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Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Cuando se prohíbe decir que el terrorista era musulmán. Por Agustín Laje

Decir que la mayoría aplastante de los atentados terroristas cometidos en el mundo son perpetrados por musulmanes no se llama “islamofobia”: se llama verdad. Según los datos de la “Global Terrorism Database” de la Universidad de Maryland, entre el año 2000 y 2014, el yihadismo llevó adelante al menos 15.181 atentados en el mundo, acabando con la vida de aproximadamente 72.000 personas.[1]

No obstante, el desarrollo de ISIS (la más poderosa organización del terrorismo islámico del siglo) a partir de 2014, hizo disparar todavía más los guarismos. Solo en 2015, la cantidad total de atentados terroristas en el mundo ascendió a 18.987; en 2016 el número arribó a 24.202 según datos del Jane’s Information Group, siendo precisamente ISIS el responsable de la mayor cantidad de ellos.[2]

La mayoría de los musulmanes no son terroristas, pero la mayoría de los terroristas sí son musulmanes. Es una verdad que a muchos incomoda, y prefieren caer en una estéril tautología que dice más o menos así: “el problema del terrorismo son los terroristas y no una religión”, lo cual equivale a decir que el problema del cáncer es el cáncer y no sus causales. Semejante estupidez se ha hecho corriente en el sentido común de la culposidad occidental y su terror por “estigmatizar” y “ofender”, incluso a sus propios verdugos.

Es conocido el rol de Arabia Saudita en la difusión del wahabismo en las últimas décadas. Ignorar que lo que vive no sólo Europa, sino el mundo en general, en materia de terrorismo, procura legitimarse a partir de una interpretación literal del Corán y la Suna, difundida por ciertas escuelas teológicas musulmanas con dineros de petromonarquías, es ignorar la raíz del problema. ¿Qué entendemos por “interpretación literal”, por ejemplo, de aquel pasaje que ordena que “para aquellos que rechacen la fe, los castigaremos con una terrible agonía en este mundo y en el otro” (Corán 3:56)?

Los hombres no son átomos, por más que la vulgata liberal repita que “el Islam es un conjunto de individuos” y nada más que eso, haciendo un uso patético del individualismo metodológico que bien puede servir para la ciencia económica, pero que a la hora de extrapolarlo a otros campos del conocimiento muestra sus insuficiencias. Los hombres tienen historia; están situados espacial y temporalmente; se socializan en una cultura determinada. Reducir su identidad a la de “individuo”, en una problemática como la del terrorismo, equivale a cerrar los ojos frente a los determinantes sociales y culturales del problema terrorista y, a la postre, no terminar entendiendo nada.

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Esta idea se vincula con otra más repetida, esta vez por los cultores de la posmodernidad. Me refiero a la falacia del multiculturalismo, consecuencia práctica del relativismo cultural. Y es que, en rigor, no todas las culturas valen lo mismo: hay culturas de libertad y culturas de servidumbre; hay culturas de prosperidad y culturas de miseria; hay culturas de vida y culturas de muerte. Cada acto del terrorismo islámico confirma la diferencia; cada nueva ola de refugiados prueba que “la gente vota con los pies”.

Si las culturas son por definición incontrastables entre sí, tal la pretensión del multiculturalismo, y por añadidura toda cultura vale en sí misma por el simple hecho de ser cultura, entonces la variable cultural queda necesariamente fuera de todo análisis sobre las causales del terrorismo que podamos hacer. Esta ideología se evidencia en los medios de comunicación hegemónicos, cuyos periodistas se muerden la lengua antes de mencionar que los terroristas que perpetraron determinada matanza eran musulmanes (incluso lo esconden deliberadamente, como en las violaciones sistemáticas de Colonia).[3]

Basta comparar dos noticias recientes para entender cómo opera la ideología del multiculturalismo en los medios de comunicación y, por acto derrame, en el sentido común de la gente. Cuando hace pocos días ocurrió el atropello masivo en Charlottesville, Estados Unidos, ningún medio de comunicación hegemónico dudó en titular su noticia utilizando el calificativo “supremacista blanco” o “neonazi”[4]. Días más tarde, tras el atropello masivo en Barcelona, los medios de comunicación hegemónicos omitieron en sus titulares la condición de musulmanes de los atacantes.[5] ¿Es que acaso la identidad político-ideológica es una variable explicativa de peso como para titular una noticia, pero la identidad religiosa-político-ideológica resulta descartable?

Pero la culpa de Occidente se antepone a toda evidencia, y los rehenes de la corrección política pretenden tapar el sol con el dedo de la mano. Así, se nos dirá que si el terrorismo asola a Occidente, eso es por culpa de las desigualdades que nosotros mismos generamos (¡como si los Estados musulmanes no se caracterizaran, precisamente, por la desigualdad!). Hasta que un día como el de hoy, los atentados terroristas llegan a Finlandia, uno de los lugares más “igualitarios” del mundo.[6]

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Se nos dirá, también, que la culpa de todo esto la tiene el “intervencionismo occidental”, en una suerte de mito del “buen salvaje” que se transformó en una bestia a partir de una “caída” propiciada desde afuera, ignorando que el pueblo musulmán es expansionista e intervencionista desde sus propios orígenes, y que los territorios que hoy ocupa se debieron a actos de conquista. Mahoma no llamó a “poner la otra mejilla”, sino a la expansión musulmana por la fuerza. Su propia historia personal así lo demuestra.

Llegados a este punto, se nos dirá entonces que nuestro juicio es injusto, puesto que la mayor cantidad de atentados terroristas yihadistas no se cometen contra Occidente sino contra los propios musulmanes en sus propios territorios. Este dato es cierto, pero pone de manifiesto precisamente aquello que los multiculturalistas piensan que desmiente: la barbarie tribal que envuelve a este conflicto. La guerra entre chiitas y sunitas no es nueva; viene desde los propios orígenes de la religión musulmana, específicamente tras la muerte del Profeta. Las peores matanzas son intestinas. ¿Qué podemos esperar hacia afuera de una civilización intrínsecamente conflictiva hacia adentro?

Pero la culpa occidental puede más, y se termina imponiendo de todos modos ante los datos de la realidad y la lógica más elemental. Así pues, tras un nuevo atentado terrorista en Occidente, las reacciones son bastante predecibles: prender velas “por la paz”, cambiarse la foto de perfil de Facebook para mostrar “solidaridad” con las víctimas y usar el hashtag #PrayFor… en Twitter, a ver si los terroristas musulmanes se “conmueven” y “entienden” de una vez por todas que la violencia no es el camino.

Mientras tanto, y en el fuero íntimo e indecible, todos nos preparamos para la próxima matanza de “los innombrables”.

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[1] http://www.eldiario.es/internacional/atentados-organizaciones-islamistas-mayoria-musulmana_0_497301265.html

[2] http://www.20minutos.es/noticia/2945944/0/atntados-terroristas-creciero/

[3] https://gaceta.es/noticias/alemania-oculto-agresiones-durante-cuatro-dias-07012016-2036/

[4] Por ejemplo, http://www.abc.es/internacional/abci-cientos-supremacistas-blancos-marchan-calles-virginia-grito-consignas-nazis-201708121453_noticia.html

[5] Siguiendo con el mismo diario a efectos comparativos, http://www.abc.es/espana/abci-sospechoso-huido-y-detenidos-atropello-masivo-ramblas-201708180420_noticia.html

[6] https://elpais.com/internacional/2017/08/18/actualidad/1503064590_490448.html