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¿El aborto es aborto? Por Alberto Benegas Lynch (h)

Es verdaderamente inaudito que a esta altura del siglo XXI se ponga en duda el hecho de la vida humana en el seno materno y, por ende, se niegue la equiparación de ese ser con el resto de las personas y, consecuentemente, se le niegue el derecho a la vida, el primero y más fundamental de los derechos individuales inscrito en todas las normas de convivencia civilizada.

Debo reiterar parte de lo que he apuntado antes sobre la materia. Antiguamente, no se establecía conexión causal entre el acto sexual y la procreación. Actualmente, la microbiología muestra que desde el instante en el que el óvulo es fecundado hay una célula única, distinta del padre y la madre, un embrión humano que contiene la totalidad de la información genética (ADN o ácido desoxirribonucleico). Una persona que tiene la carga genética completa, una persona en acto que está en potencia de desarrollar sus características futuras, del mismo modo que el adolescente es una persona en acto y en potencia de ser eventualmente anciano.

En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino —que aportan 23 cromosomas cada uno— se forma una nueva célula compuesta por 46 cromosomas, que, como queda dicho, contiene la totalidad de las características del ser humano.

Sólo con base en un inadmisible acto de fe en la magia más rudimentaria puede sostenerse que diez minutos después del nacimiento estamos frente a un ser humano pero no diez minutos antes. Como si antes del alumbramiento se tratara de un vegetal o un mineral que cambia súbitamente de naturaleza. Quienes mantienen que en el seno materno no se trataría de un humano, del mismo modo que una semilla no es un árbol, confunden aspectos cruciales. La semilla pertenece en acto a la especie vegetal y está en potencia de ser árbol, del mismo modo que el feto pertenece en acto a la especie humana, en potencia de ser adulto. Todos estamos en potencia de otras características psíquicas y físicas, de lo que no se desprende que por el hecho de que transcurra el tiempo mutemos de naturaleza, de género o de especie.

De Gregor Mendel a la fecha, la genética ha avanzado mucho. Luis F. Leujone, el célebre profesor de genética en La Sorbona, escribe: «Aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es una afirmación metafísica, es una sencilla evidencia experimental».

La evolución del conocimiento está inserta en la evolución cultural y, por ende, de fronteras móviles en las que no hay límite para la expansión de la conciencia moral. Como ha señalado Durant, constituyó un adelanto que los conquistadores hicieran esclavos a los conquistados en lugar de achurarlos. Más adelante, quedó patente que las mujeres y los negros eran seres humanos a los que se les debía el mismo respeto que a otros de su especie. Hoy en día, los llamados abortistas, en una macabra demostración de regresión a las cavernas, volviéndoles la espalda a los conocimientos disponibles más elementales y encubriendo las contradicciones más groseras, mantienen que el feto no es humano y, por tanto, se lo puede descuartizar y exterminar en el seno materno.

Bien ha dicho Julián Marías que este brutal atropello es más grave que el que cometían los sicarios del régimen nazi, quienes con su mente asesina sostenían que los judíos eran enemigos de la humanidad. En el caso de los abortistas, no sostienen que aquellos seres inocentes e indefensos son enemigos de alguien. Marías denomina al aborto «el síndrome Polonio», para subrayar el acto cobarde de liquidar a quien —igual que en Hamlet— se encuentra en manifiesta inferioridad de condiciones para defenderse de su agresor.

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La secuencia embrión-mórula-blastocisto-feto-bebé-niño-adolescente-adulto-anciano no cambia la naturaleza del ser humano. La implantación en la pared uterina (anidación) no implica un cambio en la especie, lo que, como señala Ángel S. Ruiz en su obra sobre genética: «No añade nada a la programación de esa persona», y dice que sostener que recién ahí comienza la vida humana constituye «una arbitrariedad incompatible con los conocimientos de neurobiología». La fecundación extracorpórea y el embarazo extrauterino subrayan este aserto.

Se ha dicho que la madre es dueña de su cuerpo, que es del todo cierto, pero no es dueña del cuerpo de otro. Se ha dicho que el feto es inviable y dependiente de la madre, lo que es también cierto, del mismo modo que lo son los inválidos, los ancianos y los bebés recién nacidos, de lo que no se sigue que se los pueda exterminar impunemente. Lo mismo puede decirse de supuestas malformaciones: justificar las matanzas de fetos justificaría la liquidación de sordos, mudos e inválidos. Se ha dicho que la violación justifica el mal llamado aborto, pero un acto monstruoso como la violación no justifica otro acto monstruoso como el asesinato. Se ha dicho, por último, que la legalización del aborto evitaría las internaciones clandestinas y antihigiénicas que muchas veces terminan con la vida de la madre, como si los homicidios legales y profilácticos modificaran la naturaleza del acto.

Entonces, en rigor, no se trata de aborto sino de homicidio en el seno materno, puesto que abortar significa interrumpir algo que iba a ser pero que no fue, del mismo modo que cuando se aborta una revolución quiere decir que no tuvo lugar. De más está decir que no estamos aludiendo a las interrupciones naturales o accidentales, sino a un exterminio voluntario, deliberado y provocado.

Tampoco se trata en absoluto de homicidio si el obstetra llega a la conclusión —nada frecuente en la medicina moderna— de que el caso requiere una intervención quirúrgica de tal magnitud que debe elegirse entre la vida de la madre o la del hijo. En caso de salvar a uno de los dos, muere el otro como consecuencia no querida; del mismo modo que si hay dos personas ahogándose y sólo hay tiempo de salvar a una, en forma alguna puede concluirse que se mató a la otra.

Se suelen alegar razones pecuniarias para abortar; el hijo siempre puede darse en adopción pero no matarlo por razones crematísticas, porque, como se ha hecho notar con sarcasmo macabro, en su caso: «Para eso es mejor matar al hijo mayor, ya que engulle más alimentos».

Es increíble que aquellos que vociferan a favor de los derechos humanos (una grosera redundancia, ya que los vegetales, los minerales y los animales no son sujetos de derecho) se rasgan las vestiduras por la extinción de ciertas especies no humanas, pero son partidarios del homicidio de humanos en el seno materno. La carnicería que se sucede bajo el rótulo de «aborto» constituye una enormidad, la burla más soez a la razón y al significado más elemental de la civilización.

La lucha contra este parricidio en gran escala reviste mucha mayor importancia que la lucha contra la esclavitud, porque por lo menos en este caso espantoso hay siempre la esperanza de un Espartaco exitoso, mientras que en el homicidio no hay posibilidad de revertir la situación.

Estremecen las historias en donde por muy diversos motivos y circunstancias existió la intención directa o indirecta de abortar a quienes luego fueron, por ejemplo, Juan Pablo II, Andrea Bocelli, Steve Jobs, Cristiano Ronaldo, Céline Dion, Jack Nicholson y Ludwig van Beethoven. Por supuesto que no es necesario que se trate de famosos para horrorizarse frente al crimen comentado. Todos los seres humanos son únicos e irrepetibles en toda la historia de la humanidad. Cada uno posee un valor extraordinario y no puede ser tratado como medio para los fines de otros, puesto que es un fin en sí mismo.

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Lo dicho es la razón por la que en las normas de países civilizados se destaca el derecho a la vida de las personas en el seno materno y desde la concepción. El eminente constitucionalista Gregorio Badeni ha enfatizado este punto en el ilustrativo caso argentino. Así explica Badeni los siguientes seis puntos. Primero, el autor del Código Civil de 1871, Dalmasio Vélez Sarsfield, apunta en su nota al artículo 63: «Las personas por nacer no son personas futuras, pues ya existen en el seno materno». Segundo, el artículo 70 de ese código establece que la vida de las personas comienza desde su concepción. Tercero, el artículo 75, inciso 23, de la Constitución argentina impone la protección de la niñez desde el embarazo. Cuarto, el artículo 4, inciso primero de la Convención Americana «citada en el artículo 75, inciso 22 de nuestra ley fundamental, y que tiene jerarquía superior a la de las leyes del Congreso, prescribe que el derecho a la vida está protegido desde la concepción». Quinto: «La ley 23849 establece, en relación con la Convención sobre los Derechos del Niño, que en la Argentina reviste ese carácter toda persona desde su concepción y hasta los 18 años de edad». Y sexto, el Código Penal marca entre los delitos contra la vida (artículos 85 a 88), «sanciona a quien cause un aborto con dolo o culpa, a los médicos, parteras y farmacéuticos que provoquen o cooperen en causar un aborto y a la propia madre que produzca o consienta su propio aborto. La pena prevista, considerando las circunstancias agravantes de cada caso, es la prisión de 6 meses a 15 años». Concluye Badeni, en su escrito de 2001: «Para la legislación argentina, la vida de las personas comienza antes de su nacimiento y el aborto es un homicidio».

En estos contextos debe tenerse muy presente la indispensable responsabilidad que es perentorio que asuma cada cual al mantener relaciones sexuales y no sólo vinculado con el importante tema matrimonial. Hay infinidad de métodos que evitan el embarazo, no es cuestión de tomar el asunto frívolamente y luego arremeter contra una vida. Va de suyo que este comentario sobre la responsabilidad individual no se aplica al caso espantoso y repugnante de la violación, sobre lo que ya nos pronunciamos más arriba o, en línea equivalente, la aberración indescriptible del incesto forzoso, pero en las relaciones voluntarias se comprueba una enorme dosis de irresponsabilidad y cinismo superlativo.

Para cerrar esta nota periodística, es pertinente subrayar que, tal como escribe Niceto Blázquez, doctor en Filosofía y en Psicología Médica: «La escalada mundial del aborto legalizado es un fenómeno extraño de última hora, más o menos desde la Segunda Guerra Mundial en adelante para los países socialcomunistas y sus satélites» y se detiene a considerar muchos casos históricos de sociedades consideradas primitivas que castigaban lo que se denomina aborto en la parla convencional, comenzando desde el Código de Hammurabi, más de mil setecientos años antes de Cristo. Marcamos, al abrir esta nota, que en la Antigüedad no había necesariamente noción del nexo causal entre el vínculo sexual y la aparición de la prole, pero sí había clara idea de la vida en el seno materno, de allí la tendencia a los castigos y las reprimendas a los que atentaban contra esas vidas. Ahora, la «Modernidad» en gran medida se inclina por arrojar al basurero a seres humanos indefensos. Es de desear que esto cambie radicalmente, puesto que remite a las bases más elementales de la sociedad civilizada.

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