Si el parámetro para medir la importancia de los políticos argentinos se redujera a las posibilidades de ser electo presidente en los próximos comicios nacionales, es claro que los nombres de Mauricio Macri y de Daniel Scioli serían excluyentes. Son los únicos en condiciones de sentarse, a partir del 11 de diciembre, en el sillón de Rivadavia. Algo que ponen al descubierto todas las encuestas serias. Sus competidores están a millas de distancia de ellos. Pero el mencionado parámetro no agota ni mucho menos la realidad político electoral. Porque junto al jefe de gobierno de la capital federal y al gobernador de la provincia de Buenos Aires, hay otro actor —no individual sino colectivo— cuyo peso será decisivo para llevar al triunfo o clausurar las chances del ex–presidente de Boca Juniors y del ex–motonauta: la masa de votantes independientes.
El último de los relevamientos conocido, el de la empresa Management & Fit, ubica a Macri y a Scioli separados por centésimas, orillando cada uno 33 % de los sufragios. Massa, de su lado, está estancado en 20 % y Margarita Stolbizer recoge una intención de voto de apenas 6 %. Lo cual significa, en buen romance, que si los porcentajes predichos quedasen confirmados en las PASO del próximo 9 de agosto, al día siguiente serían evidentes dos cosas: la polarización que se agigantará conforme transcurran los días y se acerque el 25 de octubre y la probabilidad de que Macri o Scioli ganen en la primera vuelta.
En el caso de que fuese éste el escenario, cualquiera podrá entender la razón en virtud de la cual hemos mencionado a los votantes sin preferencias partidarias reconocidas como uno de los factores fundamentales a la hora de decidir quién será el sucesor de la viuda de Kirchner. Es que el caudal de Sergio Massa y el de Margarita Stolbizer, medidos hoy, sumarian algo así como dos millones de sufragios que en octubre —en función del voto útil— seguramente emigrarían en pos de Macri o de Scioli.
Ahora bien, ¿quién podría asegurar que los seguidores del hombre de Tigre son en su gran mayoría peronistas y los de la nacida en Morón, socialistas o radicales? Hay, seguramente, entre los partidarios del primero, simpatizantes del justicialismo; y, entre los de la segunda, fieles de las más que centenarias banderías de Alem y Juan B. Justo. Pero en un país donde casi 70 % de los hombres y mujeres en condiciones de meterse en el cuarto oscuro dicen ser independientes, la mayoría no sigue necesariamente a un partido o a un candidato.
Se entiende la estrategia de los responsables del Frente para la Victoria de sacar provecho, a expensas de Massa —y también, según su parecer, de Macri—, de la estampida de intendentes del Frente Renovador que, al tomar conciencia de la caída libre en la que se encuentra su jefe y de la posibilidad cierta de perder el control de sus respectivos municipios, giran en redondo y se pliegan con armas y bagajes al mejor postor. Suponen —con buen criterio— Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Julián Domínguez y Carlos Zannini que si aquellos barones están ofertados y su precio es bajo, resulta mejor recibirlos con los brazos abiertos que dejarlos a la intemperie con la posibilidad de resultar capturados por el enemigo.
El dominio que los Othacehé, Giustozzi, Guzmán y tantos otros ejercen sobre los territorios y los aparatos políticos del Gran Buenos Aires son de un gran valor. A condición de entender algo que muchas veces es pasado por alto: ninguno de ellos está en condiciones de mandar a votar por Scioli con la convicción anticipada de que sus órdenes habrán de ser acatadas, como lo eran las de Juan Domingo Perón. La primera y la tercera secciones electorales de la principal provincia argentina suman 2/3 de los votos de ese estado que, a su vez, representa el 38 % del padrón nacional. Las secciones mencionadas serán —pues— decisivas en agosto, octubre y acaso noviembre, como lo han sido desde mediados del siglo pasado. Eso se encuentra fuera de discusión. Las dudas corren por un andarivel diferente. Veamos.
Sostener que en aquellas secciones ha ganado invariablemente el peronismo es propio de mentirosos o de ignorantes. No fue así en 1983, cuando Ricardo Alfonsín literalmente arrasó a Italo Luder y a Herminio Iglesias. Fenómeno que se repitió dieciséis años más tarde, cuando Fernando de la Rúa venció a Eduardo Duhalde. Esto sin contar las elecciones legislativas de 2009 y de 2013. No habría manera ninguna de explicar el triunfo de Francisco De Narváez y el de Massa si no fuese con arreglo a la envergadura del voto independiente.
Nadie tiene el caballo atado y si bien el kirchnerrismo parece llevar ventajas en el conurbano bonaerense, todo dependerá de cómo decanten los votos de Massa y, en menor pero no despreciable medida, los de Stolbizer. En este orden, los planes de la Casa Rosada y los de Mauricio Macri parten de premisas diferentes y —por lógica consecuencia— corren por carriles separados. El FPV está convencido de que, en su mayoría, los seguidores del Frente Renovador son peronistas y —por lo tanto— en la elección por venir no dudarán demasiado y escogerán al candidato oficialista. En el Pro, en cambio, están convencidos de que no sólo no hay tal cosa sino que, a la hora de la verdad, cuanto estará en debate no será el peronismo y el antiperonismo sino la continuidad o el cambio de modelo.
Son —como es fácil apreciar— dos aproximaciones diametralmente opuestas respecto de una masa electoral que se disputan y a la cual le atribuyen preferencias y pareceres disímiles.
El FPV centra sus expectativas en la presunta base peronista de aquélla mientras los del PRO las fijan en el cambio que supuestamente representa el jefe de gobierno porteño. Con base en este criterio es que Mauricio Macri, aconsejado por Jaime Duran Barba y Marcos Pena, le cerró —hasta hoy al menos— toda puerta de entrada a Sergio Massa, aduciendo que no tiene nada que ver con la nueva política que ellos pregonan ni con las ideas que defienden ni con el cambio del que se sienten dueños.
Lo que deja al descubierto la decisión del Pro es la convicción de que los votantes del FR, dispuestos a sufragar por Macri en octubre, lo harán sin necesidad de que Sergio Massa se sume en calidad de presidenciable a la interna que dirimirán en agosto con Sanz y Carrió, o que sea ungido candidato a gobernador de Buenos Aires. En este momento el líder del FR sabe que sus chances de recobrar el terreno perdido a manos de sus otros dos contendientes, en la carrera por Balcarce 50, son remotas. Pero, al mismo tiempo, es consciente de que su poderío electoral en el distrito bonaerense no se ha desmoronado como un castillo de naipes. Por el contrario, y a diferencia de lo que le ha sucedido en el resto del país, luce sólido. La carta de negociación de Massa, delante de Macri, es esta: si él fuese el candidato a gobernador de Buenos Aires, sumados los votos de Macri en el interior de la provincia y los suyos en el conurbano, la posibilidad de sentarse, respectivamente, en los sillones de Rivadavia y de Dardo Rocha, estaría a la vuelta de la esquina.
El razonamiento del de Tigre no es producto de su desesperación. Tiene una lógica rigurosa por la sencilla razón de que, con su nombre en la boleta, se detendría la sangría de votantes del FR. En cambio, si no figurase, ¿cómo impedir que una parte considerable se fuese con Scioli? Salvo, claro, que los que deben aceptar o rechazar la oferta de Massa estuviesen convencidos —como hasta ahora lo estuvieron— de que sus votantes llegarán solos al Pro. ¿…Llegarán solos?
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