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Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Carrió locuta, causa finita. Por Vicente Massot

Como ninguna otra semana desde el día en que Mauricio Macri asumió la presidencia, la pasada puso al descubierto los problemas que aquejan al gobierno cuando debe lidiar con esa Casandra moderna, llamada Elisa Carrió. Da toda la impresión de que nadie en la actual administración termina de entender la lógica conforme a la cual obra Lilita en el escenario político. Si bien la conocen de antiguo, y no es la primera vez que entre la diputada y Cambiemos se encrespan las aguas y se suceden los cortocircuitos, quienes en la materia asesoran al primer magistrado volvieron a equivocarse en un tema trascendental. Lo que no supone —ni mucho menos— dejar a Macri fuera de la cadena de responsabilidades. Quizá haya sido él, por la importancia excluyente del cargo que ocupa y por su relación privilegiada con la iracunda legisladora, el principal culpable de cuanto ocurrió.

Cualquiera sabe hasta qué punto el gobierno macrista desea desembarazarse de Alejandra Gils Carbó. Antes de finalizar el mes de diciembre de 2015 —o sea, a menos de treinta días de haberse hecho cargo del poder— Macri tuvo oportunidad de leer el proyecto de decreto que un diputado con sobrados pergaminos en el campo del derecho y experiencia en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, durante la primera gestión del Pro, le acercó a Balcarce 50. En lugar de avanzar, llevándose por delante al alfil por excelencia que el kirchnerismo había plantado en las oficinas estatales antes de su precipitado retiro, el presidente decidió dar curso a la estrategia que había pergeñado, no sin cierto amateurismo, Pepín Rodríguez Simón. Perdió entonces una oportunidad inmejorable de sacarse de encima a la Procuradora —algo que Sergio Massa le había recomendado hacer cuanto antes— y debió dar marcha atrás con el intento de introducir por la ventana a los doctores Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz en la Corte Suprema.

Desde ese momento, y hasta ahora, el caso Gils Carbó nunca dejó de estar en el radar gubernamental. Sólo que en la Casa Rosada sobró voluntad y brilló por su ausencia una estrategia para cumplir con el propósito perseguido. Finalmente, cuando todo lucía encarrilado y se había acordado con Sergio Massa, y con el bloque que lidera de manera tan eficiente Miguel Pichetto, un curso de acción, sin decir agua va Lilita se cruzó en el camino y dinamitó el plan que había llevado tanto tiempo forjar.

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De cuanto ocurrió, la ortodoxia justicialista y el Frente Renovador no tuvieron culpa ninguna. Hasta último momento honraron el compromiso contraído con el oficialismo y aun luego de las explosivas declaraciones de la doctora Carrió del lunes 24, mostraron buena voluntad. Pero por razones de sobrevivencia política no podían ir más allá del límite que les puso la propia coalición gobernante. Si Cambiemos era incapaz de ponerse de acuerdo de puertas para adentro respecto al tema del Ministerio Público y, ante una postura disidente de uno de sus integrantes, quedaba paralizado en estado de deliberación, no era función del bloque de senadores del PJ y del Frente Renovador sacarle a Macri las castañas del fuego.

Si Elisa Carrió fuese una ilustre desconocida para los operadores del Pro y ninguno de ellos hubiese sabido a qué atenerse en cuanto a sus reacciones temperamentales, el revés que sufrieron sería entendible. Pero conocen sus arranques y su forma de actuar desde siempre. De modo tal que no haber previsto, hasta donde resultara posible hacerlo, la irrupción de Casandra, demostró sus limitaciones. Es cierto, Carrió hizo mutis por el foro y no le avisó a nadie la bomba que arrojaría ese lunes. Una semana antes, cuando el tema fue tratado en el interbloque de Cambiemos, no dio señales de vida ni adelantó los argumentos por los cuales se oponía al proyecto que se trataría siete días más tarde. Dicho en buen romance: actuó con premeditación y calibró bien las consecuencias que tendría su acto. Claro que también es cierto que nadie exploró su ánimo ni se reunió con ella para saber, a ciencia cierta, qué pensaba hacer. Así se habrían ahorrado el papelón y el traspié táctico que sufrieron sin necesidad.

Poco importa, a esta altura, determinar si la jefa de la Coalición Cívica llevaba razón a la hora de sentenciar al citado anteproyecto. La mayoría de los juristas opinan que sí. Bien. Pero entonces quienes negociaron en nombre de Cambiemos, y tras largas deliberaciones consensuaron con Massa y Pichetto el texto luego dado de baja, hicieron mal los deberes. A veinticuatro horas, poco más o menos, de su presentación en sociedad, un anteproyecto avalado por el Pro, la UCR y Fernando Sánchez (CC), fue sepultado en razón de que Lilita levantó la voz. Una de dos: o no sabían lo que hacían o —si estuvieron conformes con el anteproyecto— se asustaron ante la embestida de la diputada. En uno u otro caso quedaron expuestos ante el país como un conjunto de improvisados o de temerosos. De Macri para abajo.

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Más allá de cuál sea el curso ulterior de los acontecimientos acerca de la permanencia de Alejandra Gils Carbó al frente de la Procuración, el hecho más relevante ha sido —de lejos— el poder de veto reivindicado con pleno éxito por Elisa Carrió. Está visto que la diputada es la única que puede, fuera de Mauricio Macri, trabar o lisa y llanamente hacer abortar un proyecto de ley o un nombramiento, con sólo proponérselo. Si alguien buscase los votos o la fuerza susceptibles de explicar tamaña muestra de autoridad, no los hallarían por ese lado. El ascendiente de la señora reside en su voluntad, su coraje a toda prueba y su honestidad sin tacha. Ella es impredecible, tiene un ego fuera de cauce y a veces lanza acusaciones inconsistentes. Al mismo tiempo posee un olfato y una información privilegiados para detectar o sacar a la luz casos de corrupción, que la han convertido en una verdadera fiscal de la República. Nada más y nada menos.

Como el juicio político a Alejandra Gils Carbó es una alternativa condenada de antemano al fracaso, al gobierno no le ha quedado otra salida que barajar y dar de nuevo en punto a la ley que ponga un límite de cinco años a la permanencia de la actual procuradora en su cargo. Se ha abierto pues —como era de esperar— una nueva ronda de negociaciones entre las tres fuerzas con poder de fuego en la materia. En un ambiente enrarecido —se discuten, solapados, varios proyectos fundamentales: el Presupuesto 2017; el régimen de Participación Público–Privada (PPP); las modificaciones a la ley de Responsabilidad Fiscal y la Reforma Electoral— se sentarán en los próximos días a modificar el libreto ya conocido del Ministerio Público, la gente de Cambiemos, la de Massa y la de Pichetto. No está escrito en ningún lado que se pongan de acuerdo en un abrir y cerrar de ojos. Si bien existe coincidencia sobre la necesidad de dar de lado a la Gils Carbó, los recelos entre el oficialismo y el Frente Renovador —sobre todo— están a la orden del día.

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