Vie. Mar 29th, 2024

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Con las ideas derechas

El comisario político – Por Vicente Massot

Todos suponíamos que Cristina Fernández repetiría, en esta oportunidad, cuanto había hecho en 2011 a la hora de decidir, en soledad, quién la acompañaría en la formula presidencial. Cuatro años atrás, sin consultarlo con nadie —ni siquiera con su hijo— escogió a Amado Boudou, sacándolo de la galera. Ahora mantuvo la incógnita también hasta último momento o casi, sólo que —para salvar las apariencias— le permitió a Daniel Scioli aparecer ante la ciudadanía como el artífice de la fórmula que él encabezará. Para los entendidos, que son una ínfima minoría, que el gobernador de Buenos Aires haya anunciado que fue él quien le propuso el nombre de Carlos Zannini a la presidente es un mal chiste. Pero para la gran mayoría de los argentinos, poco o nada interesados en los vaivenes de la política, Scioli ha sacado patente de jefe capaz de imponer un candidato de semejante importancia.

Cuándo decidió la viuda de Kirchner que sería Zannini, su principal confidente y hombre de confianza, el escogido para vigilar y controlar desde adentro del aparato estatal a Daniel Scioli, nunca lo sabremos. Y aunque lo supiésemos, importaría poco y nada. En todo caso, lo único relevante en la designación comentada es que confirma —por si existiesen dudas al respecto— que Cristina Fernández no está dispuesta a dejar nada librado al azar. No tiene más remedio que bendecir la candidatura de un ex–motonauta a quien, en el fondo de su corazón ideológico, detesta. Pero, al mismo tiempo, nada le impide rodearlo de sus incondicionales con el propósito —a esta altura, indiscutible— de limitar su poder y obligarlo a aceptar la diarquía que el kirchnerismo puro y duro intentará imponerle desde el mismo 11 de diciembre.

Nunca antes en la Argentina contemporánea un gobierno saliente había pretendido vertebrar una ingeniería política que obligatoriamente su sucesor debería aceptar aunque limitase su autoridad y, por lo tanto, redujese hasta límites indecibles su capacidad de acción. Pues bien, eso es lo que, a cara descubierta, busca consolidar la presidente con base en tres soportes: el control de buena parte de los jueces que su marido y ella nombraron en el curso de los últimos trece años, el dominio de las bancadas del Frente para la Victoria en las dos cámaras del Congreso Nacional y la designación, en la línea sucesoria, de un candidato a vicepresidente de su riñón.

Era obvio que Daniel Scioli hubiera preferido a cualquiera de los gobernadores peronistas que ya cerraron filas junto a él, antes que al titular de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia. Claro que, en estos menesteres, cuanto opinara el mandatario bonaerense a la presidente le tenía y le tiene sin cuidado. La decisión que tomó debería despejar cualquier duda respecto de cómo imagina el futuro la jefe del espacio oficialista. Si el ex–motonauta no se da cuenta que su gestión será —desde el vamos— una suerte de diarquía, o no quiere ver la realidad o todavía no aterrizó en el planeta dominado por Cristina Fernández.

Así, la principal incertidumbre de la campaña en curso ha sido despejada. Falta saber cómo la decodificará Mauricio Macri, que puede a partir de hoy no decir nada sobre la misma, hacerse el desentendido y continuar como si nada hubiese ocurrido o puede —por el contrario aprovecharse del hecho de que a Scioli le han impuesto un verdadero comisario político para poner en evidencia hasta qué punto la fórmula del FPV es la quintaesencia del kirchnerismo y la continuidad del modelo político vigente.

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De menor importancia, si se lo compara con el significado que tiene la elección de Zannini, ha sido el resultado de los comicios santafesinos que, sin embargo, no pueden dejar de comentarse. El pasado día domingo sucedió cuanto no va a pasar —salvo que ocurra un milagro— el próximo 25 de octubre, cuando se substancie en todo el país la primera vuelta de las elecciones presidenciales. En aquella provincia hubo un virtual empate entre los tres principales contrincantes. Separados el primero y el segundo por una diferencia de apenas 0,10 %, con un tercero a sólo 1,60 % de quienes lo precedieron. El candidato del Frente Progresista, Miguel del Sel y Omar Perotti prácticamente no se sacaron ventajas y trasparentaron que ese estado litoraleño ha quedado dividido en tercios casi iguales. A tal punto llegó la paridad que deberemos esperar hasta fines de la semana entrante para saber, tras el recuento de votos correspondiente, el nombre del próximo gobernador.

Hace diez o doce meses —poco más o menos— la puja de Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli lucía parecida a la de Santa Fe. Si bien no estaban tan pegados el uno al otro, ninguno se había cortado en punta y ninguno se había derrumbado. Ello hacia prever un final de bandera verde en la segunda vuelta. Las especulaciones que entonces se tejían estaban centradas en cuáles de entre ellos llegarían al ballotage de noviembre y quién quedaría al margen. Pero entonces, y de manera totalmente inesperada, dio comienzo la debacle massista cuyas consecuencias están a la vista y no tienen retorno: el Frente Renovador se desflecó sin remedio, dejando saldos y retazos de su integridad en el camino. Por lógica consecuencia sus competidores, con el tercero excluido en punto a posibilidades de ganar, generaron la polarización hoy de todos conocida.

En la citada provincia no era novedad que Lifschitz y Del Sel se sacarían chispas reeditando su performance de abril. Nadie, en cambio, fue capaz de anticipar la extraordinaria elección que hizo el intendente de la ciudad de Rafaela. Si se confronta la experiencia santafesina con lo que parece inevitable que suceda el 9 de agosto —y sobre todo, el 25 de octubre— a lo largo y ancho del país, las diferencias saltan enseguida a la vista. En esa provincia el tercero en discordia, que pocos —si acaso alguien— tuvieron en cuenta, dio el batacazo. Fue de menor a mayor y sumó desde las PASO de abril 165.000 votos más. Inversamente, Massa —que era hasta un año atrás el primero en las encuestas— ahora no encuentra piso en su estrepitosa caída. Pasó de lo más a lo menos y amenaza desaparecer sin dejar rastros de su existencia en el camino.

Ni Santa Fe ni tampoco Río Negro pueden tomarse como parámetros para medir el potencial de Macri y de Scioli. En realidad, son contadas las ocasiones en que resulta legitimo inferir de un resultado electoral, en donde lo que se dirime es la gobernación de un estado provincial, la fortaleza o debilidad de un candidato presidencial. El Frente para la Victoria sufrió una derrota contundente en Río Negro y, en cambio, obtuvo una cantidad de votos espectacular en Santa Fe. Ello no significa, ni mucho menos, que Daniel Scioli se halle en problemas en aquella provincia y pise firme en ésta. Una cosa son Pichetto y Perotti y otra muy distinta es el gobernador de Buenos Aires.

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Es cierto que en términos de visibilidad sería mejor para el Pro ganar Santa Fe y festejar allí con Del Sel; en Mendoza, en días por venir, con sus aliados radicales; y en su bastión de la capital federal, junto a Horacio Rodríguez Larreta. Sin embargo, los triunfos en esos lugares no podrían tomarse como indicios ciertos de una previsible victoria de Mauricio Macri en octubre. No es que los comicios sobre los cuales venimos tratando sean compartimentos estancos sin ninguna relación entre sí, pero es conveniente ser cautos a la hora de inferir o deducir resultados nacionales de elecciones provinciales.

Hasta que se conozcan los guarismos definitivos las miradas estarán concentradas en el escrutinio santafesino. Pero sólo en parte. Aún reconociendo la importancia de esa plaza electoral, el principal foco de atención habrá de posarse, de ahora y hasta el sábado, sobre la Casa Rosada donde Cristina Fernández deberá determinar el nombre del candidato para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Al respecto, no se registra otro escenario igual o siquiera parecido al que le ha tocado en suerte desenvolverse al FPV. Juan Domingo Perón manejaba a sus compañeros como simples títeres. En eso no hay diferencias manifiestas con la viuda de Kirchner. Pero las resoluciones que tomaba y los hombres a los cuales bendecía conocían con anticipación cuáles eran sus preferencias. Nada similar a la forma en que eleva o fulmina, acepta o rechaza, bendice o condena, Cristina Fernández. Apenas faltan tres días para el cierre definitivo de las listas y ninguno de los anotados en el territorio bonaerense podría ufanarse de ser el favorito de la señora con plena seguridad de no quedar pagando el sábado a la noche. Despejados los temores de Scioli, ni Randazzo ni Aníbal Fernández ni Julián Domínguez saben a ciencia cierta como amanecerán el domingo. Simples monigotes de una dama de hierro que nunca pensó en consultar nada con ellos, deberán esperar a que decida la suerte de cada uno sin que puedan abrir la boca.

Según sea su conveniencia o su capricho, la presidente tronchará las aspiraciones de Florencio Randazzo y lo vestirá a la fuerza de candidato a gobernador bonaerense o lo dejará seguir su curso. Nadie lo sabe, salvo ella. De cuál sea su decisión, dejará correr a su actual jefe de gabinete y al presidente de la Cámara de Diputados de la Nación en Buenos Aires o los mandará a la casa para que se enteren por los diarios que sus sueños de llegar al sillón de Dardo Rocha se han acabado. Todo en menos de lo que canta un gallo. La distancia que separa a la candidatura del ostracismo es infinitesimal. La Señora hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere.