Vie. Abr 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Factores rutilantes y factores importantes. Por Vicente Massot

Hay hechos, decisiones, cursos de acción y anuncios que hacen mucho ruido pero importan poco o nada en términos políticos. Se acostumbra entre nosotros a darle a determinadas cuestiones una trascendencia que no se corresponde con la realidad de las cosas. Valgan algunos ejemplos para poner de relieve el fenómeno. Hubo especulaciones de todo tipo, antes del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, respecto de cómo repercutía en el Departamento de Estado norteamericano el inequívoco apoyo de nuestro país al régimen chavista venezolano. Y se llegó a sostener que, en la medida que el gobierno presidido por Alberto Fernández no cambiará su rumbo y siguiera apoyando a Nicolás Maduro, el voto estadounidense en el directorio del FMI podía ser negativo, mandando a la Argentina directamente al default. Por supuesto, nada de eso ocurrió. En realidad, lo que haga o deje de hacer en materia de política internacional el Palacio San Martín, a la administración de Biden le entra por un oído y le sale por el otro. Si en verdad le interesase, habría actuado de distinta manera. Es más, el que en plena guerra ruso-ucraniana el kirchnerismo apenas disimule sus simpatías por Putin es un dato que —al menos, en teoría— debería resonar en Washington con estruendo, si acaso lo que obrase la Casa Rosada mereciese un mínimo de atención. Pero, fuera de algún tinterillo de tercer nivel, de la Argentina en aquel Departamento de la república imperial no se acuerda nadie.

Se estila otorgarle una importancia singular a la posibilidad de que el equipo de Miguel Guzmán no haga honor al compromiso contraído con el Fondo, y muchos especulan con las consecuencias que acarrearía no cumplir lo pactado. El tema así planteado supone perder el tiempo. Si se llegó al final de la negociación de todos conocida y la burocracia de ese organismo de crédito internacional puso exigencias tan livianas, fue básicamente en razón de que le resultaba más fácil ser flexible y abrir un compás de espera hasta la asunción del próximo gobierno, que colocarle un palo en la rueda a éste y tener entonces que asumir el costo de un nuevo default. Conclusión: aunque —como es de esperar— no honremos lo firmado, igual las autoridades y la burocracia estable del FMI se harán los tontos y nada objetarán. De hecho, bien mirados los números que arrojó el primer trimestre merecían un aplazo. Sin embargo, con base en la contabilidad creativa, Guzmán pasó el examen.

La ingeniosa jugada de Cristina Fernández de la semana pasada concerniente al representante que el Senado de la Nación debía enviar al Consejo de la Magistratura, fue en extremo vistosa. Una gambeta corta digna de Enrique Omar Sivori o el fenomenal Mane Garrincha. Sin embargo, el hecho de haber desdoblado, en menos de lo que canta un gallo, la bancada de su partido con el propósito de sentar a uno de sus incondicionales en el lugar que parecía corresponderle a Luis Juez, nada cambió en la relación de fuerzas existente en el organismo llamado a nombrar y deponer a los jueces. Es cierto que, de momento, y en la medida que la Corte Suprema no haga suyos los argumentos de Juntos por el Cambio y del doctor Alejandro Fargosi, la Señora se saldrá con la suya. También lo es que el empate entre los seguidores del gobierno y sus opositores persistirá hasta finales del presente año o quizá hasta sustanciadas las elecciones del próximo.

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Lo mismo cabe decir de la reciente manifestación del campo en la Plaza de Mayo, del pasado sábado. Si bien nadie está en condiciones de desconocer hasta dónde el sector más importante del país en cuanto a la creación de riqueza está harto de la carga impositiva que el kirchnerismo pone sobre sus espaldas, los efectos de la marcha —más allá de la envergadura nacional de la movilización— serán insignificantes. El gobierno no se moverá un ápice de la política adoptada acerca de las retenciones. Después de todo, habría que recordar que la fenomenal reacción del año 2008 y los gigantescos actos en el Monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario y en los bosques de Palermo de nada hubiesen servido si el voto de Julio Cobos —inesperado para todo el mundo— se hubiese correspondido con el del gobierno del que formaba parte. Lo dicho no apunta a quitarle méritos a los organizadores del Tractorazo sino a poner en claro los límites de su enérgica medida.

Ninguno de los hechos antes mencionados moverá demasiado el amperímetro de la política criolla. Podrán —eso sí— ser tapa de los principales matutinos, materia de discusión en los programas políticos de la televisión por cable y motivo de interminables charlas en las mesas de café. Pero nada más. El meridiano decisivo pasa por un lugar diferente.

En la semana que acaba de transcurrir hubo dos datos dignos de ser tenidos en cuenta, que requieren un análisis pormenorizado. Por un lado, el proceso que culminó con la partición del bloque K en la cámara alta del Congreso de la Nación. Por el otro, la parálisis del presidente en punto a los cambios en el gabinete y la lucha antiinflacionaria. Conviene ir paso a paso —para tomar prestada la frase que en 2001 inmortalizó Mostaza Merlo cuando era el director técnico de Racing y su equipo se encaminaba a ser campeón del fútbol argentino.

Si pasamos revista a lo que más llamó la atención y generó mayor número de comentarios de la gambeta corta de Cristina Fernández, saltan a la vista la rapidez que demostró en ese brete y el poco respeto que puso de manifiesto de cara a las instituciones de la República. En lo que no se hizo tanto hincapié, no obstante la trascendencia que tuvo, fue en la forma en que una vicepresidente devaluada —que ni por asomo acredita el poder omnímodo de tiempos pasados— resultó capaz de gestar semejante jugada en tiempo récord, sin que uno solo de los representantes de las provincias allí sentados dijera esta boca es mía. La misma decisión entre 2003 y 2015 no hubiera sorprendido. Hoy, en cambio, puso en evidencia cómo la merma de su autoridad de puertas para afuera del Frente de Todos no ha mellado su capacidad para imponerse de puertas para adentro de esa coalición. Que los senadores se hayan enterado de que el bloque había sido partido y que ninguno de ellos fuera siquiera consultado, era lógico que sucediera en vida de Néstor Kirchner o al momento en que —muerto éste— su mujer supo manejar al peronismo con látigo de siete colas y guante de hierro. Ahora, en una situación mucho más complicada para ella, que todos bajaran la cabeza y aceptaran como si tal cosa tamaña capitis diminutio a sus investiduras, revela la fuerza que la Señora aún puede desplegar dentro del espacio que comanda, al margen del grado de servilismo de sus seguidores. Alguien podría preguntar, y no sin cierta razón, por qué asignarle tanta entidad a la movida en el Senado. La respuesta se relaciona con el futuro del oficialismo, que es un volcán en ebullición y debe mantener la calma y ser en extremo cuidadoso a la hora de decidir cómo se armará para afrontar el desafío electoral de 2023, quién habrá de ser sus candidato a presidente, si desdoblará o no los comicios en el ámbito bonaerense y si se quebrará, o no, el Frente de Todos. En este orden de cosas, la opinión de la viuda de Kirchner es infinitamente más importante que la del pobre Alberto Fernández, a quien cada día escucha y respeta menos gente. El astro rey sigue siendo Cristina aun con una imagen negativa en la opinión pública que no deja de crecer y una intención de voto escuálida.

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El segundo detalle —aunque resulte algo más que eso— se vincula con la deriva que lleva la gestión del presidente de la República. Habían hecho trascender algunos de sus conmilitones que era inminente un cambio de ministros y secretarios de Estado, y que la decisión que adoptaría la Casa Rosada sería una muestra de su independencia. Como era de esperar, no hubo modificación alguna de los elencos ministeriales y aquel que pretendía efectuar en la práctica una demostración de autoridad, una vez más le rindió pleitesía a su compañera de fórmula en 2019. Si alguien imaginaba una suerte de despegue, que pusiese al descubierto su razón autónoma de ser respecto de Cristina, se equivocó de cabo a rabo. Ello demuestra que no es posible que haya un golpe de timón o una mudanza en la dirección de las velas que lleva el barco oficialista. Nada alterará el rumbo de colisión que preanuncia un desastre para el peronismo en las elecciones que habrán de substanciarse en agosto y octubre del año que viene.

La tendencia a la suba, por sexta rueda consecutiva, del dólar blue y de los segfinancieros (MEP y contado con liqui) —más allá de las razones estrictamente económicas que se pueden traer a comento para explicarla— revela un motivo que sólo en parte depende de la anunciada escalada de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos, del proyectado IFE, de la reapertura de las paritarias con aumentos salariales de entre 50 % y 80 %, de la probabilidad de que el Banco Central endurezca el cepo y de la inflación de abril —que orillaría 6 %. También resulta producto de un resorte psicológico imposible de remediar: la desconfianza que genera esta administración. Ni el incumplimiento con el FMI, ni la tozudez de Cristina Fernández de dominar a la Justicia, ni la equívoca política exterior del Palacio San Martín, ni tampoco las movilizaciones del campo pondrán de rodillas al gobierno. Escenario que sí, en cambio, pueden hacer realidad el alza del costo de vida unido a la guerra interna sostenida por el kirchnerismo duro contra un presidente patético.