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Así actúan los comunistas. Por Ricardo Ruiz de la Serna

Sucedió la semana pasada en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Un grupo de jóvenes intentó reventar una mesa redonda a la que asistían el político venezolano Leopoldo López y el dramaturgo cubano Yunior García. Se trata de dos notables opositores exiliados en España. López vive en Madrid desde hace poco más de un año. García lleva entre nosotros apenas un mes.

Supongo que la tentativa de sabotaje no los sorprendió. Los dos conocen bien cómo se las gastan los chavistas, los maduristas y los castristas. Hay todo un “modus operandi” que se aprende en los círculos políticos comunistas, en los cursos de formación de cuadros y, en general, en la agitación estudiantil y callejera. Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y sus compañeros vienen de ahí. En la memoria de todos los demócratas, estará ese vídeo en que hicieron algo parecido con Rosa Díez en esa misma universidad. Ya apuntaban maneras los dos jóvenes españoles. Ya se ve que han creado escuela.

La movilización juvenil forma parte de la práctica comunista. Desde 1959, el castrismo convirtió a Cuba en una factoría dedicada a exportar “la revolución” a toda América y a parte de África. Poco a poco fueron infiltrando movimientos de izquierda social. Ocurrió con frecuencia, por desgracia, en los grupos católicos surgidos al calor de la Teología de la Liberación y la retórica de “Los desheredados de la tierra” (1961) y “Las venas abiertas de América Latina” 1971). Era fácil pasar de la militancia en movimientos de barrio y el sindicalismo obrero a la guerrilla -en el campo o en la ciudad- y a las “organizaciones armadas”. Muchos de ellos trabajaban, sin saberlo, para los servicios de inteligencia cubanos o para sus aliados.

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Tal vez el caso más interesante, por la penetración que tuvo en el movimiento estudiantil y los círculos intelectuales, fue el de la “Operación Manuel”. La investigó Juan Bautista “Tata” Yofre en su libro “Fue Cuba” (2014), que muestra en la portada una extraña fotografía del Che Guevara vestido de paisano mientras Fidel Castro le examina un pasaporte falso expedido a nombre de Ramón Benítez. A partir de 1965, cuenta Yofre, llegaron a Cuba decenas de militantes de toda América para formarse como agentes de influencia, guerrilleros y activistas. Desde sus países de origen, viajaban a Checoslovaquia, donde se les facilitaban identidades falsas, y pasaban después a Cuba. Allí recibían entrenamiento. Después regresaban a sus países para infiltrarse en las organizaciones de izquierda y ponerlas a disposición de La Habana.

Hoy el régimen comunista cubano cuenta con el respaldo del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, al que recientemente se ha incorporado el PSOE. Quién iba a pensar que el partido de Jorge Semprún iba a terminar sentado a la mesa que pusieron los Castro. Las acciones de influencia de las dos organizaciones se extienden, naturalmente, a España. Intentos de boicot como el de la mesa redonda a la que asistían Leopoldo López y Yunior García demuestran que las lecciones del activismo comunista calaron hondo.

En realidad, en España, estas cosas eran frecuentes en el País Vasco, en Navarra y en otros lugares donde ETA y las organizaciones juveniles de su entorno eran activas. De hecho, Jarrai y otros grupos de terrorismo callejero se confundían con la banda terrorista. También la banda, por cierto, trataba de situarse en la órbita de las luchas de liberación, los movimientos anticoloniales y las resistencias populares. No era raro que ETA y su entorno suscitasen simpatías en la izquierda antisistema -e incluso en parte de la oposición antifranquista- en los años 70 y 80.

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Así, lo que vimos hace unos días en la Complutense fue una acción diseñada y ejecutada conforme al manual de la agitación comunista. Todo forma parte de una táctica ensayada durante décadas: las consignas y las acusaciones coreadas a voces, la distribución precisa en la sala para crear un tumulto, el recurso a la fuerza para impedir que los opositores se expresasen… No había espontaneidad alguna en aquel tumulto orquestado.

Los demócratas sólo podemos responder de una forma a estas acciones: aumentando la apuesta. Si intentan reventar un acto, hay que celebrar dos. Si cancelan una invitación, se han de cursar, dos, tres o las que sean precisas para que los totalitarios no prevalezcan. Si derriban un monumento, habrá que levantarlo de nuevo más alto y más fuerte. Si intentan acallar a los opositores y los disidentes, será preciso abrirles más espacios y más tribunas.

No se puede permitir que los comunistas se apropien del espacio y el discurso.

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