el conflicto mismo, y en todos lados. El trotskismo carece de plan coherente alguno para construir o siquiera administrar absolutamente nada. Notable en este sentido es el hecho de que los partidos trotskistas no se han visto frente a la responsabilidad de gobierno nunca. Ni, por cierto, tienen pensado hacerlo. Las delirantes y alucinógenas propuestas de su plataforma electoral dan buena cuenta de un programa político que sólo puede prosperar en microclimas o ambientes alienados, como las facultades, y cuya única finalidad es meramente declamatoria. De hecho, si tomamos al propio Trotsky como ejemplo de aplicación del trotskismo “real”, vemos que, frente a las huelgas obreras que tuvo que enfrentar, como la de Kronstadt (1921), la “receta” consistió en nada menos que una brutal represión militar con miles de muertos.

“El buen sindicalista”

Afortunadamente, y a pesar del trato preferencial y los mimos de los que aún goza la izquierda de parte de amplios sectores del periodismo, la reacción de la gente es cada vez menos equívoca, aún en contra de las líneas editoriales planteadas por los medios. Y es que el periodismo argentino se halla desde hace tiempo embargado por un fuerte complejo de culpa clasista, que es conmovido hasta los cimientos con la sola mención de la palabra “trabajador”. Así como también se ve afectado por una profunda demagogia en la cual hasta el último panelista se ve a sí mismo en la necesidad de personificar a un perfecto tribuno de la plebe. Pero estos complejos de microclima no afectan tan severamente al común de los mortales como a las salas de edición. Basta revisar los comentarios más valorados en las versiones online de los principales diarios, para notar como cada vez más gente, que poco a poco y a pesar de la bajada de línea mediática, van perdiendo sus inculcados complejos de culpa, empiezan a valorar el accionar de estos grupos, como lo que verdaderamente son: prácticas mafiosas esgrimidas a todo lo alto en nombre del trabajador, pero  que en última instancia terminan generando conflictos que dificultan la radicación de capital, la generación de empleo y un clima favorable para la creación de riqueza y trabajo. Cada vez más gente se da cuenta de que, en este país, el trotskismo contribuye a destruir fuentes de laburo.

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