Sáb. Abr 20th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

El kirchnerismo no sabe qué hacer. Por Vicente Massot

Si la frase no se resintiese por su inequívoco tufillo futbolero, cabría definir la irrupción del presidente de la Nación en el coloquio anual de IDEA, en Mar del Plata, y su discurso en ese cónclave empresario, con el conocido giro ‘se agrandó Chacarita’. Cuando se planeó la reunión, ninguno de sus organizadores esperaba que Alberto Fernández se hiciese presente en la Ciudad Feliz. Desde siempre, la participación de los Kirchner en esa clase de encuentros fue una suerte de anatema. Fiel a su discurso, y en consonancia con el relato que los dos forjaron con singular éxito a lo largo de los años, Néstor y Cristina miraron con indisimulada antipatía lo que consideraban una suerte de Meca de capitalismo criollo. Poco importa que con muchos de sus habitúés tuvieran excelentes relaciones bajo cuerda y que —con más de uno— hicieran jugosos negocios. Las banderas ideológicas había que mantenerlas en alto para que el mito de defensores de lo nacional y popular no sufriese menoscabo ninguno.

Hasta poco tiempo atrás el primer magistrado no se habría animado a romper con la partitura de sus valedores. Ahora, sin pintarse la cara ni romper relaciones de manera definitiva con la jefe del Frente de Todos, quiso diferenciarse de ella y de su pasada administración en un tema clave. En su alocución les preguntó, a quienes lo escuchaban atentos, si durante su gestión “¿alguien les pidió una moneda para hacer obra pública?”. El tiro por elevación a su compañera de fórmula no le pasó desapercibido ni al más torpe de los mortales.

El salto que se animó a dar Alberto Fernández es menos una prueba de su voluntad independiente de ser respecto de Cristina que una demostración de la merma del poder de la Señora. Que un hombre que en el curso de los últimos dos años ha demostrado semejante falta de personalidad y tamaño grado de servilismo se haya animado a tanto, pone de manifiesto que la vicepresidente no pisa terreno firme. La viuda de Kirchner no debería temer por su vida. El plan para matarla —si acaso existió— fue una verdadera chapucería. La pérdida gradual de su poder, en cambio, es una posibilidad que se recorta en el horizonte con claridad.

Sería exagerado pensar que un buen día, de la noche a la mañana, vaya a sufrir una rebelión de sus fieles que terminará reduciéndola al triste papel del convidado de piedra. El proceso que ya se ha iniciado se percibe en distintos ámbitos y parece llevar una deriva, sin prisa y sin pausa. El gesto del presidente en aquel lugar de veraneo resulta una muestra cabal de lo expresado. Más importante aún es el espacio de debate que se ha abierto en la bancada oficialista del Senado, donde ya no existe unanimidad de pareceres. Las cuestiones estratégicas se discuten, en la cámara alta del Congreso nacional, de igual a igual entre los kirchneristas, sin que la palabra de su titular sea considerada sagrada. Si los ejemplos citados no fueran suficientes habrá que recordar la respuesta inmisericorde que recibió, un par de semanas atrás, de Gabriel Rubinstein, acerca de sus concepciones económicas. El viceministro de Economía dejó entrever que era una ignorante en la materia.

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La debilidad creciente de Cristina Fernández es directamente proporcional a su falta de ideas para remontar la crisis de un gobierno que ella y su hijo, en buena medida, pusieron en jaque, haciendo las veces de aprendices de brujo. Suscitaron un rompimiento con la Casa Rosada que luego no pudieron solucionar. Es verdad que el presidente de la Nación ha demostrado ser un perfecto inútil. Pero no es menos cierto que la madre y el hijo no tuvieron demasiadas contemplaciones a la hora de atacarlo. El resultado está a la vista, con la particularidad de que el kirchnerismo se encuentra en la peor de las situaciones: no puede abandonar el barco y, al propio tiempo, le repugnan las medidas de ajuste que Sergio Massa debe tomar a los efectos de evitar una catástrofe. Si decidiese, en un ataque de furia, romper el frente que todavía aglutina a casi todo el peronismo y lanzarse en contra de Alberto Fernández con los tapones de punta, el país volaría por el aire. En consecuencia, debe mantener la unidad —aunque sea una ficción— y poner cuidado de no pasarse de la raya en punto a las críticas que le endereza al elenco gubernamental. Lo que se dice: un equilibrio difícil y peligroso a la vez.

Es curioso o paradojal que la única persona del espacio oficialista con posibilidades de asumir una candidatura presidencial y llegar a la segunda vuelta, sea la misma que hoy pisa arenas movedizas y no sabe qué hacer. La viuda de Kirchner tiene mayor intención de voto, dentro del Frente de Todos, que el resto de los probables candidatos juntos. Sin embargo, no atina a pensar y desenvolver una estrategia frente a las contradicciones insalvables que arrastra el gobierno. Al presidente que entronizó lo detesta. En público, no le dice nada. En privado, lo maltrata con calificativos irreproducibles. A Sergio Massa —que lleva adelante una política económica situada en las antípodas de lo que ella piensa— lo tiene, en cambio, entre algodones y de tanto en tanto, para salvar las apariencias, le formula alguna crítica menor.

En este orden de cosas no hay que dejarse llevar por los discursos vitriólicos o las posiciones maximalistas expresadas desde un palco. El día lunes, en uno de los actos conmemorativos del Día de la Lealtad peronista, el camporismo y sus aliados —con Máximo Kirchner y Pablo Moyano a la cabeza— reivindicaron en la Plaza de Mayo, ante una concurrencia algo escuálida, un programa setentista. Plantearon la necesidad de estatizar el comercio exterior, implementar la ley de medios, avanzar en una reforma judicial, conformar una nueva Corte Suprema de Justicia y reformar la Constitución Nacional. Si realmente tuviesen el poder y la voluntad de poner en marcha un plan por el estilo, habría razones de que preocuparse. Sin embargo, el que se leyó fue un documento tremendista cuyo propósito era hacer un poco de ruido. Nada más. Analizado críticamente representa un disparate. Pero los muchachos no hablan en serio. Saben que es imposible ponerlo en práctica y sólo apuntan a epater le bourgeois. En realidad, hubo mayores cuestionamientos al macrismo y a su gestión que a la de Alberto Fernández. Ello demuestra su orfandad intelectual. La actual administración lleva 34 meses en la Casa Rosada. Parece que
lo hubiesen olvidado.

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Si alguien creía que anteayer, en la plaza histórico, el kirchnerismo iba a declararle la guerra al gobierno, cometía un error mayúsculo. Fue una toma de posición teatral para consumo de la militancia, que necesita que le levanten el ánimo. Mientras el ministro de Economía logre su cometido —esto es, ser el plomero del Titanic, para repetir la definición que hizo en un programa radial días pasados— el camporismo subirá el tono crítico discursivo y, por líneas interiores, seguirá respaldando a Sergio Massa en los temas de índole estratégica. De momento, carece de opciones y lo sabe. Por eso es que, más allá del tachín, tachín de los bombos y de las encendidas parrafadas contra los monopolios, el capitalismo salvaje y los traidores a la Patria, no le exige al titular de la cartera económica que modifique la dirección de sus velas. Es que resulta consciente de sus limitaciones. Massa —de su lado— es consciente de que no hay quién pueda reemplazarlo.

Mientras el titular de la hacienda pública consiga —mediante parches, curitas y cataplasmas— sobrellevar la crisis, su posición estará más y más consolidada de cara a sus opugnadores internos. Su margen de maniobra y su poder dependerán de la habilidad que acredite y de la suerte que tenga en el próximo semestre, poco más o menos. En abril habrán pasado el Mundial de fútbol y las vacaciones de verano. Faltaran apenas cuatro meses para que se substancien las primarias abiertas y seis para que se lleven a cabo los comicios presidenciales. Si llega a abril, en octubre desembarca por inercia. La prueba de fuego será, pues, los 180 días venideros, con dos asignaturas pendientes que habrán de acecharlo sin darle descanso y que Massa deberá resolver de alguna manera, por provisoria que resulte: el nivel de las reservas y el índice de la
inflación.