Jue. Abr 18th, 2024

Prensa Republicana

Con las ideas derechas

A último momento… – Por Vicente Massot

Imaginando, con buenas razones, que marchábamos a pasos acelerados hacia el default, el gobierno decidió ensayar, al menos hasta el martes, una estrategia propagandística cuyo núcleo duro era negar que, en cuarenta y ocho horas más, el país fuera a sufrir una catástrofe. Tomando como punto de comparación la crisis de 2001, repetían desde hace días las usinas de la Casa Rosada, los economistas afines a la administración presidida por Cristina Fernández, los diarios que le son adictos y los intelectuales que continúan batiendo el parche acerca de las bondades de la por ellos denominada Década Ganada, que el viernes sería un día común y corriente, o poco menos. Esto en virtud de que la Argentina no se parece ni remotamente a la nación desvastada de trece años atrás.

Si correspondía adoptar como parámetro el año 2001, el kirchnerismo estaba en lo cierto. Pero hay sobrados motivos para pensar que, al darlo por bueno, equivocamos el análisis. Son entendibles los motivos por los cuales la presidente decidió seguir ese camino. Si el espejo en el que debíamos mirarnos era el de aquella época, resultaba claro que el gobierno habría ganado la batalla comunicacional a poco de mostrar que, malgrado el default, de todas maneras estábamos lejos del infierno. La trampa consistía en traer al ruedo la peor experiencia vivida en el último medio siglo y decirnos que no se repetiría. Con lo cual muchos podrían pensar “es cierto, tan mal no pinta el panorama”.

Tal es el efecto que buscaba instalar en la población el kirchnerismo, que se acompasaba bien con el intento de convertir su disputa en contra de Thomas Griesa y de los hold–outs en una épica que le permitiese a la viuda de Kirchner sostener una postura nacional populista —por llamarla de alguna manera—, pivotar sobre la misma, ganar tiempo y llevar a sus adversarios internos —léase el arco opositor— al terreno que a ella más le convenía. Había en la jugada una combinación de dos fenómenos: por un lado, la táctica gubernamental antes señalada; por la otra, el consabido tic antiimperialista o, mejor aún, anti–yankee, de los argentinos, sin el cual el libreto K estaría condenado al fracaso.

No es un secreto que el país donde buena parte de sus gentes anhela viajar a Miami para disfrutar de sus vacaciones, deposita en bancos norteamericanos sus dineros y desea que sus hijos estudien en universidades de los Estados Unidos —todo en la medida de sus posibilidades, claro— es el mismo que registra, en punto a preferencias políticas, el grado más alto de rechazo al         Tio Sam. Sobre esta componente de nuestro comportamiento ideológico–emocional basó el kirchnerismo su estrategia.

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Si lograba hacerle creer a una parte importante de los argentinos —aunque no constituyese una mayoría sólida— que en esta oportunidad no estaba en juego la razón de ser del Frente para la Victoria, que en la presente pulseada no existían las barreras doctrinarias que dividen —de ordinario— a quienes habitamos en estas playas, y que lo que verdaderamente contaba era cerrar filas a los efectos de defender a la Nación y no al gobierno, se anotaría un tanto importante en su haber.

Tenía a su favor que los pueblos —cosa que no es ninguna novedad— sólo entienden los grandes números y se interesan poco por los detalles. Stay, hold outs, hold–ins, pari passu, default, discount, cláusula RUFO y otras palabras por el estilo son algo así como chino básico para 90 % de los argentinos. ¡Cuánto mas fácil es ceder a los razonamientos binarios del tipo Patria o Buitres! Al respecto, basta recordar de qué manera se celebró en el Congreso Nacional la decisión de Adolfo Rodríguez Saa de desconocer la deuda y el grado de adhesión que concitó la medida en el momento en que fue tomada.

Pero tenía en contra el kirchnerismo la situación económica que golpea cada día con mayor fuerza a una mayor cantidad de personas. Aun cuando el tachín, tachín de la épica gubernamental prendiese —y es posible que algún éxito cosechase— sería  difícil que pudiese obrar el milagro de distraer a la opinión publica al extremo de que ésta fuese a olvidar sus penurias cotidianas y a abrazar la causa en contra de los fondos buitres como su leit motiv en los próximos meses. Si la inflación, recesión, despidos y suspensiones resultasen fenómenos apenas incipientes, el plan kirchnerista podría dar resultado. Como los mencionados flagelos se han hecho sentir fuerte desde principios de año —algunos, es cierto, más que otros— no hay forma de obviarlos.

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Hasta ayer Cristina Fernández, Axel Kiciloff, Carlos Zannini y Máximo Kirchner —para nombrar a los únicos que, en estos momentos, tienen voz y voto en términos de la partitura que se va a tocar— conocían las turbulencias que conllevaría un default. Pueden ser incompetentes en muchos aspectos y lo han demostrado, sobradamente, en el manejo de un tema tan sensible como el de la renegociación de la deuda; pero no al grado de ignorar los peligros implícitos en la jugada a la que han apostaban en el supuesto caso que el default se convirtiera en una realidad.

El gobierno estaba dispuesto a asumir el riesgo no por deseo de bailar al borde del precipicio o para poner a prueba qué tan firme era su resolución de no negociar con el “capitalismo salvaje”, sino porque creyó no tener otra opción. La presidente y sus hombres de confianza estimaban que había espacio para un default administrado que se extendería hasta el vencimiento de la RUFO, el 1º de enero de 2015. En resumidas cuentas, no habían forjado una realidad para consumo propio ni estaban mirando otro canal. Eran conscientes de la situación delicada que enfrentaban y estaban dispuestos a privilegiar el camino que, según su leal saber y entender, mejor parado los dejaría. La suya era una apuesta. Sabían que habían perdido la pelea con los hold–outs, aunque suponían que el costo del default no seria catastrófico. ¿Se equivocaban? —Nunca lo sobremos porque, entre ayer y hoy, el default fue sorteado sobre la hora.

Sucede con el default algo que se dice de las guerras y podría extenderse a tantos otros fenómenos de la más variada naturaleza: que cualquiera sabe cómo se ingresa y nadie sabe bien cómo se sale. O dicho de distinta manera: planear un curso de acción en una mesa de arena, es una cosa. Pero cuando luego se desarrolla la batalla, las acciones bélicas pueden no tener nada que ver con el planeamiento previo.

¿Se acabaron, pues, los problemas? —En absoluto. Están, en su gran mayoría, pendientes de solución con la particular coincidencia de que la gestión kirchnerista no tendrá tiempo —y no se le conoce vocación— para arreglarlos. Ahora no tendrá que administrar el default, sino el desbarajuste económico interno.

Fuente: Massot/Monteverde