Jue. Mar 28th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

¿Hacia dónde pitos vamos gradualmente?. Por José Benegas.

En uno de los reportajes del día Mauricio Macri responde sobre el dilema gradualismo vs. shock a un Jorge Fontevecchia que lo tutea y a su vez es tuteado, resabio del orgullo de la guaranguería que dejó el kirchnerismo.

Primero el presidente comenta que en Cambiemos hay lugar a todo tipo de opiniones, pero ante la insistencia del periodista avanza a afirmar primero que un 90% de las opiniones son en favor del gradualismo y, segundo, a preguntarle retóricamente a su entrevistador si acaso había alguna otra opción.

La conclusión es que el gradualista es el propio presidente y que lo que opinen los demás lo tiene sin cuidado. Su idea es que las cosas las está haciendo bien porque el mundo lo elogia y porque el descalabro es muy grande para desarmarlo de un solo golpe.

Lo que nadie aclara, en un país con una retórica estatista excluyente y agobiante, es cuál es el objetivo, con independencia de la velocidad a la que se quiera ir. Que nadie le pregunte eso al presidente es un signo de absoluta falta de claridad. Señor presidente ¿a dónde quiere ir usted gradualmente? Ya sabemos que no quiere cosas como “volver a los noventa”, lo que está representado en el debate público como privatizaciones, desregulación, quitarle protagonismo al estado. Entonces ¿a dónde vamos? ¿Será tan bueno al lugar a donde vamos que hay que ir despacito?

Algunos temerosos saltarán a decir cosas sobre los noventa, que a mi me encantan como material por todo lo que desnudan de los que nos pasa y por qué no salimos nunca. Habría que hacer la lista de todo lo que no se puede hablar sin miedo en la Argentina y ahí se encontrarán todos los problemas graves que la hunden, casi como si fuera un paciente psiquiátrico. Los noventa es uno seguro. Pero miremos esta paradoja: De manera explícita para el gobierno el gradualismo significa endeudarse para mantener las cosas como están mientras se hacen unos ajustes. Si eso no es el exacto error de los noventa ¿el error de los noventa dónde está? La diferencia es que ahora esta vía es elegida sin ningún plan de reforma de fondo, no hay privatizaciones, no hay intento de cambiar de rumbo al Titanic de la previsión jubilatoria, no hay nada de eso ni bien ni mal hecho, simplemente no existe. Solo tenemos el mantenimiento del gasto público, financiado con deuda del gobierno, más planes keynesianos de obra pública.

Entonces tenemos varios problemas que es necesario poner sobre la mesa, porque el presidente puede elegir un camino hoy que no resulte y cuando eso se note, alguien le va a tener que responder la pregunta que no pudo responder Fontevechia. La alternativa en la que yo pienso la se puede encontrar aquí.

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Hacia ese lugar de plena libertad, una economía que atraiga inversiones para ganar no para gastar, si se entiende de qué se trata, se va lo más rápido posible. No una solución sin costos, eso es infantil y además termina siendo el costo sin solución, sino una solución con más beneficios que costos y cuyos resultados se vean lo más rápido posible. Si se pensara que ese el objetivo, que no es el caso, el gradualismo sería ponerle obstáculos, hacer una operación de apendicitis cortando un centímetro hoy y otro mañana, en lugar de hacerlo a la mayor velocidad, si se puede con anestesia. Puede pensarse en financiar la anestesia, nunca la no solución que es el llamado gradualismo. Una cosa es financiar los analgésicos para no operar la apendicitis y otra la cirugía.

Pero no nos hagamos ilusiones, la playa imaginada es la keynesiana, de la emergencia permanente donde si no hay estado no hay economía porque la gente se tira a dormir la siesta. Ese es el dogma más extendido en la Argentina, el nuevo pensamiento único.

Mucha gente muy crítica de los noventa parece anestesiada a la hora de criticar el rumbo económico actual, que tiene toda su parte negativa y nada de su parte positiva. Menem fue más “gradualista” en materia de gasto público de lo que es el gobierno actual. En paralelo a las reformas del sector público, las privatizaciones y las deregulaciones, que fueron muchísimas, el gasto aumentó, en gran medida por la continuación de todo lo “social”, que a este y a todos los gobiernos les encanta y consideran indispensable para la continuación de la vida en la tierra. Eso no se critica porque da miedo, es mucho más cómodo centrarse en problemas de conducta y verso pseudo institucionalista.

Menem financió esa continuidad del gasto con endeudamiento publico. Todo se sentía bien como se va a sentir bien una vez que ingresen los nuevos préstamos (los que cobren las comisiones lo van a sentir todavía mejor) después de arreglar los asuntos en el juzgado de New York, el problema es que ese ingreso de dólares afectará la rentabilidad de los exportadores. En vez de ingresar dólares por producción, ingresarán por deuda del sector improductivo público y se producirán otros efectos que ya hemos conocido.

En esta retórica de financiar la fiesta a la que se llama gradualismo, mucha gente señala que a partir de pagarle a los holdouts, algo que hay que hacer para que haya más crédito para el sector privado, no el público, se podrán obtener fondos a mucho mejores tasas. Lo cual es cierto. Eso sirve para el sector privado que tiene un flujo productivo. Recibe un capital, lo invierte, le saca un rendimiento superior a la tasa, devuelve el capital y paga la tasa y al final sale ganando. Pero el sector público no produce nada, por lo tanto la tasa que pague es un asunto secundario, el problema es devolver el capital después de haberlo sido consumido en actividades no rentables o directamente quebrantos.

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Acá me parece que hay que distinguir por un lado los planes de obras y dentro de los planes de obras todavía habría que hacer una segunda distinción entre las que son indispensables ahora y las que se hacen de acuerdo a la mitología keynesiana de que el ahorro es un problema y hay que consumirlo. A las primeras se les podría aplicar el criterio, aún discutible, de que financiarlas es una forma de distribuir el costo entre las generaciones que las utilizarán. A las segundas no les cabe esa distinción, porque tienen como pretendido fin “ayudar” a la economía del presente. Encima no dilapidando ahorro en nombre del keynesianismo sino mediante deuda.

Sin embargo cuando se habla de “gradualismo”, se está reconociendo que hay una parte del gasto que se va a financiar que es completamente inútil, pero que mejor mantenerlo un tiempo para no perjudicar a sus beneficiarios. Entonces el criterio es que en vez de liberar al contribuyente del gasto reconocido como improductivo, hay que endeudarlo para que lo siga pagando.

El problema es que al final el país se encontrará con el mismo nivel de gasto que se financió, más la deuda, más una deuda adicional por obras públicas, con un sector exportador dañado.

Ese es el resumen de qué se está implementando con el gradualismo, pero por supuesto que hay alternativa. Se llama economía de mercado. Ahí cada operación es medida por sus participantes en función de que los beneficios sean mayores que los costos, en lugar de cuidar que no se caiga la estantería con el temor a las desgracias que imaginamos, cada persona contribuye apostando a ganar, el gran pecado argentino, en consecuencia puede pagar sueldos y comprar cosas a sus productores. Esa alternativa no requiere tutores ni místicos. Hay cuatro años para contestarle la pregunta al presidente sobre qué más se puede hacer.

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