Así, contra toda evidencia procesal de la causal de muerte, el zurdaje vernáculo con afiebrada y terrorífica imaginación demuestra su sadismo al desear a pulso fanático un Estado que torture, desaparezca y mate.
Un rato antes de la marcha, Irina Hauser publicaba en Página/12 una nota, titulada «Miedo», que la ubica ya en el risible estilo subjetivo y extraviado de Sandra Russo. Allí, especula que Maldonado «desapareció en medio de una persecución desquiciada de la Gendarmería, a los tiros. Nadie se arroja a un río helado porque sí, y menos si no sabe nadar y le tiene temor al agua«.Lo que la dactilógrafa de Horacio Verbitsky omite, es que Santiago Maldonado no estaba allí de casualidad, como mero turista que pasa por el lugar y se ve envuelto en una situación imprevista, sino que participaba de las acciones de un grupo secesionista, violento e irracional. Por lo que cruzar el río, acaso con la promesa de no ser soltado por un baqueano de la RAM, pudo ser una forma de afirmar su pertenencia.
Si la izquierda persiste en el plan de equiparar a Macri con Videla y reivindicar la lucha armada, como con total descaro lo anunciaron en Plaza de Mayo el 24 de Marzo de 2017, convertido en operación insurreccional liderada por Horacio Verbitsky a través del caso Maldonado, el país corre el riesgo de reeditar, dramática y ridículamente, tragedias del pasado.
En la disyuntiva que esa agresión siniestra a la República y la Democracia plantea, antes que responder con violencia (lo que sería darles gusto) la mejor defensa es el humor. Humor negro, ácido e irreverente; contrariando el predominio de la cultura progre enmarcada en la corrección política de la izquierda y desacralizando sus tabúes.
Hay que reírse de ellos, antes que delirando con que su relato es la realidad acusen a Palito Ortega como instigador al suicidio de Maldonado, por cantar aquello de «tirate al río en la parte más profunda / y después cuando te hundas / si querés podés gritar…»
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