Más allá de quiénes resultaron ganadores y quiénes debieron morder el polvo de la derrota en punto a la confección de las listas definitivas de diputados y senadores a nivel nacional, los dos datos relevantes que dejó en evidencia el cierre de las candidaturas del pasado día sábado fue, por un lado, la decisión del macrismo de olvidarse de los buenos modales para apuntalar a sus figuras estelares y, por el otro, el dominio absoluto del kirchnerismo duro —con el respaldo de Cristina Fernández, claro— a la hora de privilegiar a unos y postergar a otros en las boletas de su partido. En cuanto respecta a la coalición oficialista, no dejó de sorprender la forma cómo intentó reducir a escombros al partido liderado por el economista José Luis Espert y las presiones, de distinta índole, que enderezó contra la bandería a cuya cabeza figura Juan José Gómez Centurión. En cambio, sólo a un principiante podía pasarle por la cabeza que La Cámpora fuese a aceptar, pasivamente, que Alberto Fernández pusiese en tela de juicio su control sobre los futuros ocupantes de las bancas partidarias en las cámaras baja y alta del Congreso Nacional. En ello no hubo sorpresa ninguna.
Vayamos por partes. Sería extraño que equipos como el Real Madrid, la Juventus o el Tottenham, a punto de disputar la Champions, buscasen a un jugador de Villa Dalmine para ficharlo y hacerlo suyo. Salvo —claro está— que estuviesen desesperados. Valga el ejemplo para ilustrar lo que pasó, entre el jueves a la mañana y el sábado a última hora de la noche, con la negociación que culminó en el pase del inefable Alberto Asseff a las filas de la coalición oficialista Juntos por el Cambio. Convengamos que este último es uno de los mayores pícaros de la política criolla. Vivo como pocos en el arte de acomodarse, desde l973 a la fecha no ha hecho otra cosa más que oficiar de saltimbanqui, con buenos resultados. Si Espert hubiese tenido a su lado a alguien medianamente competente en calidad de jefe de campaña, se habría ahorrado el disgusto que lo ha puesto al borde del precipicio. Nadie podía anticipar con lujo de detalles que Asseff, a último momento, lo iba a dejar en la estacada. Pero, al mismo tiempo, cualquiera que lo conozca sabía que era capaz de hacerlo sin que se le moviera un pelo ni le cayera la cara de vergüenza. El economista pecó de ingenuo y ahora depende de la jueza Servini de Cubría.
En la Casa Rosada advirtieron tarde y con razón que aun ganando en una segunda vuelta, si acaso perdiesen la pulseada en el principal distrito electoral del país, sus días estarían contados. El escenario al que debió subirse Fernando de la Rúa, después de triunfar a expensas de Eduardo Duhalde pero habiendo perdido la gobernación de la provincia de Buenos Aires, Mauricio Macri no lo quiere ver ni en figuritas. Por eso, aunque pregonen ser de primera, debieron ofrecerle el oro y el moro a un jugador de cuarta categoría, dueño de un equipo de rejuntados, para que cambiara de camiseta en un abrir y cerrar de ojos. Si la Justicia le da la razón a Asseff y deja sin nada a Espert, la maniobra habrá sido una muestra de astucia significativa. Pegó el macrismo donde debía y lo hizo pensando en el resultado final y no en las reglas de Pierre de Coubertin.
José Luis Espert mide unos 4 ó 5 puntos —según la encuesta que se trate— que podrían ser cruciales al momento de contar los votos y determinar la suerte de Mauricio Macri pero, sobre todo, de María Eugenia Vidal. ¿Qué hacer, pues? —Por de pronto, embestir a las agrupaciones de derecha —para darles un nombre— y quitarles la posibilidad de competir. Lo que estaba al alcance de la mano de los estrategas de Balcarce 50, lo hicieron. Ahora deberán esperar el veredicto de la jueza competente en la materia que —seamos francos— nunca ha sido un dechado de ecuanimidad y, en general, ha negociado con el más poderoso de turno sin prestarle demasiada atención a los códigos.
Por el lado de los K, era enteramente previsible lo que sucedió. Al margen de cuanto proclamen en público, de puertas para adentro ni en la Rosada ni en el Instituto Patria se animan a cantar victoria. Uno y otro estados mayores saben que la que se viene es una final de bandera verde. Por lo tanto, al momento de elegir candidatos, los que mandan deciden discrecionalmente. De la misma manera que Marcos Peña borró del mapa a Emilio Monzó y le dio menos que un chupetín de plástico a Rogelio Frigerio, Máximo Kirchner copió el libreto.
Como los kirchneristas no están seguros de ganar, y vaya si son conscientes de las inclemencias que deberán atravesar si fuesen derrotados, quieren asegurarse el único reducto real de poder que poseen y que a partir de diciembre puede representar la diferencia entre la prisión y la libertad de la Señora. Por lo tanto, La Cámpora no sólo se reservó la mayoría de los lugares de privilegio en la provincia de Buenos Aires sino que sacó buen provecho en el interior del país. Alberto Fernández fue un convidado de piedra que no se animó a decir esta boca es mía. Él conoce mejor que nadie a su compañera de fórmula y no se llama a engaño acerca de la verdadera relación de fuerzas en el binomio. De tonto no tiene un pelo.
Aun a riesgo de incurrir en un reduccionismo impropio, no sería desatinado sostener que, hasta tanto se substancie la primera vuelta sobre finales del mes de octubre, las únicas dos fuerzas políticas capaces de llevarse el premio mayor en los comicios tendrán puesta toda su atención en el espacio bonaerense. El kirchnerismo está convencido de que si conquistase ese baluarte y fuese capaz de conservarlo, perder la presidencia no resultaría una catástrofe. La idea de que Axel Kicillof podría hacer las veces de un Carlos Ruckauf,
frente a un Mauricio Macri que debería conformarse con parecerse a Fernando de la Rúa, está en la cabeza de todos sus referentes. A su vez, el macrismo intuye lo mismo sólo que, cuanto sus principales enemigos reputarían como una victoria estratégica de alcances incalculados, para la Casa Rosada resultaría una catástrofe de proporciones inimaginables.
Conocidos los nombres de los candidatos, recién a partir de ahora las encuestas podrán afinar la puntería y mostrar, conforme transcurra el tiempo y se acerquen las PASO, un panorama más preciso acerca de la intención de voto de la gente. Es necesario reparar en el hecho de que a la mayoría de las personas no solo la política no les interesa sino que su desconocimiento acerca de los candidatos y de las prácticas electorales resultan sorprendentes. Eso lleva a pensar que hay un porcentaje minoritario —aunque decisivo— de hombres y mujeres que deciden a quién respaldar en el cuarto oscuro días con anterioridad a los comicios. En las semanas por venir, y hasta que se substancien las internas abiertas, nada modificará el cuadro de aguda polarización entre el oficialismo y el kirchnerismo. Aquél reza para que el dólar permanezca quieto mientras éste supone que la recesión seguirá su curso inalterada.
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