Mié. Abr 17th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

Balance del G–20. Por Vicente Massot

La reunión cumbre del Grupo de los 20 se desarrolló sin que hubiese que lamentar incidente ninguno. Contra la mayoría de los pronósticos y a diferencia de lo que había sucedido tanto en Génova como en Hamburgo, aquí el operativo de seguridad montado por el gobierno nacional resultó impecable. A su vez, las manifestaciones de los globalifóbicos nativos y extranjeros parecieron hechas a la medida de un conjunto de carmelitas descalzas. Si a lo dicho se le suma la gala en el Teatro Colón y el almuerzo en Villa Ocampo, todo salió a pedir de boca.

Nadie dudaba de que, en punto a las formalidades y al protocolo estricto que rige en este tipo de encuentros, el país anfitrión saldría airoso. La gaffe inicial, de la que fuera víctima involuntaria el presidente francés, no pasó a mayores. En cambio, en atención al escándalo en el cual había concluido el fallido partido final entre River y Boca y a la violencia que habían desatado en distintas ciudades europeas los grupos contrarios a la globalización, existían sobrados motivos para temer incidentes de magnitud en la capital federal. Nada de eso sucedió. Por el contrario reino la tranquilidad y primó la cordura. Hasta las capillas de izquierda que capitanearon la marcha echaron a unos cuantos anarquistas que portaban bombas molotov. Desde el jueves y hasta el sábado a la noche, la Reina del Plata pareció una ciudad civilizada.

Conviene, al momento de evaluar los resultados que arrojó el evento, evitar tanto el ditirambo como el juicio peyorativo. Por de pronto, es del caso recordar que del G–20 nadie puede esperar soluciones definitivas para los problemas que se fijan en la agenda común. Se pueden o no lograr avances, en el mejor de los caos; o asumir retrocesos, en el peor, sin que de los mismos vayan a seguirse éxitos espectaculares o catástrofes sin cuento. El país anfitrión tiene —claro— una responsabilidad especial y siempre se halla su presidente en el centro de la escena. Pero hacer las veces de honesto componedor entre las partes —que de eso, al menos en teoría, consiste su papel— no es algo que se compare con lo obrado por el príncipe de Bismarck en el célebre Congreso de Berlín o con el papel del representante personal del presidente Wilson en la Conferencia de Versalles, una vez finalizada la Gran Guerra. El trabajo de Macri —o de cualquiera de sus pares, si a ellos les hubiera tocado recibir a los integrantes del Grupo— es más social que específicamente político.

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Sería una ingenuidad de bulto suponer que el respiro que Donald Trump y el premier chino le dieron al comercio mundial por espacio de 90 días ha sido producto de los buenos oficios de Macri. Esto no lo desmerece, ni mucho menos. Sencillamente, pone las cosas en su justo término. Los Estados Unidos y China no se comprometieron a una suerte de tregua en sus disputas por efecto del G–20 sino porque les convenía a ambos. Es cierto que el entendimiento se produjo en Buenos Aires. También lo es que la predisposición de los dos estadistas más poderosos del mundo ya existía al margen de lo que aconteciera en estas playas. Lo mismo podría decirse de los compromisos asumidos entre nuestro país y la republica china. En realidad la visita de Xi fue la de un jefe de estado en misión oficial, más allá de su pertenencia al G–20. Esto significa que, el éxito que se obtuvo, no fue por efecto del cónclave de los jefes de estado llegados a la capital del Plata sino por el interés bilateral, mutuo, de China y de la Argentina

El G–20 podría desaparecer del escenario internacional y nadie se daría demasiada cuenta. Tiene una importancia relativa en ciertos aspectos e insignificante en otros. Sin embargo, está vigente y lo conforman por igual naciones de todo tipo. Mientras exista, será fundamental para el dueño de casa conseguir, por un lado, la firma de un documento final que —aun cuando lavado— sea fruto del consenso. Por el otro, la organización debe orillar la perfección no sólo en materia de protocolo sino en términos de la seguridad. Analizado el tema desde estos ángulos, la Argentina sacó un diez y recibió las felicitaciones de todos. No es verdad —como exageró Mauricio Macri— que nuestro país tenga desde hoy una inserción en el mundo nunca antes vista. Se entiende que —eufórico por los resultados— haya expresado algo que no resiste el análisis. Sin embargo, poco importa. Buenos Aires fue durante esos cuatro días un centro de atracción mundial, mientras Paris ardía. Por unas horas, pareció el mundo al revés.

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Si el gobierna supone que los beneficios cosechados le quitaran de encima los problemas que arrastra, se equivoca. Al estar a las declaraciones del presidente, daría la impresión de que hay clara conciencia en la administración de Cambiemos de que el efecto G–2  —por llamarle de alguna manera— no será efímero pero que poco o nada tiene que ver con las cuestiones de índole económica, social y electoral que deberá enfrentar e intentar resolver en el curso de los meses venideros.

Sostener que pasó la reunión cumbre y no quedó nada es tan falso como afirmar que la consideración de los más poderosos del mundo por la Argentina nos pone a cubierto de futuras crisis.