Mar. Mar 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Enemigos y adversarios. Por Vicente Massot

La movilización de la CGT, que tanto ha dado que hablar desde el mismo momento en que terminaron los discursos de los capitostes sindicales el pasado día martes y comenzaron los incidentes de todos conocidos, merece algo de atención; menos por la deriva de la relación del gobierno con la central obrera que por el significado que tuvo para los Gordos —por llamarlos de un modo cariñoso— el hecho de que una facción menor de la izquierda, en combinación con el kirchnerismo, hubiese tomado el palco y obligado a ellos a abandonarlo por la puerta de servicio, dejándolos en ridículo.

Si se compara la celeridad con la cual el así denominado movimiento obrero organizado enderezó sus primeros paros en contra de Raúl Alfonsín y luego en contra de Fernando De la Rúa, a Mauricio Macri no le ha ido tan mal. A nueve meses de haber asumido la presidencia, tras su histórico triunfo electoral a expensas de Ítalo Luder, Alfonsín soportó una huelga general de las muchas que después —casi sin solución de continuidad— jalonaron sus años en la Casa Rosada. A De la Rúa le dieron los dirigentes de la CGT apenas sesenta días. Macri, en cambio, lleva catorce meses invicto. Seguramente esa condición la perderá en las próximas semanas, pero nadie que no fuese un necio dejaría de reconocer que la luna de miel con los sindicatos se ha prolongado más de lo que cualquiera hubiera supuesto tomando en cuenta los antecedentes en la materia.

Los Gordos habrían seguido postergando la decisión si no fuese porque se conjugaron tres razones que no les dejaron otra alternativa que fijarle fecha al paro: la situación económica; la presión de las bases, y la presencia del kirchnerismo, al que no le cuesta nada correrlos por izquierda. Poco importa, a esta altura, si la herencia recibida no le permitió a la actual administración de Cambiemos ofrecer resultados más contundentes en punto al crecimiento de la economía o si la responsabilidad le cabe a los funcionarios de Hacienda y las otras varias las varias cartera económicas. La discusión ha pasado a ser académica. Lo cierto es que, salvo en lo que hace a la inflación, los demás indicadores socioeconómicos lucen mal. Este es el dato central que le marca la cancha a la cúpula cegetista.

En un escenario así, la dirigencia sindical no podía gambetear por más tiempo una medida que no solucionará nada pero que al menos —mirada con base en los intereses de los Gordos— ayudará a bajar el nivel de cuestionamiento a su conducción. A ciento ochenta días de iniciarse la ronda electoral —las PASO se substanciarán en agosto— y dadas las dificultades que atraviesa una parte significativa de las bases que miran a la CGT en busca de apoyo para sus reclamos, la huelga general tarde o temprano tendría lugar.

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Es de sospechar que, en caso de preguntársele a Hugo Moyano, Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y otros integrantes del grupo si prefieren entenderse con Macri antes que con Cristina Fernández, la respuesta sería unánime: escogerían al ingeniero y no a la abogada. Eso no significa que hayan desertado del peronismo que todos declaman. Ninguno —que se sepa— es simpatizante del Pro o cosa que se le parezca. Sólo que con Macri —al margen de las posturas o visiones que pueden diferenciarlos— es posible hablar y ponerse o no de acuerdo. Inversamente, con la ex–presidente el diálogo y la negociación terminaron siendo imposibles. Entre otros motivos porque la Señora los odia y si se los pudiera sacar de encima lo haría sin misericordia. No fue casualidad que Máximo Kirchner públicamente cerrara filas con los manifestantes que coparon el escenario montado en Diagonal Sur, dándole la derecha a su belicosidad.

De ahora en adelante, el gobierno deberá acostumbrarse al escalamiento del conflicto. Claro es que existe una diferencia, no de grado sino de naturaleza, entre el paro de la CGT y la huelga docente llevada adelante por el gremio de maestros de la provincia de Buenos Aires, que conduce el kirchnerista Roberto Baradel. La idea de que el peronismo —dicho de esta manera, sin hacer distingo ninguno, como si todo el espectro justicialista fuese, con sus variantes, uno en última instancia— está interesado en voltear a Macri es falsa además de resultar peligrosa, si acaso las máximas autoridades del país la hiciesen suya.

La CGT, al igual que el jefe del bloque de senadores del peronismo, la mayoría de los gobernadores de esa observancia política y también el jefe del Frente Renovador, Sergio Massa, ni remotamente tejen planes con el propósito de hacerle la vida imposible a la administración de Cambiemos. Son, sí, sus adversarios y quieren ganar los comicios venideros. Si no acompañan en los meses por venir al gobierno con la misma corrección y amplitud de miras del pasado es porque son reacios a concederle tamaña ventaja al oficialismo en plena campaña electoral. Nunca en razón de considerarlo un enemigo. Calificativo que les cabe, con toda propiedad, al kirchnerismo y a la casi totalidad de los movimientos sociales.

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En mayor o menor medida, según de quien se trate, estos últimos desean con furia que la gestión macrista termine antes de tiempo, y harán todo cuanto se halle a su alcance para lograrlo. Nada que preanuncie una guerra civil o un desmadre de proporciones en las calles. Carecen del poder como para montar una estrategia de confrontación de semejante magnitud. Pero controlan bastiones no menores a los efectos de desenvolver, desde ahora y hasta octubre, un ejercicio de desgaste como el que, en estos momentos, vehiculizan en contra de la gobernadora María Eugenia Vidal.

Baradel no tiene nada que perder en la pulseada. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires, sí. Aquel ya logró cuanto aspiraba. El deterioro que le causó a la educación y los cientos de miles de chicos sin clases, le importan poco y nada. Lo que le interesaba era generarle al gobierno bonaerense y —por elevación— al gobierno nacional, un daño que los dejará mal parados ante parte de la opinión pública. El conflicto llegará a su fin y la gobernadora cederá, otra vez, a su extorsión.

Salvo que alguien en la Casa Rosada sea tan ingenuo como para desconocer que siempre en política la referencia al enemigo es inevitable o que supusiese —con una candidez suicida— que lisa y llanamente los enemigos no existen en los sistemas de gobierno democráticos, no hay nada de novedoso en lo que venimos describiendo. Es normal que ello suceda, sobre todo en un país como el nuestro y tratándose de un actor estelar —no de reparto— que sabe, sin que nadie deba explicárselo, que sus días podrían estar contados si el macrismo se afirmase y lograse consolidarse. El kirchnerismo piensa que le va la vida en esta disputa y actúa en consecuencia. En eso es coherente consigo mismo y defiende su razón de ser como sea

Da la impresión —cuando menos por momentos— que en este orden de cosas —que no es el de la administración de la cosa pública sino el del manejo de la enemistad en el espacio político argentino— Cristina Fernández, Héctor Recalde, el Cuervo Larroque y Máximo Kirchner —por citar a los más encumbrados miembros de esa bandería— no se andan con vueltas y son conscientes de la situación por la cual atraviesan. Mauricio Macri, Marcos Peña y Duran Barba todavía creen en los globos amarillos.