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Grupos de transexuales asaltan el capitolio de Oklahoma en protesta por la ley que prohíbe la castración de menores. Por Carlos Esteban

Lo más importante que ha pasado en Estados Unidos desde Pearl Harbor, si hemos de creer la versión oficial repetida por los grandes medios, fue la payasesca invasión del capitolio nacional por una horda de trumpistas que protestaban por lo que juzgaban un fraude electoral tras las últimas presidenciales. No hubo más víctimas que una manifestante muerta, ni daño irreparables, ni armas ni la más ligera posibilidad de subvertir el orden pero, se insistía, era aborrecible porque se habían violado los sagrados templos de la democracia.

Solo que, como ya saben, todo es según, y nunca es qué y siempre es quién. Porque cientos de manifestantes transgénero tomaron el Capitolio del Estado de Oklahoma el lunes para manifestarse en contra de las leyes propuestas que restringirían la atención médica relacionada con la transición de género para menores, y aquí paz y después, gloria. Nadie se ha llevado las manos a la cabeza ni ha gritado «¡Insurrección!», porque esta vez se trata de los buenos.

Los videos muestra a los manifestantes cantando «Protejamos a los niños trans» «Mi cuerpo, mi libertad» (sin percatarse la ironía tras años de vacunación coactiva) dentro de la rotonda del capitolio y, oyéndoles y viéndoles, uno pensaría que la ley contra la que se manifiestan despoja a los transgénero de sus derechos constitucionales u ordena su deportación a Canadá. Pero no hay nada de eso. Se trata de proyectos de ley que prohibirían a cualquier persona menor de 26 años recibir procedimientos quirúrgicos de transición de género. Castración y mastectomías en niños y adolescentes, fundamentalmente.

Lo resumía bien el gobernador del estado, Kevin Stitt, en su discurso: «Los menores no pueden votar, no pueden comprar alcohol, no pueden comprar cigarrillos. No deberíamos permitir que un menor se someta a una cirugía permanente de cambio de sexo en Oklahoma».

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Al menos veintiún estados están en proceso de aprobar leyes para prohibir la «atención de afirmación de género» (eufemismo similar a ‘interrupción voluntaria del embarazo’, pero relativa a la castración/mastectomía) dentro de sus fronteras, mientras que un puñado de estados está debatiendo el mismo asunto. Concretamente, se plantea la licitud o no de cirugías de transición y medicamentos para niños que retrasan la pubertad y cuyos efectos a largo plazo se desconocen. En respuesta, instituciones de extrema izquierda y organizaciones LGTBI están en pie de guerra.

Los estados que presentan legislación o debaten legislación contra la reasignación de género para niños incluyen Missouri, Montana, New Hampshire, Oklahoma, Carolina del Sur, Tennessee, Texas, Utah, Virginia, Florida, Iowa, Dakota del Sur, Dakota del Norte, Indiana, Wyoming, Virginia Occidental, Nueva Jersey, Kentucky, Misisipi, Kansas, Oregón, Hawái, Virginia y Carolina del Sur.

Lo trans es tendencia. Parece frívolo decirlo así, sobre todo porque puede tener consecuencias devastadoras en un futuro no lejano, pero ya es difícil cuestionar que estemos ante una moda o, si se prefiere, de un fenómeno de contagio social. Sólo así se explica que las clínicas que ofrecen procedimientos de afirmación de género hayan pasado de una en 2007 a más de un centenar en la actualidad solo en Estados Unidos. Más visible es la propaganda trans a la que parecen haberse apuntado todas las multinacionales de renombre en los últimos cinco años. Dado que los niños están expuestos diariamente a la ideología trans, la cantidad de menores que se identifican como trans ha aumentado de menos del 1% a alrededor del 5% en cinco años. 

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