Jue. Mar 28th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Cada cual, cada cual, que atienda su juego. Por Vicente Massot

El gobierno luce satisfecho, y si bien todavía no se anima a echar a volar las campanas al viento poco le falta para que se decida a hacerlo sin pedirle a nadie permiso. Pasó, la administración macrista, del desconcierto y del temor a terminar de la peor manera a un optimismo, respecto del futuro, que sorprende. Es cierto que tiene razones para mirar lo que viene con más confianza que un par de semanas atrás, pero da la impresión de que no termina de calibrar, en toda su dimensión, el calado de la crisis que arrastramos. De lo contrario se andaría con mayor cuidado a la hora de anunciar portentos que sólo existen en su imaginación.

Verdad es que se paró la corrida y la posibilidad de un default a corto plazo parece remota. El riesgo argentino descendió de manera sostenida y mejoró sensiblemente la performance de nuestros bonos. Sin embargo, no todo es color de rosas. Hay sobrados motivos para matizar las expectativas que cotizan alto en la Casa Rosada.

La renuncia de Luis Caputo —un secreto a voces desde hace, cuando menos, diez días— no cambia nada la situación a la que venimos haciendo referencia. En todo caso, puso al descubierto las desinteligencias —de todos conocidas— entre el titular de la cartera de Economía y el ex–presidente del Banco Central. Que tenían visiones contrapuestas en punto a qué tanto debía intervenir la autoridad monetaria en el mercado del dólar era algo sabido. Tarde o temprano uno de los dos se iría a su casa. Por razones obvias, se quedó el de mayor jerarquía que ha llevado la negociación con el Fondo Monetario. Una vez más, el gobierno dejó en evidencia su falta de timing. Con Mauricio Macri en Nueva York y a punto de anunciar el nuevo acuerdo cerrado con Christine Lagarde, no era el mejor momento para que Caputo abandonara su cargo.

La cuestión del momento pasa por la aprobación del Presupuesto. Hace rato que el peronismo ortodoxo tomó conciencia de que sería inconducente adoptar una posición maximalista y situarse en la vereda de enfrente de Cambiemos, con el propósito de torpedear la ley de leyes. Para eso está el kirchnerismo que —dicho sea de paso— cumplirá semejante función mejor que nadie.

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Los barones del PJ saben —sin que haga falta recordárselo— hasta dónde puedan tirar de la cuerda. Si se colocasen a la retranca y decidiesen hacerle la vida imposible al elenco oficialista, obrarían como furgón de cola de Cristina Fernández. Si, en cambio, optasen por allanarse a la política del Poder Ejecutivo, pasarían a ser corresponsables de un ajuste que los sepultaría electoralmente. Entre el gobierno —deseoso de bendecir cuanto antes la ley de Presupuesto— y los K —solo interesados en lograr que Macri salte en pedazos— los gobernadores, senadores y diputados justicialistas necesitan hacer un equilibrio finísimo a los efectos de mantener su independencia.

En teoría, su situación es clara. Situados en medio de un adversario del que dependen en alguna medida y de un enemigo que detestan, resulta menester que —al mismo tiempo— negocien con aquél los números del ajuste y se mantengan a buena distancia de éste. Con el gobierno decidirán de común acuerdo los aportes que harán para conseguir el déficit cero; con el kirchnerismo deberán dirimir supremacías, de ahora en adelante, en atención a que uno de los dos —nunca los dos— accederá a la segunda vuelta el año próximo.

El PJ ha visto reverdecer algo que seis meses atrás parecía imposible: competir con posibilidades de éxito en octubre del 2019. En paralelo, tiene pleno conocimiento de que no puede romper relaciones con el oficialismo y tampoco puede quedar atado, ante la opinión pública, a un proceso de ajuste siempre odioso. Si en la teoría su situación es clara, en la práctica es oscura en razón de las dificultades que se le presentan.

A la viuda de Néstor Kirchner la empresa de cargar lanza en ristre, a como dé lugar, contra las posiciones que enarbola Cambiemos es algo que le sale del alma. Dispuesta a llevar su beligerancia hasta las instancias últimas, lo que la caracteriza es su intransigencia. La suya es una estrategia que desconoce —por principio— los tonos grises. La disputa que mantiene con Balcarce 50 es a todo o nada; y en la misma, las palabras tregua y negociación no figuran.

Inversamente, Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urutubey y Sergio Massa han probado en el pasado, y han puesto de manifiesto ahora, su versatilidad. Mientras Cristina Fernández se reserva el papel de Atila, ellos —a veces abiertamente y otras por vías interiores— tras bambalinas, obran como cardenales florentinos. Subidos a un escenario del que se habían bajado cuando el país entero daba por descontada la reelección de Macri, han medido sus fuerzas y tanteado las resistencias de Cambiemos. Parten de la base de que son indispensables para un oficialismo urgido de aprobar el Presupuesto 2019. Por eso, con buenos modales y palabras medidas, le han dejado en claro a Rogelio Frigerio y a Emilio Monzó —los dos principales negociadores de Macri— que el mayor peso del ajuste le corresponderá cargarlo al Poder Ejecutivo. No sólo eso. Aprovechándose de una relación de fuerzas que en este caso les es favorable, le han sonsacado concesiones de todo tipo al oficialismo.

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El Presupuesto 2019 será sancionado en tiempo y forma. De ello —a esta altura— no caben dudas. Si se lo analiza con algún detenimiento, cuanto salta a la vista es el retroceso que ha significado para el macrismo si se lo compara con las promesas hechas durante la campaña electoral de 2015 y en los dos primeros años de gobierno. Si por un momento olvidáramos quien fue el ganador en los últimos comicios presidenciales, el texto que será aprobado antes de fin de año está mucho más cerca de posiciones intervencionistas que de los postulados del liberalismo capitalista. La necesidad —no se necesita recordarlo— tiene cara de hereje.

En rigor ninguna de las tres fuerzas políticas de más peso debería hacerle lugar al optimismo. Macri aún pisa un tembladeral. De aquí que nadie medianamente serio se anime a descartar de plano un recrudecimiento de la crisis antes de diciembre. Se detuvo la corrida cambiaria al precio de una recesión feroz. Cristina Fernández, de su lado, sabe que su libertad pende de un hilo. Aunque el gobierno haga agua, ella igual puede terminar presa. En cuanto al PJ, le sobran ambiciones pero está falto de un jefe competitivo y de la unidad,
que es la condición necesaria para arrimarse a las elecciones con alguna probabilidad de salir airoso.