Vie. Abr 19th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

El desafío de seducir al voto fluctuante. Por Vicente Massot

Se equivocaría de medio a medio quien creyese que los incondicionales del kirchnerismo habrán de decidir el resultado de las próximas elecciones. No menor sería el error de aquel que considerase que los enragés de Juntos por el Cambio serán la carta decisiva que tendrá esa agrupación para ganar en el próximo mes de noviembre. Los respectivos núcleos duros de una y otra coalición —la de gobierno y la principal del arco opositor— representan la condición necesaria para salir airosos, pero su importancia termina allí. La condición suficiente —o sea, ese plus que siempre se requiere a los efectos de festejar después de terminados los comicios— no se halla en ningún espacio geográfico en especial. Así como el peronismo lleva las de ganar en Berisso y La Matanza y los que votaron en su oportunidad a Cambiemos se concentraban mayoritariamente en la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Córdoba, quienes tendrán la última palabra en las primarias y en las generales de dos meses más tarde son una minoría que se encuentra en todos lados, aunque en ninguno en especial.

No es novedad que los votantes dispuestos a seguir a sol y a sombra a sus candidatos, más allá de los errores que puedan cometer, de los delitos de los que sean responsables y de los desbarajustes producidos durante su paso por el gobierno, abundan en los dos frentes que batallarán dentro de poco. Si la inclinación a sufragar por este o aquel polo fuese enteramente racional, no tendría explicación que el kirchnerismo acredite un piso de adhesión de 35 % del electorado, cualquier que sea su performance en la administración de la cosa pública. A ese conjunto ideológico, los argumentos en contra de su jefa y los procesos por corrupción que acumula, lo tienen sin cuidado. Tampoco parece interesarle el desmanejo sanitario y la crisis económica y social que han generado sus políticas públicas.

Fenómeno no muy distinto sucede en Juntos por el Cambio. Malgrado las expectativas que generó y dejó insatisfechas, de sus idas y vueltas sin sentido, en temas que se suponía dominaban los funcionarios que convocó Mauricio Macri para acompañarlo en su gobierno, del desastre económico que dejó a su paso y de la tibieza de su accionar, buena parte de los que votaron al ingeniero a finales del año 2015 se alistan para hacer lo mismo con los candidatos que mantienen en pie las ideas que entonces los llevaron a la Casa Rosada. Los fanáticos —pues— no son patrimonio exclusivo de las falanges populistas que con el torso desnudo y el bombo a cuestas confiesan su amor por Cristina Fernández.

Lo dicho nada tiene de malo. Es una característica intrínseca de las democracias de masas en países con poca musculatura institucional. Las gentes entre nosotros se consagran a sus candidatos como modernos cruzados prestos a defender una causa que consideran sagrada. Convencidos de su verdad, no están dispuestos a bajarse de unas convicciones que —a medida que transcurre el tiempo— ganan en fuerza y se transforman en verdades reveladas. La grieta forja, por imperio de la necesidad, una polarización ciudadana que es imposible modificar. Claro que con una particularidad muy especial: excepción hecha de lo que fue el primer peronismo, en ningún otro momento de nuestra historia una fuerza electoral logró imponerse a su contrincante con el solo concurso de los propios.

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El líder justicialista se cansó de armar frentes por razones tácticas, nada más. Los votos eran todos de él y el resto de las agrupaciones que se le unían tenían la entidad de los sellos de goma. En cambio, Raúl Alfonsín como Carlos Menem, Fernando de la Rúa, los Kirchner, Macri y Alberto Fernández, hicieron su arribo a Balcarce 50 porque fueron capaces de crear alianzas que excedían con creces el marco de sus respectivos partidos de origen. En los comicios por venir, ni el Frente de Todos ni Juntos por el Cambio pueden alentar esperanzas de doblegar a su adversario recostándose en sus núcleos duros. Como en tantas ocasiones del pasado, en estos comicios la suerte de aquellas coaliciones la tendrán en sus manos los llamados indecisos, o quizás convenga calificarlos de fluctuantes.

En noviembre del año 2015, cuando Mauricio Macri venció a Daniel Scioli no hubo un súbito corrimiento a la derecha de esa minoría que decidió la elección sin pertenecer a ninguna de las dos fuerzas en pugna. De igual manera, el 8 % de diferencia que le permitió celebrar al kirchnerismo hace menos de dos años no puede explicarse aduciendo que hubo un corrimiento inverso, esta vez hacia la izquierda. En rarísimas oportunidades los que fluctúan de un lado al otro lo hacen por motivos ideológicos. En ellos, las certezas doctrinarias —esas que se consideran a prueba de balas— no existen. Son de ordinario desencantados, apolíticos, independientes, o lisa y llanamente desinteresados de la política, que visitan el cuarto oscuro y meten la papeleta en la urna correspondiente sin atarse a ningún presupuesto.

La consigna de la hora es convencer o seducir —como se prefiera— a los segmentos de la población que, en principio, no se consideran ni radicales, ni peronistas, ni de centro, ni de izquierda o de derecha; a los cuales la política les interesa cada vez menos y tienden a descreer de la aptitud —e inclusive de la honestidad— de quienes reclaman con desesperación sus votos hasta un día antes de entrar al cuarto oscuro para después olvidarse de su tribu electoral. En términos generales, el cómo trata Daniel Ortega a los disidentes en Nicaragua; lo que dijo el ex–gobernador Uribarri en Israel, durante una fiesta desenfrenada; cuáles fueron las promesas hechas por María Eugenia Vidal a los ciudadanos bonaerenses de no abandonarlos; el que Macri viaje a Europa y deje colgados del pincel a sus aliados partidarios; que la Argentina vote a favor de Venezuela en la OEA; que el ministro de Economía no pueda pedirle la renuncia a un subsecretario del área energética, y que Felipe Solá no sepa hablar una palabra de inglés, les entra por un oído y les sale por el otro. El desempeño del seleccionado nacional dirigido por Scaloni y los programas de Marcelo Tinelli, Juanita Viale, Andy Kusnetzoff, y el hit Canta País le llaman infinitamente más la atención que cuanto tengan que decir los principales periodistas de la televisión. Detestan los discursos políticos pero saben que en última instancia no hay más remedio que ausentarse el día de la votación o sufragar por el mal menor. Y hasta aquí son más las veces en las que han cumplido con su deber cívico que las que han faltado a la cita. A grandes rasgos, este es su perfil.

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Si parecen claros cuáles son los asuntos que les resbalan, no siempre son tan diáfanas aquellas cuestiones que pueden impulsarlos a apoyar a esta o a aquella lista. En las circunstancias actuales sería imposible no mencionar la incidencia que vaya a tener el manejo de la crisis sanitaria. Al hallarse en juego la vida y la muerte de las personas, el tema de la vacunación impacta a todos por igual. Es seguro que si el gobierno consigue inocular de aquí a noviembre a un porcentaje considerable de los argentinos, tendrá un flanco abierto menos. También lo es que a este
paso y con casi cien mil muertos que lamentar, si no fuese capaz de mejorar el ritmo paquidérmico que lleva, sus posibilidades de ganar decrecerán sensiblemente. De momento las probabilidades de que la administración de Alberto Fernández mejore en la materia son escasas. Otro tanto cabría decir de la situación económica. En los meses que faltan hasta que se substancien las elecciones la inflación podrá —por obra de la baja estacionalidad— bajar un escalón en el mejor de los casos y la emisión a mansalva pondrá algunos pesos más en los bolsillos de los sectores más humildes. Pero tres meses no compensan dos años de penurias.

Lo expresado no significa necesariamente que el oficialismo vaya a perder. Sí pone de manifiesto que, a diferencia de otros comicios, en los que vienen el arte de seducción más difícil de implementar estará a cargo del Frente de Todos. A esta altura cargar en la cuenta del macrismo el desmanejo sanitario o los índices de pobreza no serviría de mucho. Por supuesto, sería como música celestial para los ya convencidos pero con éstos por sí solos no hay manera de ganar.

No hay épica que pregonar ni demasiados resultados auspiciosos que exponer en el curso de la campaña kirchnerista. Por eso, dar con el tono preciso será el gran desafío de Cristina y de Alberto Fernández. Para Juntos por el Cambio, inversamente, aun cuando el reto arrastre riesgos, siempre serán menores comparados con los de sus adversarios. Por la sencilla razón de que no es suya la responsabilidad de cuanto sucede en el país. En medio de una crisis tan profunda, el ser parte de la oposición no deja de resultar una oportunidad. A condición de que la melodía que entone sea más cautivante que la de sus contrarios.