Sáb. Abr 20th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Dimes y diretes en el territorio bonaerense. Por Vicente Massot

El devaluado Daniel Scioli tuvo la suerte que desde hace rato le es absolutamente esquiva a Alberto Fernández. La Copa América que debió jugarse en nuestro país por decisión del gobierno argentino terminó disputándose en Brasil con el resultado final que, a esta altura, no es secreto para nadie. Una vez que el equipo de Scaloni se impuso al de Tite y se consagró campeón, la foto más deseada para cualquier político criollo era una que lo retratase junto a Lionel Messi o el equipo en su conjunto. El ex–gobernador de Buenos Aires la obtuvo en el Maracaná, porque para esa clase de avatares es mandado a hacer. No se iba a perder tamaño partido y, como nunca se pelea con nadie, era lógico que la consiguiera. Manejó la entrega de 2200 entradas a los hinchas argentinos sin problemas. Pronosticó que ganaríamos y que no habría alargue. Mejor imposible.

De políticas pararancelarias o del Tratado de Ouro Preto sabe menos que un chico de primer grado pero, en cambio, los deportes son su fuerte. Si a ello se circunscribiese su paso por Brasilia, se convertiría en el mejor embajador del Palacio San Martín que haya aterrizado en el vecino país. Claro que como sus deberes exceden con creces los espectáculos que más le atraen, Scioli ha tratado de salvar su ignorancia con un reparto de funciones que deja en manos de los que conocen los intrincados temas bilaterales, mientras se reserva para sí el trato personal con Bolsonaro y las relaciones públicas. Más allá de los puntos que calza intelectualmente —que no son muchos— obtuvo la foto que el pobre Fernández más deseaba.

Si los jugadores del seleccionado no quisieron que se los usará políticamente, o si existieron otras razones que ignoramos y Messi nunca va a contar, lo cierto es que aquello que todos los presidentes argentinos lograron luego de un éxito así de importante en el ámbito futbolero —desde la Junta Militar en 1978 hasta Raúl Alfonsín en 1986— el actual ocupante de la Quinta de Olivos no pudo conseguirlo. Se quedó con las ganas, mascullando bronca.

En realidad, no habría que despreciar la importancia simbólica que reviste la anécdota. En un país como el que nos cobija, donde el juego del balompié reviste semejante trascendencia, y a menos de dos meses de que se substancien las elecciones primarias abiertas, el traspié presidencial lo que transparenta es algo que resulta un secreto a voces: el esmerilamiento sin prisa y sin pausa que sufre Alberto Fernández en cualquier terreno que pise. Pocos son los que toman en serio su poder. El mismísimo Máximo Kirchner, por si faltasen pruebas al respecto, fue inclemente días pasados con el hombre al cual su madre le regaló el cargo que hoy ocupa. En su condición de jefe de la bancada oficialista en la cámara baja, en general no es proclive a hablar. Podría hacerlo y nadie se lo impediría. Pero, consciente de que el arte de la oratoria no es su fuerte, sólo levanta la voz en contadas ocasiones. No balbucea el castellano como Axel Kicillof, eso es cierto. También lo es que no se distingue en la materia. Sin embargo, no se privó de ponerle unas cuantas banderillas al castigado lomo presidencial, dejándolo como un pusilánime frente a las empresas proveedoras de vacunas y levantando la duda de qué tanta musculatura tendría en las negociaciones por venir con el Fondo Monetario Internacional.

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Que Alberto Fernández —para decirlo con términos extraídos del lunfardo— no corta ni pincha, es cosa sabida. A días de cerrarse las listas de candidatos a diputados nacionales en 24 distritos electorales y las de senadores en ocho, la capitis diminutio que ha debido sobrellevar desde hace rato ahora ha quedado más en evidencia que nunca. La lapicera se la van a dar Cristina Kirchner y su hijo varón para que salve las apariencias y no quede su figura tan desarbolada, a vista y paciencia de la gente. En las provincias donde el gobierno del Frente de Todos juega su futuro, está claro que ni siquiera tendrá voz —ni hablar de voto— al momento de precisar quiénes ocuparan los primeros lugares en las boletas correspondientes. Nada parece decidido todavía y no sería de extrañar que haya sorpresas de último momento.

En el ámbito bonaerense los nombres en danza van y vienen como bola sin manija. Se echan a correr a la manera de globos de ensayo porque ninguno de los preseleccionados termina de convencerla a la Señora. Las mujeres que serían sus preferidas son poco conocidas para el electorado. La que querría Alberto Fernández que encabezara la lista, Victoria Tolosa Paz, tampoco mide lo necesario. Por eso la calesita de candidatos no termina nunca y, a medida que se descartan algunos, aparecen en escena otros. El motivo es sencillo y viene de lejos: el kirchnerismo se ha quedado sin fichas en su principal bastión. Eso no significa que vaya a perder. Supone sí, que a diferencia de Juntos por el Cambio —al que le sobran— esta vez carece el oficialismo de una personalidad con arrastre, como Cristina Fernández o como lo fue, en su oportunidad, Daniel Scioli. No sólo eso. Ha demostrado también otro punto débil si considera que con subirlo a Mauricio Macri al ring para sopapearlo mediáticamente va a ganar algo. La idea de que puede cargarse al ex–presidente la responsabilidad del desbarajuste económico y el desmanejo sanitario no resiste análisis. Al oficialismo no sólo le faltan candidatos sino también ideas.

La situación no deja de ser curiosa. En tanto los que buscan a alguien con peso propio y no terminan de hallarlo no pierden los estribos ni sacan los pies del plato, los que tienen candidatos de sobra se han enfrascado en una pelea de perros y gatos, extendida a los distritos de mayor calado. Cuanto comenzó en la capital federal y la provincia de Buenos Aires, hoy es una disputa que se desarrolla con parecida virulencia en Mendoza, Santa Fe y Córdoba. Si bien es difícil imaginar que en el seno de la coalición opositora las voces rupturistas hablen en serio, de todos modos, algunos amagues en ese sentido han florecido, por increíble que parezca. Hasta aquí se explican debido a la desesperación de algunos de obtener un espacio que les permita ingresar al Congreso. Sin embargo, en las declaraciones —por momentos destempladas— de ciertos protagonistas laten razones soterradas. De lo contrario, no se explicarían las tronitonantes acusaciones de Gerardo Morales a expensas de Horacio Rodríguez Larreta y de María Eugenia Vidal, por ejemplo. El radicalismo y el Pro se han pintado la cara para jugar a ser indios malos. Las suyas son escaramuzas que transparentan desconfianzas y recelos que se potencian cuando unos y otros —algo apresuradamente, es verdad— se imaginan en 2023 calzándose la banda y sosteniendo el bastón de mando en la Casa Rosada.

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El tercero en discordia ya no es Roberto Lavagna. Quien despunta para ocupar ese lugar en la grilla de largada se llama Florencio Randazzo. Cuánto mide es asunto sobre el cual hay debates tanto en la jefatura de campaña del oficialismo como en la de Juntos por el Cambio. Especulaciones sobran acerca de a quién beneficia la salida a la pista del ex–ministro del Interior de Cristina. Tampoco faltan los mal pensados que creen haber descubierto —en el kirchnerismo o en el gobierno de la capital federal, según de donde vengan las acusaciones— las fuentes de financiación del partido que ha dado en llamarse Vamos con Vos. Malgrado las habladurías y golpes bajos, una cosa es cierta: si los comicios bonaerenses resultaran tan parejos como dejan entrever las encuestas de opinión conocidas, una fuerza por fuera de los dos grandes frentes que obtuviera para sí entre seis y diez puntos porcentuales, podría convertirse en el fiel de la balanza que le diese el triunfo a uno u otro. Dependería de a cuál de las dos coaliciones le robase más sufragios respecto de los obtenidos en el año 2019.

En tren de especular —que no cuesta nada— parecería que a los que lo apoyaron a Randazzo en las legislativas del año 2017 habría que agregarle ahora una parte de los desencantados seguidores de Sergio Massa. Si se tiene en cuenta que el electorado massista nunca comulgó con el kirchnerismo, y que hoy su jefe es una de las personalidades más relevantes de la actual administración, no sería de extrañar que se produjese un éxodo de los seguidores del Frente Renovador hacia las tiendas de Vamos con Vos. Había dos tribus —por llamarles de alguna manera— que no eran ni kirchneristas ni macristas y acreditaban en su favor un número significativo de votos: la timoneada por Roberto Lavagna y la que comandaba Massa. Con el ex–ministro de Economía borrado de la escena política y el presidente de la Cámara de Diputados pasado al oficialismo con armas y bagajes, la posibilidad de que esos sufragios decanten en favor de Randazzo no resulta una hipótesis caprichosa. El kirchnerismo debería estar preocupado.