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¿Hay que ayudar a los inundados? – Por Nicolás Márquez

Sentirse acongojado ante la desdicha que padecen los inundados bonaerenses como consecuencia de las horrorosas políticas públicas que el peronismo viene llevando adelante en dicha Provincia desde 1987, es un noble gesto humano que nosotros no objetamos ni cuestionamos en absoluto. Luego, acudir en auxilio de los infortunados donando víveres o brindando asistencia personalizada es otro encomiable acto solidario que prima facie también valoramos. Sin embargo, aunque chillen sensibleros y «buenistas» de toda laya que siempre pululan en la devaluada mentalidad cultural de la sociedad argentina, desde estas líneas sostenemos que la mejor manera en que la ciudadanía debería socorrer a los damnificados por las inundaciones consistiría en no donarles ni un miserable paquete de polenta.

¿Cómo se puede ser tan indiferente e insensible ante el malestar ajeno con un comentario tan “desalmado” como el que acabamos de exponer?. No se trata de crueldad ni indiferencia para con quien se encuentra en situación desfavorable. Ocurre que anteponemos la razón a la emoción y sostenemos que la mejor forma de ayudar a los desdichados es no ofrecerles el menor gesto de aparente misericordia, puesto que si uno ingenuamente va a socorrer a los afectados aliviándoles transitoriamente la dolorosa situación que están padeciendo, entonces no estaríamos haciendo mucho más que trabajar ad honorem al servicio de la clase gobernante reemplazando así lo que debe ser función esencial del Estado y con ello, no haríamos otra cosa que anestesiar el dolor de las víctimas y atemperar así el costo político que los miserables que nos mal-gobiernan  deberían pagar al quedar al descubierto la corrupción moral e institucional que estos portan con su ostensible ineficiencia gubernamental.

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Insistimos: la mejor manera de ayudar a los damnificados consiste en forjar que estos se sientan intensamente desamparados por sus representados y entonces por reacción e indignación posterior castiguen electoralmente a sus verdugos que desde hace décadas los usan y destratan sin pagar costo político alguno. Por el contrario, si la sociedad civil se digna a colaborar con los que padecieron el agua, no sólo estos serían involuntariamente funcionales a los culpables que tienen la obligación de solucionar los males vigentes sino que además se correría el riesgo de que los dañados, tras ser reabastecidos o calmados en su situación, en un par de semanas olviden estos sobresaltos padecidos y más temprano que tarde vuelvan a votar por sus victimarios, que en el caso particular de la provincia de Buenos Aires la gobiernan desde hace casi 30 años sin que las casi dos inundaciones anuales de promedio les hagan la menor mella electoral.

Advertimos que con la noble pero infructuosa asistencia material de la sociedad civil para con los perjudicados, a estos últimos se los estaría anestesiando y por ende no se verían motivados ni forzados a desatar para con sus gobernantes un «Descontento con D mayúscula» (del que siempre hablaba Plinio Corrêa de Oliveira en su histórica obra Revolución y Contrarrevolución) y que con este consecuente Descontento sobrevenga por añadidura el repudio ejemplificador para con la corporación partidocrática que empobrece y embrutece a sus votantes a fin de mantenerlos cautivos con su clientelismo organizado e institucionalizado.

Finalmente, creemos que no socorrerlos sería un mal menor para evitar un mal mayor: el mal menor sería no aliviar una dolencia momentánea (que al fin de cuentas el socorrido padecerá nuevamente en la próxima inundación) pero el mal mayor evitado consistiría en que de una vez por todas la caterva gobernante del peronismo (principal culpable y responsable de la falta de infraestructura para contener la lluvia) sea al fin expulsada electoral e institucionalmente del poder político y se produzca así una depuración y renovación dirigencial que oxigene un poco las corrompidas y malolientes dependencias de la burocracia estatal.

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