Vie. Abr 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

El Plan V. Por Vicente Massot

En mayo de 1995, cuando faltaban —como ahora— apenas seis meses para que se substanciaran las elecciones, a nadie se le hubiera pasado por la cabeza echar a correr la idea de que Carlos Menem debía bajarse de su candidatura para ser reemplazado por alguno de sus seguidores con mayor intención de voto. Quien lo hubiera pensado habría sido calificado de lunático o de humorista, sin que las cosas llegasen a mayores. El riojano no necesitaba repetir que él encabezaría la fórmula del justicialismo. El éxito en la administración de la cosa pública y el ejercicio del poder estaban más allá de cualquier duda que pudiera levantarse a su respecto. Por lo tanto, no era menester reafirmar algo que nadie ponía en tela de juicio. Veinticuatro años más tarde, a Mauricio Macri le sucede exactamente lo contrario, y no porque exista una conspiración.

María Eugenia Vidal no es quien ha dado el visto bueno para que distintos sectores del empresariado y de Cambiemos fogoneen como propia la estrategia de que sea ella —y no el actual presidente— quien asuma la responsabilidad de enfrentar a Cristina Fernández en octubre y —eventualmente— en noviembre. Que se sepa, no hay una suerte de complot del círculo rojo cuyo propósito último fuese el mencionado. Imaginarlo sería perder el tiempo. Si la versión cruza en diagonal la geografía argentina y el tema es materia de conversación en las mesas de café pero, al mismo tiempo, entre diferentes factores de poder, es en razón de tres factores, cuando menos: la incertidumbre pre y postelectoral; la marcha errática —por decir lo menos— de la economía, y el peso de unas encuestas coincidentes a la hora de mostrar que la viuda de Kirchner hoy está primera y que María Eugenia Vidal es la única capaz de superarla.

El plan V —que de plan tiene poco y nada— es una reacción provocada pura y exclusivamente por el miedo al retorno de los K y las dudas que genera Macri. La sola sospecha de que la exitosa autora del libro “Sinceramente” pueda otra vez sentarse en el sillón de Rivadavia eriza la piel de muchos, a los cuales la perspectiva de recorrer el camino que ha llevado a Venezuela a la situación de todos conocida, les parece insoportable. En la desesperación, y sin mediar demasiados análisis, creen haber hallado la fórmula para evitarlo. ¿Cómo? —Sacando de la manga el que suponen un as de espadas imbatible.

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Aunque lo fuese, el gambito es hasta aquí pura imaginación. Por de pronto, ni el jefe de Cambiemos está dispuesto a dar un paso al costado ni la gobernadora de la provincia de Buenos Aires quiere ocupar su lugar. Si de ellos dependiera la cuestión, nada impediría que el 22 de junio Mauricio Macri quedase anotado —en calidad de candidato de la coalición que forman el Pro, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica— para ser reelecto como presidente de la Nación. Se equivocaría, sin embargo, quien creyese que no hay más para decir. El meollo de la cuestión radica no tanto en la probabilidad —de momento remota— de que uno se baje y la otra pase al frente como en el contexto que ha dado lugar a semejante especulación.

Dicho de manera distinta: más allá de la idea puesta a andar por el pánico, lo que importa es que resulta verosímil en virtud de la debilidad presidencial. Cuando un candidato debe hacer frente a especies que dudan de sus pergaminos para ganar y se le hace imprescindible repetir, sin solución de continuidad, que no hay en el espacio que él comanda nadie que le haga sombra y resulte capaz de reemplazarlo, algo anda mal. El hombre valiente ignora sus hazañas de la misma manera que el candidato seguro de sí mismo no se pasa el día tratando de demostrarlo.

Lo que dejó entrever el intendente de Bahía Blanca, Héctor Gay, que luego en forma más explícita repitió el ex–vicepresidente Julio Cobos en cuanto a la necesidad —si las circunstancias lo requiriesen— de pensar en María Eugenia Vidal, no puede descartarse de cuajo. Que resulte hoy poco probable no significa que dentro de un mes también lo sea. Por un motivo que a pocos escapa: si la inflación no es puesta en caja y el dólar se dispara, la victoria electoral de Cristina Fernández estaría al alcance de su mano.

La figura, de la fábula de Hans Christian Andersen, del rey que está desnudo sobrevuela a Mauricio Macri. Nadie se anima a decirlo en público pero muchos lo piensan. De lo contrario, sería imposible hallarle una explicación medianamente seria al ya famoso Plan V. No es por animadversión al presidente que nacen las especulaciones sino por la presunción de que —si su gestión no mejora— retornará el populismo.

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Como el gobierno no puede hacer milagros y sus responsables saben que no habrá mejoras substanciales en punto al crecimiento económico, su suerte dependerá básicamente de la marcha de la inflación y de la deriva del tipo de cambio. Cualquiera de los dos factores que se desmadrase en los próximos meses obraría un efecto de final de gestión para Cambiemos. Sería como recibir un torpedo en la línea de flotación. De ahí los esfuerzos desesperados por ponerle coto a los aumentos de precios y los viajes a Washington con el fin de convencer al Fondo Monetario Internacional para que permitiera al Banco Central contar con un mayor poder de fuego en la pulseada diaria contra el mercado.

Mauricio Macri no quiere ni escuchar hablar del Plan V. La gobernadora bonaerense no va a dar un solo paso para tomar el lugar del presidente sin su visto bueno. Las dos afirmaciones son ciertas. Lo que sucede es que al tema no hay que analizarlo como una foto. Más bien es menester tomarlo como una película, cuyo final ignoramos. La fecha del 22 de junio resulta —por razones obvias— decisiva. Hasta entonces, y dependiendo de cuánta sea la inflación y de la forma en que evolucione el valor de la divisa norteamericana, no quedará firme la candidatura de Macri. Por mucha que fuera su tozudez, si acaso se escapasen del control gubernamental una o las dos variables mencionadas, cuanto hoy es un escenario teórico podría convertirse en una necesidad práctica. La voluntad del jefe de Cambiemos de resistir como si nada ocurriese tiene un límite. Salvo —claro— que el oficialismo acreditase una inequívoca vocación suicida. Todo hace suponer que el factor determinante será la economía, más que la voluntad de los actores