Mar. Mar 19th, 2024

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Cómo se debe actuar frente a los malos Obispos. Por Cosme Beccar Varela

A fines del siglo XIV estalló en la Iglesia el llamado «Cisma de Occidente». Duró 50 años y durante ese largo período hubo simultáneamente dos Papas y al final tres, de los cuales el verdadero era difícil de reconocer.  Ese desastre fue causado por la maldad de una gran parte de los Cardenales, la tibieza de los Obispos y la intromisión de los poderes temporales en los asuntos eclesiásticos, usando para eso la amenaza y el soborno.

Sólo una mujer, terciaria de la Orden Dominicana, nacida en 1347, enfrentó a los falsos Papas, al clero cobarde, a los reyes ensoberbecidos y luchó para que la Iglesia resurgiera de esa terrible prueba y eligiera un único Papa verdadero: Santa Catalina de Siena. Para eso increpó a los tenidos por Papas, a los Cardenales, Obispos, reyes y potentados con una fuerza y una claridad que no dejaba lugar a engaños, sin detenerse en esos falsos respetos que hoy pretende imponer el clero para que no se objete el pésimo papado de Francisco.  A ese «falso respeto» se debe el error que los buenos católicos llaman «papolatría», que nada tiene que ver con el amor al Papa y al papado, como Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, error que considera cualquier palabra, gesto o insensatez del Papa como de obligatorio acatamiento.

Para darle una prueba de lo que digo, estimado lector, voy a transcribir una carta escrita por Santa Catalina a los Cardenales italianos que dieron fuerza al cisma, luego de plegarse a los Cardenales franceses que lo habían originado.

Santa Catalina sabía que el verdadero Papa, cuando este drama comenzó, era Urbano VI, elegido válidamente por esos mismos Cardenales y luego traicionado por ellos mismos porque el Pontífice tuvo el «atrevimiento» de reprocharles su mala conducta y su relajamiento. Parece que el Papa era un hombre severo y quería de verdad acabar con los abusos, que eran muchos, de los Prelados de todos los órdenes y jerarquías, y hacerlos volver a la verdadera fe tradicional y a la procura de la santidad. Eso bastó para que los mencionados Cardenales italianos lo traicionaran y negaran la validez de su elección, abriendo campo a la «elección» de un antipapa.

Santa Catalina les escribió, pues, la siguiente carta:

«¿Y qué es lo que muestra que vosotros sois villanos ingratos y mercenarios? La persecución que vosotros hacéis, junto con los otros (Cardenales) a la Esposa de Cristo, en un momento en que deberíais ser sus escudos y resistir los golpes de la herejía; porque vosotros sabéis la verdad, vosotros sabéis que el Papa Urbano VI es verdaderamente Papa, soberano Pontífice, elegido canónicamente y no por temor, elegido verdaderamente por inspiración divina y no por vuestra industria humana; sois vosotros mismos quienes lo habéis anunciado.  Y ahora le volvéis la espalda, como soldados cobardes; tenéis miedo hasta de vuestra sombra; os habéis apartado de la verdad que os fortificaba; os habéis acercado a la mentira, que debilita el alma y el cuerpo, privándoos de la gracia espiritual y temporal. ¿Y cuál es la causa? Es el veneno del amor propio que envenena el mundo. He aquí que, de columnas, os habéis hecho peores que la paja: en lugar de ser flores de buen olor, vosotros habéis infectado el mundo; en lugar de ser luminarias puestas sobre el candelero para transmitir la fe, habéis escondido esa luz bajo la pantalla de la soberbia y difundís las tinieblas en vosotros y en los demás: de ángeles terrestres que deberíais ser , para conducir el rebaño a la obediencia de la Santa Iglesia, habéis aprendido el oficio de demonios; y ese mal que hay en vosotros, queréis dárnoslo a nosotros, retirándonos de la obediencia del Cristo en la tierra y llevándonos a la obediencia del anticristo (N: el antipapa) que es un miembro del diablo, así como vosotros lo sois, en tanto y en cuanto persistáis en esa herejía. No es una ceguera que viene de la ignorancia, de que alguien os dice algo y otro os dice otra cosa: no, vosotros sabéis bien cuál es la verdad, sois vosotros mismos quienes nos lo habéis anunciado, y no nosotros a vosotros (N: esos cardenales, después de elegir a Urbano VI lo habían proclamado como verdadero Papa durante seis meses y recibido de él diversos beneficios).

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«¡Oh! Cómo sois locos, vosotros…¡Oh dementes dignos de mil muertes! ¡Cómo ciegos vosotros no veis vuestro mal; habéis llegado a tal grado de confusión que os hacéis vosotros mismos mentirosos e idólatras…! En todas partes no veo sino mentiras (N: esos mismos cardenales participaron en la elección de un antipapa al cual Santa Catalina llama «miembro del diablo»). Vosotros sois dignos del suplicio, el cual, os lo digo para descargar mi conciencia, vendrá sobre vosotros sino retornáis a la obediencia con verdadera humildad. ¡Oh miseria y enceguecimiento extremo que os impide ver vuestro mal, el perjuicio del alma y del cuerpo ; si lo hubierais visto nos os habrías apartado tan livianamente de la verdad por temor servil no escuchando sino la pasión, como personas orgullosas y habituadas a no ver otro objetivo que los placeres y el gozo de este mundo…»( «Histoire Universelle de l*Eglise Catholique», Tome IX, pag. 40, del Padre Rohrbacher, 1889).

Esta carta de Santa Catalina de Siena pertenece a la tradición de la Iglesia, es decir, es una fuente de doctrina que sirve para enseñar a los católicos que es lícito y hasta necesario increpar a los prelados, inclusive al Papa, cuando hay razones serias y fundadas para hacerlo.

El gran Cisma de Occidente era una razón grave para que una simple mujer del pueblo, movida por la gracia, pudiera y debiera hacer y decir lo que los grandes  prelados callaban por falta de fe y de amor a Dios.  Actualmente, el daño enorme que causaron los últimos Papas y los prelados, con el Concilio Vaticano II y sus consecuencias, no sólo autoriza sino que exige que los católicos se defiendan del error y el mal, refutando las insidias de sus superiores, con el debido respeto. Tanto más que esa traición de las Jerarquías tiene repercusiones queridas por ellas mismas en la vida social y política de las naciones, provocando que los países cristianos vayan perdiendo progresivamente la fe y aceptando el triunfo de regímenes tiránicos de izquierda.

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La argentina está al borde de ser una víctima de ese grave desvío del clero como principal culpable de la instalación aquí de un régimen neo-comunista. Es necesario que los católicos fieles se aferren a su fe y con patriotismo actúen sin dejarse influir por la mala doctrina que se les quiere hacer aceptar. Santa Catalina de Siena nos dejó el ejemplo de su valiente y decidida actitud frente a la infidelidad de los prelados y calificó a quienes apostrofaba nada menos que como “dementes dignos de mil muertes”. Esa misma acusación nos mereceríamos los simples laicos si por falta de amor de Dios nos plegáramos a sus errores y malos ejemplos por una mal entendida “obediencia”.