Vie. Mar 29th, 2024

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Entre Güelfos y Gibelinos. Por Fernando Romero

El presente artículo efectúa un paralelismo entre Güelfos y Gibelinos, con el actual estado de relaciones entre el presidente Mauricio Macri y el Papa Francisco, quienes recientemente se encontraron en Roma luego de una serie de fricciones políticas entre las cuales destaca el velado apoyo del pontífice hacia Milagro Sala, principal referente de la agrupación Tupac Amarú, uno de las mayores “organizaciones sociales” que operan en el país.

Que la historia se repite, se repite. Quedará por ver si como farsa, como una nueva tragedia o como comedia. Uno de los conflictos que marcó la Edad Media europea y que la empujó al borde del cisma, fue aquel famoso de las investiduras entre el emperador del Sacro Imperio Romano y el Papa. Este conflicto giraba en torno a quién debía tener la facultad de investir prelados (obispos, arzobispos, abades, etc.) en las sedes episcopales alemanas. La lucha, que dividió a toda Europa en facciones y la sumergió en décadas de guerras, llegó a uno de sus puntos culminantes cuando en aquella famosa “humillación de Canossa” en 1077, el entonces emperador Enrique IV, de la dinastía Staufen tuvo que arrastrarse, en actitud penitente a los pies del Papa Gregorio VII suplicando el perdón, escena que  simbolizó de forma impactante la sumisión del césar y el triunfo (momentáneo)  del vicario de Cristo sobre el poder temporal.

Pero la controversia por las investiduras consistía en mucho más que la simple facultad de nombrar obispos. Algunos obispos y arzobispos de aquella época no sólo tenían atribuciones espirituales sino que también ostentaban el poder de verdaderos príncipes territoriales. Muchas sedes episcopales por aquel entonces, constituían estados de considerable envergadura, que sin embargo y a pesar de encontrarse dentro del imperio y en subordinación al emperador, se discutía sobre si debían tributar y responder a Roma o al Sacro Imperio. Lo que implicaba esta controversia consistía en que si los principados eclesiásticos formarían parte orgánica del imperio alemán o devendrían en un estado dentro del Estado, que respondiese a un poder universal.

La característica de dotar a funcionarios eclesiásticos con cargos de soberanía profana fue, no obstante, y desde temprano, una estrategia empleada por el emperador Otón el Grande para contrapesar el poder de los principados feudales hereditarios. La ecuación era simple: los cargos eclesiásticos no se heredan, y deben ser confirmados (investidos) por una autoridad superior. Y por lo tanto, al quedar las sedes vacantes, el soberano se arroga la potestad de designar a los prelados que ocuparán los principados eclesiásticos, convirtiendo de esa manera a muchos jefes territoriales en meros funcionarios reales.

La cuestión remitía en última instancia a la facultad de nombrar a los jefes territoriales en amplios sectores del Imperio. Y hete aquí que ante la particular estructura legada por Otón, que dejaba a importantes porciones del imperio bajo la tutela de un poder eclesiástico, un buen día el papado intervino para reclamar su soberanía sobre los principados dirigidos por prelados, así como la facultad de designar a los obispos, dando lugar a la famosa querella de las investiduras, y a una guerra casi constante que duró siglos, entre el papado y el emperador, y sus respectivos partidarios: güelfos y gibelinos

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Esta introducción sin embargo, tiene el objeto de presentar un paralelismo (salvando las distancias) con el actual estado de relaciones entre el presidente Mauricio Macri y el Papa Francisco, que recientemente se encontraron en Roma luego de una serie de fricciones políticas, entre las cuales destaca el velado apoyo del pontífice hacia Milagro Sala, principal referente de la agrupación Tupac Amarú. Una de las mayores “organizaciones sociales” que operan en el país.

Y si bien, volviendo un poco a nuestra introducción, en este caso no podría hablarse ni de una lucha de investidura ni de príncipes episcopales con función territorial, sin embargo, nos encontramos en situación de contemplar a una red de organizaciones y movimientos que operan como un estado dentro del Estado. Suficientemente claro ha quedado este carácter, al menos con respecto a algunas de las principales de estas organizaciones “sociales”, a raíz de la detención de Milagro Sala, de quien se descubrió que prácticamente manejaba el estado jujeño, contando incluso con recursos superiores a los de la provincia (*) y estableciendo poco menos que la suma del poder público en los barrios que controlaba.

Esta organización, junto a otras por el estilo formaron parte de un congreso en julio del año pasado en Bolivia denominado “Encuentros Mundiales de Movimientos Populares con el Papa”, en las que, desde una suerte de púlpito, Francisco las instaba a luchar contra el capitalismo, la economía de mercado y a instrumentalizar un “cambio radical” (*). El titular del Comité Organizador Internacional del “Encuentro Mundial de Movimientos Populares”, a quienes se dirigió el Papa en Bolivia, es  Juan Grabois, hijo de Roberto Grabois, un antiguo dirigente de la agrupación peronista “guardia de hierro” a la que también perteneció Bergoglio en su juventud. Grabois, uno de los principales vínculos entre el papa y dirigentes sociales, que hizo en 2013 una visita al Vaticano junto con Emilio Pérsico, de la agrupación Evita, se encarga de coordinar a distintas organizaciones sociales, sindicales, barriales, cooperativas y demás agrupaciones “populares” de toda América Latina.

Alguna de esas organizaciones, que también participaron del encuentro con el Papa, fueron, además de la Tupác: Kolina, Barrios de pie, la Corriente Clasista y Combativa, entre otras. Muchas de estas organizaciones manejan subsidios estatales y ejercen funciones que el estado les delega en barrios carenciados o villas. Es decir, y no es exagerado sugerir, que ejercen de “Estado” en los enclaves de marginalidad inaccesibles a las estructuras administrativas municipales, provinciales y nacionales. La administración de subsidios, el mantenimiento de comedores, centros educativos, sanitarios y culturales y educativos en barrios y villas se encuentran muchas veces en manos de estas organizaciones. Y sobre éstas tienden su manto espiritual y asistencial otras tantas de origen confesionario, entre las cuales cabe destacar a los “curas villeros”, predicadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, derivación autóctona (y peronista) de la “teología de la liberación”, de inspiración marxista.

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Quizás con esto vaya quedando un poco más en claro la naturaleza de las asperezas entre el gobierno argentino y el vaticano en vista de un conflicto de intereses que  vinculan indirectamente el control de amplios enclaves de marginalidad, alejados de la mano del estado y administrados por una miríada de organizaciones “sociales”, que constituyen un estado paralelo. Este estado dentro del Estado quizás no tenga la dimensión e incluso el encanto cultural y paisajístico de los principados eclesiásticos alemanes como el arzobispado de Maguncia o Colonia, pero igualmente representan significativos núcleos de poder político, en la forma de recursos electorales y fuentes de “caja social”: subsidios, planes, etc. En este marco se entendería mucho mejor el extraño gesto del Papa hacia la dirigente de la Tupác Amaru en ocasión del regalo de un rosario bendecido; o las visitas de personajes como D’Elia, Pérsico y Moreno al Vaticano, por no mencionar los numerosos encuentros y “sínodos” con los principales dirigentes de ésta clase organizaciones en el continente. La acción de la Iglesia en este sentido se enmarcaría probablemente en la intención de tutelar (vocación por otra parte, muy afecta a los jesuitas) a las organizaciones sociales, que en todo el continente constituyen pequeños estados dentro de estados para llevar a cabo la agenda de lucha contra el capitalismo y “cambio radical” con la que Bergoglio instó a las organizaciones sociales reunidas en Bolivia, a las que calificó, por otra parte, de “sembradores de cambio”. Cambio que, al parecer, poco tiene que ver con el propuesto desde el frente “cambiemos”.

La disyuntiva del gobierno entonces, oscila aquí entre maniobrar a favor de una idea de marketing político que probablemente sobredimensiona la relevancia real de la figura del Papa, y por otra parte, la convicción o la necesidad de administrar un estado que prescinda de intermediarios políticos enquistados en las estructuras burocráticas y para-estatales, y que para colmo se hallan, en plan aparente de suscribirse (al menos en parte) a la tutela de un poder supranacional como el Vaticano. El peligro de una excesiva prudencia y consideración hacia la figura del Sumo Pontífice podría derivar en una re-escenificación de la Humillación de Canossa en aras de especulaciones de marketing político-electoral. Una jugada por otro lado muy costosa, que haría retroceder al estado frente al “estado dentro del Estado”, que tanto avanzó en la década kirchnerista, interfiriendo en la relación natural que debe existir entre las autoridades y el ciudadano, sin más interferencias que las estrictamente consignadas por la Constitución.

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