Mar. Mar 19th, 2024

Prensa Republicana

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Inflación y déficits gemelos. Por Vicente Massot

Sobre el final del año 2001 el país no caminó por la cornisa ni estuvo a punto de caer al abismo. Contra un sinfín de opiniones que entonces se echaron a correr y luego, pasado el tiempo, se convirtieron en dogmas, en la crisis que dio al traste con el gobierno de la Alianza e, inmediatamente después, con esa ficción que fue la presidencia de Adolfo Rodríguez Saá, no estuvo en juego la existencia o la identidad de la Argentina. De la misma manera podría decirse que en el epílogo del año, que ahora termina, el helicóptero que en aquel verano turbulento ayudó a escapar a Fernando de la Rúa no se hizo presente. Tampoco nadie pensó que, de resultas de la gimnasia subversiva enderezada por el kirchnerismo y parte de la izquierda a expensas del macrismo, éste corriera el riesgo de desintegrarse. Conviene, al respecto, no exagerar y no dejarse llevar por ninguna tentación tremendista.

Los episodios que jalonaron nuestra vida política entre el jueves 14 y el martes 19 pasados, lo que hicieron fue poner sobre el tapete las debilidades de los contrincantes mucho más que sus habilidades. Quedó al descubierto —por si faltasen pruebas de mayor contundencia— la dimensión de la enemistad K y, al mismo tiempo, su impotencia para impedir que el controvertido proyecto de la reforma provisional se convirtiera en ley. Si ese es todo su potencial, se halla condenado a ser bullanguero, nada más. Del massismo ni hablar. Se encuentra en la peor vereda imaginable y al borde de la extinción. En cuanto al oficialismo, pagó por su timidez a la hora de entender que las fuerzas de seguridad —aquí y en cualquier parte del mundo— vertebran su accionar sobre un eje que va de la prevención a la disuasión y —si no alcanzasen las dos instancias mencionadas— termina en la represión.

Como quiera que sea, lo cierto es que, si hubo un ganador, ése fue el macrismo. Al fin y al cabo, y más allá de sus torpezas, flaquezas e improvisaciones en y frente al Congreso, logró que se aprobasen todas las medidas que imaginó necesarias para encarar el año próximo. No es poco. Podría haberlo logrado sin tanto esfuerzo, de haber sido otro su diagnóstico sobre lo que estaba a punto de venírsele encima y si —en consonancia con una composición de lugar precisa— hubiese reaccionado en tiempo y forma sin pedir permiso ni sentirse culposo. No sucedió. A esta altura poco importa. Ganó la pelea por puntos y con lo justo.

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En 2018 no habrá elecciones. Que así sea constituye una ventaja nada despreciable para un gobierno que en el curso de los próximos 18 meses —poco más o menos— deberá mirar con cuidado el flanco fiscal que, hasta el momento, ha descuidado por propia voluntad. Si se analiza detenidamente la batería de reformas que el macrismo ha convertido en ley, el capítulo del gasto público brilla por su ausencia. Desde que asumió en diciembre de 2015 y hasta hoy, Cambiemos ha jugado a las escondidas y se ha negado a considerar —fuera de algunos aspectos menores— la reformulación del gasto estatal.

Tendrá todavía tiempo para hacerse el distraído en tanto y en cuanto los mercados de deuda internacionales crean en su buena voluntad y en sus promesas de encarar en serio esta asignatura pendiente. Pero, tarde o temprano, llegará el día en que —si insiste en una política gatopardista— esos mismos mercados que hoy lo festejan le bajarán el pulgar de manera inmisericorde. Que le hayan prestado al Estado argentino entre U$ 30000 MM y U$ 35000 MM en 2016 y en el presente año para cubrir sus necesidades, no significa que el mundo financiero se chupe el dedo e ignore la situación en la cual nos encontramos. Sabe perfectamente bien cuál es nuestro talón de Aquiles y asume que el desastre de las cuentas públicas argentinas no habrá de componerse de un día para otro. Claro que todo tiene un límite.

No es fruto de la casualidad que en el seno del oficialismo se desarrolle una disputa sorda entre el titular del Banco Central y la jefatura de gabinete acerca del manejo que hace Federico Sturzenegger de las tasas de interés y de las metas de inflación. Es lógico que la preocupación esté más extendida en los principales funcionarios de la administración macrista, de lo que trasciende al público. Pero de lo que nadie parece hacerse cargo es de la notable asimetría que existe entre la política restrictiva del Central en materia monetaria y la política expansiva del Ejecutivo en materia fiscal.

Sea que en la pulseada que los ocupa triunfe —como hasta ahora— Sturzenegger, con el indisimulado apoyo presidencial, o que el ganador resulte Mario Quintana, o que no se saquen ventajas, la situación permanezca igual y terminen en tablas, carece de sentido prolongar mucho más tiempo tamaña contradicción. Por eso mismo no deja de ser un buen síntoma que salgan a la superficie las diferencias de los dos bandos. Significa que se dan cuenta de que algo funciona mal.

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No habrá en 2018 campañas electorales que sufragar, debates públicos con el propósito de convencer a los votantes, o comicios de los que eventualmente podría depender la futura gobernabilidad. Esas instancias recién reaparecerán en el segundo trimestre de 2019. Como no van a modificarse las necesidades financieras de gran parte de los gobernadores peronistas ni tampoco las del gobierno central, la alianza tácita que han forjado le asegura a Macri la mayoría en las dos cámaras del Congreso Nacional. La política propiamente dicha no ofrece, de cara al futuro, demasiadas incógnitas. En realidad, los desafíos importantes que deberá enfrentar el gobierno vienen por el lado de la economía.

El primero que se recorta en el horizonte es el de la inflación. Las metas adelantadas por el Central lucen, una vez más, incumplibles; y, si en lugar del tope de 12 % que imagina Sturzenegger, el alza del costo de vida orillara 17 %, como estima —de mínima— la mayoría de los analistas, la administración de Cambiemos tendría entre manos un problema grave. Básicamente porque se dispararían expectativas de todo tipo en la sociedad civil, que se corresponden mal con los planes gubernamentales. De igual manera que con el correr del tiempo el déficit cuasifiscal —en caso de no darle al tema del endeudamiento una solución que, hasta el momento, no aparece— se convertirá en crítico, a doce meses vista la cuestión que se hallará en el centro de la escena será la inflación y también el rojo de la cuenta corriente que se ha incrementado al extremo de resultar equivalente al 4,8 % del PBI.

La disyuntiva, como se comprenderá, no es de resolución sencilla. Si el gobierno monetiza el déficit fiscal se encontraría con una inflación muchísimo más alta que la actual, algo que ya sabemos en la Argentina dónde termina. Si, en cambio, como ha hecho hasta el presente, lo financia tomando deuda externa, crece el cuasifiscal, se aprecia el peso y languidecen las exportaciones. ¿Cuadratura del círculo?