La riqueza le pertenece al que la crea, y no a los parásitos que se la quitan invocando cualquier excusa para no admitir que lo están robando. Si yo estudio carpintería pagando un curso con mi dinero, luego compro madera, pintura y clavos y con un serrucho y un martillo de mi propiedad fabrico un silla, y luego de mucho esfuerzo y trabajo y horas sin dormir, obtengo un resultado excelente que mi vecino me compra a un muy buen precio: ¿qué parte de mi ganancia le pertenece a otro y por qué?
La riqueza sólo la puede redistribuir su dueño si ésa es su libre voluntad, si la redistribuye un tercero usando la coerción legal para obtener la riqueza que luego se redistribuirá, tal cosa debiera llamársela robo y distribución de bienes robaďos, porque éso es realmente lo que es; como la verdad es muy fea el Estado habla de «redistribución» de la riqueza.
El dueño de la propiedad es quien la compra, quien la hereda, quien recibe una renta por arriesgar su capital, o quien la crea con su esfuerzo y capacidad libremente vendido en el mercado. No le pertenece la riqueza a un desconocido completamente ajeno a las formas en que se adquiere honradamente la riqueza. Si yo poseo un campo heredado de mi padre, cultivo soja, la vendo y obtengo una ganancia, ¿qué parte de esa riqueza le pertenece a unos villeros de Fuerte Apache que no tienen la mas remota sospecha de mi existencia, de la existencia de mi trabajo y de la existencia de mi campo?… Si alguien cree que parte de tal riqueza les petenece a los villeros y no a mi, que explique porqué les pertenece y qué parte les pertenece.
La caridad que no es voluntaria no es caridad, es robo, sin que importe que el robo lo perpetre un encapuchado en una esquina oscura a punta de pistola o el Estado a través de la legislación fiscal.
Leer más
Economía y exportaciones estancadas y sector privado perdiendo puestos de trabajo. Por Roberto Cachanosky
El mito de que bajar el gasto público es recesivo. Por Roberto Cachanosky
El endeudamiento interno no resolverá los problemas del desgobierno kirchnerista. Por Roberto Cachanosky