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El vacío político pone en crisis a CFK, Macri, Scioli y Massa – Por Carlos Tórtora

Si algo dejó en claro la marcha del silencio del 18 F es que, como ocurrió antes durante las protestas del campo y luego con los grandes cacerolazos del 2012 y 2013, ningún candidato opositor consigue capitalizar el enorme malestar de la clase media, sobre todo en los grandes centros urbanos. Las grandes dificultades de Sergio Massa y Mauricio Macri para mostrar un armado electoral sólido van acompañadas por el escaso eco de las candidaturas de Ernesto Sanz, Julio Cobos y Hermes Binner. En fin, toda una promesa de un futuro gobierno que nacería débil. La tradición electoral argentina se basa además en triunfos electorales aplastantes en la primera vuelta. La casi certeza de que esta vez habrá ballotage obliga a pensar en que necesariamente surgirá un gobierno de coalición, en un país acostumbrado a liderazgos personalistas cada vez más excluyentes. Entre la hegemonía moderada de Carlos Menem y la actual suma del poder que atesora CFK hay una curva alarmante de concentración personal del poder.

El PRO es un fiel espejo de esta crisis de liderazgos. Ayer trascendió que la mesa chica del macrismo está dispuesta a que la Legislatura deje sin efecto el voto electrónico y la boleta única para las primarias del 26 de abril y las elecciones locales del 5 de julio. Esto cuando el próximo jueves vence el plazo para presentar alianzas. El macrismo cambiaría las reglas de juego sobre la marcha para facilitar que, volviendo al viejo sistema del aparato y las listas sábana, Horacio Rodríguez Larreta pueda ganarle a Gabriela Michetti la primaria. Si las cosas llegan a este extremo, la obvia conclusión es que el macrismo está en crisis interna y que un triunfo de la senadora pondría en serio riesgo la viabilidad de la candidatura presidencial del jefe de gobierno, porque éste resultaría derrotado en las urnas por una disidente. Esta debilidad de Macri, expuesta a los cuatro vientos, refleja que el mayor partido opositor al kirchnerismo está al borde de un cisma que sólo se evitaría si Michetti acepta perder la primaria. Esta situación corre paralela a la proyección en Santa Fe de Miguel del Sel para gobernador. Si éste consiguiera imponerse tal como indican la mayor parte de las encuestas y Macri no llegara a presidente, pasaría algo parecido que con un triunfo de Michetti: Macri quedaría sumamente debilitado. Su éxito al sumar a Carlos Reutemann como candidato a senador nacional puede leerse como una maniobra para restarle protagonismo a Del Sel. Alguna explicación hay a este fenómeno: el PRO fue construido como un partido de Estado, es decir que la casi totalidad de sus dirigentes son funcionarios públicos y, por lo tanto, la democracia interna se reduce, igual que en el kirchnerismo, a obedecer las órdenes de quien detenta el poder.

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No son menores las señales de crisis que envuelven la trayectoria de Sergio Massa, el fenómeno electoral más importante de los últimos tiempos, pero cuya construcción política se asienta en un turbulento grupo de intendentes que no configuran una fuerza política orgánica. En los últimos días, los que visitaron a Darío Giustozzi, ex intendente de Almirante Brown, presidente del bloque de diputados nacionales del Frente Renovador y precandidato a gobernador de Buenos Aires, sólo escucharon despiadadas críticas hacia Massa por haberlo hecho ingresar a Francisco de Narváez a la interna del Frente Renovador. Giustozzi tiene intereses creados en este punto pero otros más objetivos se preguntan qué pasaría si De Narváez, aprovechando el peso electoral del massismo en Buenos Aires, alcanza la gobernación y en cambio Massa, debilitado por su escasa estructura en provincias claves como Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Entre Ríos, pierde la presidencia. No es necesario ser muy imaginativo para suponer que en ese caso De Narváez se entendería con el presidente electo, por caso Macri (que fue su aliado en el 2009) y que la gobernación de Buenos Aires sería una causa perdida para el massismo, que correría el riesgo de diluirse en su mismo centro de poder. La debilidad de Massa en el interior quedó en evidencia con el pase de Reutemann al macrismo. En otras palabras, que Massa, para mantenerse vigente en el primer plano de la política nacional, estaría obligado a ganar la elección presidencial, porque un triunfo en Buenos Aires sin eso se le volvería en contra como un boomerang. Claro está que este resultado no se le puede imputar en especial a De Narváez, porque si les tocara ganar a Giustozzi o Felipe Solá ocurriría exactamente lo mismo.

Daniel y Cristina

Daniel Scioli es un caso más complejo pero tampoco le escapa a la acechanza de una grave crisis. La semana pasada y a través de Eduardo Duhalde, otra vez apareció el intento de un acuerdo con Massa, que sólo sería posible si éste aceptara ser candidato a gobernador. El gobernador jugó siempre con el tiempo como elemento a su favor: la muerte de Néstor Kirchner primero y las carencias de CFK para conducir políticamente al peronismo, donde no surgió ninguna figura descollante, le fueron abriendo camino como la única salida posible para que el kirchnerismo ganara en primera vuelta. Pero el deterioro de la economía y ahora el choque del gobierno con la justicia, simbolizado en el reclamo por el esclarecimiento de la muerte de Alberto Nisman, empiezan a marcar que a Scioli le costará ya no luchar por ganar en primera vuelta sino para llegar al ballotage, donde todo indica que perdería ante Massa o Macri. Su destino político parece entonces amargo. El cristinismo lo culparía por la derrota y el peronismo le daría la espada para ir detrás de quien resulte vencedor. Por eso es que, en la mesa chica del gobernador cada vez se habla más de la posibilidad de no ser candidato. O sea, abrirle paso a Florencio Randazzo y quedarse con una diputación para el PARLASUR. Esto con la expectativa de que la inminente crisis del peronismo sea tan profunda que le permita reciclar su figura como hombre puente entre kirchneristas y antikirchneristas. Hoy por hoy, las señales que emite el sciolismo son sugestivas. En Santa Fe, el cierre de listas para las primarias mostró que la mayor parte de los dirigentes que se decían sciolistas se anotaron con Del Sel para evitar que el cristinismo los deje fuera de las listas de candidatos. Este fenómeno puede repetirse en varias provincias más. En la Capital, con un calendario electoral que se viene encima, aparecieron carteles que hablan de Gustavo Marangoni (presidente del BAPRO) como el hombre de Scioli en la Capital. Pero nadie cree que el gobernador romperá con la presidente para presentar listas propias. A todo esto, Víctor Santa María y los demás que manejan los hilos del PJ porteño están intentando armar una primaria donde compitan Juan Cabandié, Jorge Taiana, Gabriela Cerruti y Aníbal Ibarra para tratar de revitalizar al voto oficialista. Pero algunos encuestadores son lapidarios: aun así, el kirchnerismo no pasaría del 12% de los votos si se mantiene el actual contexto. O sea que Scioli, en abril, debería cargar con una derrota aplastante en el distrito vidriera del país. Como a Massa y a Macri, lo que se le está acabando al ex motonauta es el tiempo. Y aunque hiciera lo contrario a su trayectoria, romper con el cristinismo a último momento, como están las cosas, tampoco sería presidente, porque la división del voto peronista parece inevitable.

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De los liderazgos en crisis el más obvio es el de Cristina, que está destinada a desfilar el año que viene largamente por los pasillos de Comodoro Py, aun contando con fueros legislativos. Pero a la vez, sus perspectivas son más simples. Si logra mantener el núcleo duro del kirchnerismo unido, seguiría siendo un factor gravitante y la electora de los que la sucedan a la cabeza de la izquierda local.

El kirchnerismo, contrariamente al menemismo y el duhaldismo, construyó una identidad política al margen del PJ y con grupos que en realidad sólo se visten de peronistas. Si la crisis que el próximo gobierno heredará de la década K es tan fuerte como se ve, el kirchnerismo tal vez subsista sobre la base de un peronismo en estado de asamblea y un poder político débil y jaqueado.